sábado, 31 de enero de 2015

“Justicia en Ayotzinapa”

De unos días para acá, en las redes sociales ha vuelto a pulular esta frase. Tres solas palabras: “Justicia en Ayotzinapa”. ¿Alguien podría oponerse a semejante demanda? En primera instancia, no. La mayoría de los mexicanos queremos que se haga justicia en este y otros muchos casos. El problema está en que quienes enarbolan esa frase a manera de consigna o de mantra religioso no son claros sobre sus propósitos reales.
  ¿Qué es exactamente lo que entienden por justicia en el caso Ayotzinapa? ¿Qué el gobierno federal, por medio de la Procuraduría General de la República, se ponga a investigar el crimen, lo esclarezca, dé con los culpables, los capture y los ponga a disposición del poder judicial para que se les procese y se les mande a prisión? En una palabra, ¿que resuelva el caso? Pues hasta donde hemos visto, eso es exactamente lo que la PGR ha hecho. Es decir, se está haciendo justicia en el caso de Ayotzinapa. ¿Entonces?
  Pues no. Eso no es lo que quieren los que piden “Justicia en Ayotzi” (como le dicen con conmovedora cursilería). Quieren, exigen, justicia a su modo: no que se castigue a los culpables intelectuales y materiales de ese horror, sino que se castigue… al Estado (y en el paquete han añadido al Ejército, sólo porque un físico de la UNAM se inventó la patraña de que a los cadáveres de los normalistas los habrían quemado en hornos militares). Sin embargo, por otro lado repiten el otro lema, el de “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, con lo que el absurdo y surrealista entuerto termina por convertirse en un delirante callejón sin salida.
  Repetir “Justicia en Ayotzinapa” desde las redes sociales, ponerlo en el muro del feis o como hashtag en Twitter, pues sí, está padrísimo y uno se siente bien con su conciencia. Es como volverse vegano o estar en contra del uso de animales en los circos. Cosas súper cool que nos hacen ver como personas políticamente correctísimas. No importa, tal parece, que sea un hueco eslogan, mera consigna que a final de cuentas significa absolutamente nada. La trivialización de la tragedia.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 30 de enero de 2015

Los veintiocho de mi Jan

Mi adorado Jan cumple hoy veintiocho años y los celebrará, como sus veintisiete, en el Lejano Oriente. Si el año pasado fue en Cantón, ahora será en Hong Kong, donde se encuentra a la espera de reunirse con Liza, su novia, quien está en Beijing. Por lo que supe, lo pasó con varios amigos y se divirtió mucho. Por acá lo extrañamos todos los que lo amamos, pero seguro el cumpleaños veintinueve lo pasará en México.
  Me hace muy feliz ver crecer en todos sentidos a mi Janito.

jueves, 29 de enero de 2015

Spirit / Feedback (1972)

Un disco atípico en la discografía de este grupo californiano. La otra cara del psicodélico The Twelve Dreams of Dr. Sardonicus. Una joya olvidada. Rock sólido, con elementos del blues y el folk. Grandes canciones, grandes interpretaciones, grandes y exactos arreglos.

Mejor tema: “Right On Time”.

miércoles, 28 de enero de 2015

Por un Superbowl grunge

Y en el principio fue el odio. El odio a los Vaqueros de Dallas.
  Eran mis épocas de adolescente híper izquierdoso y antiteleviso (bueno, en esa época creo que la empresa era aún Telesistema Mexicano) y en la tele sólo pasaban los partidos de los Cowboys, lo que hacía que todos mis cuates y parientes fueran seguidores del equipo de la estrellita en el casco. Yo lo aborrecía. Supongo que por llevar la contraria y mostrar mi posición antisistémica (¿se dice así?, ¿alguien de Ciencias Políticas que me lo aclare?), anticapitalista, antiimperialista, etcétera. De hecho, aficionado al futbol soccer desde mi más temprana infancia, mi odio a los Vaqueros se extendió al fut americano en general (no me interesaban ni los encontronazos en CU entre la Universidad y el Politécnico)…, hasta que al iniciar los ochenta me topé con Joe Montana.
  Fue amor a primera vista el que me dio por los 49’s de San Francisco. Un amor que prevalece. Entonces me empecé a interesar más por el americano y a conocer sus reglas que hasta entonces me habían parecido demasiado intrincadas, sin que en realidad lo sean tanto. Hasta empecé a jugar tochito en el parque tlalpeño en el que solía reunirme con los amigos, convocado por la niña de catorce años que vivía enfrente y que fue, ¡ay!, mi gran amor platónico de puberto. Pero ya me estoy desviando…
  Jugábamos tochito, con tacleadas, y nos dábamos buenos madrazos. Lo que más recuerdo es la ocasión en la que mi gran amigo Federico Cantú (exacto, nieto del gran pintor, escultor y muralista regiomontano), al querer taclear a un rival, se siguió de largo y fue a estrellarse contra una de las bancas de hierro del parque. Sus dientes frontales volaron y –lo juro– quedaron marcados en el metal. Esto sucedió hace más de cuarenta años, pero aún debe existir esa marca.
  En realidad, nunca fui un gran aficionado televisivo del juego. La temporada regular me la pasaba por el Arco del Triunfo y sólo veía algún partido de los playoffs y, claro, el Superbowl. Era medio villamelón, pues.
  Montana se fue a los Jefes de Kansas y llegó Steve Young a los de dorado y rojo, otro quarter back (o corebac, como decíamos todos) de leyenda. Luego viene en mi vida un largo vacío, un hoyo negro en lo que tiene que ver con el deporte de las tacleadas que retomé en realidad de diez años para acá, ya en mi vida de divorciado (aunque mi ex mujer resultó bastante aficionada al juego: es fan de Payton Manning y los Broncos de Denver).
  A pesar de que en el más reciente decenio los 49’s han destacado muy poco (salvo la sensacional temporada 2012 en que llegaron al Super Tazón –el cual perdieron–, comandados por el extraño Colin Kaepernick), debo aceptar que me he clavado un poco más en los juegos y los equipos, muy especialmente en esta temporada 2014-2015 que este domingo culmina  y en la que me enamoró, por cierto, otro equipo: los Cuervos de Baltimore, con Joe Flacco a la cabeza.
  No es por presumir, pero desde que semanas atrás quedaron establecidos los playoffs, pronostiqué que el Superbowl lo jugarían los Patriotas de Nueva Inglaterra (que no me resultan muy simpáticos, a pesar de que en el beis me gusten los Medias Rojas de Boston) y los Halcones Marinos de Seattle (y digo los nombres de los equipos en español, porque me parece bastante chocante que en ESPN y en Fox siempre y como por consigna los mencionen en inglés: los Peitriots, los Sijocks, los Tecsans, los Dolfins, los Igls, los Yiayants… ¡puf!).
  Le atiné pues a quienes llegarían a la gran final y ahí está mi facebook para atestiguarlo. Ahora se me pide que vaticine quien se llevará el trofeo y por qué.
  El encuentro está parejísimo. Hasta los apostadores se encuentran inhibidos. Yo voy sin embargo con Seattle, por simpatía personal (me cae bien y no sólo por ser esa ciudad la cuna de Jimi Hendrix y de la música grunge o por el precioso uniforme del equipo) y porque creo que aunque Russell Wilson y los suyos no estarán amparados por el jugador No. 12 –su ruidosísimo público–, tienen los suficientes argumentos ofensivos y defensivos como para hacerles pasar una mala tarde a Tom Brady y sus engreídos Patriotas.
  Cierto, Nueva Inglaterra es un equipazo y tiene a un mariscal de campo ya histórico, pero confío en mi intuición y pienso –y siento– que este domingo los Halcones Marinos jugarán (dice el lugar común) con el cuchillo entre los dientes y saldrán a matar o morir. La garra que han mostrado los de azul-gris habrá de combinarse con un Wilson que jugará inspirado, como lo ha hecho muchas veces y como lo hizo en la parte final del partido del pasado domingo 18, cuando sus milagrosos pases eliminaron angustiosa e increíblemente a los Empacadores de Green Bay (con todo y Aaron Rodgers, otro grande, todo un héroe del emparrillado, llamado a convertirse en figura mítica).
  Voy con Seattle, pues. Me la juego por esos intensos y grungeros Halcones Marinos. Que el espíritu de Kurt Cobain los acompañe.

(Publicado este semana en la sección Tribuna Milenio del sitio milenio.com)

martes, 27 de enero de 2015

Punks aunque maduremos

Ese podría ser el lema de estas tres mujeres –dos de ellas en sus cuarenta; la otra, en los bordes de la cincuentena– que a mediados de los años noventa se convirtieron en leyenda dentro del movimiento punk de la costa noroeste estadounidense, con una propuesta plena de rasposa agresividad, rabiosa actitud y ruidosa capacidad para la provocación.
  Hablo de Sleater-Kinney, la triada también noise y grungera conformada por Corin Tucker, Carrie Brownstein y Janet Weiss que retorna después de diez años de ausencia discográfica con su octavo álbum en veinte años de existencia (el homónimo Sleater-Kinney, su primer larga duración, data de 1995, mientras que el inmediatamente anterior, The Woods, fue grabado en 2005).
  El trío se había mantenido en una especie de semi cladestinidad subterránea y fue siempre un grupo de culto. No obstante, es muy posible que con este No Cities to Love (Sub Pop, 2015) llegue a una audencia mucho mayor y no sólo por el disco en sí, sino porque Brownstein es ahora mundialmente conocida como co-estelar de la serie “indie” de televisión Portlandia, al lado del comediante Fred Armisen (Saturday Night Live) que en México se puede ver por el canal de paga I-Sat.
  Tan sólo el divertido video de su primer sencillo (la canción “No Cities to Love”) ha logrado un gran impacto, por la presencia en él de varias estrellas jóvenes del cine y la televisión actuales, entre ellas Ellen Page, Sarah Silverman, Andy Samberg, Natasha Lyonne, Brie Larson y el músico J. Mascis de Dinosaur Jr. (búsquelo usted en YouTube).
  A su pesar o no, Sleater-Kinney ha llegado a las ligas mayores del mainstream, pero lo hace sin renunciar a su estilo y con la calidad artística que proporcionan los años. Es como si sus integrantes dijeran: “somos maduras, pero punks” y lo demuestran a lo largo de escasa media hora, mediante diez piezas sin desperdicio, entre las que destacan, además del corte ya mencionado, canciones como “Price Tag”, “No Anthems”, “Bury Our Friends” y “Fangless”.
  Un álbum estupendo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 26 de enero de 2015

Norwegian Wood

Cuando leí esta novela de Haruki Murakami, conocida en México como Tokio Blues, en verdad me gustó mucho (ver Bosque noruego, en este mismo blog). Por eso, en cuanto tuve oportunidad de ver la versión cinematográfica de la misma, no quise dejar de hacerlo, máxime que el director es el vietnamita Tran Anh Hung, de quien hace unos meses vi su preciosa opera prima, El aroma de la papaya verde, que tanto me gustó también.
  Debo decir que Norwegian Wood es una adaptación que corre con cierta rapidez que no tiene la novela, debido a que el realizador trató de meter todo lo que acontece en la historia original. Esto quizás afecte un poco el ritmo de la cinta que se torna un poco acelerada en ese sentido (quienes no hayan leído la novela, muy posiblemente no lo notarán tanto). Sin embargo, se trata de un filme muy bello y muy digno. El relato de los amores de Toru Watanabe con las bellas pero tan diferentes Naoko y Midori es llevado con sabiduría y delicadeza por Hung, aun en sus momentos más duros (hay cuando menos dos suicidios en la trama). En especial, la actriz que interpreta a Midori (Kiko Misuhara) es una delicia.
  Otro papel muy importante es el de la relativamente madura Reiko, quien gusta de tocar la guitarra y cantar “Norwegian Wood” de los Beatles y con quien Watanabe tiene un último e inesperado encuentro sexual.
  Una película muy hermosa y sutil.

domingo, 25 de enero de 2015

Europa, el terrorismo y un inconsciente turista chilango

¿Fue un exceso de imaginación de mi parte o es algo que le sucede a cualquier turista que por estos días se arriesga a viajar al Viejo Continente? ¿Me dejé contagiar por el síndrome de la paranoia antiterrorista que hoy sufre todo europeo o realmente estuve más de una vez al filo de la navaja? La verdad es que todavía no lo sé y desde la alejada seguridad (¡ja!) que me da el Distrito Federal, recuerdo los hechos y me parecen más bien divertidos.
  Anduve por París, Londres y Amsterdam entre el 25 de marzo y el 10 de abril de 2004. Varios amigos y amigas me preguntaban, en los días previos a mi partida, si no me daba miedo dirigirme a aquella zona del mundo apenas dos semanas después de los bombazos en Madrid y hasta me sugerían posponer el viaje o al menos mi idea de trasladarme a Londres en el Eurostar, el rapidísimo tren que comunica a esa ciudad británica con tierra continental. Pero la verdad es que tenía fuertes motivos personales para lanzarme y ni Al Qaeda podría impedirlo (aquí entra música como de película hollywoodense de espías).
  Desde mi llegada a la capital francesa tuve mi primer encuentro con el fenómeno terrorista. O para decirlo con mayor claridad: con las constantes falsas alarmas relacionadas con el terrorismo islámico. Así, mi amiga Laila Porrás me contó que justo un día antes de mi arribo a París, la ciudad estuvo prácticamente tomada por la policía, debido a la existencia de una supuesta bomba. Nada pasó.
  Al día siguiente, abordé en la Gard du Nord ese presunto objetivo terrorista que es el Eurostar y con toda la inconciencia de la cual soy capaz, viajé hacia Inglaterra. Las ominosas advertencias de mis cuates parecieron concretarse cuando, súbitamente, el moderno tren se detuvo de manera impensada justo en medio del Canal de la Mancha (lo que es decir, ¡abajo del Canal de la Mancha!). Un largo rato estuvimos ahí, a veces avanzando unos poquitos metros, a veces por completo inmóviles. Gulp. ¿Qué estaba pasando? La voz del conductor nos informó que… él mismo no tenía la menor idea de lo que acontecía. “Nunca había sucedido esto, pero estamos tratando de averiguar las causas del problema”. Hombre, qué a toda madre. Qué manera de infundirnos calma. ¿No habría sido mejor usar la fórmula de Vicente Fox y decirnos que todo estaba perfecto y que nada malo pasaba? Veinte minutos que parecieron veinte horas permanecimos allí, rodeados por la más profunda oscuridad. Hasta que el trenecito arrancó y al salir a la luz, ya en territorio británico, se nos informó que todo había sido provocado por fallas en la señalización del tunel. Ah.
  Cinco días permanecí en Londres y allá otra amiga me contó de las precauciones que se toman en el Metro, donde abundan los carteles que piden a los usuarios no dejar cosa alguna en los vagones o andenes. Todo bolso, mochila o paquete olvidado es incautado por las autoridades y recuperarlo representa una labor en verdad difícil. Todavía un día antes de regresar a París, la BBC y los diarios informaban de la detención de una célula terrorista en una casa de seguridad al sur de Londres, donde se encontró una gran cantidad de explosivos. Pero faltaba lo más emocionante (y lo más grotesco). Estando ya en Waterloo Station, en la sala de espera del Eurostar, a mi lado se hallaba una mujer joven, morena, de aspecto entre árabe e hindú (aunque también podía ser hispanoamericana o hasta chilanga). Tenía frente a sí varias maletas y se mostraba demasiado inquieta. De pronto, le encargó su equipaje a otra mujer “para ir al baño” y, pum, se fue. Contagiado de paranoia recordé los carteles de advertencia del Metro londinense e imaginé que dentro de aquel equipaje podría haber una bomba capaz de hacer volar la estación entera. ¿Qué se hace en esos casos? ¿Poner en alerta a la demás gente? ¿Avisar a algún guardia? ¿Alejarse de ahí lo más posible? Eso hice. Me aparté de las sospechosas petacas… como veinte metros (¡uy, cuánto!) y me metí a ver revistas (estuve a punto de llevarme el Cahiers du Cinema dedicado a Eric Rohmer y por güey no lo compré). Luego de un tiempo, regresé a ver si la imaginaria terrorista había retornado a su lugar. Y sí, ahí estaba, con rostro tranquilo después de haber desalojado su vejiga y de hacerme sentir infinitamente ridículo.
  Cuatro días en París sin novedades relacionadas con los chicos del terror y viaje a Amsterdam en el Thalis (el equivalente menos moderno y más caro del Eurostar). Tras cuatro horas de viaje, llegué a las ocho de la noche a la pequeña ciudad holandesa y al día siguiente me comentaría mi cuate Sergio Monsalvo que a las 21 horas (es decir, una hora después de mi arribo), la Estación Central fue desalojada por la policía debido a una amenaza de bomba… que resultó falsa.
  El jueves 8 de abril regresé por tercera vez a la prodigiosa París y esa noche quedé de verme con otro amigo, Andrés Soto, para ir a ver Cofee and Cigarettes de Jim Jarmusch en un cine del centro comercial de Les Halles. Iba yo muy orondo por la línea 12 del metro parisino, embebido en la contemplación de las parisinas, cuando una dulce voz femenina informó que todas las estaciones que tienen intersección con el R.E.R. habían sido cerradas por órdenes de la policía. No pude bajarme en Les Halles. Me encontré con Andrés más adelante y regresamos a pie. Zona tomada por les flics (o séase, los polis). El centro comercial desalojado. “¿Estaremos presenciando el primer atentado terrorista en París?”, me preguntó socarrón mi amigo. Nos fuimos a pie al barrio Le Marais para tomarnos unas cervezas. Al día siguiente (luego de ver por fin Cofee and Cigarettes en la función de las diez de la mañana, en Les Halles), me enteré en Le Monde que la C.I.A. puso sobreaviso a las autoridades de París acerca de un correo electrónico interceptado, proveniente de Madrid, en el que se decía que esa noche estallaría una bomba en “una línea de color rojo” (la línea uno) del R.E.R. de París. Cuarenta mil personas desalojadas y varias estaciones cerradas de ocho a diez de la noche. Al parecer, otra falsa alarma.
  Todavía al día siguiente, mi entrañable amiga Irma Larios, del Instituto de México en París, me contaría mientras comíamos que una vez le tocó ver, ya de noche, una bolsa de supermercado al parecer abandonada en un vagón del metro casi vacío y que se quedó ahí, atónita, sin atinar a hacer cosa alguna, hasta que un negro que dormitaba frente a ella se despertó y fue a recoger la bolsa para llevársela.
  La paranoia, el miedo, la incertidumbre reinan en la mente de los que habitan en Europa, quienes no saben en qué maldito momento Osama bin Laden o cualquier otro de sus similares tenga la ocurrencia de hacer volar un tren, un almacén, una escuela, un edificio público. Para aquellos que viven allá, la situación resulta tensa y terrible; para quienes viajamos como vulgares turistas, no deja de ser, hasta eso, algo que le otorga emoción y adrenalina al viaje.

(Texto publicado en abril de 2004 en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

sábado, 24 de enero de 2015

La mano negra

¿Hay una mano negra que mueve en la oscuridad todo lo malo que acontece en nuestro país desde finales de septiembre del año pasado? ¿Existe una mente, tan genial como malévola, capaz de trastocar no sólo al gobierno de la república sino al sistema político de México todo?
  Si uno creyera en la teoría del complot, lo más sencillo sería responder que sí, que anda suelto un genio del mal y que, escondido en el anonimato y con los más aviesos fines, maneja las cosas de tal modo que ha puesto en riesgo la estabilidad y la paz.
  Francamente, dudo mucho que haya alguien aquí con semejante grado de inteligencia conspirativa. Sin embargo, lo que me parece cada vez más claro es que existe una estrategia, en la que trabajan muchos, para hacer fracasar al actual gobierno. Se dirá que es algo válido, que son las reglas del juego de la política, y yo estoy de acuerdo, siempre y cuando la meta de doblegar al oponente se haga de frente y sin ocultar la cara. Pero no es así y aunque podamos pensar en varios personajes concretos, con nombre y apellido, que pueden estar detrás de esa estrategia, todo queda a nivel de sospecha, de suspicacia, a pesar de que sus huellas de pronto aparezcan y nos resulten tan evidentes.
  El crimen de Ayotzinapa les cayó como anillo al dedo. Es lo que estaban aguardando: un muerto… y les dieron cuarenta y tres (aunque hubo más en la triste noche de Iguala y Cocula). A partir de ahí, han movido sus piezas con escalofriante astucia y la respuesta del otro lado sigue sin producirse, lo cual no deja de ser preocupante.
  ¿Hay una o muchas manos negras? Quizá no tardemos en saberlo. Ojalá que no resulte demasiado tarde.

* * * * *

Milenio Diario cumplió 15 años y no puedo menos que congratularme. Me ha tocado colaborar con este proyecto desde el primer día (de hecho, desde 1998, cuando empecé a escribir en Milenio Semanal) y cada aniversario lo siento, modestamente, como mío también. Felicidades a todos: propietarios, directivos, editores, reporteros, columnistas, gente de administración, etcétera. Un fuerte abrazo, colegas, y que sean no sólo 15 sino muchos años más. ¡Salud!

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 23 de enero de 2015

Procol Harum / Shine On Brightly (1968)

Uno de los discos más bellos de la historia del rock y del cual muy pocos tienen noticia. El trabajo que demuestra que Procol Harum fue algo más, pero mucho más, que “A Whiter Shade of Pale”. Gary Brooker y compañía en el colmo de la sensibilidad creativa.

Mejor tema: “Quite Rightly So”

jueves, 22 de enero de 2015

Del uso de la corrección política como imagen pública

Ahora que al grupo Maná le ha dado por acercarse a los más altos niveles de la política (sus integrantes se han entrevistado con el presidente Felipe Calderón –de quien se dice que es su fan- y con la senadora estadounidense Hillary Clinton), vuelve a surgir la discusión sobre el papel social de los músicos y de otras personas ligadas al arte (si lo que hace Maná es arte o no, ya es harina de otro costal).
  ¿Debe un personaje de esos aprovechar su fama y su influencia pública para convertirse en estandarte e incluso en líder de causas como la lucha contra la pobreza, el rescate ecológico o la renegociación de la deuda de los países más subdesarrollados? La respuesta puede ser afirmativa, pero también presenta algunas aristas dudosas.
  Es claro que alguien que goza de gran popularidad puede emplearla para beneficio de mucha gente. Sin embargo, el asunto se tuerce cuando las supuestas buenas intenciones y la inefable corrección política son usadas como mera cuestión de imagen, a fin de mostrar una cara que en el fondo no existe y que no sólo conlleva beneficios publicitarios sino incluso económicos.
  ¿Quién puede decir cuál es el grado de sinceridad y cuál el de hipocresía en individuos como Bono (de U2), Chris Martin (de Coldplay) o Fher (de Maná)? Sólo ellos y su conciencia lo saben. Pero de que sus posturas sociales, ambientalistas y/o políticas les han sido de una u otra forma redituables, es un hecho innegable.

(Editorial "Ojo de Mosca" que escribí en La Mosca en la Pared No. 115, abril de 2007)

miércoles, 21 de enero de 2015

Clockers

Uno de mis cineastas favoritos, desde hace muchos años, es Spike Lee. Pero sobre todo el Spike Lee de sus primeras películas, cuando su estilo era tan inequívoco y particular. Uno veía una cinta suya y de inmediato encontraba elementos que la distinguían y que no permitían confundirla con la de otro realizador. Esos elementos están presentes en Clockers (1995), un filme estupendo sobre la venta de drogas al menudeo en un barrio negro de Nueva York y todo lo que la rodea.
  Ahí está una trama perfecta, llena de grandes diálogos, giros inesperados, violencia callejera, apuntes sociales, toques de humor negro (en todos los sentidos de la palabra). Ahí está el cuadro de actores (con algunos que solían aparecer en cada una de sus películas primigenias, incluido el propio Lee), siempre solventes y con el papel preciso (como en esta ocasión la pareja de agentes policiacos, protagonizada por los enormes Harvey Keitel y John Turturro o el protagonista principal, Strike, interpretado de manera impecable por Mekhi Phifer). Ahí está, por supuesto, la música, siempre perfectamente elegida. Ahí está, claro, la dirección de Spike Lee: impecable pero imperfecta, limpia pero áspera, con un ritmo que parece llevar los beats del mejor hip hop.
  Drama, comedia, thriller, todo mezclado para dar como resultado una obra a la altura de los grandes trabajos del director de Do the Right Thing (1989) y Jungle Fever (1991). Magnífica.

martes, 20 de enero de 2015

Diciembristas en enero

El problema de clasificar o de etiquetar a la música es que tiene como resultado una atomización que, muchas veces, termina por significar nada. ¿Cómo denominar a cierto subgénero como indie-pop, cuando ni siquiera queda claro qué es eso que se denomina como indie?
  The Decemberists es una de las agrupaciones más interesantes del rock actual, si entendemos al rock como un universo que abraza a una gran cantidad de géneros que van del folk al metal y del punk al progresivo, etcétera. Antes, uno escuchaba a Buffalo Springfield o a Black Sabbath y aunque sus estilos eran radicalmente distintos, se les consideraba básicamente como grupos de rock. Hoy día, hay que meter a cada propuesta musical en un sub-sub-sub-subgénero específico, en un ejercicio tan discutible como inútil.
  Volvamos con los Decemberists, el quinteto de Portland, Oregon, encabezado por el talentoso compositor, guitarrista y cantante Colin Meloy, quienes desde 2001 han venido deleitándonos con un rock que abreva del folk y que hereda lo mejor de gente como Neil Young, David Crosby, James Taylor, It’s a Beautiful Day o The Byrds, por mencionar algunas de sus más remotas raíces (aunque la mercadotecnia actual los sitúe como intérpretes de indie pop, sólo por su notable facilidad armónica y melódica).
  What a Terrible World, What a Beautiful World (Capitol, 2014) es el nombre de su flamante nuevo álbum, el séptimo en su discografía, que aparece precisamente el día de hoy martes y que vuelve a ofrecernos su muy característico sonido por medio de catorce composiciones espléndidas, llenas de una gran belleza musical y poética. Temas como “Lake Song”, “Till the Water Is All Long Gone”, “The Singer Adresses His Audience”, “The Wrong Year”, “Cavalry Capain”, “Anti-Summersong” o “Philomena” poseen una sofisticación y una finura que apelan tanto a la emoción estética como a la inteligencia del escucha.
  Un disco a la altura de las mejores obras del grupo, como los grandiosos Picaresque (2005) o The Hazards of Love (2009). Un magnífico disco... de rock.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 19 de enero de 2015

La Mosca y yo: David Cortés

En estos diez años, La Mosca ha sido la única publicación roquera capaz de enfurecerme. NO ha habido número en el cual no se haya vertido una opinión polémica. Eso habla de la libertad con la cual se puede escribir en este foro que, aunque muchos lo nieguen, es uno de los más leídos en el ámbito musical. Sí, tal vez el tiraje no sea apantallante; pero el número de lectores, de verdaderos lectores, supera al de otras revistas. Estar aquí durante diez años ha sido un buen negocio.

David Cortés

(Publicado originalmente en La Mosca en la Pared No. 82, febrero de 2004, número del décimo aniversario moscoso)

domingo, 18 de enero de 2015

Para celebrar los noventa y tres

Mi prima Irma y mis hermanas Myrna e Ivette organizaron una comida en casa de la primera para festejar el cumpleaños número noventa y tres de mi mamá (que fue el pasado día 10).
  Todo estuvo muy bien, muy a gusto. Estuvimos ahí mi mamá (claro), Ivette, Myrna, Jorge, Leyla, Irma, sus hijos (y por ende mis sobrinos) Eduardo y Freddy (y las hijas de este: Michelle y Paola), mis también sobrinos Alina y Víctor Hugo (hijos de mi prima Dora, q.e.p.d.), la hija de Alina, la esposa y la hijastra de mi tocayo, Hallet, Alain y yo.
  Tacos ahogados (muy buenos), botanas, chelas, refrescos, gelatina, pastel y café. Muchas risas y buenas charlas en un ambiente familiar y muy cordial.
  Salí como a las ocho (Víctor Hugo me dio un raid). Todo estuvo más que bien (salvo que Itzel Salgado, quien me había dicho que vendría a cenar, jamás apareció).

sábado, 17 de enero de 2015

¿Será mucho pedir?

¿Será mucho pedir que nuestros políticos de todo signo empiecen a comportarse como servidores públicos y no como individuos que se sirven de lo público para provecho propio?
  ¿Será mucho pedir que los políticos que ocupan un puesto de elección popular honren y respeten a los electores y esperen a terminar sus gestiones en el tiempo legalmente establecido, en lugar de saltar de un puesto a otro como –palabra de moda– chapulines?
  ¿Será mucho pedir que el gobierno, en sus diferentes instancias, haga respetar la ley y rinda cuentas de todo lo que se hace con el dinero del presupuesto?
  ¿Será mucho pedir que el gobierno cumpla con su obligación de hacer que se respete la paz y combata a quienes provocan la violencia, ya sea desde el crimen organizado o desde organizaciones políticas radicales?
  ¿Será mucho pedir que las autoridades responsables dejen de mostrarse timoratas ante los ataques a edificios públicos y vías de comunicación por el temor a que se les acuse de represoras?
  ¿Será mucho pedir que quienes se sienten impunes dejen de tener manga ancha para destruir lo que se les antoja y sean sancionados como dictan las leyes?
  ¿Será mucho pedir que hechos trágicos no sean manipulados y aprovechados por grupos políticos que los utilizan para fines aviesos?
  ¿Será mucho pedir que surja una izquierda moderna, inteligente y cosmopolita (Roger Bartra dixit) que sustituya a nuestra actual seudo izquierda troglodita, corrupta, oportunista, envilecida, mesiánica y reaccionaria?
  ¿Será mucho pedir que la derecha partidista adopte un discurso igualmente moderno y democrático y que regrese a las raíces de los fundadores de su partido principal?
  ¿Será mucho pedir que el viejo PRI desaparezca en definitiva y que surja uno nuevo que adopte una política progresista que recoja las mejores banderas de lo que fue la llamada revolución mexicana?
  ¿Será mucho pedir que en México imperen la razón, el diálogo y la negociación por encima del encono, el rencor, la desconfianza y el maniqueísmo?
  ¿Será mucho pedir?
  Por desgracia, ¡ay!, sí es mucho pedir.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 16 de enero de 2015

Graham Nash / Wild Tales (1973)

Toda la capacidad melódica de Graham Nash en un álbum sutil, armónico, francamente hermoso. Menos conocido que su Songs for Beginners de 1971, pero posiblemente más profundo y menos pretensioso.

Mejor tema: “Another Sleep Song”

jueves, 15 de enero de 2015

Tatiana

Después de casi un año sin verla, ya que se fue a España gracias a una beca en periodismo que le dieron, hoy volví a ver a mi queridísima y admirada amiga Tatiana Maillard. La invité a cenar a la casa y la pasamos muy a gusto. Se ve muy bien y muy contenta. Ya volvió a integrarse a sus labores en la revista emeequis, donde ahora está reporteando. Un enorme gusto volverla a ver y recuperar su siempre bella e inteligente presencia.

miércoles, 14 de enero de 2015

Gone Girl

¿Qué es Gone Girl, la más reciente película de David Fincher? ¿Un thriller, un film noir, una cinta de suspenso, una obra de horror? Es todo eso y a la vez, no lo es. Hay ahí elementos que la pueden relacionar con filmes de dudosa calidad como Atracción Fatal de Adrian Lyne o Instintos básicos de Paul Verhoeven, pero también con joyas cinematográficas como Vértigo de Alfred Hitchcock o Vestida para matar de Brian de Palma.
  Gone Girl (2014, rebautizada como Perdida en México) es una película impresionante, impactante, inteligente, que sabe jugar con el espectador y va siempre dos pasos adelante del mismo. Uno nunca sabe quién es más culpable en esa enferma pareja que todos a su alrededor consideran sana y ejemplar, si Nick, el marido, interpretado por un estupendo Ben Affleck (aunque muchos no lo crean) o Amy, la esposa, a quien da vida de una manera tremendamente convincente Rosamund Pike (tan convincente que da miedo toparse con una persona con esa capacidad de manipulación y chantaje, aunque las hay, vaya que sí, de ambos sexos).
  La cinta tiene varias vueltas de tuerca que la hacen retomar aire cuando parece que la historia está concluida y nos arrastra por nuevas circunstancias, cada vez más terribles, dentro de una atmósfera opresiva en la que la música de Trent Reznor y Atticus Ross tiene un papel determinante.
  Se trata de una fábula sobre el matrimonio convertido en guerra (aunque no a la manera de la delirante La guerra de los Roses de Danny de Vito), en ataque perpetuo de uno contra la otra y de una contra el otro, en fábrica de odios y de desconfianzas, en campo propicio para manipular y perjudicar, en infierno sin salida, en cuarto cerrado del que no hay manera de escapar, incluso cuando se intente hacerlo por medio de métodos criminales. Tal vez en momentos la historia llegue a la exageración y la caricatura y uno piense que es imposible que dos que se amaban terminen por hacerse tanto daño, pero es algo que sucede, vaya que sucede.
  Dice algún crítico que Fincher es un misántropo, pero que la misantropía también puede ser entretenida, como lo es en esta cinta larga pero jamás tediosa, violenta y dura pero jamás tremendista. En el fondo, existe un gran sarcasmo en ella, sólo que es un sarcasmo sádicamente escalofriante.

martes, 13 de enero de 2015

Jazz rap alemán de lujo

Uno de los subgéneros más contagiosos y fascinantes, por su acompasada rítmica, su sutil sentido armónico, su perfecta mezcla de géneros y su inherente y hechizante sensualidad es el jazz rap que comenzó a hacerse en los Estados Unidos, desde finales de los años ochenta, con proyectos como Gang Starr, Guru o US3.
  En muchas partes del mundo hubo replicas de este estilo y una de las más afortunadas surgió en la ciudad de Braunschweig, Alemania, a principios de los noventa, cuando Christian Eitner, Matthias Lanzer y Ole Sander conformaron a la sensacional banda Jazzkantine.
  Debo a mi querido amigo, el especialista Sergio Monsalvo C., el descubrimiento de esta agrupación, dueña de una considerable discografía, a partir de su magnífico álbum homónimo de 1994 y que el año pasado puso en circulación su más reciente trabajo discográfico: Ohne Stecker.
  El jazz de lentos beats de Jazzkantine se combina a la perfección, en la mayoría de las quince composiciones que conforman el plato, con las voces rapeadas de Eitner o de algunos hip-hoperos y cantantes invitados. Hay rapeos en alemán y en inglés, pero también hay piezas cantadas (como la extraordinaria “Egotrippin”, en la que la hermosa voz de la vocalista estadounidense Nora Becker brilla esplendorosa). De igual manera, hay coqueteos con el mejor funk y por ahí brillan reminiscencias de los Beastie Boys, como en la sensacional “Mic & Bühne”. También hay ecos de lo mejor de bandas como Chicago y Blood, Sweat & Tears en algunos arreglos de metales (cortesía de la NDR Big Band) y hasta coqueteos con el blues, como en “Geht Ab (Küchen Session)” y la sugerente “Einfach Mit Jazz”.
  Ohne Stecker es un gran disco, una más que agradable sorpresa, plena de interés y frescura. Hay grandes partes de jazz (ese solo de flauta en “Bin Im Delirium” es una maravilla) y multitud de hallazgos (¿qué tal esa exquisita versión de “Take Five” de Paul Desmond?) que se van haciendo más claros y brillantes con las repetidas escuchas.
  Una joya para oídos y sensibilidades gourmets.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 12 de enero de 2015

Boyhood

Vi esta película hace más o menos un mes y debo decir que me pareció un ejercicio tan conmovedor como fascinante. Se trata de un original experimento cinematográfico de ese director que apenas comienza a ser realmente valorado en toda su dimensión, un realizador de culto en ciertos sectores estadounidenses y a quien quizá se le hayan regateado méritos por haber hecho películas tan comerciales (mas no por eso menos buenas) como School of Rock (2003) o la trilogía de Before Sunrise (1995), Before Sunset (2004) y Before Midnight (2013). Pero también es el director de Slacker (1991), Dazed and Confused (1993) y Waking Life (2001).
  Boyhood es quizá, sin embargo, su obra maestra. Una cinta que fue filmando a lo largo de doce años y que en números absolutos tuvo apenas treinta y tantos días de labor fílmica. Gracias a eso, podemos ver el crecimiento físico y hasta mental y de maduración de todos y cada uno de los personajes, aunque la película se centra en la vida de niño y adolescente de Mason, interpretado desde los seis hasta los dieciocho años de edad por el actor Ellar Coltrane.
  No hay un línea argumental fuerte en Boyhood. Lo que vemos es el paso del tiempo en el seno de una familia común de la clase media estadounidense en el nuevo siglo, es decir: padres divorciados, hijos con problemas de inseguridad, trayectos escolares (desde la primaria hasta la preparatoria), mudanzas, empleo y desempleo, búsquedas de pareja, relaciones de pareja disfuncionales, uso de las nuevas tecnologías (entre 2001 y 2013), la aparición de las redes sociales, etcétera. Todo narrado con gran naturalidad, mientras vemos las transformaciones físicas del padre liberal y poco responsable (Ethan Hawke), la madre aprensiva e insatisfecha (Patricia Arquette), la hija mayor dominante pero insegura (Lorelei Linklater) y el ya mencionado hijo menor, Mason.
  Boyhood es un retrato de la vida cotidiana, pero sobre todo es una reflexión acerca del paso del tiempo (como lo fue también, de hecho, la trilogía Before...) y el poco sentido de la vida: tanto luchar, tanto hacer, tanto buscar, tanto golpearse contra la pared para que, al final, lo poco que logramos signifique prácticamente nada… y, sin embargo, no es una película pesimista.
  Una obra mayúscula de Linklater.

domingo, 11 de enero de 2015

¿El rock progresivo y yo? Es complicado

Algo sucede entre él y yo. No es precisamente falta de empatía o incompatibilidad de caracteres. De hecho, cuando lo conocí me gustó bastante: lo encontré atractivo, interesante, fino, hasta misterioso. Sus intrincadas maneras, sus largos pasajes de intensidad pero también de dulzura, su intrínseca sensualidad, su hechizante presencia. Casi logró seducirme y de hecho en muchos momentos lo consiguió. Pero luego algo pasó. Se volvió quizá demasiado frío o demasiado mecánico o demasiado elaborado y virtuoso. Sentí que perdía calor humano y que sus intereses se disparaban hacia terrenos que en lo personal no me parecían atrayentes. Entonces me alejé de él, practicamente lo olvidé. Preferí quedarme con nuestros primeros años de convivencia, cuando todo era más sencillo y amoroso y menos…, no sé…, helado, pretencioso. Así fue como se rompió la relación entre el rock progresivo y yo. Queda el recuerdo de un viejo amor con él y prefiero que así permanezca.

Los cuatro mosqueteros
¿Cuándo fue la primera vez que escuché rock progresivo? Si es que ese álbum puede considerarse como tal, lo descubrí con el Ummagumma de Pink Floyd, por allá de 1969. Yo tenía catorce años y mi hermano Sergio trajo a casa esa joya que primero provocó mi desconcierto y más tarde una total fascinación que perdura casi medio siglo después.
  Si el cuarteto londinense me abrió las puertas al progresivo, fueron Yes y Emerson, Lake and Palmer (EL&P) los que me reafirmaron en el mismo con discos como Fragile (1971) y sobre todo Close to the Edge (1972), en el caso del quinteto de Birmingham, y Tarkus (1971) y Trilogy (1972) en el del trío de Dorset.
  Rock progresivo británico ciento por ciento el de estas agrupaciones que, como los tres mosqueteros de Dumas debían ser cuatro y ese cuarto grupo, el D’Artagnan del género, fue Jethro Tull que si bien no era estrictamente progresivo, lo fue al menos en uno de mis álbumes favoritos de todos los tiempos: el Thick as a Brick de 1971.
  Quizá siendo muy exquisitos, podríamos decir que en realidad el primer grupo progresivo de la historia fue Traffic, con esas composiciones en las que se combinaban el rock, el folk, el pop y el jazz con una finura infinita. Pero dejémoslo en les quatre mousquetaires mencionados.

El lado oscuro de las cosas
No sé si sea la cumbre del primer rock progresivo, pero si una grabación me hizo estremecer en su momento fue el Dark Side of the Moon de Pink Floyd.
   Sé que mencionarlo hoy suena a lugar común. Sin embargo, cuando apareció en aquel 1973, significó un shock para quienes lo escuchamos sin previo aviso. Yo tenía dieciocho años y un amigo muy cercano lo compró ¡importado!
  Recuerdo aquellas sesiones con el tocadiscos a todo volumen y mis cuates y yo tirados en el piso con las luces apagadas y los ojos cerrados (no nos metíamos nada, éramos fresísimas, pero aun así El lado oscuro de la luna constituía toda una travesía mental).
  Para mí, fue la cúspide de mi relación con el rock progresivo y hasta ahí llegué con el mismo. Claro, podría mencionar algunos otros discos que me encantan, pero serían de los mismos grupos: el Aqualung (1971) de Jethro Tull, el Pictures at an Exhibition (1972) de EL&P, el Tales from Topographic Oceans (1974) de Yes o el Animals (1977) de Pink Floyd.

Para que me odien los progres
No mencioné a Genesis, lo sé. Pero es que Peter Gabriel y compañía nunca alcanzaron a emocionarme. Su música siempre se me hizo bonita pero fría y demasiado inasible… y, ¡pecado capital!, el progresivo italiano nunca me entró (con decir que lo único que me gusta es la canción  “Dolcissima Maria” de Premiata Forneria Marconi) y el alemán prácticamente no me interesó (bueno, por ahí tengo el disco Le Parc -1985- de Tangerine Dream y es bastante bueno).
  Proyectos como Gong,  Gentle Giant o Camel me pasaron de largo, para no mencionar a grupos de otras latitudes y sólo aptos para expertos en la materia, como mi cuate David Cortés o el director de esta revista, Marco Levario Turcott.
  Esa es mi complicada relación con el rock progresivo. Espero que los progres (y no hablo de política) me perdonen.

(Publicado este mes en mi nueva columna "Memorias de un melómano sarnoso" de la revista Etcétera)

sábado, 10 de enero de 2015

Contra los fanatismos

El salvaje atentado de un comando armado del radicalismo musulmán en contra de una docena de caricaturistas franceses, en pleno centro de París, así como sus secuelas, nos lleva a horrorizarnos y a mostrarnos escandalizados por la extrema violencia a la que son capaces de llegar este tipo de terroristas. Sin embargo, la matanza en las oficinas del semanario Charlie Hebdo y en el supermercado kosher va más allá y debe movernos a reflexionar sobre el fanatismo y los desbordados límites a los que es capaz de llegar la gente que se ciega por una causa política, ideológica o religiosa (y a veces hasta deportiva).
  El mundo vive momentos de polarización cada vez más marcados y México, por desgracia, no escapa de este mal. El dogmatismo de quienes se sienten dueños de la verdad absoluta y tratan de imponerla por todos los medios es un signo de estos tiempos. En plena segunda década del siglo XXI, se vive una especie de retorno a la Edad Media en el que se olvida la razón y se señala como enemigos a quienes no piensan de determinada manera. Esto puede llegar a niveles de enorme dimensión, como en el caso de grupos fundamentalistas tipo Al Qaeda y el Estado Islámico en Medio Oriente o Boko Haram en Nigeria. Pero también puede darse con una relativa menor intensidad, tal como lo hemos experimentado en nuestro país, sobre todo a partir de 2006.
  Se dirá que son cuestiones que no pueden compararse, que la barbarie de aquellas agrupaciones no tiene paralelo con lo que sucede en México, pero el fondo de todo es el mismo: la intolerancia, la desconfianza, el insulto, el odio y la violencia, ya sea verbal o física.
  Dice el viejo refrán que cuando veas las barbas de tu vecino cortar pongas las tuyas a remojar y eso es lo que los mexicanos deberíamos hacer antes de que las cosas lleguen más lejos. El rencor sigue vivo, el encono y el afán revanchista también. Buscar el diálogo para dirimir diferencias tendría que ser una finalidad de todos, una finalidad democrática, y creo que para la mayoría lo es. El problema está en quienes apuestan por lo contrario. Son integristas, a su modo.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 9 de enero de 2015

Donovan / Open Road (1970)

Uno de los álbumes menos conocidos del gran Donovan Leitch y sin embargo una obra excepcional. Las canciones, en su mayoría espléndidas, se suceden una tras otra sin solución de continuidad en un disco por demás disfrutable gracias a su finura, variedad y sentido del humor. Un gran trabajo del hoy casi olvidado trovador escocés

Mejor tema: “Changes”.

jueves, 8 de enero de 2015

El rock del 2014

No fue un año especialmente brillante en los siempre movedizos terrenos del rock. En ese sentido, resultó muy semejante a 2013 y con ello parece marcarse una tendencia a la baja, sobre todo si vemos lo bueno que fue el periodo 2007-2012 para el género. Hablo por supuesto del panorama internacional, porque en el nacional la caída al vacío lleva ya muchos años y, por ende, las cosas fueron aún peores este año que el pasado, cuando hubo al menos cuatro o cinco discos más o menos decentes. En 2014, si acaso sólo escuché un par de platos mexicanos por los que pudiera apostar algo.
  Lo anterior no significa que no haya habido muchos buenos álbumes, sobre todo en los países anglosajones, pero los de excelencia, los que podrían aspirar a alcanzar algún día la categoría de clásicos, esta vez fueron contados.
  2014 estuvo marcado por la muerte de antiguas glorias como Joe Cocker, JJ Cale, Jack Bruce, Phil Everly, Pete Seeger, Johnny Winter, Bobby Womack, Ian McLagan y Bobby Keys. Viejos músicos como Leonard Cohen, Tom Petty, Bruce Springsteen o Neil Young produjeron magníficos discos y gente como Jack White o grupos como Timber Timbre ratificaron su enorme calidad artística. Un regreso, con más pena que gloria, fue el de Pink Floyd (o, más bien, el Pink Floyd de David Gilmour), con un álbum que levantó más expectativas de las que cumplió.
  Entre los trabajos discográficos destacados –fuera de los que en lo personal me parecen los diez mejores y que enlistaré al final–, se encuentran To Be Kind de Swans, Tales from the Realm of the Queen of Pentacles de Susan Vega, Here and Nowhere Else de Cloud Nothings, Wig Out at Jagbags de Stephen Malkmus and the Jicks, Warpaint de Warpaint, The Cautionary Tales of Mark Oliver Everett de Eels, Everyday Robots de Damon Albarn, I’m Not Bossy, I’m the Boss de Sinéad O’Connor, Brill Bruisers de The New Pornographers, LP1 de FKA Twigs, El Pintor de Interpol, This Is All Yours de Alt-J, Everything Will Be Alright in the End de Weezer, Foundations of Burden de Pallbearer, Hypnotic Eye de Tom Petty and the Heartbreakers, Syro de Aphex Twin, High Hopes de Bruce Springsteen, Are We There de Sharon van Etten y esa locura felizmente deconstructora que es el With a Little Help from My Fwends de The Flaming Lips.
  Por lo que respecta a nuestro país, el hecho más importante y al mismo tiempo el más triste fue sin duda el fallecimiento del Capitán Pijama, gran músico subterráneo, creador demencial y escritor delirante, aparte de excelente amigo. Nunca se le apreció debidamente en vida y, por desgracia, tampoco a partir de su desaparición física.
  En cuanto a la producción discográfica nacional, sólo rescato el muy grato Alfa Beta Grey de Jumbo, el estupendo Di no a la yoga de Jaime López y el Cry Is for the Flies de Le Butcherettes, aunque este proyecto de la mexicana Teresa Suárez (alias Teri Gender Bender) tiempo ha que emigró a California.
  Cómo estará de mal el estado del rock en México que su máximo exponente del 2014 fue un grupo tan inocuo e intrascentente como Little Jesus que no es sino un émulo –y para colmo mal hecho– de Vampire Weekend.
    Pero no nos deprimamos y veamos la lista de los que son, a mi modo de ver, los diez mejores discos de 2014 (el orden es descendente):

10.- Lost in the Dream de The War on Drugs. El estupendo grupo de Filadelfia, con Adam Granduciel a la cabeza, consiguió labrar con este, su tercer opus, una brillante joya de música al mismo tiempo etérea y concisa (como si The Cure se fundiera con Bruce Springsteen). El mejor trabajo de The War on Drugs hasta el momento.

9.- Morning Phase de Beck. Seis largos años de ausencia discográfica llevaba Beck hasta la aparición de este nuevo trabajo, el perfecto complemento para su Sea Change de 2002. Estamos ante una obra calma, reflexiva, relajada, melancólica, sin mayores estridencias, Morning Phase no es el mejor disco de este prolífico músico, pero sí uno de los más entrañables.

8.- World Peace Is None of Your Business de Morrissey. Un trabajo fino y elegante, hasta altivo y soberbio, con un conjunto de composiciones de sorprendente variedad y de espléndida factura. Intenso, preciso, crítico, politizado (incluso panfletario en momentos, pero ya conocemos a Morrissey), con una producción impecable, estamos ante uno de los mejores álbumes de este polémico británico.

7.- Somewhere Under Wonderland de Counting Crows. Los cuervos han regresado con un estupendo disco que no hace sino refrendar aquel su viejo estilo basado en el folk rock, pero sin sonar en absoluto anquilosados o demodés. Todo lo contrario. Se trata de hecho de un larga duración pleno de frescura, de júbilo y de vitalidad. Como si nos encontráramos frente a un grupo debutante.

6.- You’re Dead! de Flying Lotus. Cuando el rhythm n’ blues, el jazz, la electrónica, el hip-hop y la música de vanguardia se funden, dan como resultado una obra tan impresionante (y complicada) como esta. Música elaboradísima, de difícil acceso, pero a la que una vez que se penetra resulta imposible (e indeseable) escapar. Un discazo.

5.- Hot Dreams de Timber Timbre. Un plato lleno de detalles sutiles, pero al mismo tiempo de una poderosa fuerza soterrada. La música que hacen estos canadienses, tan oscura y en momentos ominosa, atrapa a quien la escucha y lo hipnotiza con su avernal belleza y su dúctil sonido. Hot Dreams hechiza, fascina, pervierte. Por eso vale tanto la pena.

4. lullaby and… The Ceaseless Roar de Robert Plant. Espléndido trabajo del legendario ex vocalista de Led Zeppelin, una obra con la cual Plant retornó a sus raíces británicas sin dejar de lado su fascinación por la música del Medio Oriente y de la árida África del norte, aparte de su irrenunciable amor por el blues.

3. Lazaretto de Jack White. El geniecito del rock actual volvió a pegarla con este álbum sensacional, en el que sigue creando una amalgama entre la música de raíces estadounidense y su propio estilo autoral e interpretativo. La inteligencia, la creatividad y el talento en función del arte más auténtico.

2. Popular Problems de Leonard Cohen. Concisa y maravillosa colección de nueve canciones que en poco más de media hora sintetiza, de una y muchas maneras, la fructífera e intensa vida de Cohen, una biografía de ochenta años tan apasionada como apasionante. Será un clásico.

1.- St. Vincent de Saint Vincent. Annie Clark sigue siendo una de las compositoras e intérpretes más interesantes y propositivas de este siglo y lo reconfirma con esta placa impecable, quizá no tan experimental e incluso un poco inclinada al pop, pero con la misma finura y calidad que demostró desde su primer trabajo. A mi parecer, el disco del año.

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Diez canciones del 2014

1.- “Slow” de Leonard Cohen.
2.- “Lazaretto” de Jack White.
3.- “Birth in Reverse” de St. Vincent.
4.- “Glimmer” de Neil Young.
5.- “Back to the Shack” de Weezer.
6.- “Hot Dreams” de Timber Timbre
7.- “Earthquake Driver” de Counting Crows.
8.- “Brill Bruisers” de The New Pornographers.
9.- “Red Eyes” de The War on Drugs.
10.- “Morning” de Beck.

(Publicado el pasado 31 de diciembre en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 7 de enero de 2015

Scherer

Vicente Leñero, Julio Scherer García y mi hermano, Sergio García Michel, por allá de 2005.
Me levanté con la triste noticia de la muerte de Julio Scherer García. Noticia triste en todos sentidos. Porque Scherer es uno de los grandes periodistas del siglo veinte mexicano y para mí, sin haberlo conocido en persona, aunque era muy amigo de mi hermano Sergio, representó un modelo y un ejemplo a seguir sobre todo en mis primeros años dentro del mundo editorial y periodístico.
  Comencé a seguir la labor de Scherer desde fines de los años sesenta, cuando me convertí en fiel lector diario del Excelsior que él dirigía y del que formaba parte un gran equipo de periodistas y colaboradores. Luego sobrevino el artero golpe de Echeverría contra el periódico y la gran conmoción que significó ese atentado contra la libertad de expresión que, no obstante, derivó en el surgimiento del semanario Proceso que seguí desde su primer ejemplar (mismo que aún conservo como una de mis más preciadas joyas hemerográficas, junto con los ocho números de la revista Piedra Rodante).
  Leía yo el Proceso de cabo a rabo cada semana (no exagero: lo leía todo, completo) y así lo hice casi hasta el número 400, cuando dejé de comprarlo. Conservé durante años trescientos y pico de ejemplares, hasta que me mudé de casa en el año 2000 y sólo conservé los primeros diez. Hoy sólo poseo el No. 1, aparecido el 6 de noviembre de 1976, tres semanas antes de que Luis Echeverría dejara el poder. Era aquel Proceso un ejemplo de gran periodismo de investigación, con enormes periodistas y editorialistas en todos los campos, desde la política hasta la cultura y el deporte. ¿Cómo olvidar los aportes de Vicente Leñero, Heberto Castillo, Rafael Ramírez Castañeda, Octavio Paz, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Marín, José Reveles, Ricardo Garibay, Gastón García Cantú, Miguel Ángel Granados Chapa, Manuel Becerra Acosta, Froylán López Narváez, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco (y su genial "Inventario"), José Antonio Alcaraz, Raquel Tibol, Abel Quezada, Helio Flores, Rius, Rogelio Naranjo y un largo etcétera? Fueron toda una escuela para mí, justo cuando iniciaba mi carrera periodística en la Editorial Posada del gran Guillermo Mendizábal Lizalde, muy allegado por cierto a don Julio Scherer.
  Cuando diseñé la estructura de La Mosca en la Pared, a principios de los noventa, me basé precisamente en la estructura de Proceso y sus secciones, además de inspirarme en su espíritu periodístico.
  No sé qué es lo que sucedió con la revista de don Julio en los años más recientes. De haber sido un medio de gran rigor, se fue transformando en una expresión del más terrible amarillismo parcial e ideologizado. El nivel de sus colaboradores fue bajando dramáticamente hasta llegar a lo que es hoy, cuando sus "estrellas" son gente de muy baja calidad periodística, propagandistas abiertos y activistas que parecen desconocer el papel de la prensa escrita y lo sacrifican en aras de lo que suele conocerse como La Causa, cualquier cosa que eso pueda significar.
  No sé tampoco si esta decadencia de Proceso se deba a que Scherer García, debido a su edad y sus padecimientos, haya dejado en manos de otros el destino de la publicación. El caso es que del Proceso primigenio al Proceso actual existe una diferencia abismal, terrible, lastimosa.
  Recuerdo con gusto y nostalgia al Julio Scherer de Excelsior y el primer Proceso. Un ejemplo. Una inspiración. Un maestro.

PD: Cuenta Carlos Puig que Scherer le dijo una vez a Vicente Leñero: "Cuando tú te mueras, yo quiero irme contigo". Así fue.

martes, 6 de enero de 2015

No olvidemos a Ani DiFranco

Muchos son los álbumes que aparecieron el año pasado y que no alcanzaron a ser comentados en esta columna. No por obvio esto deja de ser lastimoso, ya que hubo numerosas grabaciones dignas de ser mencionadas por su alta calidad musical. Un ejemplo es Allergic to Water (Righteous Babe, 2014) de Ani DiFranco, la espléndida cantautora estadounidense, dueña de una muy amplia y variada discografía que rebasa la veintena de obras.
  Aunque siempre se ha movido en los terrenos de la más absoluta independencia (antes de que se inventara el término indie), DiFranco ha sabido dar a conocer su obra en forma inteligente y sin comprometerse con aquello que le resulta incómodo o limitante. Por ello siempre ha grabado para su propio sello, desde su debut homónimo de 1990 hasta la fecha.
  Con trabajos memorables como Dilate (1996) o Knockle Down (2005), el característico estilo que tiene para cantar y, sobre todo, para tocar su guitarra es su principal marca, aunado al contenido poético e inteligente de sus letras y a la manera como ha ido absorbiendo diferentes géneros y subgéneros en su música. Si en sus inicios lo suyo era el folk (o más precisamente el anti-folk), ahora lo sigue siendo pero con diversos elementos tomados del rock, el funk, la electrónica y el jazz.
  Esta nacida en Buffalo, NY, en 1970, regresó, pues, en noviembre pasado con Allergic to Water, un álbum delicioso y variado, grabado en un par de sesiones de cuatro días cada una, mientras sobrellevaba su embarazo. La mezcla y la producción son totalmente caseras y las hizo ella misma, a lo largo de varias noches, con los audífonos puestos para no molestar a su familia.
  Doce son las canciones que conforman el disco y no hay una que podamos considerar de relleno. Desde las preciosas “Happy All the Time” y “Careless Words”, hasta la funkacústica “Yeah Yr Right”, pasando por la intensidad de “Dithering”, la melancolía de “Allergic to Water”, la sensualidad bluesera de “Harder Than It Needs to Be” y la belleza minimalista de “Rainy Parade”.
  Una joya que no debe pasar desapercibida.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 5 de enero de 2015

Discutibles fantasmas

Terminé de leer esta preciosa colección de ensayos breves de Hugo Hiriart, un libro lleno de encanto y sabiduría, de sutileza y humor, de frescura y melancolía, de inteligencia y erudición.
  Discutibles fantasmas habla de muchas cosas, algunas "trascendentes", otras insólitas y otras, las más, cotidianas. Habla de literatura y de mitología, pero también de niños, de animales, de instrumentos musicales, de matemáticas, de filosofía y hasta de futbol. Va del antiguo Egipto a la contemporaneidad de los años noventa del pasado siglo, época en que fueron escritos los pequeños y deliciosos textos de Hiriart, supongo publicados previamente en algún diario o revista, aunque no lo dice.
  Editado por Era en 2001, Discutibles fantasmas es un volumen de menos de ciento cincuenta páginas que no tienen desperdicio. No diré que todos los ensayos me encantaron, porque hay algunos -los menos, eso sí- incluso hasta ligeramente aburridos, pero en su mayoría se trata de brillantes y agudas disquisiciones escritas en un tono tan despreocupado como ameno, llenos de sutil ironía que al final nos dejan con una sonrisa en los labios y -más importante aún- en el alma (o en la mente, si es usted ateo gracias a Dios).
  Son cuarenta y dos ensayos (que casi nunca rebasan las tres o cuatro páginas cada uno), divididos en seis partes, además del prólogo: "Lenguaje", "Fantasmas", "Animales y artefactos", "Rarezas", "Niños" y "Autobiográficos". Entre los que más me gustaron están "El oso", "Discos", "El teclado infantil", "Números delirantes" y "Merecido homenaje al fagot", pero hay otros igualmente deliciosos.
  La pluma de Hugo Hiriart es una de las más singulares de la literatura mexicana y remite un poco a Juan José Arreola y un poco, también, a Jorge Ibargüengoitia. Una maravilla.

domingo, 4 de enero de 2015

Reflexiones de nuevo año

1. A punto de cumplir quince años de vivir solo (aunque con mucha gente querida cerca), me doy cuenta de que no tener pareja no me hace en absoluto infeliz y de que no me hace falta tener una mascota como algunas amigas bien intencionadas me han sugerido (¿un gato o -peor- un perro en mi casa? ¡Qué horror!). Aparte de mi constante actividad escritural y musical y mis muchas amigas (benditas sean todas ellas), sigo encontrando cálida compañía cotidiana en la lectura, en los discos, en las películas... y en las series televisivas: gracias les doy a las que vi este año y a las que sigo viendo: True Detective, House of Cards, Mad Men, The Shield, The Killing, Orange Is the New Black, The Borgias, Dereck, Weeds, Girls, How I Met Your Mother, Lilyhammer, Marco Polo y, mis predilectas: Californication y Shameless US. Qué maravilla que existan Netflix y Cuevana Storm.

2. En lo personal, 2014 fue un año muy productivo. Escribí cerca de ciento cincuenta textos, entre columnas y artículos que fueron publicados en Milenio Diario, Nexos, Marvin, Laberinto y, más recientemente, la revista Etcétera. Escribí nueve canciones (letra y música). Avancé en las dos novelas que estoy trabajando. Leí una docena de libros. Eché a andar mi propio sitio en internet: Rojo y negro (rojoynegro.com.mx). Descubrí en un cajón dos novelas cortas (una muy joseagustiniana y la otra de corte infantil) y algunos relatos que escribí entre los diecisiete y los diecinueve años y de los cuales ya no me acordaba (y que me parecen rescatables). Algunos proyectos, sobre todo musicales, no fructificaron, pero aún pueden retomarse. La Mosca volvió a echarse a dormir y su futuro es incierto aunque no necesariamente fatal. Viene para la primera mitad del año una sorpresa bibliográfica con Editorial Lectorum y hay otros proyectos editoriales más. El balance de trabajo es bastante bueno y positivo y las ganas de seguir adelante permanecen intactas.

3. Lo único jodido de este año fue la cuestión política que ha llevado a la polarización irracional, al fomento del odio y a la creación de percepciones manipuladas. Tener y mantener una posición contraria a la de la mayor parte de mis amistades hizo que muchos amigos y amigas se alejaran de mí y, en algunos casos, hasta que me bloquearan de sus redes sociales (yo bloquee también a algunas personas, pero era gente con la que no tenía la menor amistad real). En algunos casos me duele este alejamiento y el vacío que han creado a mi alrededor por negarme a seguir a la masa políticamente correcta. Ni hablar, es el costo de tratar de ser congruente. Por fortuna, mucha gente que incluso no coincide conmigo ha dado más importancia a la amistad que a las opiniones y se mantiene cerca (aunque algunos hagan tremendos corajes cuando me leen). Son los gajes del oficio de un opinador y tampoco es algo que me llame a sorpresa. Algunos amigos y amigas regresarán seguramente cuando baje la marea: otros ya no. Tant pis.

4. No es la primera vez que lo hago, pero esta vez decidí volver a pasar la noche de Año Nuevo conmigo mismo y nadie más. Tranquila y felizmente entré a la cocina para prepararme una pasta con cebolla, queso y tocino, una ensalada, unas pechugas rellenas de queso y frutos secos, sidra y uvas. Me agrada hacer eso, es una manera sana y tranquila de convivir con uno mismo.

5. No me gusta caer en los lugares comunes de estas fechas, pero supongo que resulta inevitable. Sé que para muchos 2014 no fue un buen año y les mando todos mis ánimos para que se recuperen y tengan un 2015 lleno de logros, satisfacciones y alegrías. Ojalá el país no siga en la pendiente en que se encuentra, aunque es difícil que no sea de ese modo cuando hay elecciones a medio año y el rencor se encuentra a flor de piel. Pero seamos optimistas. Que haya mucha salud, mucho amor y el dinero suficiente para pasarla bien. Mucho empleo, muchas oportunidades y muchos proyectos logrados. Gracias a quienes están cerca de mí, a mis hijos, mi familia García Michel, mi familia Hellion, mis parientes, mis amigos (pocos), mis amigas (muchas), mis compañeros de trabajo en los diferentes medios en los que colaboro (en todos me tratan de maravilla) y hasta quienes no me tragan que son legión. Un abrazo para todos, un beso para todas y por aquí seguiremos dando lata.

sábado, 3 de enero de 2015

2015: Lázaro en Ayotzinapa

Decía el estimado Román Revueltas, en su columna del jueves pasado en Milenio Diario, que nos espera un 2015 en el que “los enojados” seguirán haciendo de las suyas y continuarán con sus delirantes exigencias para que renuncie el presidente de la república, se suspendan las elecciones, desaparezca el Estado y resuciten los muertos.
  Esta última demanda no deja de llamarme la atención y no es difícil entender a qué se refiere Román. “Vivos se los llevaron y vivos los queremos”, exigen muchos, a pesar de que todo indica que, desgraciadamente, los estudiantes de la normal de Ayotzinapa que aquella infausta noche de septiembre fueron secuestrados en Iguala, también fueron asesinados por sicarios de un cartel de las drogas, auxiliados por policías municipales.
  Es de comprender que los padres de los muchachos se aferren a la esperanza de que estén vivos, pero pienso que ellos mismos saben que no es así. Aun con eso, se entiende su postura. Pero que tantos otros insistan con lo mismo, a sabiendas de que su exigencia es imposible de cumplir (necesitaríamos la intervención de Jesucristo, como ha señalado Luis González de Alba en estas mismas páginas), es mucho más una consigna política, tan delirante como interesada. Sólo de ese modo se puede explicar que gente supuestamente lúcida persista en ello.
  Dice el Nuevo Testamento que Jesús resucitó a Lázaro, pero eso no pasa de ser un bonito cuento bíblico. No hay forma de traer a los muertos a la vida, más allá de la remembranza. Tomar esa bandera política para marchar y protestar o, peor aún, para destruir y vandalizar tiene mucho de perverso y es una manera cruel de jugar con los sentimientos de los deudos de los jóvenes sacrificados, como lo es soltar la especie sin sentido de que los chavos se hallan detenidos y ocultos por el Ejército.
  Irremediablemente (porque así conviene a ciertos grupos), el odio seguirá presente este año. Lo avivarán y lo estimularán desde la oscuridad. El fanatismo y la histeria prevalecerán contra la inteligencia y la sensatez. Feo y triste panorama para 2015.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 2 de enero de 2015

The Animals / Before We Were So Rudely Interrupted (1977)

Eric Burdon se reunió después de años con sus antiguos compañeros de mil batallas sesenteras para producir esta álbum de blues y rock brillantemente austero. Se trata de un disco de covers, pero qué covers. Qué lástima que hayan sido tan rudamente interrumpidos.

Mejor tema: “Please Send Me Someone to Love”



jueves, 1 de enero de 2015

2014: doce discos fundamentales

2014 no fue un año especialmente generoso en grandes discos. A pesar de la enorme cantidad de grabaciones que surgieron a lo largo de doce meses, fueron pocas las piezas realmente sobresalientes, pocas las que aspiran a quedarse en la memoria de los diletantes o los simples aficionados a los diversos géneros y subgéneros que suelen ser englobados en el concepto de la palabra rock.
  Demos una revisada a lo que considero la docena mágica, es decir, los doce discos fundamentales del año que acaba de dejarnos. Como sucedió hace doce meses, con los mejores álbumes de 2013, lo haré por orden decreciente.

12. Stephen Malkmus and the Jicks. Wig Out at Jagbags. La irresistible combinación de rock clásico y rock noventero sigue siendo la marca de Malkmus y queda más que patente en esta obra plena de gozo e ironía, de espléndido sentido melódico y orgánico juego guitarrístico. Un disco fresco y optimista que refrenda el talento de esta leyenda del rock alternativo.

11. The War on Drugs. Lost in the Dream. Desde Filadelfia, Adam Granduciel y compañía lograron, con este su tercer álbum, una pequeña joya de música al mismo tiempo etérea y concisa (algo así como The Cure se encuentra con Bruce Sprigsteen). El mejor trabajo de The War on Drugs hasta ahora, por mucho.

10. Tom Petty and the Heartbreakers. Hypnotic Eye. Un disco que es puro placer y puro gozo, música que se disfruta por el simple hecho de que quienes la ejecutan lo hacen con ese mismo disfrute que brota de las once canciones que lo conforman. Una delicia.

9. Beck. Morning Phase. Tras seis años de ausencia discográfica, este nuevo trabajo de Beck parecería ser el perfecto complemento para su Sea Change de 2002. Tranquilo, reflexivo, relajado, melancólico, sin estridencias, Morning Phase no es el mejor disco de este prolífico músico, pero sí uno de los más destacados de 2014.

8. Morrissey. World Peace Is None of Your Business. Un trabajo fino y elegante, con una docena de composiciones variadas y de espléndida factura. Intenso, preciso, crítico, politizado, de producción impecable. Uno de los mejores álbumes en la carrera de este polémico británico.

7. Counting Crows. Somewhere Under Wonderland. Los cuervos de cuenta regresaron con un gran disco que no hace sino refrendar su viejo estilo basado en el folk rock, pero sin sonar anquilosados o demodés. Todo lo contrario: se trata de un larga duración fresco, jubiloso, vital. Como si estuviéramos ante un grupo debutante.

6. Timber Timbre. Hot Dreams. Un plato lleno de sutilezas, pero a la vez de fuerza soterrada e incisiva. La música de estos canadienses, tan oscura y hasta ominosa como llega a ser, captura al escucha y lo envuelve en su hipnótica belleza infernal, en su dúctil envoltura sonora. Hot Dreams hechiza, fascina, pervierte. Por eso vale tanto la pena.

5. Flying Lotus. You’re Dead!. Cuando el rhythm n’ blues, el jazz, la electrónica, el hip-hop y la música de vanguardia se funden, dan como resultado un disco tan impresionante (y complicado) como este. Música elaborada, de difícil acceso, pero a la que una vez que se penetra resulta imposible (e indeseable) escapar. Un discazo.

4. Robert Plant. lullaby and… The Ceaseless Roar. Espléndido álbum de esta leyenda viviente del rock, una obra con la cual el ex vocalista de Led Zeppelin regresa a sus raíces inglesas sin olvidar sus exploraciones por la música de Medio Oriente y el norte de África más su amor por el blues. Una honda meditación sobre el paso del tiempo.

3. Jack White. Lazaretto. El joven genio del rock actual volvió a hacerla con este disco asombroso, en el cual sigue amalgamando la música de raíces estadounidense con su propio estilo de interpretarla. Once canciones sin desperdicio. La inteligencia y el talento creativo al servicio del arte.

2. Leonard Cohen. Popular Problems. Breve y maravillosa colección de nueve canciones que en escasos 36 minutos sintetiza, de una y muchas maneras, lo que ha sido la vida fructífera e intensa de Cohen, una biografía de ochenta años tan apasionada como apasionante. ¿Su testamento musical? Espero que no.

1. St. Vincent. St. Vincent. Annie Clark sigue demostrando que es una de las compositoras e intérpretes más interesantes y propositivas de este siglo y lo reconfirma con esta obra discográfica impecable, quizá no tan experimental y hasta un poco inclinada al pop, pero con la misma finura y calidad que demostró desde su primer trabajo. A mi modo de ver, el disco del año.

(Publicado este mes en el No. 445 de la revista Nexos)