jueves, 14 de abril de 2016

Breve autohistoria de la cándida Mosca por su director desalmado

Más de veinte años hace ya que surgió La Mosca en la Pared. Veintidós para ser exactos, aunque su vida editorial fue de catorce; casi tres lustros de historia que nos remontan a mediados de los años noventa y específicamente a un año crucial, 1994, cuando en México gobernaba un poderoso partido político y el presidencialismo era santo y seña de todo lo que pasaba y no pasaba en nuestro país. Año del Tratado de Libre Comercio y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Año de asesinatos políticos y de elecciones presidenciales. Año incierto. Año cierto. Año que no sé si era el idóneo para que naciera una revista de rock que quería ser crítica y antisolemne, en un momento en el que, dentro de ciertos círculos de poder, la crítica y la antisolemnidad no eran muy bien vistas que digamos. Pero ahí nacimos, así nacimos, el 11 de febrero de ese mismo 1994.
  Para quienes jamás oyeron hablar de La Mosca, contaré que el proyecto surgió a finales de 1992, cuando le presenté la idea al editor Jaime Flores Montiel de hacer una revista de rock. Yo tenía alguna experiencia en la edición de revistas (me inicié en el oficio en 1979, cuando ingresé como redactor a la revista Natura de Editorial Posada, mi verdadera escuela. Poco después, ascendí a jefe de redacción de la misma y terminé por dirigir aquella publicación de temas naturistas, vegetarianos y ecológicos).
  El caso es que, por caprichosos azares del destino, a principios de 1993 Flores aceptó mi idea, convocó a un consejo de notables (notablemente desconocidos) y arrancó lo que llamábamos “la revista de rock”. Más de un año duró ese arranque, del cual formamos parte Karem Martínez (coordinadora editorial), Fernando Rivera Calderón (subdirector) y quien esto escribe (director).
  El título de La Mosca se lo debemos a Rivera Calderón. Se le ocurrió de pronto, durante una de las primeras juntas, al ver la camiseta que portaba uno de los presentes con la leyenda “U2: The Fly”. Así de impensado surgió el nombre que la haría conocida.
  Luego de varios meses de trabajo, tiempo que incluyó cambios en el equipo de diseño y hasta cambio de nombre y sede de la editorial (de Ejea pasamos a Toukán), el primer número de La Mosca apareció en febrero de 1994.
  ¿Qué tenía de especial la nueva revista? En primer lugar, su formato. Con dificultades, logramos convencer al editor para que la publicación tuviera una dimensión bastante sui generis en aquel momento: 34 centímetros de altura por 23 y medio de ancho. Nada que ver con el clásico tamaño carta. También el diseño fue desde el primer momento muy diferente y propositivo, en ocasiones incluso demasiado estridente. Pero pienso que lo básico fue su contenido y la manera de abordarlo. Durante años, en mi papel de lector, había observado que las revistas de rock en México tenían varias características que las hermanaban de manera por demás penosa y como lector quise evitar esas características, ese modo de hacer pseudoperiodismo roquero. Por fortuna, Fernando Rivera y Karem Martínez coincidieron conmigo y logramos romper con muchos mitos y vicios de aquellas revistas. En primer lugar, la actitud paternalista que trataba a los lectores como si se tratara de enanos mentales, de niños oligofrénicos, de seres impensantes, y que lo hacía, además, con un lenguaje paupérrimo y francamente pedestre. El buen uso del español fue una exigencia que tuvimos desde un principio. Estaba también la aplicación de la crítica. Por alguna extraña razón, las revistas nacionales sobre el género consideraban (y en su mayor parte siguen considerando) su deber “apoyar” al rock, sobre todo al que se produce en México. ¿Qué significaba apoyar para ellas? Simple y sencillo: hablar bien de los grupos y sus discos, sin importar qué tan malos fueran, ser complacientes con cuanto hicieran y deshicieran. En La Mosca no fue así. Desde nuestro primer número, aplicamos el principio de decir las cosas como eran y no como otros querían que fuesen. La crítica se convirtió en parte fundamental de nuestro quehacer cotidiano y muchísimas agrupaciones, sobre todo mexicanas, fueron cuestionadas sin contemplaciones. Casi de inmediato hubo reacciones, no sólo entre los músicos sino entre la prensa de rock. Se nos acusó de antinacionalistas, amargados, negativos, tendenciosos y un largo etcétera. Sin embargo, no nos movimos de ahí y aunque seguimos generando odios y rencores (larga sería la divertida lista de bandas que nos aborreció y aún nos sigue aborreciendo), nos ganamos el respeto de miles de lectores. Siempre he pensado que el mayor capital que tuvo siempre La Mosca fue justamente su congruencia y, por ende, su credibilidad entre los lectores.
  Otro punto que diferenció a la revista de sus congéneres fue el uso del humor. Hasta ese entonces, las publicaciones roqueras eran insufriblemente solemnes y se tomaban demasiado en serio a sí mismas. Como si el rock no fuera finalmente una música lúdica y anticonvencional, los diversos magazines que existían se referían al rock como si de un objeto sagrado e intocable se tratara. El lenguaje era aburrido y jamás se permitía la más ligera licencia humorística. Curiosamente, esa actitud irónica de La Mosca no fue retomada por las otras revistas musicales sino por medios mucho más importantes, caso del semanario Milenio y posteriormente del diario del mismo nombre, cuyo empleo del humor se debe en mucho a que a sus páginas llegó gente que colaboraba en La Mosca en la Pared. El propio Fernando Rivera Calderón, Verónica Maza Bustamante, Jairo Calixto Albarrán, Rafael Tonatiuh, Juan Alberto Vázquez y Miguel Cane, entre otros, fueron parte de La Mosca. Incluso hay leve presencia de La Mosca en La Jornada, con la periodista Patricia Peñaloza que fue parte del equipo editor y más tarde colaboradora (aunque ella no posee el mínimo sentido del humor).
  Muchas son las vicisitudes que pasamos a lo largo de catorce años (las más graves, nuestra momentánea desaparición de agosto de 1994 a junio de 1996 y luego, en 2008, la desaparición en apariencia definitiva de La Mosca en la Pared), muchos fueron los contratiempos, pero muchas las satisfacciones. De estas, dos de las principales fueron: primero, la conformación de un equipo de colaboradores estupendo, el cual incluyó a plumas como las de José Agustín, Eusebio Ruvalcaba, Rafael Aviña, Fernanda Solórzano, Naief Yehya, Adriana Díaz Enciso, Armando Vega-Gil, Fedro Carlos Guillén, Sergio Monsalvo, José Xavier Návar, Andrés de Luna y varios más, aparte de un muy competente grupo de jóvenes escritores, fotógrafos e ilustradores de ambos sexos, y, segundo, nuestra contribución para formar un público lector muy crítico y exigente, no sólo con la música que escuchaba sino con las cosas que leía, incluida la propia revista (a diario recibíamos correos salvajes que nos hacían polvo ante cualquier desacuerdo). Gente que hoy tiene cerca de cuarenta años y que empezó a leernos a los quince. La Mosca acompañó a varios miles de jóvenes mexicanos durante sus tempranas vidas y cuando me lo dicen, no deja de resultar emocionante y motivador.
  Fueron catorce años, pues, de sobrevivir prácticamente del milagro de la venta al público -sin subsidios, sin becas, con poquísima publicidad- y de mantenernos aleteando a pesar de todo. Es cierto que hubo causas para que justo al cumplir catorce años el proyecto se viera interrumpido. Causas económicas básicamente: las ventas disminuyeron, revistas con mayor poderío económico surgieron y nuestro principal talón de Aquiles, la poca capacidad para vender espacios publicitarios, terminó por cobrarnos factura.
  Con la perspectiva que dan los años, puedo decir que probablemente no supimos adecuarnos a las nuevas generaciones de lectores, cuando internet empezó a cobrar una gran importancia y las redes sociales iniciaron su predominio. También caímos en el error de tratar de revertir la caída en las ventas con portadas más comerciales (The Killers, Muse, Soda Stereo, Zoé), lo que lejos de mejorar la situación la empeoró, pues muchos de los viejos lectores se sintieron traicionados y perdimos una parte de lo que, como decía párrafos atrás, siempre fue el principal capital de la revista: su credibilidad.
  Desde entonces se intentó revivir el proyecto, primero como La Mosca en la Red y luego como la revista Mosca (nueve números, de julio de 2013 a junio de 2014). Pero ya no funcionó, en lo editorial y lo financiero, y creo que fue lo mejor. Ahora que veo las cosas con una mayor y mejor perspectiva, pienso que La Mosca cumplió su ciclo y que hasta ahí debe quedar: como un muy buen recuerdo (aunque como fuente hemerográfica mantiene su vigencia).
  Así pues, de lo único que podemos estar ciertos es de que, a lo largo de esos años, los hacedores y los lectores de La Mosca nos divertimos mucho con esos dos juguetes tan peculiares y entrañables, tan maravillosos y recompensantes, llamados periodismo y rock.

(Publicado este mes en la revista Marvin)

8 comentarios:

  1. se agradece el esfuerzo,la calidad y las lecciones. aun hoy,si chachareando la encuentro y me falta ese numero la adquiero.
    falta en el actual medio ese zumbido persistente...

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  2. Yo aun tengo mi coleccion de revistas con mucho orgullo... en ellas se leia el rock de verdad.

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  3. Aparecieron primero dos correos mios en la Mosquita y luego dos colaboraciones en El Rincón de los lectores, en la etapa de Mosca colaboré con un review de Homogenic de la jefa Bjork, la mosca fue parte de mi juventud y le estoy agradecida por todo lo que me enseño y a pensar críticamente ... y yo si tengo sentido del humor jojo. Un abrazo Hugo.
    mosc

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  4. Me parece que de esas raíces, también esta la columna del Financiero "Bajo Presupuesto" No recuerdo bien , Saludos.

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  5. gracias por tan buenos momentos, tambien tengo mi coleccion de revistas. y sigo a la caza de numeros por los puestos de revistas, poco a poco se hacen de culto.

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  6. Gracias por esa revista. Yo me considero cazador de Moscas ya que busco los números que no pude adquirir en los bazares (aunque me saquen los ojos con el precio).
    Gracias por aclarar lo que sucedió en el resurgimiento como Mosca. Me tocaron las dos últimas desapariciones y las dos fueron muy dolorosas para mi. Ninguna otra revista llenó ese hueco que dejó La Mosca . Gracias a su revista aprendí a ser mamón para la música. jaja muchas gracias, de verdad Don Hugo.

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  7. Para hacer un balance es necesario contar no sólo lo bueno sino también lo negativo, los errores y las regadas de tepache. Creo que lo hiciste muy bien y se te respeta por eso. La Mosca fue la mejor revista de rock hecha en México y puedo decir que conservo docenas de ejemplares de gran valor hemerográfico (como dices), lúdico y sentimental.
    Mencionaría que siento que en algún momento hubo demasiada autocomplacencia de parte del staff, especialmente de ti, Hugo; así como que en ese perder el toque con las muevas generaciones también hubo una pérdida de capacidad de reírse de sí mismos. En el querer ser políticamente incorrectos muchas veces prefirieron hacerlo únicamente en la forma, pero en esencia no pudieron hacerlo genuinamente, así como que las nuevas revistas hicieron lo propio utilizando un pésimo dominio del idioma y usando el chiste fácil y las leperadas como recurso barato para captar más lectores (cosa que ustedes siempre dominaron. Cómo olvidar al genial Armando Vega-gil, por poner un ejemplo).
    En fin, creo que tu balance es justo y se te reconoce desde esta trinchera como el líder que echó a andar y dirigió el rumbo de este gran proyecto, y aunque tus posturas políticas no me simpatizan en absoluto, considero que eres un gran periodista de rock, uno de los mejores de México.
    Saludos cordiales.

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  8. Para hacer un balance es necesario contar no sólo lo bueno sino también lo negativo, los errores y las regadas de tepache. Creo que lo hiciste muy bien y se te respeta por eso. La Mosca fue la mejor revista de rock hecha en México y puedo decir que conservo docenas de ejemplares de gran valor hemerográfico (como dices), lúdico y sentimental.
    Mencionaría que siento que en algún momento hubo demasiada autocomplacencia de parte del staff, especialmente de ti, Hugo; así como que en ese perder el toque con las nuevas generaciones también hubo una pérdida de capacidad de reírse de sí mismos. En el querer ser políticamente incorrectos muchas veces prefirieron hacerlo únicamente en la forma, pero en esencia no pudieron hacerlo genuinamente, así como que las nuevas revistas hicieron lo propio utilizando un pésimo dominio del idioma y usando el chiste fácil y las leperadas como recurso barato para captar más lectores (cosa que ustedes siempre dominaron. Cómo olvidar al genial Armando Vega-Gil, por poner un ejemplo).
    En fin, creo que tu balance es justo y se te reconoce desde esta trinchera como el líder que echó a andar y dirigió el rumbo de este gran proyecto; y aunque tus posturas políticas no me simpatizan en absoluto, considero que eres un gran periodista de rock, uno de los mejores de México.
    Saludos cordiales.

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