A una semana y un día escasos de que se lleven a cabo las elecciones en el Estado de México (y en otras entidades de la república), al parecer el ganador o ganadora no lo será por sus méritos ciudadanos y/o políticos, tampoco por su capacidad de liderazgo o sus propuestas en favor de los mexiquenses; lo será quien en la mente de los votantes sea el candidato o candidata con menor tendencia a la corrupción.
Porque eso es lo que nos ha dejado la campaña en ese políticamente tenebroso estado: una guerra sucia entre los candidatos en la que todos se tiraron lodo y ninguno salió limpio, en especial los tres con mayores posibilidades de vencer en la contienda.
A pesar de la buena pelea que dio el representante del PRD, Juan Zepeda, si somos realistas y le damos algún crédito a las encuestas (algo muy poco recomendable, por cierto), quienes se enfilan a llevarse la mayoría de los votos el domingo 4 de junio son el priista Alfredo del Mazo, la panista Josefina Vázquez Mota y la morenista Delfina Gómez, no necesariamente en ese orden.
Los tres recibieron multitud de acusaciones por parte de sus contrincantes. Los tres quedaron manchados hasta el tuétano. ¿Cuál saldrá mejor librado? Muy pronto lo sabremos.
Aventurar un pronóstico, en las actuales circunstancias, resulta demasiado incierto y arriesgado. Lo que sí podemos pronosticar es que la guerrita cochambrosa en el Edomex será nada comparada con lo que nos espera dentro de un año escaso, cuando se libre la madre de todas las batallas, la que tendrá en la mira la presidencia de la república.
Lo del Estado de México ha sido una especie de ensayo. Lo fuerte, lo denso, lo pesado, lo inimaginable se dará en el 2018. Será el rechinar de dientes, habrá más que huevazos y saldrán más chispas que en 2006 y 2012.
¿Votaremos el año que viene también por el menos corrupto de los candidatos presidenciales? ¿Por el menos delirante? Esperemos que no sea el caso.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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