Una muy querida y entrañable amiga salió de viaje unos días y me pidió echarle un ojo a sus gatitos y de ser posible, pasar la noche con ellos. Así lo hice y me fui nada menos que a mi antiguo depto, donde ella ahora vive. No es la primera voz que acudo, desde que me mudé hace cuatro años y dos meses. Es raro, porque viví ahí por prácticamente dieciocho años y no lo he sentido tan familiar. Imagino que se debe a que ella tiene otro mobiliario y otro acomodo de la casa en sí. Todo bien. Les puse comida a los dios gatos (macho y hambre, ver foto), les limpié el arenero y estuve leyendo y viendo una película. Dormí en mi antigua recámara después de tanto tiempo, aunque en otra cama y con otras (duras e incomodas) almohadas. Pero todo tranquilo a fin de cuentas.
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