Lo peor que le puede suceder a un crítico es creer que su palabra se vuelve divina. A partir de que esto sucede, el crítico (ya sea de literatura, de artes plásticas, de teatro, etcétera) se transforma en un pontífice y trata de colocarse siempre en un plano superior al del sujeto o el objeto criticados.
En el caso de la crítica cinematográfica, lo anterior resulta especialmente claro. Dentro de nuestro mundillo cultural, abundan estas pequeñas deidades soberbias y pedantes. Lejos de acometer la crítica como un análisis concienzudo y a fondo de la obra (en este caso la película), lejos de desmenuzarla en sus partes y tratar de diseccionarla con el rigor del científico, esta cauda de críticos (me veo tentado a entrecomillar la palabra, pero me aguanto) se dedica a adjetivar las cintas, a calificarlas alegremente según sus gustos y tendencias personales, con un subjetivismo paternalista que, bajo un disfraz orientador ("escribimos para que el público sepa si una película es buena o mala"), oculta un enorme desprecio por el lector.
Lo tendencioso de esta clase de crítica resalta a la hora de denostar a aquellos cineastas que no son afines al comentarista, mientras se alaba en forma desmedida a los favoritos. En lo que respecta a los denostados, resulta muy frecuente toparse con críticos que definen como artesanos a aquellos directores con los que no congenian o a los que de plano desconocen, si bien les admiten dotes así sea a cuentagotas.
Un ejemplo concreto: el pasado 22 de febrero, en las recomendaciones de cine en televisión de El Nacional (sección de espectáculos), Naief Yehya se refiere a Howard Hawks (¡a Howard Hawks!) como un "artesano" al que la comedia "le viene al dedo". Caramba, qué manera tan sencilla de rebajar a un cineasta de los tamaños de Hawks de un solo plumazo (o más bien maquinazo). Quizás Yehya, como buen redactor posmo, considere que todo el cine anterior a David Lynch (el sobrevaloradísimo ídolo de los jóvenes coyoacanenses aspirantes a intelectuales) es basura o mera artesanía barata. Le sucede lo mismo al comentar discos: para él, tal parece, antes del rock industrial todo es obra de dinosaurios indignos de escucharse, llámense Rolling Stones, Bob Dylan, Led Zeppelin, The Who o quien se quiera.
Pero volviendo al despreciado Hawks, según el criterio del mencionado crítico debemos considerar como obras menores, artesanías sin valor real, a filmes de las dimensiones de Río Rojo (western paradigmático, para usar un término dominguero postmoderno), Scarface (obra maestra del cine negro, recreada en 1983 por Brian de Palma), El sueño eterno (una de las mejores adaptaciones a la pantalla de la novelística de Raymond Chandler), Tener o no tener (con los actores artesanales Humphrey Bogart y Lauren Bacall) o Los caballeros las prefieren rubias (divertidísima comedia con la inolvidable Marilyn Monroe).
No es posible que los críticos nacionales de la nueva hornada arriesguen epítetos de manera tan irresponsable. Si Howard Hawks es un simple artesano, debemos inferir entonces que también lo son John Ford, Raoul Walsh, Billy Wilder, John Huston, Michael Curtiz, Elia Kazan, Nicholas Ray, Frank Capra, Otto Preminguer, Orson Wells y otros de los realizadores nacidos a fines del siglo pasado o principios de éste. No se vale.
(Texto publicado el 27 de febrero de 1992 en mi columna "Bajo presupuesto" de la sección cultural de El Financiero y que me ganó, primero la enemistad y luego la amistad que persiste hasta hoy del querido Naief Yeyha)
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