Recuerdo la simpatía y amabilidad de Agustín, quien apenas unos meses antes había compartido crujía con mi papá en la cárcel de Lecumberri (ambos estuvieron encerrados unos meses ahí y no precisamente por razones políticas). Recuerdo asimismo a su esposa Margarita (no sé si ya había nacido alguno de los tres hijos que tendrían: Andrés, Jesús y José Agustín). De lo que sí me acuerdo es de su guapa hermana, “La Muñeca”, y del genial cuadro de Augusto Ramírez, hermano de Agustín, sobre la muerte del Che Guevara. Poco después me tocaría conocer a Parménides García Saldaña, muy amigo de ellos, pero eso lo contaré en otra ocasión.
Cuando José Agustín y su familia se mudaron a Cuautla, varias veces fui con Sergio a visitarlo. Mientras, leí varias más de sus novelas y libros (su autobiografía, sus obras de teatro).
Cuando a mediados o finales de los ochenta, en Editorial Posada me dieron la dirección de la revista Natura, quise proporcionarle un toque contracultural y ecologista e invité a colaborar a Agustín, quien aceptó gustoso. Aquello duró un par de años, en los que hablaba constantemente con él por teléfono, cosa que continuó cuando a partir de 1994 se convirtió en uno de los colaboradores fundadores de La Mosca en la Pared, con su columna “La cocina del alma”.
En 1998, cuando apareció mi novela Matar por Ángela, escribió una crítica sobre la misma en su espacio del periódico Reforma y en su libro La contracultura en México de 2007 le dedicó algunos párrafos a La Mosca y algunas líneas a Sergio mi hermano y a mí.
Siempre generoso, siempre afable, estuve personalmente con él hace como diez años, cuando con Sergio y mis amigas Isadora Hastings y María José Cortés fuimos a comer a la casa de Cuautla. Una comida bastante sui generis, por cierto. A partir de entonces, no nos hemos visto en persona.
Como muchos saben, en 2010 Agustín sufrió un accidente en Puebla, un absurdo accidente debido a la presión de un grupo de seguidores suyos y que le costó estar dos semanas en terapia intensiva y pasar por una larguísima recuperación. En septiembre de ese mismo año, tuve la pena de llamarlo para informarle del fallecimiento de mi hermano Sergio. Fue un momento difícil.
Hoy que cumple sesenta y nueve años (69: número cabalístico), lo celebro con enorme gusto y jolgorio por lo mucho que nos ha dado su literatura y su obra en general, pero sobre todo por lo buen amigo que ha sido siempre y el cariño y afecto que me unen a él, a su esposa Margarita y a sus hijos (Andrés y José Agustín chico han sido colaboradores moscosos también). Cuarenta y tantos años de amistad incondicional no son poca cosa.
¡Un gran abrazo, querido Agustín!
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