martes, 30 de junio de 2015

Historia de un gallito rojo

Extraños designios tiene el destino y la música no es una excepción.
  A mediados de los años cincuenta surgió el rock n’ roll que no era sino la versión blanca del rhythm n’ blues negro que tenía más de tres lustros de existencia, como herencia del blues, el jumpin’ jive y el swing. Elvis Presley apareció como un extraordinario fenómeno: un blanco que cantaba como negro y que además regrabó canciones compuestas por músicos negros. Lo siguieron Buddy Holly, Jerry Lee Lewis, Eddie Cochran y otros cantantes blancos, además de afroamericanos como Chuck Berry, Fats Domino y Little Richard.
  Aquella fiebre duró cinco o seis años y luego se apagó, sobre todo en su país de origen: los Estados Unidos. Parecía que todo se había acabado, mas no fue así. En Londres, Inglaterra, muchos jóvenes se interesaron en el blues y en el rhythm n’ blues y comenzaron a interpretarlos en clubes y pubs de la capital británica. Entre esos jóvenes se encontraban Keith Richards y Mick Jagger, quienes decidieron formar una banda de blues a la que bautizaron con el nombre de una composición del gran bluesero negro estadounidense Muddy Waters, una pieza llamada “Rolling Stone”.
  Sin ser un grupo de pop, los Rolling Stones se montaron en la llamada Ola Inglesa que habían provocado los Beatles y para mediados de los sesenta eran casi tan mundialmente populares como el cuarteto de Liverpool, aunque fuesen su exacta contracara.
  A finales de 1964 o principios de 1965, hace poco más de cincuenta años, los Stones se dieron el lujo de grabar un blues puro, un tema de Willie Dixon llamado “Little Red Rooster”. Keith Richards dijo a los ejecutivos de su disquera: “a ver qué pueden hacer con la canción de un pollo”. Los atildados tipos se aterraron. Pensaron que sería un fracaso… y resultó todo lo contrario. El “Gallito rojo”, con las connotaciones sexuales de su letra, llegó al primer lugar de las listas y cambió la historia de la música popular, al incorporar al blues en las grandes ligas.
  Hace medio siglo de esto. Vale la pena recordarlo y celebrarlo.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 29 de junio de 2015

Esféricas cumbres

Compuse esta canción en abril de 2013, en honor a una bellísima y erótica foto, la foto que le tomaron a una amiga mía (cuyo nombre me guardaré) y que subió a su biografía de facebook, para que los moralistas administradores de esa red social se la censuraran apenas la detectaron, en cuestión de pocas horas. Yo tuve la precaución de descargarla y salvarla y la guardo como un tesoro precioso. Podría subirla aquí (la imagen es altamente artística y nada tiene de morbosa, además de mostrar un trasero verdaderamente prodigioso por su perfección de formas y dimensiones, muy acordes con la apreciación estética actual... o cuando menos con la mía). Si no la subo, es porque no tengo la autorización de mi amiga. Quizá le pida que me autorice, pero no querría que se molestase si se lo solicito.
  El caso es que de la contemplación de esa fotografía surgió la letra de esta canción que originalmente se llamó "Nalgas", pero preferí cambiar a "Esféricas cumbres", pues este título va más acorde con la letra y con la música que es a su vez un homenaje al lado acústico y folk de tres grupos para mí fundamentales: Led Zeppelin, los Rolling Stones y Traffic. Ustedes encontrarán seguramente las referencias a algunas piezas suyas.
  La grabé en estos días con Garage Band, a manera de demo, empleando tres pistas de guitarra y dos para las voces. Todo interpretado por mí.
  Les comparto la letra y, por supuesto, la música, por medio de un video que hice en iMovie, con imágenes de arte erótico de muy diversas épocas.

Esféricas cumbres

Suaves y tersas sinuosidades.
Una tentación palpable.
Una piel acariciable que se extravía en las edades.

Dulce y blando pan dorado.
Desfiladeros que dan vértigo.
Luna llena es tu costado que se extravía en el tiempo.

Me pierdo con sólo mirarlas.
Me extravío en la belleza
de esas esféricas cumbres.
El paraíso que embelesa.

Cálidas costas son tus nalgas,
donde las olas reposan mansas.
Sobre tus piernas, bajo tu espalda,
está la flor de la esperanza.

Me pierdo con sólo mirarlas,
con imaginar su lado oculto.
Pozo de dulces aguas tibias
sobre un piano contra el muro.


domingo, 28 de junio de 2015

Las golondrinas

Pocas canciones nos hacen llorar tanto a los mexicanos como "Las golondrinas". Algo tiene esa composición del veracruzano Narciso Serradel Sevilla (1843-1910) que nos pone a chillar cuales simples seres cursis y sentimentaloides.
  "Las golondrinas" son parte del ADN nacional, tienen un importantísimo sitial en nuestra idiosincracia, las traemos en la sangre desde hace décadas y basta que empiecen a sonar sus primeras notas para que la piel se nos ponga de gallina, se nos haga un nudo en la garganta, se nos aflojen las coyunturas y nos empiecen a brotar las lágrimas.
  Pocas imágenes ejemplifican mejor esto que la escena en la película México de mis recuerdos (Juan Bustillo Oro, 1943) en la que "el pueblo de México" va a despedir a Porfirio Díaz cuando el depuesto presidente se embarca en el Ipiranga, anclado en el puerto de Veracruz, para alejarse por siempre del país y asilarse en París. Ahí está don Susanito Peñafiel y Somellera, interpretado por el gran Joaquín Pardave, enjuagando los lagrimones con su pañuelo, mientras a su alrededor todos gimen al ver a don Porfis y a su Carmelita agitar las manos desde el barco, en el último gesto del adiós. Mientras tanto, no sólo suenan "Las golondrinas" sino que todos los ahí presentes las cantan emocionados, como si del Himno Nacional se tratara.
  En lo personal, recuerdo "Las golondrinas" que nos tocaron el día en que terminé la primaria, en 1966, en el colegio Espíritu de México, en Tlalpan. Debo confesar que no sólo no me hicieron llorar, sino que ni siquiera me conmovieron, a pesar de que mi madre me conminaba a ello. Yo sólo quería echar relajo con mis compañeros de sexto, a sabiendas de que a muchos de ellos, ¡ay!, no los volvería a ver más.
  Las golondrinas.

sábado, 27 de junio de 2015

La historieta del tío Donald

Darrell Hammond como Donald Trump en SNL.
Cuando por allá de los años setenta se puso de moda entre la intelectualiza leer a Carlos Castaneda, este su humilde columnista leyó Las enseñanzas de don Juan y la única enseñanza que quedó en su cabeza –hasta el día de hoy– es una que más o menos reza que si uno se enoja con otra persona es porque le da demasiada importancia a la misma.
  Lo anterior viene a cuento porque me parece que la reacción de jarritos de Tlaquepaque que han tenido la mayoría de los mexicanos, luego de las idiotas declaraciones de ese oligofrénico multimillonario estadounidense llamado Donald Trump, es tan absurda como desproporcionada.
  Cualquiera que haya visto alguna vez la hilarante imitación de Trump que hacia en Saturday Night Live el actor Darrell Hammond (quien también hacía un Bill Clinton extraordinario) sabe que el conductor de The Apprentice y creador de la famosa e infame frase “You’re fired!” es una especie de caricatura de sí mismo y que lo que dice y hace debería movernos no a la indignación sino a la risa loca. Por ejemplo, su precandidatura a la presidencia de los Estados Unidos es un chiste fenomenal.
  Las declaraciones del tío Donald contra los mexicanos son tan cómicas e intrascendentes como el “magno exorcismo” organizado por Juan Sandoval Íñiguez y otros arzobispos para expulsar al Diablo que según ellos se ha apoderado de México a partir de que en el DF se despenalizó el aborto o como la certeza de Morena de que luego de sus logros electorales de hace dos semanas, lo siguiente es el asalto a Los Pinos en 2018. Tomar en serio las palabras de Trump y, peor aún, ofenderse por ellas es otorgarles esa demasiada importancia de la que la hablaba don Juan a Castaneda en su libro.
  Compatriotas, en lugar de encabritarse y rasgarse las vestiduras, corran a internet y busquen los videos de Darrell Hammond en que se mofa de Donald Trump. Verán que además de reír, perderán toda posibilidad de molestarse por lo que diga de nosotros el ridículo y travieso señor del tupé amarillo quien, además de todo y si se fija usted bien, hasta se parece al Piojo Herrera.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 26 de junio de 2015

Calexico / Feast of Wire (2003)

Calexico es una agrupación sui generis. Hace rock, sí, pero mezclado y remezclado con ingredientes tan varios como el estilo musical de Ennio Morricone, el alt-country, el folk a la Neil Young y los sones de mariachi. Ecos sonoros de la frontera mexico-estadounidense en uno de sus mejores álbumes.

Mejor tema: “Black Heart”

jueves, 25 de junio de 2015

miércoles, 24 de junio de 2015

Cuánto camino

Compuse esta canción hace un par de días, el lunes 22. Es un blues cuya música ya tenía y hasta ahora me vino la idea de la letra que tiene que ver con la manera de afrontar la vida sin importar la edad que uno pueda tener. No soy muy dado a dar mensajes, pero así salió esta vez y me gusta el resultado. Por supuesto, es un demo, pero gracias a Garage Band le pude meter varias pistas de guitarra y la de la voz. Pongo aquí el video que le hice (todos son ensayos) y la letra de la composición.

Cuánto camino

Cuánto camino, cuánto camino por recorrer.
Cuánto destino, cuánto destino por conocer.
Aunque tanto he construido, queda mucho por hacer.

No estoy cansado, no trates de jubilarme.
No sé del hartazgo, no trates de retirarme.
Sesenta años he vivido y no acabo de asombrarme.

Veo a tanta gente desanimada y sin ilusión.
Veo a tanta gente atascada en la decepción.
Gente joven que permanece encerrada en su prisión.

No te detengas, es un lujo que no puedes darte.
No te contengas, mejor excederte que aplacarte.
La vida es para ser vivida y no para victimizarte.

Cuánto camino, cuánto camino por recorrer.
Cuánto destino, cuánto destino por conocer.
Aunque tanto he construido, queda mucho por hacer.

Junio 22, 2015


martes, 23 de junio de 2015

Nueva música de un viejo punk

Si bien su fama nunca ha sido tan notable como la de otros músicos de su generación, cuando menos afuera del Reino Unido, aunque su proyecto seminal, The Jam, fue uno de los grupos más interesantes y notorios del punk y el new wave de la segunda década de los setenta y principios de los ochenta, Paul Weller no ha dejado de escribir y tocar buena música y a sus cincuenta y siete años (aunque parezca diez años mayor) conserva la frescura creativa de sus años mozos.
  Saturn’s Pattern (Warner, 2015), su decimocuarto y más reciente disco en estudio, es la prueba más fehaciente no sólo de su talento, sino de su sabiduría para mantenerse actual y no sonar nostálgico, incluso cuando se remite a épocas pasadas en algunas de las melodías.
  Varios son los estilos que visita Weller en el álbum y varias las influencias a las que rinde homenaje. Ahí están el rock punk a la Iggy Pop and the Stooges en la rocanrolera “Long Time” o el rock pop de estadio a la Stix en “Going My Way” o esas referencias deliciosas al sonido de Steely Dan en “Phoenix” o los huellas infaltables del blues en “In the Car” o ese beat irresistible en la sensacional “Pick It Up” o ese estilo tan Blur en “I’m Where I Should Be”.
  Saturn’s Pattern abre con un par de temas que si bien no dan todo su sentido al plato, sí lo marcan de un modo indeleble. Tanto el poderoso “White Skies”(en el que Weller emplea un megáfono para vocalizar cual si fuese un Captain Beefheart redivivo) como el acompasado y homónimo “Saturn’s Pattern” (con algo que nos remite a propuestas actuales como la de TV on the Radio) hacen que el escucha entre de lleno y sin contemplaciones en el disco y no pueda abandonarlo hasta el final del mismo.
  Hay dos versiones del álbum y en lo personal recomiendo que busque la de luxe, con tres cortes extra que están en el mismo nivel de excelencia de las nueve piezas iniciales.
  Paul Weller culmina su nuevo trabajo con la boweyiana “These City Streets”, un soul urbano con todas las de la ley. El perfecto toque final para un álbum extraordinario que termina con la frase “Aún me queda camino por recorrer”.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 22 de junio de 2015

The Shawshank Redemption

De alguna manera es un clásico (al menos por su popularidad) y nunca la había visto. Me refiero a la película dirigida por Frank Darabont en 1994, conocida en México como Sueños de fuga, con las actuaciones estelares de Morgan Freeman y Tim Robbins.
  The Shawshank Redemption es una buena cinta, una especie de oda a la libertad desde muy distintos ángulos: la libertad interior, la libertad física, la libertad de hacer lo que uno quiere, la libertad de amar a la libertad. Basada en una novela de Stephen King, la historia de dos presidiarios que comparten la cárcel a lo largo de varias décadas está manejada con elegancia e inteligencia y a su eficacia ayudan las estupendas actuaciones de Freeman y Robbins, además del resto del reparto.
  El ritmo del filme es lento, pero eso ayuda a entender un poco lo que significa pasar la vida en prisión, sobre todo para quienes han sido condenados a cadena perpetua.
  No es una obra maestra, pero vale la pena verla, con todo y su happy end hollywoodesco.

domingo, 21 de junio de 2015

Shameless US, la quinta temporada

Terminé de ver la quinta temporada de Shameless US y aunque con el primer capítulo temí que hubiera decaído un poco, en seguida se compuso y resultó tan buena, fuerte, divertida y conmovedora como las cuatro temporadas restantes. De las series actuales sigue siendo sin duda alguna mi favorita y mi segunda de todos los tiempos después de Seinfeld.
  La saga de la familia Gallagher en los suburbios pobres de Chicago es una historia espléndida. Cada uno de los personajes es extraordinario, aunque Frank (William H. Macy) y sobre todo Fiona (Emmy Rossum) continúan llevando el mayor peso de la trama general.
  Una joya de la televisión mundial.
  Esperaré con una sonrisa la sexta temporada (que ya fue aprobada por Showtime y constará de doce episodios), aunque haya que aguardar algunos meses para verla.

sábado, 20 de junio de 2015

El efecto corcholata

¡Pop! ¡Pop! ¡Pop! ¡Pop! Como sonido de corcholatas al ser destapadas de sus respectivos cascos de refresco, a partir del 8 de junio han comenzado a escucharse destapes y autodestapes de pre-pre-precandidatos a la grande para el 2018.
  Bueno, en el caso de Andrés Manuel López Obrador, el destape se remonta al menos diez años atrás, cuando se proclamó candidato del PRD para las elecciones presidenciales del 2006, por lo que el tabasqueño se encuentra ya a un pelito de convertirse en el Nicolás Zúñiga y Miranda del siglo XXI (para quienes no sepan quién era el tal Nico, se trataba del eterno contendiente fársico de Porfirio Díaz, alguien a quien la gente y el propio don Porfis no tomaban en serio).
  El caso es que además del Peje, ya tenemos algunos otros nombres de preclaros ciudadanos y ciudadanas ilusionados e ilusionadas con lanzarse a la carrera por Los Pinos y Palacio Nacional. Ya sea que vayan por la ruta de la nominación partidista o por la libre de los novísimos candidatos independientes, personajes como Margarita Zavala, Miguel Ángel Mancera, Rafael Moreno Valle y hasta el mismísimo Jaime Rodríguez, El Bronco, ya se ven sentaditos y repantigados –diría Gil Gamés– en la mullida silla presidencial.
  Pero la cosa no se detiene ahí. Columnistas de esos que dicen estar enterados de todo lo que pasa y no pasa en nuestra H.H.H. polaca nacional dan otros nombres, algunos insólitos, de personajes que también podrían entrarle a la carrera principal del 2018. Se habla de Jorge G. Castañeda –verdadero pionero en el tema de los candidatos independientes–, de Santiago Creel, de Juan Ramón de la Fuente, de Ernesto Cordero, de Rodolfo Neri Vela y –créalo usted o no– hasta de Denise Dresser y Carmen Aristegui.
  Ante lo cual y ya entrados en gastos, me atrevo a proponer de una vez a algunos compatriotas más. Va mi espada en prenda (aunque no vaya por ella): Miguel El Piojo Herrera, Cuauhtémoc Blanco, Carmen Salinas, Hugo Sánchez, Dolores Padierna, Gerardo Fernández Noroña y el payaso Lagrimita.
  A nadie menciono del PRI, porque ahí todavía priva la disciplina institucional y todos saben que el que se mueve no sale en la foto.
  Ah… y si la gente me lo demanda, pues qué caray: ¡me lanzo yo también!

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 19 de junio de 2015

Ween / Chocolate and Cheese (1994)

Tal vez no se trate de un disco del todo perdido en el tiempo, pero ¿quién habla de Ween hoy día? El dueto conformado por los hermanos Ween llegó a la cumbre de su sarcasmo y creatividad musical con este álbum de sugestiva portada y más que sugestivas canciones.

Mejor tema: “Baby Bitch”

jueves, 18 de junio de 2015

Ramones

Ramones es una de las bandas más sui generis de la historia del rock. Para muchos, el peculiar cuarteto de Queens es el verdadero fundador de la música punk y sus integrantes fueron quienes mejor y de manera más intensa y extrema vivieron la actitud punketa, mucho antes de que ésta se convirtiera en moda y en pose. Johnny Ramone, Joey Ramone, Dee Dee Ramone, Tommy Ramone y los otros Ramones que pasaron por las filas del cuarteto (en especial Marky Ramone y C.J. Ramone) fabricaron, a golpe de velocidad musical y vértigo existencial, no sólo un estilo de escribir e interpretar el rock, sino también un estilo de vivir y de ver la vida. Contradictorios, críticos, agudos, patanescos, divertidos, insoportables, desafiantes y en ocasiones tiernos, los Ramones dejaron una obra discográfica considerable por su cantidad y su calidad. Temas como “I Wanna Be Sedated”, “Now I Wanna Sniff Some Glue”, “You’re Gonna Kill That Girl”, “Teenage Lobotomy” “Outsider” o “Psycho Therapy” reflejan las inquietudes, las dudas, los anhelos, las mañas, las perversiones –algunas divertidas, otras no tanto- de un sector de la juventud norteamericana –y por ende de la juventud occidental- de los años setenta, un sector generacional invadido por el desencanto posterior a la guerra de Vietnam y al fracaso de la ilusa ideología hippie, propulsora de utopías que se convirtieron en infiernos. Lentes oscuros, cabello largo y peinado al estilo de Moe el de Los Tres Chiflados, chamarras negras, playeras sin mangas, pantalones de mezclilla viejos y rotos, zapatos tenis, una indumentaria que decía más que una declaración política y representaba una reacción en contra del falso glamour del star system roquero. Nada más antitético de ese sistema lleno de estupidez y vacuidad que esa otra cara de la moneda que fueron los Ramones. Gabba Gabba Hey!

(Editorial que escribí para el No. 16 de los Especiales de La Mosca en la Pared, publicado en noviembre de 2004)

miércoles, 17 de junio de 2015

Elegía

Basada en la novela The Dying Animal (2001) del gran escritor estadounidense Philip Roth, Elegy (dirigida por la realizadora española Isabel Coixet en 2008 y absurdamente "traducida" como La elegida) es una cinta dramática y bella que narra la historia de un intelectual neoyorquino sesentón (el emblemático personaje David Kepesh de Roth), protagonizado por el siempre impecable Ben Kingsley, divorciado años atrás y quien lleva con disciplina su vida de soltero seductor de sus alumnas universitarias, una de las cuales es la cubano-norteamericana Consuela (¿y por qué no Consuelo?), interpretada por la bellísima Penélope Cruz, en un papel más que convincente.
  Las inseguridades de Kepesh empiezan a relucir cuando se da cuenta de que, contra sus propias reglas y convicciones, se está enamorando de su nueva y joven amante y comienza a verse invadido por los celos y a actuar de la manera ridícula como actúan los celosos. La situación se complica cada vez más, sobre todo porque Consuela también se siente enamorada y busca un compromiso que él rehuye hasta el punto de dejarla plantada el día de su cumpleaños, cuando ella organiza una gran fiesta con la intención de presentar a David con su familia de ricos exiliados cubanos. Todo parece acabar ahí, hasta que una trágica vuelta de tuerca (que no mencionaré) hace que las cosas se vuelquen de manera inesperada y muy triste.
  Hay dos o tres personajes secundarios muy destacados, como Carolyn (Patricia Clarkson), la antigua amante de Kepesh, con quien ha tenido veinte años de sexo feliz y sin complicaciones, o como su gran amigo George (Denis Hopper), consejero y confidente, o como su hijo Keneth (Peter Sasgaard), con el que David mantiene una relación tirante y difícil.
  No he leído la novela, pero se extraña ese humor negro de Philip Roth, característico en la generalidad de sus libros. No sé si esta vez escribió un relato serio y dramático o si así lo trasladó Isabel Coixet a la pantalla. Con todo, una cinta recomendable que se puede ver en Netflix.

martes, 16 de junio de 2015

Una bella y oscura Melody

Considerada al principio de su carrera como una nueva Norah Jones o un émulo de Madeleine Peyroux, la cantante y compositora estadounidense Melody Gardot ha edificado una carrera que le ha permitido desarrollar un estilo cada vez más propio.
  Célebre es la historia de la manera como abrazó a la música, primero como terapia y más tarde como vocación y profesión, luego del accidente que tuvo muy joven, al caer de una bicicleta y casi quedar paralítica. Pero eso por fortuna ya es historia y luego de tres estupendos álbumes en estudio, orientados los dos primeros al jazz y el tercero a la música brasileña, regresa en 2015 con Currency of Man (Verve), un trabajo distinto a todo lo que había hecho hasta ahora, una obra de oscura belleza, más orientada a la música soul, el blues, el funk, el gospel y el folk rock a la Laura Nyro, con un estilo vocal que recuerda a la añorada y grandiosa Eva Cassidy.
  Producido por Larry Kleine, Currency of Man impresiona desde la pieza abridora, la densa y pantanosa, pero a le vez deslumbrante “It Gonna Come”, con su minimalista estructura de funk lento y su fino arreglo, en el que las discretas cuerdas (esas cuerdas tan bien empleadas a lo largo del disco) juegan un papel fundamental y la voz de la rubia Gardot suena tan negra como profunda. Más fuerte y tensa aún es “Preacherman”, con su letra politizada a favor de los derechos civiles y sus perfectos detalles instrumentales.
  Así va transcurriendo el disco, entre composiciones de sensual insinuación (la picante “Same to You”, la poderosa “Don’t Misunderstand”, la sicalíptica “Bad News”, la exuberante “She Don’t Know”) y evocativa dulzura (la elegante “Morning Sun”, la suntuosa “If I Ever Recall Your Face”, la emotiva y conmovedora “Once I Was Loved”).
  Mención especial merece la sensacional “Don’t Talk”, con sus toques de blues y sus aires a Tom Waits, una canción misteriosa, evanescente, tan celestial como diabólica. Una maravilla.
  A sus escasos treinta años, Melody Gardot demuestra una enorme madurez como intérprete y compositora y Currency of Man es la mejor prueba de ello. Es el disco de su consolidación, un álbum de primer orden.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 15 de junio de 2015

De por qué "Matar por Ángela" se llama como se llama y de cómo pudo haberse llamado

Originalmente, mi novela Matar por Ángela, recientemente reeditada y relanzada por Lectorum, no llevaba ese título sino otro que al buen Sandro Cohen, quien estuvo a punto de editarla con Nueva Imagen, en 1997, no le gustó (el nombre original lo mencionaré en algún momento, no por ahora). "Cámbiale el título y el final y te la publico", me dijo el querido Sandro. Le llevé entonces una larga lista de nombres posibles, en su mayoría malísimos, entre ellos el que definitivamente tuvo y con el cual se conoce. También le cambié el final, por cierto, y quedó mucho mejor que el muy previsible que tenía.
  Esta es la lista de los títulos que le propuse a Cohen (se vale reírse):

El cuento de nunca acabar
Matar por Ángela
Crimen y fastidio
Tropezar con la misma piedra
¿Quieres que te lo cuente otra vez?
Un gato con los pies de trapo
Piedra de tropiezo
Un español, un suizo y un mexicano
El amante exterminador
La teoría del asesino solitario
El obseso
Abanicando el aire
Lugares comunes
Con la lengua quemada
Lengua quemada
Tentativas frustradas
Crímenes tautológicos
Crímenes frustrados
Fuera de lugar
Tres muertos
La emoción se fue
El blues del amor incorrespondido
Demasiado amor
Amor que mata
Matar de amor
Obcecado amor
Señales de humo
Inconquistable amor
Aprendiendo a matar
Matar es vivir
El masoquista
Mía o de nadie más
Nunca serás mía
Amor y confusión
¿Acaso es esto el amor?

Gracias, querido Sandro, por elegir el nombre que elegiste.

domingo, 14 de junio de 2015

Video de la presentación de "Matar por Ángela" (versión corta)

Este es el video con una versión muy abreviada de lo que fue la presentación de mi novela, el pasado miércoles 6 de mayo. Si les dan ganas de ver la versión completa, de poco más de una hora, den clic aquí: Versión íntegra.

sábado, 13 de junio de 2015

¿Quién ganó el 7 de junio?

Hay una famosa, tramposa y supuestamente ingeniosa frase de Eduardo Galeano (no sé qué tan sacada de contexto) que anduvo circulando mucho en los días previos a las elecciones del pasado 7 de junio y que a la letra dice: “Si votar sirviera para cambiar algo, ya estaría prohibido”. Palabras muy efectistas y muy apantallabobos, sobre todo si analizamos bien lo que fue este proceso electoral intermedio y vemos que, todo lo contrario de lo que decía el gurú Galeano en su apotegma, votar sí sirve para cambiar no sólo algo, sino bastante.
  Porque contra lo que algunos esperábamos, la reciente jornada electoral trajo varias sorpresas y varias enseñanzas, mucha discusión y mucha polémica y de eso se trata precisamente la democracia. ¿Que en su abrumadora mayoría los candidatos eran grises? Cierto. ¿Que sus campañas fueron patéticas? Cómo negarlo. ¿Que hubo cosas sucias y lamentables. Por desgracia así fue. Pero al final y a pesar de ello, valió la pena y el país salió ganando. Poquito, pero salió ganando.
  Algunos afirman que el gran vencedor del domingo fue Jaime Rodríguez Calderón, el célebre “Bronco”, y su sui géneris candidatura. Otros que fue Morena (que es decir, Andrés Manuel López Obrador). Incluso hay quienes aseguran que si hay que buscar a un triunfador ese es Pedro Kumamoto, el candidato independiente zapopano. Todos ellos, de una u otra manera, tienen sus méritos, por supuesto. Sin embargo, para mí, la verdadera ganadora en los comicios del 7 de junio fue nuestra imperfecta, titubeante, golpeada, cuestionada, despreciada y aún incipiente democracia.  
  Contra todos los pronósticos apocalípticos y todas las amenazas perversas, ella, la democracia que nos hemos dado los mexicanos, fue la que obtuvo el gran triunfo, al demostrar que es el más efectivo medio para ir cambiando las cosas y castigar a quienes actúan de mala manera. Por eso los ciudadanos salimos a defenderla al acudir a las casillas y le dijimos no a los violentos. Sin duda, fue la mejor noticia y la mejor enseñanza de estas elecciones intermedias tan inesperada y sorprendentemente ejemplares.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 12 de junio de 2015

Ocho años de "El rojo y el negro"

Hace exactamente ocho años, el 12 de junio de 2007 (un año fundamental para mi vida interior), se me ocurrió la ideota de abrir un blog y así lo hice, sin saber bien a bien cómo funcionaría la cosa. Me propuse que fuese una especie de diario en el que constaran no sólo mis vivencias personales, sino mis trabajos escritos y musicales, mis inquietudes, los libros que fuera leyendo, las películas y las series que fuese viendo, las personas con quienes me fuese topando en el camino, etcétera; pero también me propuse no dejar de escribir un sólo día y así ha sido a lo largo de dos mil novecientos veinticuatro (2,924) días que es decir 416 semanas que es decir 96 meses que es decir -ya lo dije- ocho añotes en los que no hay una sola journée a la que no haya convertido en entrada de blog, incluso cuando salí (no mucho, a decir verdad) de viaje. Como ya lo he contado, le puse El rojo y el negro en honor a mi novela favorita de todos los tiempos, escrita por el francés Stendhal en 1830.
  Ocho años de darle diario al blog. Ocho años de mi vida registrados en estas cerca de tres mil entradas (las alcanzaré en 76 días más)... y las que faltan.

jueves, 11 de junio de 2015

De genios auténticos y genios fraudulentos

Pocas palabras, pocos términos, pocos conceptos tan irresponsablemente sobrevalorados y arrojados al aire como el calificativo de genio.
  Uno escucha a diestra y siniestra que se considera un genio a cualquiera que muestre algún talento que lo haga sobresalir de entre el común de las personas. De ese modo, resulta que en cada generación brotan genios por aquí y por allá, en las más diversas disciplinas y los más distintos campos de la actividad humana: genios en la ingeniería, genios en la astrofísica, genios en la farmacología, genios en la economía, genios en la literatura, genios en la actuación, genios en los espectáculos y hasta genios en las llamadas artes conceptuales. Y claro: genios en la música.
  Este abaratamiento, esta vulgarización de la supuesta genialidad, hace que el carácter de notable excepción que debe tener todo genio se pierda, se confunda y se mezcle entre una masa amorfa de falsos geniecillos.

Los genios y los ingenios musicales
¿Cuántos genios ha dado la música? Muchos. Pero, a mi modo de ver, no tantos como solemos suponer.
  Wolfgang Amadeus Mozart era un genio. Quizás el más grande que ha dado la música de todos los tiempos. Al igual (o casi al igual) que lo eran contemporáneos suyos como Joseph Haydn o el entonces joven Ludwig van Beethoven. ¿Pero lo eran Christoph Willibald Gluck o Antonio Salieri? Tengo mis dudas. Eran compositores talentosos y muy ingeniosos. Pero carecían de esa chispa que distingue al verdadero genio y que tan difícil resulta de definir.
  Johann Sebastian Bach es uno de los grandes genios del barroco. Sin embargo, ¿había esa misma genialidad en sus hijos y descendientes, varios de ellos autores de bellísima música? Vuelvo a dudarlo, como no dudo del genio de otros músicos del barroco como Georg Friedrich Händel, Antonio Vivaldi y, tal vez, Jean-Philippe Rameau.
  Grandes compositores de la llamada música culta ha habido miles a lo largo de la historia, pero los verdaderos genios dudo que lleguen a cien. Sé que suena arbitrario, pero estoy convencido de que la verdadera genialidad tiene que ser excepcional y única y que se da muy de vez en vez.
  ¿Genios en el jazz? John Coltrane y Miles Davis. Charlie Parker y Thelonius Monk. Louis Armstrong y Duke Ellington. Quizá también Charles Mingus, Bill Evans y Dave Brubeck. De ahí, hay una gigantesca cantidad de fantásticos talentos. Pero la genialidad es privilegio de unos cuantos.

¿Genios en el rock?
Pasemos a terrenos más espinosos y resbaladizos: los del rock. ¿Han existido genios a lo largo de la historia de este género. La respuesta obvia es decir que sí y estaremos en lo correcto. Sin embargo, en esta materia no son todos los que están y no están todos los que (se dice que) son.
  Por desgracia, dado el éxito comercial que durante seis décadas ha tenido el rock y dada la manera como se le ha industrializado y manipulado (mucho más que a la música culta y al jazz), es muy fácil tratar de convertir en grandes figuras a quienes no lo son y eso incluye a muchos (demasiados) supuestos genios roqueros. Así pues, habría que hacer una subjetiva, discutible y tal vez polémica selección de los escasos reales genios que ha producido eso que en sus inicios fue bautizado como rock ‘n’ roll. Hagámoslo en forma cronológica.
  En la década de los cincuenta surgió la primera generación rocanrolera, con figuras hoy tan legendarias como Elvis Presley, Buddy Holly, Jerry Lee Lewis o Little Richard. Con sus composiciones y/o interpretaciones, ellos y muchos otros contribuyeron a dar forma y sustancia al novedoso género. No obstante, a mi modo de ver, sólo hubo un verdadero genio entre 1955 y 1960 y ese genio se llama Chuck Berry.
  ¿Qué es lo que distingue a Berry de sus célebres contemporáneos, qué es lo que le da su genialidad? Básicamente, la manera como captó el espíritu de la juventud de su época y la transformó en poesía pura. Si la música que compuso fue estupenda, no resulta muy diferente a la que hicieron Richard y Lewis, por ejemplo. En cambio, sus letras eran otra cosa y la genialidad de las mismas fue una cosa tan natural y fluida que aún hoy siguen asombrando por sus cualidades literarias.

Los dorados –y ¿geniales? – años sesenta
Otro genial poeta habría de marcar buena parte de la década siguiente y su nombre a nadie debe tomar por sorpresa: Bob Dylan. Dylan transformó al rock desde el folk del cual provenía y convirtió al género en verdadero arte. Su influencia sobre el mayor grupo de esa época, The Beatles, fue fundamental para cambiar lo que estos hacían y orientarlos hacia una mayor profundidad artística. Lo cual nos lleva a una pregunta transcendente y peliaguda: ¿eran genios los Beatles?
  Estoy a punto de soltar una idea (no me atrevo a llamarla hipótesis) que me ganará varias miles de mentadas, incluida una de mi parte, ya que desde siempre he sido admirador de los de Liverpool, pero he de escribirla: a mi modo de ver, como individuos, ninguno de los cuatro Beatles alcanza la categoría de genio; es sólo como un conjunto de cinco partes desiguales (John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr y, por supuesto, George Martin) que el grupo logra la genialidad. La prueba a la cual me remito es que, como solistas, ninguno de ellos logró destacar a las mismas alturas; en cambio, como agrupación, con la sólida e imprescindible participación de Martin, su genio no puede ser puesto en duda.

Ser o no ser genio, he ahí el dilema
¿En qué consiste la genialidad entonces? ¿Quién la determina y cómo? Las respuestas pueden ser miles y todas resultarán subjetivas. Para mí, un genio es alguien cuya obra no sólo perdurará a lo largo del tiempo, sino que en su momento provocó una transformación radical en su actividad y un cambio profundo, histórico, en su generación y en las que le siguieron. También es alguien que dedicó todo su ser, su capacidad, su pasión y su sobrehumano talento a una obra, sin reparar en sufrimientos e incomprensiones. Pero dar una definición precisa del genio es imposible… y en eso radica el mayor secreto de la genialidad.
  Mejor ejemplificar dicha genialidad con otro nombre, el de quien a mi modo de ver es el mayor genio de toda la historia del rock: Frank Zappa.
  Zappa fue un fuera de serie, una exultante anomalía, un artista único, un creador irrepetible. Su genio inconmensurable está en toda su obra, desde el principio hasta el final. Era un adelantado a su época y lo sigue siendo incluso hoy. Genio absoluto, total. Un músico a la altura del arte.

Lo que el viento no se llevó
He mencionado a tres genios individuales y a un genio grupal dentro del rock. ¿Ha habido otros? De los sesenta, añadiría a dos más: Pete Townshend y Jimi Hendrix. A mi entrañable Ray Davies, con todo y su inmensa capacidad creativa, no me atrevería a situarlo en ese estatus, como no me atrevería a poner ahí, incluso como genios grupales, a Pink Floyd o a los Rolling Stones.
  Desde los setenta hasta finales del siglo pasado, quizá sólo David Bowie llegaría a acercarse a la categoría de genio. No se me ocurre alguien más, con todo lo que admiro a tantos otros (Tom Waits, Jimmy Page, Lou Reed, Patti Smith et al).
  En cuanto a lo que lleva la actual centuria, arriesgaría tan sólo un nombre: Jack White… y aún está por confirmarlo. Por ahora, yo lo llamaría, todavía, un geniecito.

(Ensayo publicado el pasado mes de mayo la revista Marvin).

miércoles, 10 de junio de 2015

La carrera del caudillo

Tomo octavo de la espléndida serie Historia de la Revolución Mexicana, editada por el Colegio de México a fines de los años setenta, La carrera del caudillo de Álvaro Matute recrea con detenimiento y detalle el periodo transcurrido en México entre los años 1918 y 1920, es decir, del inicio de las campañas electorales para sustituir al presidente Venustiano Carranza, al asesinato del mismo en la trágica y vergonzosa celada de Tlaxcalantongo.
  Matute recorre mes a mes, semana a semana y a veces día a día lo que fueron esos tres años llenos de tensión política y social, en los que personajes como Álvaro Obregón, Pablo González, Adolfo de la Huerta, Plutarco Elías Calles, Luis Cabrera y, por supuesto, el propio Carranza, jugaron un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos. La ambición, los rencores, los intereses, los errores de todos y cada uno de ellos se ven reflejados en las páginas de este libro muy bien documentado y narrado (aunque con algunos defectos en la redacción que no debieron pasar por alto los correctores, sobre todo tratándose de una obra avalada por el Colegio de México).
  La carrera del caudillo es un volumen revelador, en el que lo mismo se critica la falta de perspectiva histórica real de Carranza, empeñado en imponer a un candidato civilista pero mediocre para sucederlo, que la ignominia del grupo sonorense que, con tal de hacerse del poder, llegó a los extremos del magnicidio.
  Un gran libro.

martes, 9 de junio de 2015

¿La D’Alessio inglesa?

¿O quizás el equivalente londinense en mujer de José José? Porque si algo ha caracterizad a la cantante Florence Welch, líder del bombástico proyecto Florence + the Machine, es esa tendencia a cantar acerca de sus desgracias sentimentales, esa manera de ver al amor como un desgarramiento continuo y una fuente constante de dolor y lamentaciones, ese modo de convertir a su propia infelicidad y a su mala suerte personal en las relaciones sentimentales en la mayor desgracia que haya caído jamás sobre el género humano. Así de intensa es la Welch.
  El pop gótico embona a la perfección con las letras depresivas de la cantante, quien en sus inicios parecía querer seguir los pasos de la enorme Kate Bush y terminó siendo, si acaso, una Adele un poco más oscurecida, aunque no por ello menos light.
  Dueña de una voz imponente que sabe manejar a la perfección, pero víctima de la tentación por lo elefantiásico y lo grandote (diría Jorge Ibargüengoitia), la buena Florence y su eficiente Machine han grabado tres discos en estudio, el más reciente de los cuales, How Big, How Blue, How Beautiful (Columbia, 2015) apareció hace apenas una semana.
  Luego de dos álbumes híper cargados de penas, manierismos y una fijación temática por el agua, como Lungs (2009) y Ceremonials (2011), el nuevo larga duración resulta un poco (sólo un poco) más contenido y muestra algunas diferencias con sus antecesores, como ciertos coqueteos con el pop folk a la Fleetwood Mac (como en la inicial “Ship to Wreak”) o algún lejano homenaje al góspel (como en las concluyentes y estupendas “St. Jude” y “Mother”). Estos detalles se deben tal vez a la mano del productor Markus Dravs, quien ha trabajado con Arcade Fire y Coldplay. Por otro lado, la influencia de Kate Bush no deja de aparecer, así como algunos ecos de Christine McVie, Stevie Nicks e incluso Chrissie Hynde.
  No es un disco malo ni por asomo. Hay instantes de gran finura y los momentos grandilocuentes no son tantos esta vez. Un trabajo que hará felices a los seguidores del grupo y hasta a muchos que no lo sean.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 8 de junio de 2015

Los cien años de Billie Holiday

(Ilustración: Waldo Matus)
Nació hace un siglo; murió hace cincuenta y cinco años, poco antes de cumplir los cuarenta y cinco. Las circunstancias de su muerte fueron muy tristes, pues falleció en el Metropolitan Hospital  de Nueva York, debido (según el parte médico oficial) “a una congestión en los pulmones complicada con una falla en el corazón” (una falla en el corazón…; algo tiene de poético este diagnóstico tratándose de Billie Holiday, quien a lo largo de su vida tuvo muchas fallas de esas).
  Tristemente, la que quizá sea la más grande cantante de jazz de todos los tiempos se encontraba bajo arresto en su cama de hospital, acusada de posesión ilegal de narcóticos, otro problema con el que Billie tuvo que lidiar durante largo tiempo (y sin embargo, hay que decirlo, su muerte fue un poco más “benigna” que la de quien fuera su principal influencia como intérprete y un gran ídolo para ella, la inconmensurable Bessie Smith, quien en 1937, muy grave después de haber sufrido un accidente automovilístico, no fue admitida en un hospital de la ciudad de Clarksdale, Mississippi, por tratarse de una mujer de raza negra, y falleció desangrada en el coche de alquiler que la había llevado hasta allí).
  Pero estamos aquí para festejar el nacimiento y no para lamentar la desaparición de Holiday.
  Nacida en la primavera de 1915 en Baltimore, Maryland, fue bautizada como Eleanora Fagan Gough, hija de padres extremadamente jóvenes, ya que al darla a luz, su madre tenía apenas trece años de edad y su padre quince. Cuando quisieron casar a la precoz pareja, el casi adolescente progenitor (quien también resultó precoz como músico, ya que era el guitarrista de la banda de Fletcher Henderson), huyó despavorido, sin que le preocupara la suerte de su hija. La madre tampoco le haría mucho caso, por lo que la niña pasó de mano en mano con diferentes parientes hasta que a los diez años fue violada por uno de ellos e internada casi enseguida en un colegio católico de monjas.
  Permaneció ahí hasta 1927. De regreso con su madre, ambas viajaron a Nueva York, donde ésta se empleó como sirvienta en diferentes casas. Como se trataba de un trabajo inestable, la pequeña Eleanora, de apenas trece años, debió dedicarse por un tiempo a la prostitución, “para completar el gasto”. Fue en esos días que escuchó por primera vez los discos de Bessie Smith y de Louis Armstrong, con lo que quedó atrapada por el blues y el jazz y decidió que quería ser cantante. Ya poseía para entonces una estupenda voz y un sentimiento muy particular al cantar, por lo que no tardó en llegarle una oportunidad, cuando en 1933 acudió a un bar de Harlem, el Log Cabin, y su dueño, el pianista Jerry Preston, le hizo una prueba. Cantó “Trav’lin’ All Alone” y “Body and Soul” y fue contratada de inmediato. Le pagarían dos dólares por noche.
  A sus dieciocho años, la suerte empezó a cambiarle, sobre todo cuando el productor John Hammond, quien también empezaba su carrera, la escuchó y de inmediato la puso en contacto con Benny Goodman y le consiguió un contrato con Columbia Records. En noviembre de aquel mismo año, grabó su primera canción: “Your Mother’s Son-In-Law”.
  Fue en los años treinta cuando logró su pleno desarrollo como artista, además de que conoció y colaboró con una lista impresionante de músicos que hoy son leyenda: Count Basie, Lester Young, Ben Webster, Artie Shaw. En 1938, mientras trabajaba en el Café Society de Nueva York, el músico Lewis Allen escribió para ella un tema especial, al ver los maltratos y discriminaciones que Billie sufría por su condición de mujer de raza negra. “Strange Fruit” fue el nombre de la pieza que la catapultaría a la fama inmediata, debido a su impresionante interpretación. Columbia no quiso grabarla, pero Commodore sí y aunque las estaciones de radio la vetaron por su letra de denuncia, no tardó en volverse muy popular.
  No obstante, otras dos serían las canciones que la consagrarían en definitiva, en 1941: “God Bless the Child” y “Lover Man”, dos grandes melodías que Holiday se encargó de convertir en clásicas.
  Con un prometedor futuro por delante, la cantante no supo aprovechar su momento y a lo largo de la siguiente década se hundió en un pantano de fracasos sentimentales, drogas y alcohol que inició su temprano declive. En 1947, dejó ir varias oportunidades de trabajo y además sufrió el terrible golpe de la muerte de su madre. Para colmo, fue arrestada por posesión de heroína y encarcelada.
  Los cincuenta no fueron sus mejores años tampoco, aunque logró grabar sus discos más desgarrados, hermosos y entrañables. Una joya como Lady in Satin (1958), sólo puede explicarse como un producto de esa etapa de su vida, etapa que se truncaría un año más tarde, cuando la heroína volvió a derrotarla y la condujo a un nuevo arresto, esta vez en un hospital al que fue llevada de urgencia y donde falleció de un infarto en 1959.
  La gran diva del jazz se fue en medio de la pobreza y el abandono más terribles. Este año se cumple un siglo de su llegada al mundo que tanto la maltrató y al que ella tanto le dio.

(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

domingo, 7 de junio de 2015

Elecciones

Fui a votar como a las cuatro de la tarde, después del partido de México y Brasil. Voto diferenciado en cada una de las tres boletas. El jefe de casilla era Fernando Mendizábal. Por lo que vi en las urnas transparentes, fue bastante gente a emitir el sufragio. A pesar la pobre caballada, me dio gusto acudir. Ahí está la foto de mi dedo, democráticamente entintado.

sábado, 6 de junio de 2015

Equus nihil

La famosa frase del siniestro ex gobernador de Guerrero Rubén Figueroa, pronunciada por allá de los años setenta de la pasada centuria, era desoladora. “La caballada está flaca”, dijo quien años más tarde sería secuestrado por Lucio Cabañas, en un episodio por demás oscuro. Pues bueno (o malo), hoy las cosas están peor: ni flaca ni desnutrida ni enclenque. La caballada actual es sencillamente inexistente. No hay cuacos y sí muchos burros, muchas mulas y uno que otro jamelgo lastimero.
  Si acaso, la única yegua fina que se ve en todo el horizonte electoral nacional para este 7 de junio es la candidata panista a la delegación Miguel Hidalgo, Xóchitl Gálvez. Fuera de ella, el establo y los corrales en general son de pena ajena.
  ¿A qué se debe este deterioro de la clase (sin clase) política? Vaya usted a saber, pero bastó con ver y oír sus campañas, sus “promos” en la tele y la radio, su basura electoral en las calles, en la que se mostró una excesiva cantidad de imágenes de desconocidos y desconocidas de nulo carisma y sonrisas más falsas que un billete de dos pesos.
  Digo, ya se sabe que las elecciones intermedias siempre son desangeladas y la mar de aburridas y poco motivantes. Pero las de este año, con ese mal remedo del IFE que es el INE, con los partidos de siempre y la chiquillada partidista de nunca jamás, con los miles de candidatos que nos quieren ver la cara de candidotes, con la propaganda más chafa de que se tenga memoria, con las promesas vacías y la falta de propuestas serias, las elecciones de este año no invitan a que acudamos a las urnas.
  Peor aún con toda la violencia que han causado los grupos fascistoides que se disfrazan de maestros y en su ultraizquierdismo demencial y oligofrénico tratan de sembrar el terror y la incertidumbre.
  Con todo ello, si queremos que nuestra exigua democracia no muera y no haya tentaciones de restablecer el antiguo régimen de partido prácticamente único, no queda más remedio que ir a votar. Por el caballo, el burro o la mula que ustedes gusten, pero hay que hacerlo. Aunque los apocalípticos de la CNTE nos amenacen.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 5 de junio de 2015

The Stray Cats / The Stray Cats (1981)

El primer disco del sensacional trío de Brian Setzer. Rock and roll de primerísimo nivel. Los espíritus de Gene Vincent y Eddie Cochran revividos y redimidos en un álbum irresistible.

Mejor tema: “Jeannie, Jeannie, Jeannie”


jueves, 4 de junio de 2015

Mi judicial favorito

Suelo ser una de esas personas a quienes todo les resulta al revés. Esto puede ser bueno o puede ser malo, todo depende. Así, por ejemplo, mi única experiencia con un agente judicial fue paradójica y kafkianamente positiva. No tengo motivo de queja.
  Me explico:
  Las cosas sucedieron hará unos tres años. Mi amigo Fernando Rivera Calderón y quien esto escribe decidimos visitar "La feria del disco", una gigantesca bodega donde se expendían discos al mayoreo y que por esos días se encontraba en la calle de Matamoros, en pleno Peralvillo. Íbamos en el carro de Fernando y al llegar por Reforma Norte y dar vuelta a la derecha, nos topamos con un lugar para estacionarnos, cosa que hicimos sin problema. Mala decisión: apenas nos disponíamos a bajar del coche, cuando nos cayó un tipo con el ofrecimiento de cambiar los hules a los vidrios.
  -Ire, jefe. Los que trae ya están muy jodidos. Se los dejo como nuevos y bien baras.
  La primera reacción fue la de negarnos, pero ante la insistencia del machacante hulero, Fernando terminó por preguntar el precio, muestra de debilidad que el otro aprovechó para encajarse de lleno.
  -Cincuenta varos, patrón. Pero hecho mejor que en una agencia.
  La verdad es que los hules de su carcacha ya eran una calamidad y mi amigo acabó por ceder. El hulero llamó a dos de sus subalternos y comenzaron a realizar una labor que, según ellos, les llevaría menos de media hora. Sin embargo, bajo un sol inclemente debimos esperar cerca de dos horas para que los dichosos hules quedaran colocados. Fue entonces que sucedió lo inesperado. A mí, la verdad, desde un principio aquellos tipos me habían dado mala espina. Había en los tres un no-sé-qué de torvo y malévolo que me hizo desconfiar. Pero dada mi inequívoca posición de izquierdista creyente en la bondad intrínseca del pueblo explotado, mi conciencia progre y políticamente correcta me reconvino, para acusarme de pequeño burgués y clasista. ¿Cómo podía dudar de las buenas intenciones de esos integrantes de la clase trabajadora? ¿De qué me habían servido mis lecturas setenteras de los grandes clásicos del marxismo-leninismo? ¡Por las barbas de Federico Engels! ¿Acaso no recordaba que las masas eran la salvación futura de la humanidad?
  -Son cuatrocientos cincuenta pesos, jefe.
  Fernando y yo nos quedamos fríos. ¿Cómo que cuatrocientos cincuenta pesos? Si entre los dos no juntábamos ni trescientos.
  -Oiga, pero usted dijo que eran cincuenta -protestó con tono inseguro mi amigo.
  -¡Nel! ¡Cincuenta por metro! ¡Y fueron más de nueve del puro hule, sin contar el pegamento!
  La situación era de emergencia. Estábamos en hostil territorio enemigo. Nuestro inocultable aspecto de clasemedieros nos evidenciaba como pinchesriquilloshijosdesuchingadamadre y eso empeoraba las cosas. Para colmo, Fernando se dejó llevar por la parte más inoportuna de su temperamento.
  -¡Ni madres! Usted dijo cincuenta y yo le pago cincuenta, ni un centavo más!
  Oh oh. Las circunstancias se agravaron y poco a poco comenzamos a ser rodeados por una docena de huleros ostensiblemente armados de peculiares herramientas y simpáticas varillas afiladas.
  -¿Qué onda, carnal?
  -Pus aquí el chavo que se quiere pasar de listo y no piensa pagar.
  Mi natural espíritu conciliatorio me hubiera llevado a buscar una solución negociada, pero estaba paralizado por el miedo y un sudor frío descendía por mi espalda, mientras mis piernas temblaban sin el debido control. Para colmo, me había quedado mudo. No así Fernando que seguía montado en su macho y comenzó a tutear al embravecido hulero, incrementando con ello la oprimente atmósfera.
  -Ya te dije, te doy lo que quedamos al principio: cincuenta pesos.
  -¿Y qué creíste: "a éste ya me lo chingué"? Pus ora pagas porque pagas, cabrón.
  Todo se veía perdido y la madriza parecía inminente, cuando por una de esas cosas que nos depara el destino, volví la cara y vi un auto que pasaba perezoso, a escasos metros de nosotros. Asomado por la ventanilla derecha, un sujeto enorme y de fornida obesidad, con característicos lentes negros y facciones de piedra, nos miraba inexpresivo. En otra situación, el hecho me habría obligado a manchar mis truzas Rimbros talla cuarenta, pero en ese instante fue como divisar a un ángel salvador. De inmediato fui hacia él y perdí la mudez. Le conté todo, con la actitud de un niñito desamparado ante un padre omnipotente. El tipo se bajó del vehículo y comprobé su volumen descomunal. Los envalentonados huleros recularon al verlo y dieron su versión de los hechos. De pronto, el gigantesco agente judicial se convirtió en una especie de rey Salomón y ambos bandos aguardamos expectantes su inapelable fallo.
  -Súbanse a su carro y váyanse -nos dijo.
  Fernando entregó el billete de cincuenta pesos al malencarado cuanto impotente hulero y nos trepamos al coche ipso facto (es decir, hechos la madre). Huimos de Peralvillo sin mirar atrás, como quienes vuelven a nacer: pálidos, desencajados, pero a fin de cuentas sanos y salvos. El judicial nos salvó en forma providencial y yo comencé a dudar, muy seriamente, de mis certezas marxistoides.

(Publicado por allá de 2000 o 2011 en la revista cultural Tlaxcala. La anécdota que narro debe haber sucedido en 1997 o 1998, según recuerdo).

miércoles, 3 de junio de 2015

Mi psicodelia

Mi primer contacto con la psicodelia se dio cuando escuché en Radio Éxitos la canción “Incense & Peppermints” de Strawberry Alarm Clock. Corría el año de 1967, yo tenía escasos doce años de edad y cursaba primero de secundaria. No pertenezco, pues, a la original generación psicodélica, conformada básicamente por individuos nacidos en los años cuarenta de la centuria pasada.
  Para mí, psicodelia era “In-A-Gadda-Da-Vida” de Iron Butterfly o las luces estroboscópicas que formaban caprichosas formas en las paredes o los pantalones acampanados o el cabello largo de los hombres o las minifaldas de las mujeres o la inefable revista Pop con su logo “psicodélico”. Cuestiones como el LSD, el peyote, los hongos alucinógenos y demás estupefacientes químicos o naturales me eran por completo ajenos en aquella adolescencia mía que si bien gustaba del rock, no tenía el menor contacto con las drogas (fresa que siempre he sido).
  Gracias a mi hermano, el cineasta y uno de los fundadores del movimiento de cine en Super 8 Sergio García, pude conocer personalmente a amigos suyos como los escritores José Agustín y Parménides García Saldaña, quienes a todas luces sabían y conocían en carne propia lo que eran las experiencias psicodélicas. Mi propio hermano las conocía y experimentaba también y sus primeras películas (como El Fin, de 1970, o ¡Ah, verdá!, de 1973) lo mostraban.
  La psicodelia me llegó, pues, literalmente de oídas (es decir, por medio de la música: el álbum doble Ummagumma de Pink Floyd me transportaba a lejanas dimensiones, sin necesidad de meterme cosa alguna) y de leídas (en especial por la lectura de las primeras novelas de Agustín –La tumba, De perfil, Se está haciendo tarde / Final en laguna–, Parménides –Pasto verde– y Gustavo Sainz –Gazapo, Extraños días circulares), pero jamás por experiencias propias (acabo de cumplir sesenta años de edad y –no sé si confesarlo me prestigie o me desprestigie– jamás he probado los ácidos, los hongos y demás sustancias parapsicodélicas).
  Quizá por eso, buena parte del llamado rock psicodélico de los sesenta no fue tan de mi interés. Agrupaciones de estrambóticos nombres como The Ultimate Spinach, The Beacon Street Union, Front Page Review o el propio Strawberry Alarm Clock nunca estuvieron entre mis favoritas. Claro, estoy hablando de grupos psicodélicos puros. Sin embargo, el uso de elementos psicodélicos en el rock clásico resultaba mucho más interesante. Los Beatles, los Rolling Stones, Jimi Hendrix y hasta los Monkees (lo juro) los emplearon y grabaron temas esplendorosos. Lo mismo hicieron Quicksilver Messenger Service (con su larguísima versión de “Who Do You Love”), Ford Theatre (con su impresionante álbum Trilogy for the Masses) o The Corporation (y su recreación en concierto de “India” de John Coltrane”). Frank Zappa también experimentó con su propia versión de la psicodelia, aunque él tampoco consumía drogas y las tenía prohibidas a sus músicos.
  En el caso de proyectos como Cream o Grateful Dead, más que musicalmente psicodélicas, eran agrupaciones que incursionaban en larguísimos jams instrumentales en los que el público, en su mayoría hasta la madre de ácido lisérgico y otras sustancias non sanctas, se extraviaba en mágicos y misteriosos viajes, esos sí, plenamente psicodélicos.
  Si me preguntan (y si no, también) cuál es mi disco psicodélico favorito, no tendría dudas en responder que The Twelve Dreams of Dr. Sardonicus de Spirit, grabado en 1970. Creo que en su magnífica música, representa una colorida travesía llena de brillantez, inteligencia, fantasía y humor. En esencia se trata de un álbum de rock pop, un larga duración de canciones que no sobrepasan los cinco minutos (es decir, no hay jams viajados) y que, sin embargo, posee todo lo que la psicodelia sesentera representaba.
  Si desean disfrutar de una alucinante experiencia psicodélica, con un conjunto de piezas de finísima factura, no duden en escuchar esta obra maestra de Spirit (y la pueden complementar con el Last Exit de Traffic, otra joyita del rock pop psicodélico más fino).

(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin)

martes, 2 de junio de 2015

El señor de los fragmentos

Mi primer contacto televisivo con Jaime Almeida sucedió en 1971, gracias al programa La onda de Woodstock, producido por Jacobo Zabludovsky en el Canal 2, que se transmitía los domingos a las dos de la tarde. Ahí pasaban cortos (aún no se les llamaba videoclips) de grupos como los Doors, Iron Butterfly y Grand Funk Railroad, entre muchos otros, y fue desde ahí también que se promovió el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. De no haber sido por esa emisión, no me hubiera atrevido a lanzarme a Valle de Bravo aquel mes de septiembre, a mis escasos dieciséis marzos de edad (Almeida debió tener veintidós añitos por ese entonces).
  Cinco lustros más tarde, recuerdo a Jaime como conductor de un programa que no me gustaba pero sí veía y que se llamaba Estudio 54. Como roquero purista y ultra ortodoxo que era, me parecía que la música que ahí se difundía era demasiado fresa. Mis amigos y yo nos reíamos mucho con la famosa frase de Jaime Almeida, quien decía siempre: “¡Y ahora, he aquí un fragmento de esta canción”… y pasaba entonces menos de un minuto de la tonada de marras. Siempre sucedía así y por eso cariñosamente le decíamos “el señor de los fragmentos”.
  Como periodista dedicado al tema de la música, no puedo decir que Almeida haya sido una influencia o una inspiración para mí, aunque siempre respeté su amplio abanico de conocimientos en la gran mayoría de los géneros.
  Realmente llegué a disfrutar de este musicólogo hasta que lo vi en Milenio TV, al lado de Carlos Marín en su Asalto a la razón de los viernes. Esas divertidísimas emisiones me hicieron ver a un Jaime simpático, ocurrente y guitarrero que de golpe ha dejado de aparecer en pantalla.
  Me impresionó leer su última colaboración en Milenio Dominical del domingo pasado, en la que se refiere a la muerte por infarto y a los sesenta y siete años del compositor Jorge Massías. Era como si escribiera de sí mismo, apenas unos días antes de su propio deceso.
  Qué doloroso que se haya ido Jaime Almeida. Vaya desde aquí mi modesto homenaje para el señor de los fragmentos y un abrazo sincero, respetuoso y solidario para los suyos.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 1 de junio de 2015

Cincuenta años de folk rock

En 1965, los Estados Unidos vivieron dos hechos musicales de enorme trascendencia. Por un lado, la llamada invasión inglesa que inundaba los oídos del público norteamericano lo mismo con material de excelencia (The Beatles, The Rolling Stones, The Animals, The Who, The Kinks, The Zombies, Them) que con una enorme cantidad de cancioncitas intrascendentes. Por otra parte, en la Costa Oeste, principalmente en California y más específicamente en las ciudades de San Francisco y Los Angeles, se vivía el surgimiento de la psicodelia, influida de manera clara por el consumo de drogas químicas y naturales. Agrupaciones como The Grateful Dead, Jefferson Airplane, Quicksilver Messenger Service, Big Brother and the Holding Company y otras comenzaban a brillar con lo que se conocería como rock ácido.
  Aunque con un estilo musical un tanto diferente, otro de esos grupos californianos de los inicios de la era del flower power era The Byrds. Lo que distinguió a este quinteto desde un principio es que lejos de tocar acid rock, lo que hizo fue una impecable combinación del folk a la Bob Dylan (de hecho adaptaron varias composiciones de éste) con el rock británico de aquellos días, lo que dio como resultado una música llena de espléndidas melodías y de armonías vocales muy similares a las de los Beatles, más el sello de una guitarra de doce cuerdas, la Rickenbaker de Roger McGuinn, que los hizo inconfundibles.
  Curiosamente, si bien los Byrds fueron influidos por Dylan y los Beatles, a su vez influyeron a éstos y fueron determinantes en su música inmediatamente posterior. Su relación con el primero surgió a partir de la grabación que hicieron de una canción hasta entonces inédita de éste,”Mr Tambournine Man”, de la cual eliminaron algunas estrofas e hicieron un arreglo memorable, precisamente con una figura de guitarra hoy clásica y las mencionadas armonías de voz à la beatle. Puede decirse que la versión de “Mr Tambourine Man” de los Byrds fue el primer folk rock de la historia.
  En cuanto a Mr. Tambourine Man, el álbum, se trata de un gran disco debut. La grabación original en vinil estaba conformada por doce cortes, la mitad de ellos originales y la otra mitad de compositores como Pete Seeger, Jackie DeShannon y el propio Bob Dylan. La importancia del plato estriba en que demostraba que podían combinarse letras intrincadas, inteligentes y sobre todo poéticas con un rock sólido y a la vez armónico y melodioso. Obra fundacional de un nuevo género que daría origen a muchas otras agrupaciones a lo largo del tiempo (desde Buffalo Springfield hasta Gin Blossoms, pasando por The Band, Crosby Stills, Nash & Young, Eagles, Tom Petty y muchos más), Mr. Tambourine Man inicia con la ya comentada canción homónima y prosigue con la primera composición propia del disco: “I’ll Feel a Whole Lot Better” de Gene Clark (quien en ese entonces tenía apenas diecinueve años de edad), una pieza que lleva en sí todas las características del estilo de los Byrds. Otros cortes notables del lado A del álbum son la preciosa “You Won’t Have to Cry”, “Here Without You” (otra joyita del muy joven Clark que retrata a la ciudad de Los Angeles a mediados de los sesenta) y la clásica y tradicional “The Bells of Rhymney” de Pete Seeger, en un arreglo que, sin ser de lo mejor del grupo, da una nueva dimensión a un tema interpretado durante décadas por toda clase de músicos.
  Otra versión a un tema de Bob Dylan abre el lado B del disco. Se trata de la magnífica “All I Really Want To Do”, elaborada por los Byrds con un beat más rápido y rítmico que el de la original dylaniana y con una emoción muy particular. La sigue otra belleza: la muy dulce y melancólica “I Knew I’d Want You”, por cierto también de Gene Clark. “It’s No Use” es quizá la pieza más atípica del disco y a la vez la que iba más con el estilo de música de aquel tiempo. Se trata de la única canción realmente psicodélica del álbum, la única que se aleja del folk y se entrega plenamente al acid rock (es claro que algo tuvo que ver en esto David Crosby).
  Mr. Tambourine Man culmina con tres covers: “Don't Doubt Yourself, Babe” de Jackie DeShannon, con su beat a la Bo Diddley, la maravillosa “Chimes of Freedom” de Dylan y la tradicional “We’ll Meet Again”. En apenas poco más de treinta y cinco minutos, The Byrds habían dado nacimiento al folk rock.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 450)