Al parecer,
muchos no soportan una simple opinión contraria a López Obrador y aparte de
lanzarme improperios (“Tu panismo raya en lo cínico”, “Periodista de quinta”,
“Tipo senil”, “Hijo de Peña Nieto”, "¿Cuánto te pagan los panistas (o los priistas o los chuchos, o Televisa...", etcétera), algunos tratan de descalificarme
porque no soy analista o politólogo sino un mero “opinador” o me retan a
contestarles como si yo tuviera la obligación de discutir con cada uno de
ellos. El colmo fue alguien que se convirtió en un verdadero acosador, con
farragosos párrafos que me exigían le respondiera y le aclarara, a él en
particular, mi “odio” contra AMLO. Otros me dicen que lo que digo es
indefendible y que por eso no contesto en mi facebook o en mi Twitter. La
verdad es que no tengo tiempo y tampoco interés como para meterme en una
polémica que sería un diálogo de sordos y que conduciría a donde conducen las
discusiones con quienes ya tienen su dogma bien determinado, establecido y
cuadriculado: a la nada.
Pero como
veo que algunos insisten y persisten y me dicen que hablo sobre Andrés Manuel
desde el prejuicio y la ignorancia, he aquí algunas de las razones por las
cuales no quisiera verlo en la presidencia de esta pobre y vapuleada república y que nada tienen que ver con algún odio personal contra su persona.
1. Porque no es un demócrata. Aunque ahora quiera cambiar
de ropaje y venderse como un político pacífico, amoroso y hasta respetuoso del
establishment, no se puede olvidar su rabiosa reacción contra lo que en 2006 él
y los suyos consideraron un fraude, sus frases histéricas como “¡Cállate
chachalaca!” o “¡Al diablo con los instituciones!”, la toma de la avenida Reforma, la
descalificación a su propia gente que estuvo en las casillas vigilando los votos,
la farsa teatral en la que se ungió como “presidente legítimo”, etcétera.
2. Por su marcado pasado priista. En sus tiempos como
miembro del Partido Revolucionario Institucional (y para decirlo en palabras de
Luis González de Alba), López Obrador “se crió en el PRI, mamó del PRI, compuso
el himno del PRI, dirigió al PRI-Tabasco, es del peor y más viejo PRI”. Además,
posee todas las mañas y artimañas de los viejos priistas, como el hecho de no
haber licitado las multimillonarias obras que realizó cuando fue Jefe de
gobierno del DF, obras que nunca estuvieron contempladas en el presupuesto, así
como no haber informado de sus costos y lograr (con manipulaciones de René Bejarano
dentro de la Asamblea de Representantes) que éstos fueran un secreto que sólo
podría ser conocido doce años después (doce años cuyo término pronto se
cumplirá, por cierto).
3. Por la gente que lo rodea. ¿Cómo se puede anhelar a un
gobierno federal no sólo en manos del tabasqueño sino de sus más allegados?
¿Cómo imaginar -sin sentir escalofríos- el tener como altos funcionarios a personajes como Martí Batres, Dolores Padierna, Ricardo Monreal, Gerardo
Fernández Noroña o los dirigentes de un partido como el PT (fundado por los
hermanos Salinas de Gortari como un contrapeso para el PRD) o de esa cosa
llamada Convergencia? Gente de tal calaña, adueñada del Estado, francamente
me horroriza.
4. Porque no
creo en el gatopardismo. Los cambios de imagen que trata de mostrar López
Obrador no me los trago. Perdón, pero no son prejuicios sino el hecho de
conocer su pasado (el antiguo y el reciente). No hay algo que me diga que está
siendo sincero y que no miente. Tengo la suficiente edad como para no chuparme
el dedo y para no ser políticamente ingenuo.
No hablo pues desde el prejuicio. Esas son mis muy
personales razones para descreer de AMLO y estar seguro de que no votaré por él
en 2012. No creo que sea la opción después de este par de sexenios tan
desastrosos. Mi razón y mi conocimiento de la historia de México (y mi muy
subjetivo instinto político también) me indican que el país caería aún más
abajo de donde lo están dejando los gobiernos panistas (a los que hay que
reconocerles, sin embargo, que han mantenido una estabilidad económica que no
se vio entre 1970 y 1997). Eso es lo que yo pienso, simplemente, sin la menor intención de pontificar o de creer que poseo la verdad absoluta. No soy tan soberbio. Sólo estoy preocupado por el destino de mi país.