viernes, 28 de febrero de 2014

Cléo de 5 à 7

De la directora francesa Agnés Varda sólo había visto, a principios de los setenta, una película muy bella llamada Le Bonheur (La felicidad). Pero su clásica, Cléo de 5 a 7, fue hasta ahora que pude verla, gracias al sitio Mubi. Filmada en 1962 y con todo el estilo de la nouvella vague de aquella época, la cinta es encantadora y nos cuenta dos horas en la vida de una cantante pop parisina (interpretada hermosamente por Corinne Marchand) que está a la espera de unos resultados médicos y teme que le digan que tiene cáncer. La narración es pausada y deliciosa, la fotografía en blanco y negro preciosa y el tono en general es amable y ligeramente irónico, a pesar de que el final tiene un toque de amargura.
  Ver aquel París de principios de los sesenta, hace poco más de medio siglo ya, constituye un extra verdaderamente maravilloso. Una joya, ésta, la segunda obra cinematográfica de Varda.

jueves, 27 de febrero de 2014

Las pequeñas puertas de Ave Barrera

Ave Barrera
Con su novela Puertas demasiado pequeñas, esta joven escritora tapatía acaba de ganar el 
Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2013 de la Universidad Veracruzana.

Falsificar obras de arte puede ser un trabajo quizá no del todo noble, pero sí bastante productivo…, a menos que quien lo haga se deje succionar por un complicado torbellino de enredos, misterios, ambiciones, delirios y aventuras que terminen por dejarlo en calidad de masa inerte. Esto es más o menos lo que le sucede a José Federico Burgos, el personaje principal de Puertas demasiado pequeñas (Universidad Veracruzana, 2013), un relato ameno, divertido y poseedor de una gran calidad literaria. Con Ave Barrera, su autora, es la siguiente charla.

¿En qué momento nace tu inquietud por la escritura?
Desde niña supe que quería escribir. Me fui a dar un paseo muy largo por todos los ámbitos de la literatura, después me dio por la investigación y por la edición y hasta ahora retomé la escritura. Pero desde muy chica supe que lo que quería era contar historias.

¿Por qué esta historia en especial?
La historia de la novela surgió un poco por mi nostalgia de la Guadalajara que había vivido en los años noventa. Más tarde viví varios años en Oaxaca, así que fue una especie de vuelta a mi lugar de origen. Por otra parte, me inspiré en muchas cosas que viví con mi papá. Él es anticuario, escultor -hace réplicas de esculturas renacentistas-, le gustaba mucho el arte barroco. Yo vivía con él su trabajo, estaba en su taller desde chiquita, andaba con él de aquí para allá con sus clientes. Frecuentábamos una casa y mientras él hablaba con su cliente, yo me soltaba y andaba de metiche por todas partes. Me llamaba la atención el hecho de entrometerme en un espacio ajeno. Recorrí esa casa muchas veces y se quedó muy grabada en mi memoria. Me encantaban sus espacios, sus silencios, la altitud de sus muros y la estrechez de sus puertas. Tiempo después, me enteré que esa casa era del arquitecto Luis Barragán.

¿Cuáles serían los temas esenciales de Puertas demasiado pequeñas?
Uno de mis temas favoritos es el del silencio y eso lo asocio con mi padre literario y mi gran ejemplo que es Juan Rulfo. En esta novela se casan tres temas principales: el silencio, la arquitectura y el arte y Rulfo. Además, tuve que hacer mucha investigación sobre la pintura y la falsificación, aparte de lo que ya conocía por las técnicas que utilizaba mi papá en su taller.

Vayamos al personaje principal: algo que me llamó mucho la atención de tu novela es que sí parece que está narrada por un hombre, no encontré ese “toque femenino” que tienen muchas de las narraciones escritas por mujeres. 
Yo siempre he dicho que la literatura no debe tener género. Hice un esfuerzo muy grande por ponerme en los zapatos de mi personaje, hablar como él, ser él.

Los personajes secundarios también son muy importantes y en prácticamente todos los casos muy interesantes, ¿en qué te basaste para crearlos y desarrollarlos?
Todos son personajes de ficción pero que de alguna manera tienen su huella biográfica: los conocí en algún momento o conocí rasgos de algunos que se fueron sumando, aglutinando en ellos. El papel que desempeñan todos es en cierta forma protagónico. De cada uno se pueden seguir su historia y sus conflictos personales. Yo creo que cada persona tiene su propio conflicto y que éste merece ser abordado si forman parte de una historia. Eso le da mucha riqueza a la obra que uno escribe. No sirve tomar a un personaje, aunque sea “secundario”, sólo para utilizarlo, sin profundizar en él. Hay que darle una dimensión de persona para que cobre riqueza y esa riqueza se abona al conflicto de la obra.

Ya que hablas de la obra, ¿cómo defines a tu novela, en cuál o cuáles géneros encajaría?
A mí me gusta pensar que es una novela de aventuras, pero que quiere llegar a un poquito más, dar un paso hacia una cuestión más filosófica, más de introspección, más espiritual. Pero en dos palabras, me gusta definirla como una aventura iniciática. Eso es lo que vive José Federico Burgos y es muy divertido acompañarlo. Pero sí hay algo más: una vuelta de tuerca que le da un sentido más profundo al libro.

¿Cómo debe ser la literatura o, más específicamente, tu literatura?
Me gusta apostar por una literatura entretenida, legible, amena. Que te permita entrar en su mundo, pero que al mismo tiempo te deje algo, que sientas que hay un trabajo literario ahí. A estas alturas, uno no puede casarse con esa literatura críptica y muy elaborada que tal vez los lectores no disfrutan tanto y los hace soltar el libro al momento en que no se sienten identificados con la oralidad de la novela. Pero tampoco tenemos que caer en el facilismo de la literatura comercial. Se puede encontrar un punto medio.

(Entrevista publicada en día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

miércoles, 26 de febrero de 2014

Por qué ya no voy al cine

El año pasado vi muchas películas. Sin embargo, no pisé una sola sala de cine. Me he vuelto alérgico a las mismas. La última vez que acudí a una debe haber sido en 2012 y creo que fui con Denisse al Cinemex del WTC para ver Midnight in Paris de Woody Allen. Creo.
  ¿Por qué ya no me gusta ir al cine, cuando durante toda mi vida fue una de mis actividades favoritas? Son varios los factores. El principal es que cada vez le huyo más a las multitudes. Jamás he sido un ser gregario y hoy lo soy menos que nunca. No llego a la misantropía: la gente me gusta, pero en pequeñas cantidades. Prefiero una reunión en petit comité que una fiesta multitudinaria; de hecho, prefiero ver a mis amistades una a una y dedicar, a cada una de ellas, toda mi atención. Pero estar con muchas personas y en su casi totalidad desconocidas, en definitiva no es lo mío. Peor en los cines, donde los espectadores suelen ser ruidosos, desconsiderados, maleducados y aparte hay que pagar una buena cantidad de dinero por estar con ellos. Añádanse malas proyecciones, sonido demasiado alto o demasiado bajo, calor agobiante o aire acondicionado que congela, asientos incómodos, etcétera. Hasta los "cortos" (hoy conocidos como trailers) no son como antes y peor con esa dosis insoportable de anuncios comerciales con los cuales muchos espectadores incluso ¡se ríen!).
  Ya sé que sueno como viejito amargado, pero no es eso. Sencillamente es que, desde hace algún tiempo, decidí no ir más a los lugares en donde no me sintiera a gusto... y eso hago. ¿Que no hay como la pantalla grande para disfrutar de una película? Es relativo. Aparte de que las pantallas de las actuales salitas resultan diminutas, en especial si las comparamos con aquellas enormes pantallas que había en cines hoy desaparecidos como el Latino o el Internacional, por ejemplo.
  Pasé buena parte de mi infancia y mi adolescencia acudiendo cada fin de semana al cine Tlalpan. Iba mucho al Manacar, al Diana, al Roble, al Las Américas, incluso al Linterna Mágica. Me encantaba acudir al cine Regis (me iba yo solo a ver "cine de arte" a los catorce o quince años) y cuando se inauguró la antigua Cineteca Nacional, en donde hoy está el CNA, no salía yo de la sala Fernando de Fuentes y del diminuto Salón Rojo. Sé lo que es la magia de una sala de cine, magia que se perdió tristemente con los llamados multicinemas.
  Hoy veo mucho cine en la tele y sobre todo en la computadora. Gracias a Netflix, a Cuevana, a YouTube y a algunos otros sitios, incluido el flamante Mubi, veo las películas que quiero, a la hora que quiero y de la forma que quiero, sin tener que soportar a espectadores que atienden más a sus smartphones que a la pantalla, que se la pasan platicando en voz alta, que devoran nachos y palomitas y que dejan los asientos pegajosos de refresco.
  Así las cosas.

martes, 25 de febrero de 2014

Los cuentos de Suzanne Vega

Aunque su primer disco data de 1985, cuando la cantautora tenía veintiséis julios, fue hasta dos años después, con Solitude Standing, que la estadounidense consiguió fama mundial gracias a dos temas sencillos y encantadores contenidos en ese álbum: “Luka” y “Tom’s Dinner”. Su trabajo más inmediato es el excelente Beauty & Crime de 2007 (en el que viene ese maravilla de canción que es “New York Is a Woman”). Ahora, siete años más tarde, Suzanne Vega regresa con otro larga duración tan bueno como nos ha tenido acostumbrados a lo largo de casi tres décadas.
  Tales from the Realm of the Queen of Pentacles (Cooking Vinil, 2014) es su octavo opus en estudio. Ocho álbumes en treinta años parece muy poco, pero ello nos habla del cuidado que Vega pone en la realización de cada una de sus obras discográficas (no tiene un solo plato flojo, si recordamos joyas como Days of Open Hand (1990), 99.9 F° (1992), Nine Objects of Desire (1996) y Songs in Red and Gray (2001).
  No hay sorpresas en este nuevo set de composiciones. El estilo suave, sensual, intencionado y lleno de magia, con esa combinación de rock pop y folk que la ha caracterizado desde sus inicios, es lo que se escucha a lo largo de las diez piezas que conforman el disco. La californiana jamás se ha distinguido por sus experimentaciones o por realizar cambios dramáticos de una placa a otra y quizás a esa estabilidad se deba que cuente con una base de seguidores tan amplia y tan fiel.
  Hay cortes definitivamente rocanroleros en Tales from…, como el sensacional “I Never Wear White”, de ritmo perfectamente marcado por el bajo del gran Tony Levin y los secos guitarreos de Gerry Leonard, así como canciones más dramáticas como esa “Song of the Stoic” y su muy interesante arreglo de cuerdas y percusiones. Destacan también “Crack in the Wall”, “Don’t Uncork What You Can’t Contain”, “Silver Bridge” y la elegante y concluyente “Horizon (There is a Road)”, dedicada al histórico líder checo Vaclav Havel.
  Un álbum estupendo que recomiendo con todo gusto.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección "hey" de Milenio Diario).

lunes, 24 de febrero de 2014

Mubi y Bo

Supe de un nuevo sitio para ver películas que acaba de llegar a México. Se llama Mubi y es una especie de Netflix pero de cine de arte. Su sistema es muy particular, ya que sólo presentan una treintena de películas de todo el mundo, pero cada día ponen una nueva y quitan otra, por lo que uno tiene un mes entero para ver cada cinta. Cuesta cuarenta y nueve pesos y creo que vale la pena. Me inscribí ya y por lo pronto vi un muy buen filme belga llamado Bo, dirigido por Hans Herbots. Basado en una novela del escritor Dirk Bracke, nacido en Bélgica, narra la historia de Bo, una bellísima jovencita de quince años de clase media baja, quien harta de la mediocridad de su vida y de la escasez en que vive (arrimada en casa de su abuelo, junto con su hermano y su madre divorciada) conoce a una vecina que la lleva a meterse al mundo de la prostitución elegante, con todas sus consecuencias. No es por fortuna una obra con "mensaje" moralista, lo cual es de agradecerse. La actriz que hace el papel de Bo es Ella-June Henrard y aquí les dejo una foto suya, en una escena de la película.
  Vale la pena suscribirse a Mubi.

domingo, 23 de febrero de 2014

El jazmín azul de Woody Allen

Es una gran película. Sin duda alguna. Inspirada en Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams, con un reparto impresionante (Cate Blanchett, Sally Hawkins, Andrew Dice Clay, Alec Baldwin, Louis CK), una dirección impecable (es Woody Allen), una hermosa fotografía, en fin, todos los ingredientes para lograr un filme impecable, espléndido, digno de lo mejor del realizador neoyorquino y sin embargo...
  No sé sí fue porque me habían hablado tantas maravillas de ella o porque leí críticas por demás elogiosas (alguien la catalogó como la mejor cinta de Allen en lo que va del nuevo siglo), no sé si me hice demasiadas expectativas, pero Blue Jasmine, la película No. 42 dentro de la filmografía de uno de mis dos directores favoritos de todos los tiempos (el otro, lo he dicho, es François Truffaut), no me pareció tan grandiosa.
  Es una gran obra, como lo apunté al principio, pero no la pondría dentro de las cinco mejores de Woody Allen y quizá ni siquiera dentro de su top ten. La historia de esta mujer que cae en la ruina económica, social y psicológica, su debacle como ser humano al que de pronto le quitan todo sostén y se precipita por una pendiente imparable, está tratada con maestría, qué duda cabe, pero siento que algo me faltó o que algo me sobró. No sé si la tan celebrada actuación de Blanchett a mí de pronto me resultó exagerada o teatral (de hecho me quedo con la participación de Sally Hawkins en el papel de Ginger, la hermana de Jasmine) o si la narración cinematográfica de pronto me resultó lenta o si se requería un toque más irónico, pero al finalizar la cinta, me quedó una sensación de cierto vacío, me hizo falta algo más.
  Ciertamente, los trabajos serios de Allen no son mis favoritos. Interiores, Septiembre, Otra mujer, Match Point me parecen muy buenos filmes, pero no acaban por entusiasmarme. Únicamente Crímenes y pecados (que es una cinta mitad seria y mitad humorística) me resulta una perfecta obra de arte (y una de mis cinco máximas pelis de Woody). De hecho, si hablamos de lo que ha filmado de 2001 a la fecha, me quedo toda la vida con Una noche en París, con Melinda y Melinda, con Anything Else y con esa maravilla de 2008, despreciada y subvalorada, que es Whatever Works, una joya brillantísima que casi nadie toma en cuenta. Eso para no hablar de las grandes obras maestras del genio de Allen, como Manhattan, Annie Hall, Hanna y sus hermanas y Maridos y esposas.
  En fin. Quizá necesito verla por segunda vez, pero Blue Jasmine no me complació del todo. Esperaba más de ella y no lo obtuve. Pero sí: tengo que darle una nueva oportunidad dentro de poco.

sábado, 22 de febrero de 2014

El bigote de Maduro

“Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, reza el dicho popular que en el caso de lo que está sucediendo en Venezuela podríamos cambiar, a manera de paráfrasis, por algo así como “Cuando veas el bigote de Maduro”…, etcétera.
  Es que lo que sucede en Venezuela puede servir como lección y, sobre todo, precavernos sobre lo que sucedería si un gobierno así de irresponsable y delirante llegara al poder en nuestro país.
  Grítenme piedras del campo y láncenme todo tipo de anatemas por lo que voy a escribir, pero me es imposible dejar de reflexionar en lo cerca que hemos estado en dos-ocasiones-dos de ser gobernados por políticos que guardan tantas similitudes con Hugo Chávez y su entenado (y ex chofer) Nicolás Maduro. Es de terror el sólo pensarlo. Con ideas pavorosamente parecidas, hay razones de sobra para creer que nuestra llamada izquierda habría instrumentado políticas económicas y sociales prácticamente iguales a las de los vesánicos chavistas venezolanos, políticas que tienen a ese sufrido país sudamericano con una inflación de más del cincuenta por ciento (acá nos quejamos del cuatro por ciento -y conste que no es consuelo de tontos), una escasez alarmante de productos de primera necesidad (ya es hasta lugar común mencionar la falta de papel higiénico), un mercado negro despiadado, largas colas para comprar lo que se pueda, un desempleo rampante, locas expropiaciones de empresas y una implacable represión en contra de cientos de miles de opositores (mientras que en nuestros lares, los manifestantes son los que golpean a los policías). Todo ello en nombre de una supuesta revolución socialista bolivariana fruto de un grupo de locos que se hizo del poder en algo que semeja una farsa que supera a la imaginación literaria de Ramón del Valle Inclán, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez y Jorge Ibargüengoitia juntos.
  Hay en México simpatizantes de Maduro que justifican sus trágicos alucines en nombre de un trasnochado antiimperialismo. Para desgracia suya, ahí está la triste realidad para desmentirlos.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 21 de febrero de 2014

Don Jon

Joseph Gordon-Levitt es el actor que hace como quince años interpretaba a Tommy, el adolescente extraterrestre de la divertida serie 3rd Rock from the Sun. Después actuó en varias películas de todo tipo y no lo hizo mal, a decir verdad. Ahora debuta como director, a sus escasos treinta años de edad, con esta Don Jon, una película que sorprende por su frescura, su buen ritmo, su ingeniosa historia y su humor negro.
  Tal como su nombre lo indica, Don Jon es la historia de un joven don Juan llamado Jon Martello (el propio Gordon-Levitt), quien es feliz mientras se liga a una mujer tras otra sin compromiso alguno, se va de fiesta con sus amigos, hace ejercicio en el gimnasio y ve pornografía por internet en la intimidad de su departamento (de hecho, el personaje prefiere la pornografía por sobre el sexo real que le resulta insatisfactorio y el cual práctica más bien como un deporte). Vive solo y nada indica que sea capaz de enamorarse, hasta que conoce a Barbara (Scarlett Johansson en plenitud) y todo cambia de manera radical. No sólo se enamora, sino que empieza a andar con ella y quiere que todo el mundo se dé cuenta de lo feliz que es con su noviecita.
  Hasta aquí parece el cuento típico de cualquier comedia romántica hollywoodense, pero la vuelta de tuerca sucede cuando Barbara comienza a tornarse en una tipa manipuladora, controladora, vigilante de cada cosa que hace Jon (el director logra algo muy difícil: hacer que odiemos a la Johansson) y la relación se va haciendo cada vez más incómoda e insoportable. Entonces se da una nueva vuelta de tuerca, con la aparición de Esther (la grandiosa Julianne Moore), una mujer madura y mayor que él, no muy equilibrada que digamos de sus facultades emocionales, pero que hace ver al protagonista las cosas de otra manera.
  No contaré el resto de la cinta para no ser acusado de spoiler, pero el filme vale la pena y el resultado es muy bueno en verdad.

jueves, 20 de febrero de 2014

Elogio del adjetivo

Recuerdo que una vez un lector me cuestionó fuerte y hasta con cierta violencia por el hecho de que, a su modo de ver, en mis escritos abusaba yo del uso de los adjetivos. Según esta persona, cuyo nombre se ha perdido en el túnel del tiempo, entre menos se adjetive mejor será un texto. Me parece una regla arbitraria y no veo la razón para imponerla (de hecho, no veo la razón para imponer cosa alguna).
  Cierto que la literatura estadounidense, por ejemplo, se distingue muchas veces por su parquedad, cierta austeridad estilística y un uso limitado de calificativos. Por otro lado, hay cierta literatura hispanoamericana que se muestra como la cara opuesta, debido a que en ella hay una exuberancia adjetival que la vuelve barroca y en algunos casos hasta exagerada y rococó.
  No sé si abuso de los adjetivos, sí sé que me gusta usarlos y que son parte de mi manera de escribir los diferentes tipos de textos que pergeño como simple escribidor: artículos, notas, cuentos, narraciones de más largo aliento. En algunos adjetivo más que en otros, pero siento que ellos, los adjetivos, me ayudan a proporcionar el color que quiero dar a mis imágenes, a mis ideas, a mis pensamientos, a mis relatos.
  Cada quién debe ser libre para escribir como mejor lo crea y a mí me sientan bien los adjetivos, aun cuando en ocasiones pueda abusar de su empleo. Cosa que, por cierto, no sucedió en demasía en esta breve entrada.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Depeche Mode

Depeche Mode es una de esas agrupaciones que a lo largo de su historia han ido construyendo, voluntaria o involuntariamente, una leyenda que se alimenta lo mismo de verdades falsas que de mentiras reales. Desde su formación a principios de los años ochenta, cuando su líder indiscutible era Vince Clarke y tocaba un pop bailable y más bien superficial, el grupo mostró que poseía algo diferente y que no era una más de las bandas que en aquellas épocas pululaban y desaparecían a la menor provocación. Esto se hizo aún más evidente con la salida de Clarke -quien se fue a conformar a Yazoo y más tarde a Erasure- y la toma de control por parte de Martin Gore, un pequeño genio musical que en poco tiempo transformó el estilo de la banda y le dio mayor profundidad, mayor sentido artístico y mayor oscuridad. A partir de ahí se fue edificando el mito. Junto con el polémico cantante David Gahan (de gran atractivo físico y escénico, pero metido en una espiral de adicciones que muchas veces estuvo a punto no sólo de dejarlo fuera del grupo sino fuera de este mundo), el peculiar Andy Fletcher (quien en realidad no sabía tocar bien instrumento alguno y aunque aparecía como músico era el encargado de las cuestiones contables y administrativas) y el virtuoso Alan Wilder (el único con verdadera preparación musical académica, un arreglista extraordinario a quien Depeche Mode debe mucho de su sonido tan característico), Gore se hizo cargo de la dirección del cuarteto y sus composiciones se convirtieron en favoritas de millones de personas alrededor del planeta. Temas hoy clásicos como “People Are People”, “A Question of Time”, “Stripped”, “Never Let Me Down Again”, “Strangelove”, “Personal Jesus”, “Enjoy The Silence”, “Policy of Truth”, “I Feel You”, “Barrel of a Gun”, “Sister of Night” o “Dream On”, entre muchos otros, forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones y todos surgieron de la cabeza y el alma de ese personaje introvertido de alba cabellera y tímido aspecto. Tal vez sería injusto decir que Depeche Mode es Martin L. Gore; pero sin éste, la leyenda jamás habría tenido lugar.

(Prólogo que escribí para el No. 21 de los Especiales de la Mosca, aparecido en mayo de 2005).

martes, 18 de febrero de 2014

El hotel de Cibo Matto

Cibo Matto parecía un proyecto condenado a la nostalgia de unos cuantos melómanos aferrados. Después de todo, este dueto de japonesas residente en Nueva York sólo había grabado un par de discos y desde la aparición del último han pasado ya tres lustros. Pero he aquí que Yuka Honda y Miho Hatori decidieron sorprendernos y regresar a las andadas discográficas con un tercer álbum francamente delicioso.
  Hotel Valentine (Chimera Music, 2014) nada le pide a sus dos antecesores, los estupendos Viva! La Woman y Stereo Type A, de 1996 y 1999 respectivamente (algunos recordarán tal vez aquellos grandes temas noventeros que fueron “Sugar Water”,  “Moonchild”, “Spoon” o “Sci-Fi Wasabi”). Honda y Hatori idearon esta vez una obra conceptual, en la que todas las canciones giran alrededor de ese hotel Valentine en donde habita una mujer fantasma que lo observa todo y reflexiona acerca de ello.
  Diez son los temas que conforman este plato y ninguno de ellos tiene desperdicio. Cibo Matto se muestra en plena forma, como si el dúo jamás se hubiese separado y como si esos quince años de ausencia se redujeran a unos cuantos meses. Desde el corte inicial, el contagioso y contundente “Check In”, nos encontramos con que el ingreso a ese hotel musical nos está permitido de la mejor manera y que cuando nuestra estancia termine y abandonemos el lugar con la culminante y serena “Check Out” como precioso fondo, saldremos plenamente satisfechos de la aventura ahí vivida y, sobre todo, escuchada.
  Pero las otras ocho piezas resultan igualmente espléndidas y suntuosas. Como la acariciante y sensual “Déjà Vu”, con algunos ecos de Janelle Monáe, o la funkie y bailable “10th Floor Ghost Girl”, que nos remite a los Talking Heads y Tom Tom Club. Lo mismo puede decirse de la hiperquinética “Emerald Tuesday”, la electroclashera “MFN” (¿se acuerdan de Peaches?),  la trip-hopera “Hotel Valentine”, la tranquila y atmosférica “Empty Pool”, la más experimental “Lobby” y la divertidísima y juguetona “Housekeeping”.
  Lo dicho, un disco suculento.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 17 de febrero de 2014

Acerca de mis amigas

Debo tener cerca de un centenar de amigas y conocidas. Reales y virtuales. Si me limito a las reales, es decir, a las que ya conozco en persona, podría hablar de unas sesenta. De ellas, a algunas las he visto tan sólo una vez y otras son las que más frecuento y me frecuentan. Estas deben ser unas cuarenta. Ahora, ¿quiénes de ellas son realmente entrañables? Así, sin contarlas con detenimiento, puedo reducirlas a unas veinticinco. Veinticinco amigas muy cercanas, tal vez treinta. Aunque, amigas de vida, realmente de vida, las dejo en doce. Doce mujeres apóstoles que han estado muy cerca de mí desde hace varios años y que sé que seguirán estando. No doy nombres, por supuesto. Pero ellas lo saben.

domingo, 16 de febrero de 2014

Querida y vieja Mac


En un modelo de Macintosh idéntico a este (propiedad de mi amigo y hermano Adolfo Cantú), escribí mi novela Matar por Ángela a finales de los noventa.

sábado, 15 de febrero de 2014

¿Ebrard se moreniza?

Me comenta un amigo que contra lo que muchos creen acerca de Marcelo Ebrard, el anterior Jefe de Gobierno del Distrito Federal no se afiliará a Movimiento Ciudadano, en busca de reorientar su carrera política, sino que, para sorpresa de propios y extraños, en cualquier momento anunciará su decisión de irse no al PRD (partido al que al parecer sigue perteneciendo) o al PT, sino a Morena, ni más ni menos.
  De golpe, suena como un despropósito. ¿Para que ir al feudo de Andrés Manuel López Obrador, a sabiendas de que ahí será un segundón? ¿Qué papel jugaría en ese instituto, cuando el actual segundón, Martí Batres, no vería con buenos ojos que alguien de las dimensiones de Ebrard llegara a hacerle sombra? Lo dicho: parece una locura y sin embargo…
  No sé si don Marcelo pretenda realizar semejante movimiento ajedrecístico o si el comentario de mi amigo sea nada más que un rumor que pescó en el aire, pero si lo vemos con mayor detenimiento, a lo mejor no es algo tan delirante e improbable.
  ¿Cuál es la situación actual del hasta hace poco poderoso mandamás de la capital de la República? La nada. En el Partido de la Revolución Democrática poco tiene que hacer frente al predominio chuchista. Movimiento Ciudadano y el Partido del Trabajo son un mal chiste y hasta podrían quedar sin registro. En cambio, Morena apunta a ganar muy pronto el suyo y a contender de igual a igual con el PRD en las elecciones intermedias de 2015.
  Pero hay otro punto, quizás un tanto cruel pero realista: la dañada salud de López Obrador luego del infarto que padeció hace unos meses. Morena necesita personajes fuertes alrededor de su actual líder moral y eso lo saben todos ahí, incluido el propio Andrés Manuel. Seamos serios: Batres no tiene el carisma para ser, al menos, el Nicolás Maduro del Movimiento Regeneración Nacional. Tampoco lo tiene Ricardo Monreal, en caso de que también se uniera a la organización. ¿Quién más? ¿René Bejarano? ¿Dolores Padierna? ¿Bernardo Bátiz? ¿Paco Ignacio Taibo II?
  Es ahí donde entraría Marcelo Ebrard y, viéndolo bien, no está tan disparatada la idea.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 14 de febrero de 2014

Emotivos anónimos

Pocas veces me pasa que después de ver una película me quede con un sabor de boca realmente dulce, rico, y que en mis labios y en mi ánimo se dibuje una grande y simple sonrisa. Pues hoy me pasó, con la cinta francesa Les émotifs anonymes, dirigida en 2010 por Jean-Pierre Améris, una especie de fábula llena de sencillez y ternura, un cuento moderno, una historia de amor ingenuo (y en el fondo un tanto perverso) entre dos personas tímidas cuyas vidas se entrecruzan en una pequeña fábrica de chocolates en las afueras de París. La relación que se va dando entre Jean-René, el dueño de la fábrica (Benoît Poelvoorde), y Angélique, la empleada recién llegada (Isabelle Carré), esta narrada con una gracia espléndida que nos hace sonreír a cada instante. No se trata, sin embargo, de un filme bobalicón. Todo lo contrario, es una comedia romántica muy inteligente y sensible, de manufactura exquisita como los chocolates que prepara Angélique con su insospechado genio creativo. Los personajes secundarios resultan igualmente entrañables y el resultado final es esplendoroso. Más que recomendable. Está en Netflix con el título de Tímidos anónimos.

jueves, 13 de febrero de 2014

Un proyecto que viene

Ayer vino mi querida Letto y la pasamos muy bien. Por su parte, hoy por la tarde vino mi querido amigo Israel Misroux, bajista de Belafonte Sensacional (y de otros proyectos musicales) y colaborador moscoso, para revisar varias canciones mías que queremos incluir en un naciente proyecto musical del que espero muy pronto pueda yo empezar a dar noticias más concretas. Fue una jornada muy fructífera y promisoria (la imagen de este post, por cierto, sí tiene algo que ver con lo aquí apuntado).

miércoles, 12 de febrero de 2014

Yo también hablo de los Beatles

Eran otros tiempos. cincuenta años no son precisamente nada. Para quienes no habían nacido hace medio siglo, quizá resulte difícil imaginar lo que era aquel mundo sin internet y redes sociales, sin YouTube o Google, en el que las noticias tardaban varios días (o semanas o meses) en difundirse. La televisión era aún en blanco y negro y no se soñaba con cosas como la TV por cable. Así que cuando los Beatles llegaron a Nueva York, en febrero de 1964, poco se supo por estos lares.
  ¿El Show de Ed Sullivan? Sólo algunos pocos sabían de su existencia. Sin embargo, tampoco estábamos tan atrasados. Digo, había radio en Amplitud Modulada (la FM tampoco llegaba todavía) y en estaciones como Radio Éxitos, desde un año antes se tocaban los primeros hits del llamado cuarteto de Liverpool, contenidos en su disco debut de 1963 (“Please Please Me”, “Love Me Do”, “I Saw Her Standing There”). Pero en 1964, cuando se desató la beatlemanía en los Estados Unidos, con canciones como “She Loves You” o “I Wanna Hold Your Hand”, algo sucedió que hizo que México se contagiara casi de inmediato.
  Me recuerdo en aquel año, a los nueve marzos de edad, mientras ponía en el tocadiscos portátil de mi hermano Sergio los primeros e-pes de los Beatles que él –diez años mayor que yo– había comprado. Eran pequeños acetatos de cuatro canciones y 45 revoluciones por minuto que escuchábamos, cantábamos y bailábamos con furor una y mil veces al día. Hasta mi hermana Myrna, entonces de seis años, participaba en la fiesta beatlera.
  Aquella fue mi iniciación en el gusto por los Beatles y el rock anglosajón. No más Teen Tops, no más Locos del Ritmo, no más Hooligans o Crazy Boys que era el único rock que hasta entonces yo conocía. Los Beatles eran de otro nivel. Mi relación con la música cambió para siempre.

* * * * *

Ya que ando en asuntos personales, hoy día 11 de febrero se cumplen veinte años exactos de la aparición, en 1994, de la revista La Mosca que dirijo desde entonces. Como nadie más lo va a mencionar: ¡Happy birthday, querida Mosquita!

(Publicado el día de ayer en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

martes, 11 de febrero de 2014

Veinte años de la Mosca

Fue hace justo veinte años, el 11 de febrero de 1994, cuando una nueva revista de grande e inusual formato fue presentada en sociedad, en un antro conocido (of all names) como El Antro, ubicado en Huipulco, Tlalpan, en las proximidades del Estadio Azteca. A la fiesta acudieron unas quinientas personas que a la entrada recibieron su mosca-paquete, consistente en un ejemplar del No. 1 de La Mosca (que así se llamaba la flamante publicación, con Saúl Hernández de los Caifanes en la portada primigenia), una gorra con el logo moscoso... y un Gansito Marinela (en las invitaciones habíamos puesto "va a haber Gansitos", así que...).
  Seis fueron los grupos que tocaron esa noche, de los cuales recuerdo a uno que llegó de improviso, desde Tijuana, y de cuyo nombre ya no puedo acordarme (los pusimos de abridores); luego siguieron Mystika (creo que así lo escribían), La Oveja Negra (el cuarteto que en ese tiempo lideraba Fernando Rivera Calderón), Los Pechos Privilegiados (en su debut urbi et orbi, con Armando Vega-Gil en el bajo, Mauricio Mayén en la guitarra principal, Demetrio García en la batería -tanto el Demex como el Mao provenían del legendario Trolebús que aún se presentaba en esa época-, Liliana Guevara y Karina en los coros y yo en la guitarra de acompañamiento y voz principal), otra agrupación que se ha borrado de mi memoria y Guillotina como "banda estelar" (cuando ya casi no había gente, lo cual los hizo enojar con mucha razón, sobre todo porque ellos habían puesto la batería, una Pearl realmente preciosa).
  Mi hijo Alain, quien tenía apenas once años de edad, tocó -muy bien- la batería con nosotros en mi canción "Todo eso".
  La fiesta fue divertida, agotadora y con ciertos momentos tensos (Fernando estuvo a punto de agarrarse a golpes con gente de Guillotina por alguna discusión sobre los instrumentos o algo así).
  En fin, la cosa es que hoy, 11 de febrero de 2014, convoqué al propio Fernando y a Karem Martínez, mis dos compañeros fundadores de lo que fue en su momento La Mosca en la Pared (él como suddirector y ella como asistente, aunque debió ser jefa de redacción o de información), para desayunar juntos, los tres solos, a manera de celebración por las dos décadas de la revista. Fuimos al restaurante Moheli de Coyoacán y la pasamos más que bien (ver foto). Fer llegó con su perrito, el Perucho y se fue con él, mientras Karem y yo seguimos un rato por aquellos rumbos y nos tomamos un café en otro lugar cercano.
  Me dio un  enorme gusto ver a esos dos a quienes tanto amo y que son mucho más que mis amigos: mis hermanos moscosos (aparte de que Karem sigue tan guapa como cuando la conocí, a sus entonces diecinueve años).

lunes, 10 de febrero de 2014

La virgen de los sicarios

Vaya novela. Dura, directa, impactante como un tiro en la frente y, al mismo tiempo, extrañamente tierna, dulce y amorosa. Una historia de amor en medio de la violencia enferma y desalmada de la ciudad de Medellín a finales de los noventa. Una oda al cinismo más saludable: aquel que ve las cosas como son y no como se quisiera que fuesen. Un canto, también, a la más espléndida y envidiable incorrección política.
  La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo es, en su brevedad, un relato deliciosamente maldito, placenteramente turbador, acariciantemente cruel y despiadado. Su prosa en apariencia descuidada es un ejercicio del más estricto rigor escritural. No es una mirada a la distancia sobre una sociedad enferma por la corrupción, el crimen, la impunidad, la promiscuidad, la amoralidad, la prostitución y la droga. Por el contrario: es una inmersión en esas aguas negras y turbulentas, sucias y malolientes, para salir de ellas al mismo tiempo contaminado y purificado.
  Escrita en 1999 por este autor colombiano radicado en el Distrito Federal mexicano desde hace varios años, la novela sorprende a cada página, a cada párrafo, a veces a cada línea. Ese amor entre un homosexual cincuentón y un muy joven sicario que mata por las cuestiones más nimias y absurdas es como una radiografía de lo que llegó a ser Colombia y una advertencia sobre lo que podrían llegar a ser ciudades de nuestro país (usted mencione las que guste). Cierto que no hemos llegado a ese grado de descomposición, ni siquiera en los peores momentos de Ciudad Juárez, Torreón, Culiacán, Nuevo Laredo, Tijuana o Monterrey, pero la sola posibilidad da escalofríos.
  Misántropa, clasista, tremendamente sardónica y sin contemplación alguna en sus descripciones y opiniones sobre la gente "del pueblo" (la "monstruoteca" la llama en algún momento el narrador que -¿curiosamente?- lleva el mismo primer nombre del autor), La virgen de los sicarios es como la antítesis de toda la obra novelística de otro colombiano, Gabriel García Márquez. Aquí no hay barroquismos o realismo mágico, tampoco fabulaciones oníricas o pintoresquismos para turistas de la literatura. Aquí la realidad pega como la explosión de un auto-bomba en medio de un centro comercial.
  Una obra fuera de serie.

domingo, 9 de febrero de 2014

La vieja y la nueva escuela

Debido a mi edad y a los años de experiencia que acumulo en eso que llamamos el periodismo de rock, seguido me encuentro con que los jóvenes que hacen sus pininos en esta actividad me consideran un sujeto de la “vieja escuela”.
  ¿Qué significa esto? Aún no lo tengo suficientemente claro, pero más o menos quiere decir que para esos jóvenes practico un periodismo musical añejo y demodé y que me aferro a oxidados modelos que hoy resultan francamente anticuados. ¿Será?
  Pertenezco a algo así como la tercera generación de periodistas y editores de rock. La primera generación estaba constituida por sujetos híper convencionales, nacidos en los años treinta, que cuando surgió el rock n’ roll pensaron que se trataba de un “ritmo” pasajero, de una modita que no tardaría en desaparecer del panorama. No era gente joven, sino adultos de traje y corbata que despreciaban a esa música y no la entendían en absoluto. En México, escribían para diarios como Excelsior o El Universal y para revistas como Siempre! o, en el mejor de los casos, Notitas Musicales. Tipos como Alberto Domingo, Vicente Vila, Federico de León (el inventor de aquella mentira sobre Elvis Presley, acerca de que preferiría besar a tres negras antes que a una mexicana) o incluso Víctor Blanco Labra, quienes jamás comprendieron la trascendencia del nuevo género.
  La segunda generación de periodistas (y escritores) de rock es la nacida en los años cuarenta, con personalidades de los tamaños de José Agustín, Parménides García Saldaña, Luis González Reimann, Jesús Luis Benítez y algunos otros. Su característica principal es que eran contemporáneos de los grandes músicos de los años sesenta y entendían de qué se trataba el asunto. Sus análisis, artículos, crónicas y reseñas –divertidos, antisolemnes, desenfados, pero siempre inteligentes y bien documentados– se publicaban en medios especializados como Pop o la mítica Piedra Rodante (editada por Manuel Aceves) o en libros como La nueva música clásica y En la ruta de la onda. Fue quizá la era de oro del periodismo de rock en México.
  Quienes nacimos en la década de los cincuenta constituimos pues una tercera generación variopinta y desigual que empezó a publicar en los años ochenta y se afianzó en los noventa. De aquí yo distinguiría principalmente a gente como Salvador Mendiola, Víctor Roura, Óscar Sarquiz, Sergio Monsalvo, Jorge R. Soto, José Xavier Návar, Juan Villoro, Xavier Quirarte y el Capitán Pijama. Los conozco a todos –como conozco a Agustín y conocí a Parménides de la anterior hornada–, he trabajado con casi todos y puedo dar fe de su profesionalismo, cultura musical, dedicación y pasión por la música. Revistas como El Perro Salado, Melodía (Diez años después), Sonido y La Mosca en la Pared fueron algunas de las tribunas de todos ellos. Otros medios importantes pero con un tipo de periodismo más rupestre, como Conecte o Banda Roquera, representan un estilo distinto que en lo personal no comparto.
  No sé si hasta aquí llega la old school del periodismo de rock en México. No sé si quienes aún seguimos escribiendo y publicando (la mayoría) hacemos un trabajo anquilosado o lleno de telarañas. Bueno, en realidad sí lo sé y no es así. De hecho, pienso que ahí siguen estando las bases para las nuevas generaciones (aunque los nacidos en los sesenta y los setenta ya no son tan nuevos) y que a quienes hoy empiezan a hacer esta clase de periodismo les haría bien acudir a la vieja escuela, al menos como necesaria referencia.
  ¿Existe una nueva escuela de periodismo musical en nuestro país? Yo no la veo. Lo que sí veo es un afán por la novedad a ultranza, un miedo a ser critico y un querer quedar bien con todos (desde músicos y managers hasta disqueras y empresas organizadores de conciertos). Revistas como Marvin se salvan (por eso me gusta colaborar en ella y lo agradezco), pero siento que aún le falta adoptar una actitud menos complaciente y menos (como se dice ahora) hype.
  Cuestión de enfoques de un probable integrante de la old school.

(Mi columna "Bajo presupuesto" de este mes en la revista Marvín).

sábado, 8 de febrero de 2014

Las batallas en el desierto

2013 fue, en esos territorios, un año fructífero y relativamente calmo. Año de concordancias, colaboración dialéctica, buena siembra y una que otra nube negra que no alcanzó a trascender o a opacar lo logrado.
  Enero de 2014 resultó como un impasse en el que otro tipo de acontecimientos llamó más la atención de la opinión pública y de la opinión publicada.
  Pero ha llegado febrero y con él los inicios de los trabajos renovados del Poder Legislativo, trabajos que significan dar sustancia y estructura de leyes a las reformas constitucionales aprobadas el año pasado. Es el comienzo de las verdadera batallas, batallas que pueden ser encarnizadas, batallas en un desierto en el cual las partes tendrán pocas posibilidades de ocultarse, de cubrirse, de protegerse, y en las que deberán combatir cuerpo a cuerpo, en forma descubierta, con sus mejores argumentos.
  Numerosos son los frentes abiertos en ambas cámaras y no puede haber marcha atrás. No sé hasta qué punto son demasiadas o no las reformas que se aprobaron, pero el caso es que ahí están y que por ahora son letra muerta o, cuando menos, letra dormida. Reglamentarlas significa afectar intereses creados, mover arenas que durante décadas han permanecido compactas y endurecidas y que de golpe pueden volverse movedizas para tragárselo todo. No obstante, hay que hacerlo. Es la obligación de diputados y senadores de todos los partidos. Tendrán que blandir sus lanzas contra poderosos feudos, contra implacables enemigos del cambio, y muchos de estos querrán romper dichas lanzas, quebrarlas en pedazos.
  Metáforas aparte, 2014 es el año de la instrumentación de las reformas. ¿Que pasará un largo tiempo para que éstas empiecen a surtir efecto? De eso no cabe duda. Pecaríamos de ingenuos si esperásemos ese efecto en el corto plazo. Pero más tardarán en funcionar mientras no se echen a andar.
  “Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años”, dice como lamento el poema “Antiguos compañeros se reúnen” de José Emilio Pacheco. Quizá no sea para lamentarse, quizá sólo sea que hemos evolucionado. México ya no es un hombre de veinte años.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 7 de febrero de 2014

Mi reseña favorita de "Matar por Ángela"

De lo lúdico

Por Federico Patán

Todo es buen humor e ironía en Matar por Ángela, la primera novela de Hugo García Michel (DF, 1955). Todo, desde la fotografía en la de forros hasta la nota autobiográfica, desde la estructura hasta el manejo de los recursos literarios. Y son de agradecer buen humor e ironía, que hacen lectura no sólo amena sino divertida y crítica. Tal vez el acierto mayor sea que no hubo intenciones de escribir la gran novela y, con ello, se escribió una buena novela liberada de lastres y de pretensiones, pero llena de guiños de ojos, de sugerencias veladas, de comentarios filosos.
  La base sustancial de tal condición es la presencia de un personaje central frágil, cuyo enamoramiento de Ángela está presentado con enorme verosimilitud. Cuarentón de dientes ingratos y barriga fláccida, cae por esa muchacha de 25 que únicamente lo acepta como amigo. Su difícil relación forma el hilo conductor de una trama enriquecida por la presencia de otros personajes, de la ciudad como protagonista, de los acontecimientos sociales ocurridos en ella de 1992 a 1995, tiempo que la historia abarca.
  Pero lo más notable del libro es la variedad de trucos humorísticos que se emplea para narrar una fábula así de sencilla. Por ejemplo, la estructura compuesta de capítulos, anexos, apartados e incisos, cada uno de ellos responsabilidad de un narrador distinto, de manera que siempre se tienen ángulos de mira diversos. De esta manera, algunos se resuelven por vía de la indispensable tercera persona, otros mediante un narrador homodiegético y otros más por un narrador en “tú”. Cada uno de ellos comenta desde su opinión la serie de acontecimientos planteados. A su vez, cada personaje utiliza el tipo de habla que le corresponde. Algunas de éstas (la de Chuti) rozan la caricatura, pero siendo el libro de tendencia burlona, esas exageraciones funcionan bien.
  Por otro lado, el sentido lúdico penetra en otros aspectos. Se vuelve a la costumbre decimonónica de adelantar a principios de capítulo lo que en éste va a suceder. Se utiliza un estilo literario acorde con la naturaleza de cada capítulo: el epistolar, el gacetillero, el del amor cortesano, el del mundo del rock, etcétera. Por otro lado, la variedad de estilos de narración se acomoda muy bien al sentido de la ironía que el libro establece. Así, y no agotamos la lista, si un capítulo se resuelve por vía del diálogo, otro funciona como una entrevista, otro más como un guión de cine, con aquel al estilo de una obra teatral y este otro intercalando textos de Martín Luis Guzmán. Si aquel ofrece uno de los discursos en lo que es un diálogo, este se va sin puntuación alguna y aquel otro es un artículo periodístico.
  ¿Gratuito todo esto? No. A lo largo del libro se va conformando una visión de lo que es nuestra ciudad y cada uno de esos recursos, cada uno de esos estilos, cada guiño de ojos hecho al lector ayuda a construir dicha imagen. Lo mismo ocurre con la intertextualidad, cuya función es hacernos ver la cultura que en la ciudad se maneja: si por un lado Dylan Thomas, por el otro Cronenberg; si en cierta ocasión los Rolling Stones, en la siguiente Tom Waits, etcétera. Se aprovecha la presencia de todo este material para hacer burla de ciertas actitudes sociales: la proliferación de grupitos de rock, el ansia de populismo en cierta gente acomodada, este o aquel aspecto de las feministas, el borreguismo de la masa, etcétera. Pero como además los personajes no se toman su situación a lo tremendo e incluso se burlan de ella, el empleo de la ironía va contra todo.
  Pero tal vez lo más meritorio de la trama sea la historia de amor en sí, tan bien entrelazada a los aspectos arriba mencionados. Ese amor casi fatídico que el protagonista siente por Ángela vuelve al personaje verosímil y hace que despierte una mezcla de ternura y agobio. Es de celebrar la aparición de un texto tan capaz de jugar con los recursos literarios y tan capaz de transformarlos en motivo de risa. ¿Resistirá la novela el paso del tiempo? Es cuestión que no nos planteamos una vez terminada la lectura. Nos bastó habernos divertido tanto con ella.

Hugo García Michel. Matar por Ángela. Sansores & Aljure. México. 1997. 248 pp.

(Reseña aparecida a principios de 1998 en el suplemento sábado que dirigía Huberto Bátiz en unomásuno).

jueves, 6 de febrero de 2014

Mitchell y Marling: dos fases de la luna


Cuarto menguante: Joni Mitchell cumplió setenta años en noviembre pasado. Se retiró voluntariamente de la música en 2007, luego de grabar su hermoso álbum Shine. Dueña de un estilo exquisito para componer, cantar y ejecutar instrumentos (guitarra y piano), la canadiense cumplió con una larga carrera que se remonta a principios de la década de los sesenta, cuando era una tímida jovencita de diecinueve otoños que debutaba en un oscuro café de Saskatoon, un poblado perdido de la provincia de Alberta. Fue su inicio como intérprete de folk. En 1965, decidió mudarse a Toronto y convertirse en cantante profesional. Empezó a escribir canciones y a desarrollar su peculiarísimo estilo, lleno de extraños acordes y heterodoxas afinaciones. Sus letras eran inteligentes y poéticas y sus composiciones poco o nada tenían que ver con lo que cantaban colegas contemporáneas suyas, como Joan Báez o Judy Collins. Estaba más cercana, quizás, a Buffy Sainte-Marie o a Laura Nyro.
  En 1968 apareció su primer disco (Song to a Seagull) y de ahí partió una carrera de casi cuarenta años que incluyó trabajos tan buenos como Ladies of the Canyon (1970), Blue (1971), Court and Spark (1974), Mingus (1979), Dog Eat Dog (1985), Night Ride Home (1991), Both Sides Now (2000) y Travelogue (2005). Mitchell nunca fue una cantante de mayorías, su música resultaba demasiado intrincada y sofisticada para ello. Su voz era capaz de alcanzar diferentes registros y podía ir de potentes agudos a profundos graves, ello a pesar de que desde muy joven se convirtió en empedernida fumadora y fue tal vez esta una de las razones por las que su garganta dejó al fin de responderle debidamente, lo que la forzó a poner fin a su brillante trayectoria musical.
  Pero nunca se sabe. Quizás este mismo año o dentro de dos o tres, Joni Mitchell decida regresar a los estudios y brindarnos una nueva obra. Si no, con el legado que ha dejado es más que suficiente para disfrutar de una obra artística singular y conocer a fondo a una de las cantautoras fundamentales de la música del siglo pasado y parte de éste. Si hoy está ya en el cuarto menguante de su vida, siempre será recordada como una esplendorosa luna plena.

Cuarto creciente: Coincidencias felices del destino. Justo el mismo año en que Joni Mitchell publicaba su último disco, el mencionado Shine de 2007, una jovencita inglesa de escasos diecisiete febreros daba a conocer por medio de MySpace algunas composiciones suyas, en las que se hacía evidente la marca de la canadiense. Sin más armas que su guitarra acústica y su voz, esta casi niña llamada Laura Marling se convirtió en una sensación y empezó a ser comparada con intérpretes femeninas del momento como Lily Allen, Regina Spektor, Feist y Martha Wainwright. Sin embargo, quien pusiera oído atento a su música descubriría que la verdadera influencia, como cantante y compositora, de esta nacida en 1990 era sobre todo Joni Mitchell (aunque no sólo ella: en el estilo de tocar la guitarra de Marling encontramos, ya desde entonces, las huellas, nada menos, del David Gilmour de Echoes, de Pink Floyd, y del Jimmy Page de Led Zeppelin III).
  Marling, sin embargo, había iniciado su carrera un año antes, cuando la entonces sweet little sixteenager formó parte del naciente grupo londinense Noah and the Whale, con el que grabó su álbum debut Peaceful, the World Lays Me Down en 2008 y aunque abandonó al conjunto algunos meses más tarde, tuvo una influencia indirecta en el siguiente disco del mismo, The First Days of Spring (2009), ya que había sido novia de su líder, Charlie Fink, y las canciones de ese plato hablan de su doloroso rompimiento sentimental con Laura.
  El primer larga duración como solista de la cantautora, Alas I Cannot Swim, salió en 2008 y es, paradójicamente (sobre todo porque fue producido por el propio Fink), un canto a su liberación amorosa y a su independencia profesional. Por cierto que contiene una canción llamada “Shine”, en otra particular coincidencia con la Mitchell. Más tarde vendrían platos tan espléndidos como I Speak Because I Can (2010), A Creature I Don’t Know (2011) y el maravilloso y fundamental Once I Was an Eagle de 2013.
  A sus veiticuatro años recién cumplidos y afincada en la ciudad de Los Ángeles, Laura Marling tiene un gran futuro por delante. Se encuentra en pleno cuarto creciente y pocas dudas caben de que en poco tiempo llegará a convertirse, como Joni Mitchell, en una resplandeciente luna llena.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 434)

miércoles, 5 de febrero de 2014

Mónica

No nos veíamos desde agosto pasado (de hecho, el año pasado sólo nos vimos en un par de ocasiones) y fue hasta anoche que volvió a visitarme mi querida, guapísima y entrañable amiga Mónica Samantha (Mó). Se quedó a cenar (pizza y cerveza fue el menú, más un simbólico cup cake a manera de pastel de cumpleaños, ya que su onomástico es justo hoy, 5 de febrero). Platicamos largamente y la pasamos más que bien, todo muy divertido (hasta fotos nos tomamos). Espero que este año nos veamos más seguido.
  Hay personas a quienes dejas de ver mucho tiempo y parece que nada sucede, pero una vez que las vuelves a tener frente a ti, te percatas de lo mucho que las quieres y te hacen falta. Mó es una de esas personas sin duda alguna. Hoy me di cuenta más que nunca. Qué gusto que haya venido.

martes, 4 de febrero de 2014

Viejos los cerros (y no tocan blues)

Uno tiene setenta y nueve años, el otro ochenta y dos. Los dos tocan blues. El primero es armoniquista, el segundo guitarrista. El primero ya no puede cantar, pero hace sonar su instrumento como si tuviera cincuenta años menos; el segundo canta y guitarrea como el mejor. El primero es una estrella consumada del género y tiene decenas de discos grabados, el segundo acaba apenas de grabar su primer álbum. El primero se llama James Cotton, el segundo responde al nombre de Leo Welch.
  Cotton Mouth Man (Alligator, 2013) es el título del más reciente plato de James Cotton, quien regresa a las andadas discográficas con esta joya reluciente en la que cuenta con varios vocalistas invitados (entre ellos Greg Allman, Keb’ Mo’, Warren Haynes, Joe Bonamassa y la gran Ruthie Foster). Como ya no tiene voz para cantar, Cotton se dedica exclusivamente a soplar su armónica y presenta trece nuevas composiciones que muestran la inmortalidad y la vigencia del blues, ese género tan olvidado por el llamado mainstream, pero tan vital y entrañable todavía para tantos amantes de la música. En verdad un álbum absolutamente recomendable.
  Por su parte, Leo Welch debuta en el mundo del disco a los ochenta y dos años de edad. Nativo de Sabougla, Mississippi, el hombre es un cantante y guitarrista de blues que también tiene raíces en el góspel (es decir que ha abrevado lo mismo de la música de Dios que de la música del diablo). Por diversas circunstancias, a pesar de su larga carrera jamás había tenido la oportunidad de grabar, hasta que la disquera Big Legal Mess, filial de Fat Possum, le dio la oportunidad de realizar Sabougla Voices (2014), un trabajo verdaderamente fantástico, en el que Welch muestra una energía que no hace sospechar que se trate de un octogenario. Su fuerza, su profundidad y su vitalidad sorprenden gratamente en este set de canciones que son las que suele tocar cada semana en diferentes iglesias de la región del Mississippi. Un disco grandioso y revelador –incluso en el sentido más puramente religioso de la palabra–, pero a la vez crudo y muy bluesero. Una joya.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 3 de febrero de 2014

Mariana, Mariana

La había visto hace muchos años, no recuerdo si en el cine o en televisión, y la recordé a raíz de la reciente muerte de José Emilio Pacheco. Un poco por casualidad, di con ella en YouTube y decidí verla de nueva cuenta. Es Mariana, Mariana (1987), la película dirigida por Alberto Isaac (quien entró de relevo en lugar de José Estrada que iba a dirigirla originalmente, mas por desgracia falleció antes de poder hacerlo), basada en la novela Las batallas en el desierto del propio Pacheco.
  Aunque le vi algunas fallas al principio y estuve a punto de dejarla, esperé y poco a poco me fue agarrando. La ambientación y la producción son muy buenas, el guión de Vicente Leñero es en general eficaz, la dirección es impecable y las actuaciones, aunque irregulares, cumplen en su mayoría. La historia de Carlitos, el adolescente temprano que se enamora de Mariana, la madre de su amigo Jim, está bien contada, a pesar de los constantes cortes de la época en que se desarrolla la historia (los años del alemanismo, principios de los cincuenta) a la época de la filmación de la cinta (es decir, los ochenta inmediatos al terremoto de 1985). Quizá nada hubiese sucedido si esa parte "contemporánea" se hubiese obviado (que yo recuerde -la leí hace muchos años y no la tengo a la mano-, en la novela no aparece el Carlos adulto... o tal vez sí).
  Con una muy guapa aunque poco expresiva Elizabeth Aguilar como Mariana y un correcto Luis Mario Quiroz como Carlos (mi mamá me peinaba igualito cuando iba yo en tercero de primaria), la película se deja ver y sigue siendo disfrutable a casi tres décadas de distancia.
  Vale la pena revisitarla.

domingo, 2 de febrero de 2014

De Magú

El gran caricaturista Magú me hizo llegar por Twitter esta divertida ilustración. Se agradece sobremanera y con una gran sonrisa.

sábado, 1 de febrero de 2014

Una arrogante Morena

La siento con una actitud demasiado sobrada, jactanciosa, incluso altanera. La percibo altiva, soberbia, desdeñosa. Es la suya una posición despectiva, desafiante y, a decir verdad, bastante presuntuosa y hasta pedante.
  Se vio hace pocos días, cuando desdeñó con pose de María Félix la carta que le mandó Cuauhtémoc Cárdenas para invitarla a sumarse a la marcha en contra de la reforma energética de ayer viernes y a tratar de reunificar a la izquierda. “Nosotros ya hicimos nuestra protesta en su momento, no nos interesa”, fue -palabras más, palabras menos- su respuesta al bien intencionado ingeniero.
  Pero ya había dado muestras de este mismo excedido envanecimiento, cuando su líder moral (que es decir su dueño y propietario), Andrés Manuel López Obrador, afirmó hace una semana que su organización será la principal fuerza política del país. No la principal fuerza de la izquierda, no, sino LA PRINCIPAL FUERZA POLÍTICA DEL PAÍS (así, con mayúsculas), es decir, por encima incluso del PRI y el PAN (las carcajadas quedan a cargo del estimado lector).
  Para confirmar su jactanciosa fatuidad, la morenísima entidad se fue a su odiado IFE (¿no que al diablo las instituciones, pues en qué quedamos?) para solicitar su registro como partido político y sus huestes, encabezadas por el bullanguero Martí Batres, convirtieron a un salón del agonizante instituto (que en breve cambiará, absurdamente, de nombre y de sustancia) en ruidoso mitin triunfalista y grandilocuente (“¡lograr esta hazaña política, esta epopeya (sic), fue posible por el liderazgo de López Obrador!”, exclamó un eufórico Batres) cuando, como les dijo la consejera María Marván, aún falta ver si cumple con los requisitos para lograr su registro.
  Cantar tantas victorias anticipadas no es lo más aconsejable, pero esta Morena es orgullosa y anda endiosada consigo misma. Morena arrogante, Morena despreciativa, Morena que se jacta de su autosuficiencia y su pureza a prueba de tentaciones y corrupciones.
  Alabanza en boca propia es vituperio, dicen por ahí. No vaya a ser que a tan sabrosa morenaza le salga el tiro, ¡ay!, por la culata (y no es albur).

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).