sábado, 20 de septiembre de 2008

París, día 12 (Au revoir, belle ville)


Último día de este viaje a París que a pesar de todo se fue como agua. Así es esto. Todo se prepara con meses de antelación, los recursos se van ahorrando poco a poco, los planes se delínean con cuidado, se cuida cada detalle, se invierten (como rezaba un viejo lema publicitario) tiempo, dinero y esfuerzo y al final, cuando menos se da uno cuenta, el viaje se termina. Pero quedan los recuerdos -buenos y malos-, las vivencias, las conecencias, las memorias y París brinda ese tipo de cosas por millones; es una ciudad tan generosa, tan llena de luz y colores, tan espléndida que nada -y que nadie- logra opacar su influjo. Así pues, Paulina y yo dedicamos la mañana de hoy a dar un último paseo por la zona de los Campos Elíseos, donde almorzamos rico y pasamos a la FNAC, esa librería fantástica donde compré algunos títulos de autores franceses y tres discos compactos. A las tres pasó un taxi por nosotros al hotel Du Globe y cruzamos la ville de norte a sur en un recorrido que mucho tuvo de nostálgico y bello. El carro pasó por la Madeleine, por la Place de la Concorde, por el Sena, por Les Invalides, por Montparnasse y tomó rumbo hacia el aeropuerto de Orly, donde a las siete de la noche abordamos el avión de Iberia que nos condujo a Barajas, en Madrid. Permanecimos cuatro horas en esa central aérea, donde cenamos y adquirimos algunos recuerdos más. Por fin, subimos a la nave que nos conduciría a México en una larguísima travesía sobre el océano Atlántico. El viaje había llegado a su fin. No fue lo que yo esperaba, es cierto, pero las malas ondas no alcanzaron a dañar el disfrute, el placer, la alegría inmensa que me dio haber estado en la capital de Francia por segunda ocasión. El regreso será mucho antes de cuatro años, me lo he prometido. París se me ha convertido en adicción, en una segunda casa, habré de volver ahí más temprano que tarde.

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