domingo, 16 de junio de 2024

Vidas (y revoluciones) paralelas

La revolución francesa duró diez años (de 1789 a 1799) y la mexicana también (de 1910 a 1920). Ninguna de las dos logró concretar sus fines iniciales, es decir, la búsqueda de la justicia social, de la democracia, de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad. Durante los diez años que duró, la revolución francesa se tradujo en una serie de traiciones, de violencias, de arbitrariedades, de ignominias, de viejos compañeros de lucha que terminaron odiándose y matándose entre ellos. Durante los diez años que duró, la revolución mexicana se tradujo también en una serie de traiciones, de violencias, de arbitrariedades, de ignominias y de viejos compañeros de lucha que terminaron odiándose y matándose entre ellos. La revolución francesa comenzó como un movimiento más o menos popular y terminó abruptamente cuando Napoléon Bonaparte se hizo del poder y se proclamó emperador de Francia. La revolución mexicana comenzó como un movimiento más o menos popular y terminó abruptamente cuando Álvaro Obregón se hizo del poder y se proclamó presidente de México. El gobierno de Napoléon tuvo pocos logros y terminó muy mal. El gobierno de Obregón tuvo pocos logros y terminó muy mal. Al final, en Francia regresaron a gobernar los políticos corruptos de siempre, los ricos se hicieron más ricos y los pobres se hicieron más pobres. Al final, en México regresaron a gobernar los políticos corruptos de siempre,  los ricos se hicieron más ricos y los pobres se hicieron más pobres. Sin embargo, un siglo después de  culminada su fallida revolución, Francia se convirtió en una potencia mundial y hoy, a pesar de los muchos problemas que enfrenta, en muchos sentidos es una república próspera y admirable, mientras que un siglo después de culminada su fallida revolución, México siguió siendo un país subdesarrollado y hoy, con todos los problemas que enfrenta, es una república en crisis, con una seguidilla de gobiernos –incluido el actual, por supuesto– que nos han alejado de la prosperidad y nos han convertido en una nación cada vez menos admirable. 

Hélas!

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