Ese día, el
mandatario saliente deberá entregar la banda tricolor al mandatario entrante,
mismo que a decir de encuestas y tendencias no podrá ser otro que el candidato
del PRI o el candidato de las llamadas fuerzas de izquierda.
El
presidente Felipe Calderón ya debe haber pensado hasta la náusea en los dos
escenarios que le esperan y ambos deben resultarle de franca pesadilla. Porque
no se trata de un caso de política ficción. Es un hecho que tendrá que darse,
ya que así lo marcan las leyes. Imaginemos esa mañana, dentro de exactas cincuenta semanas (el cambio de gobierno caerá en un sábado como hoy) y preguntémonos:
1: ¿Qué va
a sentir Calderón al poner en manos de Peña Nieto la estafeta presidencial,
luego de largos meses de oponerse ferozmente a la maquinaria priista y de haber
hecho todo lo que estuviera a su alcance con tal de evitar la llegada a Los
Pinos del ex góber copetoso?
2: Peor
aún: ¿cómo será la ceremonia en la que, de manera tan constitucional como
inevitable, don Felipe deba ceder la primera magistratura nada menos que a
quien durante seis años lo tildó de espurio e ilegítimo y exaltó a sus
fanatizados seguidores para que llenaran de improperios, un día sí y otro
también, al actual jefe del Ejecutivo?
Vaya par de
escenarios de espanto para Calderón, sobre todo porque no hay manera de
evitarlos: uno de ellos tendrá que suceder, llueve o truene. Son los gajes del
oficio.
¿Cuál será
el menos terrorífico de los dos? ¿Cuál el menos intimidante? ¿Si estuviera
usted en los zapatos del presidente, qué preferiría? La neta, yo le pediría un
justificante médico al secretario de Salud, me reportaría enfermo… y ai que se
hagan bolas.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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