“Sin Black Sabbath no creo que hubiese existido Metallica”, declaró alguna vez el baterista Lars Ulrich, mientras que Kurt Cobain dijo que Nirvana era “el punto intermedio entre los Beatles y Black Sabbath”. La influencia del cuarteto fundado en Birmingham, Inglaterra, por Ozzy Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward es fundamental en la historia del heavy metal y Paranoid (Vertigo, 1970), su segundo trabajo discográfico, es muy posiblemente su obra de mayor trascendencia.
A principios de 1970, el cuarteto había grabado Black Sabbath, una combinación de canciones que iban de los temas blueseros que solía tocar cuando el grupo aún se llamaba Earth, a sus primeras composiciones de tinte pesado que emparentaban a Osbourne y compañía con agrupaciones como Blue Cheer, Steppenwolf y Deep Purple. Ese primer intento fue realizado en apenas doce horas, en un par de consolas de cuatro tracks de los estudios Regent Sound de Londres. Seis meses después, Black Sabbath regresó a las cabinas de grabación para producir Paranoid, un disco en el cual ya estaban plenamente desarrolladas las características de su inconfundible y hoy legendario sonido.
Por aquellos días, el cuarteto solía presentarse en el Star Club de la ciudad de Hamburgo, Alemania, donde tocaba hasta seis sets de cuarenta y cinco minutos por noche, en un verdadero tour de force que hizo a los cuatro músicos perfeccionar su estilo. Cuenta el bajista Geezer Butler que, por ejemplo, “War Pigs” originalmente duraba 40 minutos y así la interpretaban en aquel club germano. Tony Iommi efectuaba larguísimos solos, con las cuerdas de su guitarra aflojadas a propósito.
Para quienes no conozcan esta parte de la historia, Iommi tuvo un accidente a los diecisiete años de edad, en la fábrica donde laboraba, percance que le hizo perder las yemas de los dedos medio e índice de su mano derecha. Aunque los médicos le auguraron que jamás volvería a tocar, se las ingenió para fabricarse unas prótesis que cubrieron las partes afectadas y con enorme fuerza de voluntad se convirtió en el guitarrista que llegó a ser. Sin embargo, para amainar el dolor, tuvo que aflojar las cuerdas del instrumento, otorgándole al mismo un timbre más grave de lo habitual y creando así, de manera un tanto fortuita, el inconfundible sonido que haría célebres a sus riffs.
Paranoid tuvo un impacto inmediato en Europa y el continente americano. En México, Black Sabbath logró conformar una inmediata cofradía de seguidores y lo mismo sucedió en diversas partes del planeta.
Musicalmente, el álbum muestra una atmósfera dramática, opresiva, deprimente y oscura, debida sobre todo a sus tonalidades menores y al compacto y casi monolítico desempeño de cada integrante del grupo. En cuanto a la temática del disco, las letras hablan lo mismo de asuntos traumáticos de la vida real como la muerte, la guerra, la enfermedad y las drogas, que de alucinadas narraciones que rondan lo sobrenatural y el horror gore.
El disco abre con la ya clásica “Paranoid”, un hito del rock pesado, con su ya clásico riff y la voz aguda de Osbourne a toda su potencia. Se trata de la composición que abrió a Black Sabbath las puertas del mundo y los catapultó a las alturas que no abandonarían durante prácticamente toda la década de los setenta.
“War Pigs” es otra pieza emblemática del cuarteto. Claro alegato contra la guerra de Vietnam (“En el campo los cuerpos quemados / Mientras la maquina de la guerra avanza / Muerte y odio contra la humanidad / Envenenando sus cerebros lavados…”), fue prohibida en varias partes de los Estados Unidos por su mensaje y adoptada a su vez como himno por muchos de los jóvenes norteamericanos que se negaban a ir a combatir a Indochina. De hecho, el álbum iba a llamarse originalmente War Pigs, pero justo por sus implicaciones políticas la disquera les pidió cambiarlo y, dado el éxito radial de la canción “Paranoid”, el nombre del acetato quedó como hoy se conoce.
El tercer corte del lado A del disco es un tema atípico dentro de la producción de Black Sabbath. “Planet Caravan”, con su lento compás percusivo y la voz filtrada de Ozzy, tiende más a la sensualidad y el misterio, una melodía oscura con un solo de guitarra acústica que mostraba la influencia de Jimmy Page y su Led Zeppelin.
Concluye la primera parte del álbum con la poderosísima y también clásica “Iron Man”, caracterizada por el memorable y pesadísimo riff de la guitarra de Iommi y el cambio de ritmo a mitad del camino para regresar a la densa atmósfera inicial.
El segundo lado abre con “Electric Funeral”, otra muestra de las lentas y sombrías figuras de Iommi, combinadas con el bajo de Butler –un bajo que lejos de contrapuntear, suele seguir con puntualidad los riffs de la guitarra (“un truco que le aprendí a Jack Bruce”, según llegó a confesar alguna vez el propio Butler)– y la batería casi jazzística de Ward.
“Hand of Doom” es quizá la mejor composición del disco. Desde su ominoso inicio, con ese bajo lúgubre que va siguiendo la voz de Osbourne, para desembocar más adelante en un estallido de la guitarra que se traduce en una aceleración plenamente metalera, antecedente claro de la rítmica para headbangers. El tema va y viene, sube y baja, se aleja y retorna con fuerza brutal, mientras su parte instrumental recuerda a los largos jam sessions de grupos sesenteros de la costa oeste estadounidense como Quicksilver Messenger Service o Big Brother and the Holding Company.
El instrumental “Rat Salad” permite el lucimiento de Iommi, Butler y Ward (este último se permite un buen solo de batería) y el álbum concluye con la estupenda “Fairies Wear Boots”, con una elegante guitarra por parte de Iommi (en la introducción conocida como “Jack the Stripper”) y algunas variantes a lo largo de los poco más de explosivos seis minutos que dura el tema.
Paranoid es un clásico del heavy metal, un disco primigenio, una obra fundacional y definitiva.
(Publicado el día de ayer en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
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