miércoles, 3 de junio de 2009

Un sorbo unánime


-¿Tienes fuego?
La manera como aquella mujer morena me miró, hizo que yo supiera que pretendía algo más que el simple hecho de que le encendiera su cigarro. De cualquier manera no tenía cerillos.
-No fumo, no traigo lumbre.
-Entonces invítame una copa. Tengo sed y frío. Y estoy sola -me dijo.
¿Quién era yo para no dar de beber a una sedienta? Era una de las virtudes teologales, aun cuando yo no fuera católico. Entramos en el primer bar que encontramos. A las cuatro de la tarde, el lugar lucía medio vacío. Nos acomodamos ante una mesa apartada, en un rincón oscuro y casi oculto. Pedí dos rones con hielo. Ella sonrió sin objetar. Sus ojos eran verdes, de un verde selvático, feraz, húmedo; como húmedos eran sus labios gruesos y exquisitos. Imaginé su sabor, el sabor de esos labios sabiamente cubiertos por una tenue capa de lápiz rosado. Un irresistible impulso me indujo a inclinarme hacia adelante y probar su boca. Fue como lo imaginé: me supo a guanábana, a níspero, a mandarina. Era una y todas las frutas, una y todas las bocas y, de nueva cuenta, mi bella acompañante nada objetó.
Un mesero nos trajo los rones. Ella y yo chocamos los vasos y dimos un sorbo unánime a nuestras respectivas bebidas. Noté que retenía la suya, sin hacerla pasar por la garganta que adiviné profunda en el interior de su espléndido cuello alargado. De inmediato capté el mensaje. Volví a acercarme a ella y al abrirse, de su boca surgió el ardor alcohólico de aquel ron fuerte que pasó a la mía, a mi boca, llenándome de calor y excitación. No había tiempo que esperar. Apuramos el licor de un solo trago y abandonamos el bar efímero en busca del primer hotel que surgiera a nuestro paso.
Minutos más tarde, cuando su cuerpo cálido y terso retozaba desnudo bajo mis manos, después de habernos amado con la furia de un huracán caribeño, se acurrucó a mi lado como gata perezosa y sin mirarme a la cara me confesó sus verdaderas intenciones.
-Quise seducirte con mi belleza física antes de mostrarte algo que traje conmigo -dijo con voz inesperadamente tímida.
Se levantó y fue hacia la silla donde había dejado su bolso de cuero. La miré al alejarse y pude contemplar su figura a plenitud. Era tan hermosa que le hubiese cumplido el menor de sus caprichos. Buscó entre sus cosas y extrajo una pequeña libreta roja. Sonrió infantil y candorosa y retornó a mi lado, ofreciéndome el breve objeto. Yo habría preferido tomar sus pechos, pero tomé la libretita y la abrí al azar.
"Quise encontrarme en Borges y me perdí en sus laberintos".
Eso era lo único que estaba anotado, con cuidada letra manuscrita, en una de las páginas. Me pareció una frase simpática, ingeniosa incluso, y quise comentárselo, pero me interrumpió.
-Escribo aforismos. Me gustaría que los sacaras en alguna sección de tu revista -apuntó.
Buena parte del encanto de aquella noche se desvaneció al instante. De modo que ella me había utilizado con el solo propósito de ver publicados sus textículos. Me sentí humillado, y le devolví el cuadernillo sin leer más. Ella pareció desconcertada.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? -me preguntó con azoro.
Salté de la cama y comencé a vestirme. Ella no alcanzaba a salir de su asombro.
-He hecho lo mismo otras veces y siempre me ha dado resultado. ¿Quién eres tú para rechazarme de esa manera? -insistió, con naciente enfado.
Me limité a mirarla y nada respondí. Al abandonar el cuarto, sentí que quizás había sido un tanto injusto con ella. Debí decirle que hacía el amor como los propios ángeles.

6 comentarios:

  1. Don Hugo, eso de "textículos" nomás le queda a don PepeTín.

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  2. Me recordó a aquella historia de tu amiga cibernética Nerea, jeje.

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  3. Carajo, que cosas ¿no?... lo he dicho siempre Don Hugo, un buen de talento bien aprovechado, saludos.

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  4. A veces la maldad viene tambien en forma femenina y atractiva.

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  5. Comparado con sus textos sobre música, este cuento me parece muy poco afortunado.

    En primer lugar, el tema de la mujer que inicia el juego de seducir mediante pedir un cigarrillo, es ya un lugar común (en la literatura, el teatro y el cine). El estilo del narrador-personaje no es consecuente, la frase con la que se presenta el narrador: "No fumo, no traigo lumbre",
    además de redundante, es demasiado coloquial comparado con la descripción de la mujer "verde selvático feraz" y con el estilo que usa el narrador al relatar las acciones del cuento: "Nos acomodamos ante una mesa [...] dimos un sorbo unánime [...] surgió el ardor alcohólico [...] ofreciéndome el breve objeto"

    La articulación del mujer en tanto personaje, es también bastante pobre: no hay congruencia en un personaje que al abrir el texto aparece primero como voluntad, "pretendía algo más que el simple hecho de que le encendiera su cigarro", que después cae en lo infantiloide "Tengo sed y frío. Y estoy sola"; que más adelante se presenta de nuevo como voluntad "Me gustaría que los sacaras en alguna sección de tu revista -apuntó" y cae al final otra vez en lo infantiloide: "¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? -me preguntó con azoro".

    La descripción inicial de la mujer me gustó bastante; pero, como ya señalaron anteriormente, la imagen de una mujer que hace el amor como los angeles y que le da al hombre sus "textículos" (connotando testículos), más que andrógina es bastante grotesca.

    Además, no hay tensión narrativa pues el texto anticipa con demasiada obviedad el encuentro sexual; pero lo que más me sorprende es el uso de "quizáS", tomando en cuenta que en una entrada anterior usted señala el poco uso de "tal vez" y la incorreción de usar la "s" final. Pues si bien al panhispánico señala que "quizás" tiene un uso común, el DRAE señala que sólo "quizá" está apegado a la norma.

    Se que más de uno me llamará mamón, pero es sólo un opinión impresionista; prefiero cualquiera de sus textos de su blog Bajo Presupuesto a este cuento.

    Saludos Don Hugo

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  6. Bueno Hugo, tuve que crear una cuenta para poder comentar. Tú relato me pareció que tiene un estilo literario similar a el de Hank. Está efectivo. Saludos.

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