El delirio
de estos “enterados” se ha extendido de tal manera que mucha gente se ha dejado
influenciar por el anuncio de que a partir del veintitantos de diciembre de
2012, nos vamos a tener que ir de aquí todos en bola. Claro, muchos le buscan el
lado positivo al asunto y sonríen satisfechos al pensar que dado que nos queda
más o menos un año de estancia en la Tierra, no tendrán que pagar sus deudas
(“¿te imaginas la cara de los cobradores de las tarjetas de crédito?”, comentan
divertidos) y podrán darle duro a la hilacha de aquí a doce meses (sin
intereses).
No hace
mucho, un viejillo gringo, de esos a los que les da por inventar religiones,
nos avisó amablemente que en marzo o en mayo (no me acuerdo bien) de este año
se iba a acabar el mundo. Como llegó la fatídica fecha y todos seguimos tan
campantes, en lugar de aceptar que aquello había sido una mamadencia de su
parte, dijo que se había equivocado en sus cálculos y que en realidad el
Apocalipsis sería en octubre. Pues resulta que ya pasó octubre y nanay.
El otro día
vi en Discovery (juro que no soy de esos snobs –posers se les llama ahora– que
dicen odiar a la televisión y dizque sólo ven Once TV, el Canal 22 y Discovery
Channel) un documental sobre esto del fin del mundo y las profecías mayas. Muy
bien producido y lo que ustedes manden, pero jamás mostraron un dato
convincente acerca de todo ese rollo. Porque en realidad no lo hay y todo se
basa (es un decir) en suposiciones, inventos, interpretaciones chafas y ganas de perder el tiempo. Pero
ahí están los profetas caguengues, duro y dale con su cantaleta: el mundo se va
a acabar en 2012. Ajá.
Ahora,
tampoco se trata de negar que las cosas en el planeta están del cocol y que
además de las guerras, la violencia, el hambre y la crisis económica, el
problema ambiental se nos muestra cada vez más grave, con el radical cambio
climático que estamos padeciendo y que hace que los fenómenos de la naturaleza
(huracanes, tormentas, sismos, sequías, etcétera) sean más extremos e
implacables conforme pasan los años. Eso con profecías mayas, incas,
babilónicas o tepiteñas… o sin ellas.
En la
música en general y el rock en particular, han sido varias las canciones que
nos hablan de una u otra manera acerca del fin del mundo. La más conocida tal
vez sea “It’s the End of the World as We Know It (And I Feel Fine)” de R.E.M.,
pero hay otras curiosidades al respecto. Ya en los años treinta, el mítico
bluesero Robert Johnson nos hablaba del tema en “If I Had Possession over
Judgement Day”, mientras que en los sesenta los Carpenters nos deleitaban con
“The End of the World” y diez años después, Elvis Costello hacía lo propio con
“Waiting the End of the World”.
Ahora que
si de lo que se trata es de buscar señales del Apocalipsis, yo di con una hace
pocos meses. Me encontraba en una tienda de discos, cuando de pronto empezó a
sonar una música en verdad horrenda, irritante, escalofriante. De las bocinas
surgía, a todo volumen, una voz increíblemente desafinada y estridente que
gritaba (porque no cantaba) algo así como “¡quiero que te vengas a vivir todos
los días conmigoooooo…!”. Alarmado, me acerqué a uno de los empleados del lugar
para preguntarle qué demonios era aquello. “Es el disco de Enjambre”, me
respondió. “Se está vendiendo muy bien”.
Si la gente
es capaz de consumir tamaña inmundicia musical es porque quizá nos merecemos
que las profecías mayas se cumplan implacables y a la brevedad posible. ¿Para
que esperar hasta dentro de un año?
*Publicado en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin de este mes.
*Publicado en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin de este mes.
2 comentarios:
"Waiting for the end of the worl", impacientemente, porque no quiero que enjambre se venga a vivir conmigo.
"Waiting for the end of the world" impacientemente porque neta no quiero que ese enajembre se venga a vivir conmigo.
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