A fines de los años sesenta del siglo pasado, mi hermano Sergio García empezó su carrera como cineasta independiente y fue uno de los fundadores del movimiento de cine en Súper-ocho que se consolidó a principios de los setenta, básicamente en el entonces Distrito Federal, con otros realizadores en ese mismo formato como Gabriel Retes, Alfredo Gurrola, Bosco Arochi, Héctor Abadié y David Celestinos, por mencionar a algunos (más adelante se sumarían directores de la mal llamada provincia, como el duranguense Juan Antonio de la Riva o el veracruzano Nino Gasteasoro). Fue por ese tiempo que Sergio conoció al escritor José Agustín y trabó con él una gran amistad que duraría cerca de cuarenta años. Como yo solía andar todo el tiempo pegado a mi hermano y participaba en algunos de sus proyectos cinematográficos, tuve la fortuna de conocer también a Agustín, de quien a mis quince o dieciséis años ya había leído libros como La tumba, De perfil y la primera versión de La nueva música clásica (en 1972, a los diecisiete años, escribí un intento de novela breve, cuyas 45 páginas mecanografiadas aún conservo, con toda la influencia agustiniana), además de que leía sus artículos y traducciones de canciones del rock anglosajón que se publicaban en el suplemento cultural de El Heraldo de México y sus textos rocanroleros en la revista Pop.
Varias veces fui al apartamento que ocupaban el escritor y su muy bella esposa, Margarita Bermúdez, en la calle Gabriel Mancera de la colonia Del Valle. Ahí me tocó conocer también al hermano de Agustín, el gran pintor Augusto Ramírez (magnífico artista y espléndido ser humano), a una de las hermanas de ambos (“La muñeca”, le decían y era muy guapa) y llegué a ver a otros escritores como Gustavo Sainz, Luis Carrión, Gerardo de la Torre y el siempre impredecible Parménides García Saldaña. Esto sucedía en 1970 y claro, yo era un escuincle de quince años que sólo los miraba a todos y casi no me atrevía a pronunciar palabra (con el único que recuerdo que platicaba era con Augusto). Tiempo después me tocaría ver de muy chiquitos a los dos primeros hijos de Agustín y Margarita: Andrés y Jesús; a Tino lo conocería pasados algunos años.
En 1971, mi papá tuvo un problema con la empresa en la que trabajaba como agente de ventas y, acusado de fraude, fue encarcelado algunos meses en Lecumberri. Allí coincidió con José Agustín, quien pocos meses antes había sido encerrado tras las rejas del mismo penal por un problema de posesión de drogas. Cuando Agustín supo que aquel señor de nombre Juan García Ayala (a la sazón mi padre tenía 49 años) era el papá de su amigo Sergio, se volvieron grandes camaradas y se acompañaron mutuamente en el encierro. Afortunadamente, los dos pudieron salir pronto del siniestro Palacio Negro.
Dos años después, José Agustín quiso integrarse al movimiento superochero y en 1973 dirigió la película Luz externa, con la actriz July Furlong y Gabriel Retes en los papeles principales y mi hermano Sergio como encargado de la cámara.
Mucho tiempo pasó y en 1987 tomé la dirección de la revista Natura, de Editorial Posada (mi verdadera alma mater, a la que había ingresado como redactor y guionista de historieta en 1979). En 1989 se me ocurrió efectuar algunos cambios y hacer que la publicación no sólo hablara de vegetarianismo, naturismo y medicina alternativa, sino también de rock y contracultura. Entonces invité a José Agustín a sumarse como colaborador al proyecto y aceptó encantado.
Por diversas razones tuve que salir de Posada en 1992 y luego de estar en varios medios (como articulista, reportero y guionista de historieta), me llegó la oportunidad de proponer un viejo sueño: editar una revista de rock. Con el apoyo de Jaime Flores y Editorial Toukán, en febrero de 1994 nació, bajo mi dirección, La Mosca en la Pared y desde el número uno hasta el 125 (aparecido en febrero de 2008), José Agustín fue leal colaborador con su mítica columna “La cocina del alma” (título en homenaje a la canción “Soul Kitchen” de los Doors). El propio escritor mencionó a La Mosca en su libro La contracultura en México, de 1996.
(Un paréntesis: en 1995 y 1996, hice un libro de entrevistas con roqueros mexicanos como Saúl Hernández, Santa Sabina, El Tri, La Maldita Vecindad y Café Tacuba. El título era Rock bajo palabra y lo iba a publicar Editorial Planeta. José Agustín me hizo el favor de escribir el prólogo. Desgraciadamente, de última hora la editorial se echó para atrás “por cuestiones presupuestales” y el volumen nunca apareció. Ahí lo tengo, por cierto, aunque no sé qué tan interesante pueda resultar para los lectores de 2024. Fin del paréntesis).
Tres o cuatro veces visité a Agustín en su casa de Cuautla. La última ocasión fue en 2002, cuando con mi hermano Sergio y tres amistades mías (la periodista María José Cortés, la fotógrafa Isadora Hastings y el artista plástico Damián Ortega) fuimos a comer a la hermosa residencia agustiniana, donde también estuvieron su esposa Margarita y su hijo Tino, con un amigo suyo. Fue una comida bastante sui géneris y digna de un cuento de Agustín. Quizás algún día yo mismo lo escriba.
A partir de ahí, mi relación con él fue más bien telefónica. Hablábamos al menos una vez al mes y así fue hasta que desapareció La Mosca, es decir, en 2008. Cuando falleció mi hermano Sergio, en septiembre de 2010, le pregunté a Andrés Ramírez si consideraba prudente que llamara a su papá para informarle del deceso de su gran amigo. Temía yo que pudiera afectarle, ya que unos meses antes el autor de Cerca del fuego y Ciudades desiertas había tenido el conocido y malhadado accidente de Puebla. Andrés me dijo que sí lo llamara y así lo hice. Fue la última vez que hablé con mi querido Agustín, quien no pareció captar del todo que mi amado hermano había muerto.
Ahora que están juntos en el cielo de diamantes, no puedo sino recordarlos a ambos y hoy en especial a José Agustín, quien este 16 de enero partió pacífica y dulcemente del plano terrenal, rodeado en su lecho por su bella familia. Para mí fue como un pariente, un hermano mayor que siempre me apoyó y a quien recordaré toda la vida con gran cariño y respeto.
(Publicado el día de hoy en la sección "Acordes y desacordes" del sitio de música de la revista Nexos)