Si lo inventa para usted, debe saber que las consecuencias también pueden ser negativas. Tendrá sus quince minutos de fama, sí, pero a riesgo de convertirse en un apestado o hasta de terminar con todo y huesos en el frescobote. En cambio, si prefiere inventárselo a otra persona, tendrá incluso la ventaja de aparecer como el muchacho bueno de la película, como el príncipe políticamente correcto del cuento y hasta de ser alabado por su impecable compromiso social.
Ejemplos de todo esto sobran, pero si usted es capaz de otorgarle detalles originales e inéditos a su potencial escándalo, los resultados serán aún mejores. Por ejemplo, si posee una mente maquiavélica y le quiere dar en la torre a alguien que le caiga gordo, no hay como ponerle un cuatro con algún anzuelo sensualón (sea hombre, mujer o quimera, depende el caso) o contratar a alguien para que grabe en audio o en video el testimonio de una víctima de la insaciable procacidad de su enemigo (recuerde siempre distorsionar la voz de la presunta víctima, no vaya a ser la de malas y le caigan con el truquito). Todo ello es en aras de brindar al respetable un rato de sano esparcimiento, a fin de que se olvide de sus penas cotidianas o de los problemas que lo aquejan y que hacen de su existencia algo tan monótono y sufrido. También es para darle paja, cerillos y gasolina a tuiteros y feisbuqueros, quienes siempre andan en busca de situaciones para señalar con su dedo flamígero (el mismo dedo que usan en sus teclados o telefonitos para escribir sus implacables tuits) y quedar como seres impolutos (no, impoluto no es una mala palabra).
Los escándalos sexuales son lo de hoy. Súmese usted a la moda (el uso de árnica es opcional).
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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