viernes, 23 de junio de 2023

Pancho Villa: una vida de aventura


Para unos es un héroe, para otros un villano. La figura de Pancho Villa divide, polariza, incluso crea rivalidades y enemistades. Convertido en paladín de bronce por la historiografía oficial que lo contempla como un personaje unidimensional, ha encontrado en distintos historiadores, quizá menos subjetivos y apasionados, una manera de verlo más aproximada a lo que fue en la vida real: un hombre extraordinario, sí, pero con las virtudes y defectos de todo ser humano. No un héroe estatuario, tampoco un villano despiadado, simple y sencillamente un individuo de contrastes y contradicciones.

  La vida de quien llevara el nombre de José Doroteo Arango Arámbula fue, eso sí, una vida llena de aventuras, mismas que ayudaron a otorgarle esa estatura legendaria de la que sigue gozando a cien de su trágica muerte. 


Dura infancia y bautizo de sangre

Nacido el 5 de junio de 1878, al norte del estado de Durango, huérfano de padre y siendo el mayor de cinco hermanos, pasó su infancia y sus primeros años de adolescencia como peón en la Hacienda de Cogojito, propiedad de una poderosa familia porfirista, la de los López Negrete. Doroteo nunca asistió a la escuela, por lo que era analfabeta. 

  En 1894, cuando el muchacho tenía dieciséis años, sucedió un hecho terrible que habría de cambiar su existencia para siempre. El patrón de la hacienda, don Agustín López Negrete, quiso ejercer el llamado derecho de pernada –ese “privilegio” legalizado que permitía a los hacendados poseer y desvirgar a las hijas de sus subalternos–, en Martina, una de las dos hermanas de Doroteo. Al escuchar las angustiadas súplicas de su madre para que el patrón no violara a la jovencita de quince años y ante la negativa de éste, Doroteo fue por una pistola que tenía escondida y la vació en el cuerpo del terrateniente  para dejarlo moribundo.

  Aunque aprovechó el desconcierto inicial para huir rumbo a la sierra circundante, el muchacho no tardó en ser capturado por los guardias de la hacienda y fue encerrado para que las autoridades lo juzgaran y lo condenaran a una segura pena de muerte.

  Sin embargo, mientras estaba detenido se las ingenió para hacerse de una mano de metate de la cocina de la cárcel y atacó con ella a sus dos custodios, matando a uno y dejando mal herido al otro. Buen jinete como ya lo era, robó un caballo y volvió a escapar hacia la serranía, esta vez para no volver.

  Durante los años que pasó en la clandestinidad y luego de cambiar su nombre para hacerse llamar Francisco Villa (Villa era el apellido de uno de sus abuelos), el jovenzuelo no sólo se transformó en un hombre hecho y derecho, sino que se unió a diversas bandas de maleantes con las cuales aprendió a robar y a matar. No tardó en convertirse en jefe de diferentes pandillas de bandoleros y así su nombre se volvió famoso y temible, tanto en Durango como en el vecino estado de Chihuahua, a los que asoló a lo largo de más de tres lustros.


El encuentro con Madero

Al estallar la insurrección maderista de 1910, Pancho Villa simpatizó de inmediato con ella. Su odio contra los ricos y contra el gobierno que los protegía, además de su primitiva pero auténtica inquietud social en favor de los desprotegidos, hicieron que buscara unirse al naciente movimiento revolucionario.

  Cuando supo que Francisco I. Madero estaba en la ciudad de Chihuahua, se presentó ante él para ofrecerle sus servicios y en la charla que tuvieron, el bandido de 32 años se sintió conmovido y lloró ante la bondad del paternal don Panchito, quien lo acogió con cariño y lo consoló, absolviéndolo prácticamente de todas sus fechorías y todos sus pecados. 

  A partir de aquel momento, Villa se convirtió en un aliado incondicional de Madero, a quien veneró de una manera casi religiosa. El bandolero era, a pesar de todos sus defectos, un hombre leal y agradecido con quienes consideraba sus benefactores. Por ello, en seguida reunió a varios de sus hombres para sumarse al maderismo.

  Aquella primera parte de la revolución mexicana duró apenas seis meses, ya que para sorpresa de propios y extraños, Porfirio Díaz renunció a la presidencia de la República en mayo de 1911 y se embarcó con rumbo a Europa, de donde no regresaría jamás. Las tropas de Madero entraron a la Ciudad de México tan sólo unos días más tarde.

  Villa no venía entre ellas. Aunque había participado en la toma de Ciudad Juárez, al lado de las fuerzas de Pascual Orozco, permaneció en Chihuahua y gracias a una compensación de quince mil pesos que recibió de parte del nuevo gobierno, decidió dejar las armas e instalar una carnicería a fin de dedicarse al trabajo. Pero ser un civil anónimo y tranquilo no era para él. 


La traición de Orozco

Una vez que Francisco I. Madero se convirtió en presidente de México, luego de unas concurridas elecciones, comenzó a gobernar de una manera que no gustó a algunos de los que habían sido sus aliados, en especial Emiliano Zapata y Pascual Orozco. Ambos generales decidieron desconocer al gobierno y levantarse en armas, el primero en el sur y el segundo en el norte. Villa en cambio permaneció leal a Madero. No sólo eso: dejó su negocio de tablajero y se unió al ejercito federal para combatir a las fuerzas de Orozco. Para ello, se puso a las órdenes del general encargado de las tropas gubernamentales en el norte: nada menos que Victoriano Huerta.

  Sin imaginar lo que el destino les deparaba a ambos, dentro del ejército Villa empezó a conocer los secretos de la milicia y aprendió a ser soldado. Inteligente y receptivo, no tardó en alcanzar el grado de general brigadier de la División del Norte que comandaba Huerta.

  Durante la campaña contra Orozco, Villa y Huerta tuvieron fuertes divergencias, al grado de que el segundo acusó al primero de insubordinación, lo arrestó y lo mandó preso a la Ciudad de México, para ser internado en la prisión de Santiago Tlatelolco. No sólo eso. Huerta decidió que debía ser juzgado y ejecutado y cuando Villa estaba frente al pelotón de fusilamiento, llegó la orden de indulto del presidente Madero, con lo que Pancho salvó la vida y quedó doblemente agradecido con el primer mandatario. Sin embargo, no fue puesto en libertad.


La traición de Huerta

Pancho Villa no sabía estar encarcelado. Tal como hiciera a sus dieciséis años, esta vez también se las ingenió para fugarse y huyó de la penitenciaría para llegar, luego de correr mil peripecias, al otro lado de la frontera norte. 

  Desde los Estados Unidos, mandó una carta al presidente para ponerse a sus órdenes, pero este no tuvo tiempo de responder, ya que sobrevino la tragedia con la traición de Victoriano Huerta, el golpe de Estado contra el gobierno y los asesinatos de Francisco I. Madero y el vicepresidente Pino Suárez. La segunda parte de la revolución mexicana había comenzado y sería mucho más cruenta y salvaje que la primera.


Jefe de la División del Norte

Frente al gobierno de facto de Huerta, apoyado este por antiguos porfiristas y por la embajada estadounidense, se produjeron levantamientos armados en todo el país. Villa decidió regresar a México y cruzó la frontera al frente de ocho hombres. Pronto sin embargo logró reunir a cientos de voluntarios y con ellos tomó la ciudad de Chihuahua. Entonces, las fuerzas revolucionarias decidieron nombrarlo jefe de la División del Norte y con sus nuevos conocimientos militares logró conformar un ejército formidable. 

  Frente a esta poderosa fuerza, más las tropas carrancistas, obregonistas y zapatistas, la derrota del huertismo no tardaría en consumarse. Pero fueron las tomas de Torreón y Zacatecas por parte de los villistas, en abril y junio de 1914 respectivamente, las que precipitaron la victoria. Huerta renunció a la presidencia que había tomado a la mala y huyó del país. 


Villa y Zapata en la capital

El primer jefe del llamado ejército constitucionalista era Venustiano Carranza, quien desconfiaba de Villa y con quien este jamás pudo hacer las paces. Las diferencias entre ambos llevaron al rompimiento aquel mismo año. También las cosas entre Carranza y Emiliano Zapata iban mal. Esto hizo que los vencedores de Huerta se dividieran en dos bandos. 

  Villistas y zapatistas decidieron reunirse y llamaron a una convención en la ciudad de Aguascalientes, en octubre de 1914. Una vez ahí, decidieron avanzar hacia la Ciudad de México y Carranza optó por retirarse al estratégico puerto de Veracruz.

  La entrada de las fuerzas de Zapata y Villa en la capital de la República es uno de los momentos más memorables de la revolución mexicana. Imágenes como la de los zapatistas desayunando en el Sanborns de la Casa de los azulejos, el villista que agujeró de un balazo el techo del Café de Tacuba o, la más célebre, la fotografía de Agustín Casasola que muestra a Pancho Villa sentado en la silla presidencial y a Emiliano Zapata de pie a su lado (el jefe del Ejército Libertador del Sur se negó a tomar asiento, porque decía que la silla estaba maldita) son parte de la memoria popular.

  Un hecho muy importante y que mostró el agradecimiento y la lealtad de Villa hacia Francisco I. Madero fue la decisión del primero para rebautizar la céntrica calle de Plateros con el nombre del presidente sacrificado. Desde entonces y hasta la fecha, la calle Madero que desemboca en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México sigue llamándose de ese modo.

  La estadía de zapatistas y villistas en la capital duró unos cuantos meses y ambas fuerzas se retiraron en junio de 1915. 


La batalla de Celaya

Villa y sus fuerzas de la División del Norte emprendieron el regreso a sus territorios, aunque en realidad se estacionarían entre el occidente y el Bajío. Tomaron Guadalajara en forma efímera y de ahí se fueron a la más segura ciudad de Aguascalientes. Por entonces, la mano derecha de Pancho Villa y su principal consejero era el general Felipe Ángeles. Al saber que en la ciudad de Celaya se había acantonado un poderoso contingente del ejército constitucionalista, al mando del general Álvaro Obregón, Villa decidió atacarlo. Ángeles le aconsejó no hacerlo y permanecer atrincherados en Aguascalientes. Pero envalentonado, el llamada Centauro del Norte no hizo caso y se lanzó sobre Celaya, para sufrir la más estrepitosa derrota que había tenido hasta entonces. Aunque Obregón perdió un brazo en la refriega, debido a un obús que se lo arrancó de tajo, su victoria inclinó la balanza en favor de las fuerzas de Venustiano Carranza, algo de lo cual Villa no se repondría ya más.

  Aquel infausto 1915 lo terminó Pancho Villa deambulando por los desiertos del norte, al frente de algunos fieles, entre ellos el propio general Ángeles. Amargado y deprimido, al enterarse a principios del siguiente año del reconocimiento oficial de Estados Unidos al gobierno de Carranza, a la cabeza de algunos cientos de hombres Villa tuvo la osadía de atacar la población de Columbus, Nuevo México, lo que causó la furia del presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien envió una expedición a México para atrapar a Pancho y castigarlo. La incursión duraría casi un año y los soldados  estadounidenses, al mando del general Pershing, nunca darían con el paradero del Centauro, quien desde niño conocía la sierra de Chihuahua como la palma de su mano.


La rendición y el retiro a la vida civil

Pasaron los años sin que se supiera bien a bien dónde estaba Villa. Luego del magnicidio de Venustiano Carranza, perpetrado por sicarios de su antiguo aliado Álvaro Obregón, y con Adolfo de la Huerta como presidente interino, este último decidió otorgar la amnistía a Pancho Villa, quien la aceptó a cambio de la Hacienda de Canutillo, en su natal Durango.

  El ex jefe de la División del Norte pareció entusiasmado con su nueva actividad como agricultor y hacendado. Progresista como era, convirtió poco a poco aquella propiedad en una prospera unidad de producción en la cual dio trabajo a mucha gente y hasta fundó una escuela y una biblioteca. Parecía que así terminaría el resto de sus días, en paz y felicidad, hasta alcanzar una vejez tranquila. No sería así.


La muerte de Pancho Villa

En su hacienda, Villa solía recibir a intelectuales y periodistas. Uno de estos fue un reportero enviado por el diario El Universal, Regino Hernández Llergo, quien en mayo de 1922 le realizó una larga entrevista. Algunas de las cosas que dijo el caudillo no gustaron al gobierno del ya para entonces presidente Álvaro Obregón y un año después, en una emboscada en la cercana ciudad de Parral, Francisco Villa fue masacrado por un fuego de metralla que lo hizo pedazos, mientras acompañado de sus guardias personales manejaba su automóvil, un Dodge que hoy se conserva en el Museo Pancho Villa de la ciudad de Chihuahua.

  Aquella sería su última aventura.


(Texto para el sitio del Archivo Casasola)

   

martes, 20 de junio de 2023

Supermachos y agachados

Según indica Raúl Trejo Delarbre hoy, en su columna de La Crónica, "La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales, en su artículo 226, indica que cuando haya elección presidencial, como la que tendremos en 2024, 'las precampañas darán inicio en la tercera semana de noviembre del año previo al de la elección'”. Y dice el mismo artículo: “Los precandidatos a candidaturas a cargos de elección popular que participen en los procesos de selección interna convocados por cada partido no podrán realizar actividades de proselitismo o difusión de propaganda, por ningún medio, antes de la fecha de inicio de las precampañas; la violación a esta disposición se sancionará con la negativa de registro como precandidato”. En una palabra, esta payasada de las corcholatas en busca de convertirse en el "Coordinador" de la 4T no sólo es una farsa, es una violación a la ley. Pero todos nos quedamos calladitos y miramos el espectáculo como si los engaños morenistas fueran una muestra más de "la genialidad" de López Obrador. Seguimos siendo un pueblo de agachados, de supermachos que todo lo aguantamos, como nos describía Rius en los años setenta del siglo pasado.