jueves, 31 de mayo de 2018

Germán Valdés, «Tin Tan», el pachuco que todos llevamos dentro

Hablar de Germán Valdés, «Tin Tan», es referirse al mejor cómico que ha dado nuestro país. Éste es un lugar común y muchos podrán no estar de acuerdo con el mismo. Sin embargo, la trascendencia de este singular chilango –nacido en una vecindad cercana a la Alameda Central, el 19 de septiembre de 1915, y bautizado como Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo– queda claramente plasmada en la vigencia que siguen teniendo las muchas películas en las cuales actuó, varias de ellas verdaderos clásicos de la cinematografía nacional. Filmes como El rey del barrio, Calabacitas tiernas, El Ceniciento, No me defiendas compadre, El revoltoso, La marca del zorrillo, El bello durmiente o Simbad el mareado, todas ellas dirigidas por Gilberto Martínez Solares –con quien «Tin Tan» filmó sus mejores cintas–, son obras entrañables que forman parte de la educación sentimental (Flaubert dixit) y humorística de millones de mexicanos.
  Sin embargo, hay otra vena del gran comediante que, a pesar de ser muy conocida, es a menudo soslayada: la de su labor como cantante y compositor. Desde sus inicios en el medio de la farándula, «Tin Tan» supo combinar sus intervenciones habladas con canciones de muy variados géneros. Acompañado –como patiño y guitarrista– casi desde un principio por su carnal, el inolvidable Marcelo, Germán Valdés demostró ser un intérprete musical de voz tan estupenda como versátil. Lo mismo podía cantar un corrido que un cha cha cha, una balada que un bolero, una cumbia que un villancico, un swing que una tonada a la francesa. Generalmente lo hacía de manera paródica, con letras llenas de ironía que sabía acentuar con modulaciones intencionadas que solían provocar la risa del público que acudía a verlo, primero en los más diversos teatros de revista y centros nocturnos –desde la carpa Santa y el Follies Bergere, hasta el pomadoso y exclusivo El Patio– y después en los cines donde se exhibían sus películas.
  «Tin Tan» abrevó básicamente de la música que estaba en boga en los cuarenta y los cincuenta. Agustín Lara era el non plus ultra de la canción en México y fue gran influencia en el cómico, como también lo fueron el mambo de Dámaso Pérez Prado y los grandes boleristas de la época, como Luis Arcaraz, Boby Capó y Juan Bruno Terraza. Sin embargo, el espectro musical del buen Germán no se limitó a ello y lo mismo interpretaba una canción ranchera que una de Francisco Gabilondo Soler «Cri Cri» y hasta un rocanrol a  la Chuck Berry o una canción de los Beatles (su versión de “I Want to Hold Your Hand” llamada “Ráscame aquí” es una invaluable joya del kitch). De su amplio cancionero (parte del cual fue editado en 2002 por Emi Music en un álbum doble llamado Mi antología), destacan un sinfín de melodías, muchas de ellas popularizadas y aún vigentes gracias a la transmisión de sus cintas en la televisión. Imposible olvidar la escena de El rey del barrio en la cual, ebrio de amor y de copas, le canta “Contigo” de Claudio Estrada a la preciosa Lupita (Silvia Pinal). O aquella parte de El Ceniciento en la que disfrazado de conejo interpreta “El conejo y el cazador” de «Cri Cri». Pero hay más. En Los tres mosqueteros y medio resulta hilarante ver a los enemigos del cardenal Richelieu cantar “El bodeguero” (“Oye mosquetero, paga lo que debes”), mientras que en El bello durmiente se revienta, en plena era paleolítica, una curiosa composición propia llamada “El cavermango”. En Mi antología hay una buena cantidad de joyas que van desde las sensacionales “Personalidad” de Lloyd Price (la cual interpreta «Tin Tan» en El violetero) y “Cantando en el baño” del propio Germán Valdés hasta las ingeniosísimas “Los Agachados”, “Petit Madame”, “La nuez” y “La taxista”, entre varias más.
  Aunque «Tin Tan» jamás ha perdido actualidad, a finales de los ochenta algunos grupos de rock hecho en México quisieron “revivirlo” y apropiárselo de manera artificial y hasta alevosa, al afirmar que el actor y cantante era una de sus principales influencias (?). Incluso agrupaciones como La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio trataron de imitarlo en sus vestimentas de supuestos pachucos y lo único que hicieron fue sacralizar y solemnizar al más desacralizador y antisolemne cómico que ha dado este país. Para quienes habíamos seguido a Germán Valdés desde la infancia, aquello constituyó un verdadero atentado. En lo personal, siempre he sentido la necesidad de desagraviarlo. Por eso mismo, quiero aprovechar la presente oportunidad para hacerlo y con ese fin parafraseo una sentencia harto conocida por media humanidad: “¡Perdónalos, «Tin Tan», que ellos no saben lo que hacen!”.
  ¿Tons qué?

miércoles, 30 de mayo de 2018

Face Dances

Parecía que sin el poderío interpretativo de Keith Moon, la suerte de The Who estaba echada y que ante la ausencia del asombroso y enloquecido baterista, difícilmente lograrían conservar el espíritu del grupo. Face Dances (1980) demostraría que no era así.
  No es que sea un gran disco, pero sí lo suficientemente bueno como para codearse con el resto de la discografía del cuarteto. De hecho, el álbum tiene estupendas composiciones y grandes momentos. La labor rítmica de Kenny Jones resultó quizá no muy espectacular, pero sí precisa y elegante. Peter Townshend se empeñó en escribir muy buenos temas y ahí están como muestra pequeñas joyas como la popular “You Better You Bet”, la encantadora “Don’t Let Go the Coat”, la vertiginosa “Cache Cache”, la acompasada “How Can You Do It Alone” y dos sólidas canciones de John Entwistle: “The Quiet One” y “You”.
  Un trabajo que vale la pena.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared, dedicado a The Who y publicado en marzo de 2008)

martes, 29 de mayo de 2018

Belinda, Larregui y el espíritu amoroso

Cada quién está en su derecho de manifestar públicamente por cuál de los candidatos presidenciales piensa votar. Incluso los exponentes del popcito y el rockcito nacionales. El problema no es tanto de ellos, como de quienes cobijan sus opiniones y los glorifican, para convertirlos de pronto en grandes pensadores, cuando sus antecedentes al respecto no los avalan mucho que digamos y cuando hace seis años, al mostrar sus simpatías por el Partido Verde, Belinda fue linchada por los mismos que hoy la canonizan. Lo mismo podríamos decir de Cepillín, Paty Navidad, Ernesto D’Alessio y otros personeros del ambiente farandulero de nuestro país.
  En un celebrado tuit, luego del segundo debate presidencial, Belinda externó: “AMLO, ganando como siempre”. Por su parte, León Larregui, cantante del grupo Zoé, también en Twitter, pidió votar “por el amor” con una imagen erótica y el lema electoral de Morena: “Juntos haremos historia”.
  Como ya dije arriba, me parece perfecto que ellos den a conocer quién es su favorito. Lo que no se vale es que si uno de los más lúcidos y brillantes intelectuales que ha dado este país, Gabriel Zaid, publica una columna en la que da sus razones para no votar por López Obrador y se decanta, un tanto resignadamente, por Ricardo Anaya, de inmediato, los mismos que abrazan “con amor” a Belinda y Larregui, se lancen como hienas rabiosas en contra del autor, entre muchos espléndidos libros, de Cómo leer en bicicleta y la inigualable recopilación Ómnibus de poesía mexicana.
  ¿Por qué los intérpretes de canciones como “El sapito” y “Poli love” resultan maravillosos (“inteligente y gran cantante”, llamó AMLO a Belinda), en tanto Gabriel Zaid es denostado con los epítetos más ruines y abyectos? ¿Ese es el rasero que nos espera en caso de que el líder amoroso llegue a la presidencia? ¿Sólo se valdrán las loas (cantadas o escritas) y quienes se atrevan a la crítica serán acosados por la claque virtual? ¿De las redes esa censura pasará a la vida real?
  Pensamos que los lobos de hoy pueden ser las ovejas de mañana. Cuidado.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 27 de mayo de 2018

Vigencia de los Soprano


Mientras no cambié nuestra realidad, cosa altamente improbable, una serie como Los Soprano jamás dejará de estar vigente.
  A poco más de diecinueve años de su estreno (el primer capítulo se transmitió en los Estados Unidos el 10 de enero de 1999) y a once de su última temporada (el capítulo postrero de la sexta pasó el 10 de junio de 2007), la extraordinaria creación del productor y guionista David Chase ha sido considerada por muchos especialistas como la mejor serie televisiva de todos los tiempos y no faltan razones para darles toda la razón.
  Transmitida desde un inicio por HBO, The Sopranos, según su título en inglés, es básicamente una emisión sobre gangsters, pero es también muchísimo más que eso. Empezó siendo una idea para cine, pero pronto Chase decidió que era mejor convertirla en una serie y con ello dio en el clavo. Basado en aspectos de su propia vida, el productor dio forma al personaje principal: el estrambótico, contradictorio, delirante y a la vez común y corriente jefe mafioso Tony Soprano, centro neurálgico de todo lo que ocurre en la pequeña pero significativa área de Nueva Jersey que domina su peculiar clan.
  Cerca de una treintena de actores de la serie habían participado en la mítica película Goodfellas (1990) de Martin Scorsese y ello contribuyó a dar una mayor credibilidad a esa pléyade de mafiosos y familiares italoamericanos que conforman el cuadro de personajes que rodea a Tony, interpretado por un actor muy poco conocido en aquellos tiempos: el absolutamente genial James Gandolfini.
  Los Soprano tiene como punto central el hecho de que Tony padece ataques de pánico y se ve obligado a acudir en secreto con una psicóloga, la doctora Jennifer Melfi (una fantástica y guapísima Lorraine Bracco). Los duelos psicológicos en el consultorio de la doctora son clave para el desarrollo de la trama, como lo es la vida casera de Tony y su singular familia, en especial su esposa Carmela, actuada por la sensacional Edie Falco. Ello para no hablar de la terrible y deliciosamente insoportable madre del capo, Livia Soprano, a quien dio vida una increíble Nancy Marchand en las primeras dos temporadas (la actriz falleció poco antes de que se iniciara la grabación de la tercera).
  Si bien la serie es muy violenta, su negrísimo humor contribuye a que el espectador no sólo soporte la dureza de la historia, sino que se solidarice con tipos impresentables pero simpáticos; crueles y despiadados, pero sensibles, vulnerables y, sobre todo, muy humanos. Por eso nos caen tan bien Paulie Gualtieri, Silvio Dante, Chris Moltisanti o Big Pussy Bonpensiero. Son unos hijos de perra, pero se los perdonamos.
  ¿Por qué continúa vigente Los Soprano y por qué podemos verla y volver a verla (ya sea en DVD o por medio de la aplicación de HBO) sin cansarnos? Porque sigue siendo un retrato fiel de la terrible realidad actual, no sólo en los Estados Unidos sino en México mismo, tan azotado por la violencia y el crimen, por la delincuencia y la corrupción. El programa divierte, entretiene, pero obliga a reflexionar.
  No sé si usted le daría la amnistía a Tony Soprano y los suyos, pero si puede darles las horas necesarias para disfrutar de los 86 capítulos que constituyen la serie (y gozar de paso con el tema musical de los créditos iniciales, la perfecta “Woke Up This Morning” del grupo Alabama 3), no dude en dárselos. Yo sé lo que le digo.

(Publicado el día de hoy la sección "Triste domingo" del sitio de la revista Siempre!)

sábado, 26 de mayo de 2018

Entre Pepe Toño y una Nestora desnuda

El segundo debate entre los candidatos a la presidencia de la república trajo muy escasas propuestas y un sinfín de chismes baratos. El síndrome del Bronco dominó el encuentro de Tijuana y fue el gobernador con licencia de Nuevo León quien realmente lo condujo, logrando incluso que Andrés Manuel López Obrador lo obedeciera y se diera un abrazo (aunque las cámaras nos impidieron verlo) con José Antonio Meade.
  En medio de ese ambiente carpero, el candidato de Morena no quiso quedarse atrás del independiente y emulando a Gaspar Henaine, Capulina, realizó el sketch mímico de cuidarse la cartera al ver que Ricardo Anaya se le acercaba, acto que culminó con la que se convirtió ya en su más célebre frase de toda la campaña: “Ricky... Riquín... Canayín” (sólo faltaron las risas grabadas).
  Sin embargo, lo que ha ido tomando fuerza en estos últimos días es la denuncia que hizo Meade sobre la candidata a senadora de Morena, Nestora Salgado, a quien durante el debate señaló como una secuestradora que está sujeta a proceso y dijo terminante a AMLO: “Ahí queda en tu conciencia”. El tabasqueño se pasmó y nada atinó a responder, pero Nestora sí y anunció que demandaría al priista-que-no-es-priista por difamación si no se disculpa y retira lo dicho, a lo que Pepe Toño le respondió que de qué va a querer su nieve.
  Las huestes morenas al unísono se han lanzado a la defensa de la ex policía comunitaria, alegando que ya ha sido exonerada de los cargos que se le imputan, mientras que otras voces aseguran que el proceso en su contra continúa y debe renunciar a su candidatura.
  No tengo elementos para decir si la señora es culpable o inocente. Lo que no entiendo es la razón por la cual López Obrador la apoyó, al igual que hizo con Napoleón  Gómez Urrutia, a sabiendas de los problemas legales que ambos arrastran. Tal parece que quiso otorgarles las senadurías para que consiguieran el fuero y no pudieran ser procesados. Desconozco a cambio de qué.
  No sé si en eso estriba también la lucha contra la corrupción que tanto proclama el dueño de Morena.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 25 de mayo de 2018

Para dártelas de entendido en rock (62)

Nikki Sixx, bajista del grupo Mötley Crüe, fue alguien que llevó los excesos en que suelen caer los rockeros a extremos inauditos y algunas veces realmente asquerosos. Se cuenta que nunca fue muy aseado que digamos y que, durante una de las giras del grupo, aceptó el reto de algunos de sus compañeros para ver cuánto tiempo podía durar sin bañarse y sin ponerse perfumes, lociones o desodorantes y aún así seguir siendo lo suficientemente atractivo como para llevarse groupies a la cama. La marca que impuso fue de dos largos meses de peste y mujeres.

jueves, 24 de mayo de 2018

Treintones menores de edad

Veía no hace mucho en un noticiario de un canal español de televisión que en ese país existe un fenómeno cada vez más recurrente, el de los treintones que lejos de independizarse siguen viviendo al lado de sus padres y dependen económicamente de éstos. Enseguida pensé que el hecho no es privativo de España, sino que en México también se da y de manera creciente. En un principio, esto podría explicarse por cuestiones que atañen a la problemática económica y al desempleo y en parte es cierto, pero conozco tantos casos de veinteañeros y treintañeros que continúan creyéndose adolescentes que, me parece, las cosas van bastante más allá.
  Tal vez porque pertenezco a una generación que era considerada realmente adulta a partir de los dieciocho años, me cuesta trabajo ver a hombres y mujeres que a sus veinticinco, veintisiete, treinta o treinta y tres años aún se ven a sí mismos como chavitos y se viven como tales. Mi trato cotidiano con gente mucho más joven que yo me ha permitido conocer infinidad de situaciones similares. Individuos que en otra época hubieran sido, a su edad, padres o madres de familia –digamos– responsables y estables, hoy son “jovenzuelos” que todavía no saben qué será de su existencia laboral y mucho menos emocional y amorosa. En ese sentido, el miedo al compromiso cobra tintes de epidemia.
  No sé si en este caso el rock sí tenga la culpa, pero me resulta complicado entender a tipos que se acercan a los cuarenta años y se niegan a asumir que una cosa es ser un viejo convencional y amargado –algo que a nadie se le desea– y otra muy distinta es ser maduro. No que se vuelvan ancianos prematuros o se integren como borregos a lo que antes se conocía como “el sistema” (uno puede seguir siendo joven y creativo a los noventa años –ahí está entre otros muchos el caso de Octavio Paz), pero tampoco que se crea que la única posibilidad en la vida es el síndrome de Peter Pan.
  De seguir esta tendencia, los legisladores deberán replantear la mayoría de edad para que ésta no se produzca a los dieciocho sino mínimo a los treinta y cinco años. Al menos irían más de acuerdo con la realidad imperante.

(Editorial "Ojo de mosca" que escribí para el No. 104 de La Mosca en la pared, publicado en mayo de 2006).

miércoles, 23 de mayo de 2018

Aguilera y el nuevo disco de La Barranca

Ayer, ensayo con una cantante cuyo nombre no revelaré aún, pero que se integrará a mi disco. Hoy, entrevista para Milenio y para Nexos con José Manuel Aguilera, quien por acá anduvo y charlamos largo y tendido sobre el nuevo disco de La Barranca. Posiblemente pronto haya buenas sorpresas y buenas noticias suyas. Buen par de días.

martes, 22 de mayo de 2018

El hijo pródigo de Ry Cooder

Ry Cooder siempre ha sido un músico sui generis que hace lo que le gusta y no se sujeta a tendencia alguna. Desde sus épocas sesenteras, como integrante del grupo del Captain Beefheart, hasta sus recientes trabajos discográficos conceptuales, en los que muestra sus preocupaciones sociopolíticas, pasando por su trabajo como musicalizador cinematográfico (¿cómo olvidar la extraordinaria banda sonora de Paris, Texas de Win Wenders, mucho mejor que la propia película, o su trabajo en la grandiosa Crossroads de Walter Hill?) y sus colaboraciones con los más diversos músicos, Cooder ha mantenido desde siempre –y sin embargo– un perfil bajo y una modestia inversamente proporcional a su enorme calidad artística.
  Nacido en la ciudad de Los Ángeles en 1947, a sus 71 años sigue tranquilamente activo y admirablemente creativo, como lo demuestra su flamante disco The Prodigal Son (Fantasy, 2018), aparecido hace poco menos de dos semanas.
  Coproducido por él mismo y su hijo Joachim Cooder (quien además se hace cargo de baterías y percusiones), el buen Ry no sólo canta y toca su proverbial guitarra, sino que también es el encargado del bajo, el banjo, la mandolina y los teclados para este álbum de once cortes, de los cuales ocho son covers de viejos temas de blues, folk, country y gospel y tres son composiciones originales.
  Se trata de un trabajo literalmente prodigioso, la prueba fehaciente de que dentro de una industria tan mediatizada como la discográfica se pueden seguir haciendo grandes trabajos musicales, plenos de autenticidad y emociones reales.
  Las once piezas de The Prodigal Son son espléndidas y están producidas de tal manera que resulta difícil señalar las mejores. No obstante, podemos mencionar joyas como “Straight Street”, “Nobody’s Fault But Mine”, “In His Care”, “You Must Unload” y la homónima “The Prodigal Son” como verdaderas maravillas.
  Un disco que abreva de las raíces de la música estadounidense y lo hace con pasión, buen gusto y hasta un toque de sentido del humor. Ry Cooder sigue siendo un grande.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 21 de mayo de 2018

A Thousand Leaves

Un disco impresionante. Después de varios años, Sonic Youth retomó con este trabajo el estilo experimental de sus inicios, pero con una mayor musicalidad y un mucho mayor sentido armónico. Luego de grabar un álbum tan bueno como el Washing Machine de 1995, el cuarteto superó cualquier expectativa y A Thousand Leaves (1998) se convirtió en un referente para su carrera toda. Con composiciones mucho más largas, pausadas y hasta cerebrales, la agrupación hizo a un lado el sentido metagrungero de platos anteriores y se metió de lleno al feedback y al noise tan preciado para sus integrantes. De ahí maravillas como la soberbia “Sunday”, la sacudidora “Female Mechanic Now on Duty”, la preciosa y neilyounguiana (tanto en lo melódico como en lo ruidoso) “Wild Flower Soul”, la delicada “French Tickler”, la minimalista “Hits of Sunshine (For Allen Ginsberg)” –con su prolongada improvisación estilo jam sesentero–, la sorprendente e indefinible “Karen Koltrane”, la protohinduista y realmente celestial “Snare, Girl” y esa joya deliciosamentre fragmentada que es “Heather Angel”.
  Un álbum cálido, hipnotizante, un largo viaje por ambientes y territorios sonoros que sólo Sonic Youth es capaz de construir y deconstruir.

((Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 39, publicado en abril de 2007 y dedicado a Sonic Youth)

domingo, 20 de mayo de 2018

"Enter Sandman": ¿el tema que reinventó el metal?

Para algunos críticos e historiadores, “Enter Sandman” no sólo es la composición que rescató la carrera de Metallica sino que es también el tema que vino a cambiar la dirección que había tomado el metal durante la década de los ochenta. Dada a conocer en el álbum Metallica de 1991, es decir en el primer año de los noventa, “Enter Sandman” reflejó lo que estaba sucediendo de manera todavía subterránea en el rock anglosajón, muy especialmente en el de los Estados Unidos. Muy al norte de la soleada California de Hetfield, Ulrich y Hammett (los compositores de la canción), en la misma costa del Pacífico, pero en el lluvioso y frío estado de Washington y concretamente en la ciudad de Seattle, un movimiento comenzaba a surgir desde los sótanos de la música con agrupaciones como Nirvana, Soundgarden, Mother Love Bone, Tad y otros. Pronto se le conocería como grunge (gruñido) y tenía como principal característica el retorno a las bases fundamentales del rock como género eminentemente duro, agresivo, anticomplaciente y, sobre todo, sencillo. Nada que ver con las florituras espectaculares y el culto al virtuosismo (tendencia que lo acercaba al rock progresivo) en que había caído el heavy metal ochentero, con sus conciertos multitudinarios y llenos de efectos especiales que privilegiaban la forma sobre el contenido. El grunge, al igual que el punk de fines de los setenta, apostaba por regresar a las raíces, a lo esencial, a las armonías simples, a los ritmos secos y precisos, a las guitarras austeras de acordes contundentes, al canto angustiado e inconforme cuyos orígenes provenían del blues rural de principios del siglo veinte.
  Era claro que los vientos soplaban en una nueva dirección y los integrantes de Metallica parecieron entenderlo así. Tres años atrás habían producido …And Justice for All, sin duda su disco más intrincado, con composiciones de estructura complicadísima, algo que en 1991 sonaba ya absolutamente fuera de tiempo y de contexto. Frente a la disyuntiva de seguir por el camino de un thrash polisinfónico y prácticamente imposible de reproducir en el escenario o virar hacia los senderos que abrían los llamados músicos alternativos, el cuarteto optó por esto último.
  “Enter Sandman” fue dada a conocer tan sólo tres meses antes de que en el aire irrumpiera ese himno noventero que fue “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana. Y aunque este tema logró una mucho mayor resonancia, ayudó a que la canción de Metallica se difundiera también de manera muy amplia. Producida por Bob Rock, “Enter Sandman” conservaba el estilo y el espíritu metalero, pero admitía elementos directos e indirectos del naciente grunge, como el hecho de su duración apenas superior a los cinco minutos, su estructura armónica básica, su rítmica medida y constante y un gran sentido melódico. Era rock duro, pesado, pero alejado sin duda del thrash que el propio Metallica había llevado hasta sus últimos y tal vez exagerados límites.
  A decir del crítico inglés Ben Myers, el gancho de “Enter Sandman” se encuentra en el riff de la guitarra de Kirk Hammett, “hecho a la medida para que el fan lo tocara o pretendiera hacerto frente al espejo de su recámara”. Y el propio Myers añade con sorna: “Fue la canción que inventó a Beavis & Butthead”. “Enter Sandman”, en efecto, parece inseparable del movimiento de cabezas que pronto impondrían los llamados headbangers.
  Resulta comprensible que muchos de los viejos seguidores de Metallica se hayan escandalizado con las concesiones comerciales que brindaba la música de “Enter Sandman” (y de prácticamente todos los cortes del álbum negro). Quizá por eso la letra de la canción habla de seres fantásticos (el Sandman es el equivalente a nuestro Juan Pestañas) y de toda la imaginería de las historias de miedo a la que tan afectos eran y siguen siendo muchos amantes del género del metal. De ahí frases como “Duerme con un ojo abierto / abrazando tu almohada con fuerza” que tan amenazadoras suenen en la voz de James Hetfield.
  “Enter Sandman” es una composición clave en la historia de Metallica, por todas las implicaciones que tuvo, para bien y para mal. Podrá cuestionarse su sentido comercial, su facilismo, su accesibilidad. Sin embargo, es una gran canción y nadie puede comprobar lo contrario.

(Reseña que escribí para el "Especial" de La Mosca en la Pared No. 2, dedicado a Metallica y publicado en agosto de 2003).

sábado, 19 de mayo de 2018

Los abajoopinantes y el odio inducido

Mi querido y admirado Héctor Aguilar Camín mencionó en su columna “Día con día”, del martes pasado en Milenio, que los periodistas que opinamos desde hace tiempo estamos sujetos a lo que llama un estado al borde de un ataque de nervios, debido a los comentarios muchas veces violentos y ofensivos de algunos lectores y de muchos que no son sino sujetos contratados ex profeso por call centers dedicados a denostar a quienes opinan en sentido contrario a sus intereses políticos.
  Sé de lo que habla. Basta con leer, en el sitio de este diario, a quienes hacen comentarios debajo de esta y de otras varias colaboraciones. Insultos, denuestos, burlas, difamaciones, mensajes de odio y ataques ad hominem. Casi nunca una argumentación fundamentada. Por supuesto, siempre desde el anonimato que permite internet y que los deja arrojar sus mal redactados detritos bajo el patético disfraz de un sobrenombre.
  ¿Que son un mal necesario? Quizás, aunque no lo sé a ciencia cierta. No obstante, uno termina por acostumbrarse. Yo los padezco desde años antes de que existieran las redes sociales, cuando dirigía la revista La Mosca en la Pared y recibía toda clase de improperios por parte de quienes me aborrecían por criticar a lo que llamo el rockcito. Desde entonces me fui creando una especie de armadura sólida y repelente a esa clase de comentarios.
  Pero lo mejor es no leerlos. Yo lo hacía antes, hasta que me di cuenta de que en realidad nada sustancial aportan. Uno debe seguir escribiendo lo que piensa, sin dejarse presionar y mucho menos coaccionar por una caterva que repite, como bien apunta Aguilar Camín, lo que les ordenan en sus centros de operaciones (o para citar al clásico: “Ni los veo ni los oigo”).
  Queda además la satisfacción, digamos cívica y profesional, de que quienes opinamos desde los medios impresos lo hacemos cara a cara, con nuestro nombre y hasta nuestra fotografía, en forma abierta y no desde los oscuros escondrijos del más cobarde anonimato.
  A final de cuentas, perro que ladra no muerde.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 18 de mayo de 2018

Para dártelas de entendido en rock (61)

Hasta 1965, el sonido de los Rolling Stones no se diferenciaba demasiado del de otros grupos ingleses que gustaban del blues, más allá de la característica voz de Mick Jagger. Pero ese año, durante una gira por los Estados Unidos, Keith Richards conoció a algunos viejos blueseros negros, quienes le revelaron un secreto que cambiaría para siempre su vida como guitarrista y el sonido de las piedras rodantes: el secreto de la afinación abierta en Sol mayor. A partir de ahí, empezó a componer temas como "Jumpin' Jack Flash", "Street Fighting Man" y, más adelante, "Brown Sugar", "Gimme Shelter" y otros más que le permitieron producir acordes nunca antes escuchados en el rock mundial.

jueves, 17 de mayo de 2018

Los cuentos de Patricia Highsmith

La figura literaria de Patricia Highsmith se mantiene firme como una de las más grandes plumas de la novela negra y de los relatos de suspense. Aunque quizá su popularidad ya no sea la de antes y entre las nuevas generaciones haya perdido presencia, su obra permanece en lo más alto de ambos géneros, al lado de escritores como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Ross Macdonald, James M. Cain y Jim Thompson. Puros literatos hombres, se dirá. Y sí, Highsmith es quizá la única mujer que ha logrado escalar esas alturas en estos campos. Su única par podría ser Agatha Christie, sólo que la inglesa trabajó más dentro de la novela de detectives clásica, muy diferente al oscuro estilo de la estadounidense.
  Nacida en Forth Worth, Texas, en 1921, Patricia Highsmith (cuyo verdadero nombre era Mary Patricia Plangman) tuvo una infancia y una adolescencia poco felices, en especial por la pésima relación, casi de odio, que tuvo con su madre y su padrastro (de quien no obstante tomaría más tarde el apellido Highsmith). Retraída y poco sociable, encontró refugio en los libros y desde muy chica se convirtió en una lectora empedernida. Escribir fue para ella algo prácticamente natural y empezó a hacerlo a los 16 años, lo que consolidó al estudiar la carrera de Letras Inglesas en el Barnard College de Nueva York, donde se graduó en 1942.
  Apasionada por temas como la culpa, la mentira y el crimen, desde sus primeros relatos empezó a abordar dichas vertientes. Sin embargo, otro tema, el de su homosexualidad, que descubrió cuando tenía 22 años, lo mantuvo oculto hasta que se atrevió a hablar del mismo en su novela de 1956 El precio de la sal (más tarde llamada Carol y cuya excelente versión cinematográfica se filmó en 2015).
  El salto a la fama de la Highsmith se dio a mediados de los cincuenta, con el inicio de la saga de Ripley, cinco novelas que llevan como protagonista al contradictorio y ambiguo personaje de Tom Ripley, quien apareció por primera vez en El talentoso Mr. Ripley, publicada en 1955. Este libro le dio el Gran Premio de Literatura Policiaca, además de ser adaptado al cine cinco años después. A sus 34 años, Patricia Highsmith era ya una celebridad mundial.
  Si bien su mayor fama se debe a su obra como novelista ( y ahí están para comprobarlo Extraños en un tren, El cuchillo, Mar de fondo, Ese dulce mal o la extraordinaria La celda de cristal, entre otras varias novelas de su autoría), como cuentista fue también una escritora notable.
  De sus diez libros de relatos cortos, Editorial Anagrama acaba de publicar un volumen (llamado precisa y sencillamente Relatos) que recoge cinco de estos libros: Crímenes bestiales, Pequeños cuentos misóginos, Once, A merced del viento y La casa negra). Se trata de un verdadero festín de casi 900 páginas, en los que brilla la espléndida capacidad narrativa de Highsmith, con toda su amenidad, su sentido de la ironía y su más que agradecible cinismo. Ahí están grandes cuentos (64 en total) como “El observador de caracoles”, “La coqueta”, “La rata más valiente de Venecia”, “Un extraño suicidio” y “Lo que trajo el gato”.
  La escritora partía casi siempre, sobre todo en sus novelas, de la tesis de que cualquier persona, por muy normal, común y corriente que se le considere –o que se considere a sí misma–, en algún momento de su existencia puede verse enfrentada a circunstancias que la lleven a cometer un asesinato. Esta tesis campea también en muchos de sus cuentos, aunque maneja otros temas (muy en la vena de Alfred Hitckcock) que a pesar de su crueldad, esconden un humor negrísimo que nos provoca una sonrisa cómplice; una sonrisa culpable, sí, pero sonrisa al fin y al cabo.
  Patricia Highsmith falleció en Suiza, el 4 de febrero de 1995. Nos dejó una obra extensa y muy disfrutable. Estos Relatos son una muy buena manera de acercarse a ella.

(Texto que me publicó el día de hoy el sitio Sugar & Spice)

miércoles, 16 de mayo de 2018

Caif(l)anes

Me costó trabajo tomar la decisión, pero finalmente lo hice. Lo poco que había visto y escuchado acerca del grupo Caifanes nada más no me convencía. Que si “La negra Tomasa”, que si “Mátame porque me muero”, que sus apariciones con la Vero y en algunos otros programas del Canal de las Estrellas, que la biografía que les escribió un freak del Nintendo. No era un historial demasiado atractivo a mi modo de ver. Pero bueno, tampoco podía criticarlos así como así, sin conocer cuando menos alguna de sus obras, y me dispuse a escucharlos con la mejor buena voluntad y sin el menor prejuicio.
  Como tampoco iba a gastar mi dinero en un disco suyo (habiendo tantas maravillas disponibles), encaminé mis pasos a Unisur, un club de alquiler de discos compactos allá por los rumbos de Universidad y Copilco (saludos a Mónica, Claudia y Sergio) y renté la más reciente grabación de los Caifanes, bautizada con el paradójico y sugerente nombre de El silencio. Y la mera verdad...
  El primer pensamiento que me vino a la mente después de oír este álbum, producido por un obviamente desganado Adrian Belew, fue ese lugar común que reza: “mucho ruido y pocas nueces”. ¿Para eso se fueron a grabar a Estados Unidos y se rodearon de ingenieros y técnicos gringos? A eso le llamo desperdiciar el dinero... o invertirlo en puro bluff. Y no es que el disco sea malo, pero tampoco resulta la gran cosa que sus panegiristas han proclamado a los cuatro vientos. Digamos que se trata de un producto más que se puede vender bien entre los numerosos fanáticos (nunca mejor usada la palabra) de este grupo tan sobrevalorado como desangelado y falto de espíritu rocanrolero.
  Musicalmente, El silencio tiene algunos aciertos. Hay excelentes frases guitarrísticas de Alejandro Marcovich, ingeniosas humoradas de Diego Herrera en los teclados (como en “Nubes” o el final chuntatanesco de “Piedra”), un bajeo interesante de Sabo Romo y una batería más bien rutinaria de Alfonso André. En cuanto a la voz de Saúl Hernandez, éste no ha sido capaz de quitarse la manía de imitar al cantante de Soda Stereo, quien a su vez se fusila sin rubores las vocalizaciones de Robert Smith, de The Cure.
  En lo que toca a la mezcla, deja bastante que desear. La batería domina demasiado, mientras la guitarra y la voz suelen bajar de volumen y perderse en forma incomprensible. Vuelvo a lo ya apuntado: ¿para eso se fueron a grabar a los esteits?
  El terreno de las letras es el que de plano está por los suelos. No hablemos de ese atentado al buen castellano que es el título de la primera pieza: “Metamorféame” (¿que qué?). Como ya lo indicó en estas mismas páginas mi amigo Jorge R. Soto, lo correcto es metamorfoséame. Pero en general, las letras resultan insulsas, forzadas, de dudosa poesía y con metáforas (sacáforas, las llama Óscar Sárquiz) pretenciosas y chafas como “Pensarás que soy un perro / que en el cerebro tengo moquillo” (la verdad es que sí lo pensé).
  En general, El silencio me parece un disco plano, aburridón, agüevante, que sólo logra un efímero soplo de vida en la agradable “Estás dormida”, de Marcovich. ¿Por qué entonces hacer tantas fiestas a este grupo, al que muchos consideran el mejor en la historia del rock nacional (¡bájenle!). Primero habría que considerar si lo que interpretan es realmente rock o un híbrido digno de las aguadencias (Alf dixit) de un flan.
  ¿Caifanes o Caiflanes? That is the question.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 18 de junio de 1992)

martes, 15 de mayo de 2018

¿Alguien conoce a Pedro, Pablo y María?

Hace poco planeaba yo el arreglo de una canción de mi autoría y comenté a varias personas jóvenes y no tan jóvenes que se me antojaba que sonara un poco como la música que hacían Peter, Paul and Mary a mediados de los años sesenta del siglo pasado. ¿Peter, Paul y quién?, me preguntaban con extrañeza. Nadie tenía la mínima idea de quiénes eran aquellos que convirtieran en un himno de la protesta sesentera la canción “Blowin’ in the Wind” (“La respuesta está en el viento”) de Bob Dylan, antes de que el mundo conociera la versión original del gran Robert Zimmerman (por cierto, Robert Zimmerman es el verdadero nombre de Bob Dylan).
  Me asombró el hecho de que gente supuestamente enterada del mundo de la música ignorara por completo al finísimo trío vocal neoyorquino, cuyas versiones de “500 Miles”, “If I Had a Hammer”, “Lemon Tree”, “Leaving on a Jet Plane” y “The Times They Are A-Changin’” también fueron muy populares en todo el mundo, incluido nuestro país. Pero, no. Nadie tenía la menor referencia al respecto y temo que muchos lectores tampoco la tendrán.
  No contaré aquí en detalle la historia de este trío, formado en 1961 por Peter Yarrow, Noel Paul Stookey y Mary Travers, y cómo se convirtió en la mejor agrupación de folk de la llamada década dorada. Tampoco lo mucho que ayudó a difundir la música del entonces debutante Dylan, así como de otros grandes autores del folk estadounidense como Pete Seeger o Woody Guthrie. Prefiero decir que bien haríamos en rescatar su legado, ya que la agrupación logró crear un estilo muy particular, sin más instrumentos que dos guitarras acústicas y las perfectas armonías de sus voces. Gracias a su muy especial sentido melódico, el trío dio un toque incluso un tanto pop (en el mejor sentido del término) a composiciones de sonido más bien áspero, lo que ayudó a popularizarlas.
  En YouTube, Spotify y otras plataformas está mucho de la obra de Peter, Paul and Mary. Si la desconoce, búsquela, es un deleite; y si ya la conoce, regrese a ella. Vale la pena rememorarla.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 14 de mayo de 2018

Grabación con Nancy y el Hueso (sesión 22)

Hoy tuvimos nueva sesión de grabación y resultó muy grata. Los músicos invitados fueron Nancy Zahmer y Mauricio Díaz, el Hueso, para grabar las guitarras y las voces de mi canción folk "Sólo he venido a decirte adiós". Como la canción tiene un estilo dylaniano, quise darle un sonido que haga homenaje a Peter, Paul and Mary. No sé si lo logramos, pero la canción a mi modo de ver quedó muy bien. Como siempre, ahí estuvieron Iris Bringas (haciendo fotos) y Jehová Villa Monroy (en la consola).
  Una sesión estupenda.

sábado, 12 de mayo de 2018

Meade no cree en las encuestas

Yo tampoco. Al menos no de la manera como a lo largo de una campaña política (así sucedió en 2006, así sucedió en 2012, así sucedió en las recientes elecciones en los Estados Unidos) se les considera casi como un oráculo. Habría que recordar las encuestas de hace seis años y el escándalo que se armó ante su espectacular y rotundo fracaso. O lo que acaba de suceder en las presidenciales de Costa Rica.
  El candidato de la coalición Todos por México, José Antonio Meade, se presentó el martes pasado en Milenio Televisión y entre las cosas que dijo, destaca su afirmación de que él no cree en las encuestas y que la verdadera encuesta es la que se dará en las urnas el próximo domingo 1 de julio. Pienso lo mismo. No porque simpatice particularmente con Meade (estoy cierto de que puede ser un magnífico presidente, pero el fardo que representa traer al PRI en las espaldas es muy pesado), sino porque la historia reciente nos demuestra la falibilidad de las empresas encuestadoras que hacen su trabajo (y qué bueno), pero que no son lo certeras que ellas mismas presumen (y hay que ver en los medios electrónicos a varios de sus representantes y lo presuntuosos que son algunos acerca de sus mediciones, como lo eran en 2006, en 2012, etcétera).
  Andrés Manuel López Obrador y los suyos abominaban de las encuestas (al tabasqueño debemos el adjetivo “cuchareadas”, para calificarlas). Claro, eran encuestas que no les favorecían. Hoy, en cambio, las pregonan a todo pulmón y les dan una categoría de verdad revelada. “Tenemos el 48 por ciento de las preferencias”, regurgitan a la menor provocación. Para los morenazos, ya no hay encuestas cuchareadas y las han aprovechado con gran habilidad (hay que reconocerlo) para crear una percepción que mucha gente toma como una realidad fatal.
  Acúsenme de ingenuo, pero yo no compro esa percepción. Veo a muchos fanáticos de AMLO, pero también a muchos (muchísimos) que no lo quieren en la presidencia.
  Vale, es un lugar común decirlo, pero lo repetiré: la verdadera encuesta tendrá lugar el 1 de julio. Esa es la única infalible.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 11 de mayo de 2018

Para dártelas de entendido en rock (60)

El cantante y guitarrista de blues Blind Willie McTell fue conocido también como Pig n' Whistle Red, Hot Shot Willie, Blind Sammie, Red Hot Willie, Georgia Bill, Peg Whistle Red y Barrelhouse Sammie.

jueves, 10 de mayo de 2018

Euforia y utopía

Terminé de leer el tercero de los cinco tomos que conforman la autobiografía de Arthur Koestler y me sigue pareciendo un texto fundamental y de impresionante actualidad. Luego de leer Flecha en el azul y El camino hacia Marx, en este Euforia y utopía Koestler nos cuenta su estancia en la Unión Soviética durante cerca de un año, entre 1932 y 1933. Comunista convencido en ese entonces, Koestler fue invitado por el gobierno soviético para que escribiera un libro acerca de los logros de la revolución rusa en algunas zonas del entonces más que gigantesco país, en especial las regiones del suroeste cercano a los países de origen árabe, turco y persa.
   El autor cuenta la manera como se enfrentó a una realidad que no coincidía con sus expectativas y sus esperanzas y la enorme decepción que estó le provocó, aunque en esos momentos no fue del todo consciente de la misma. Lo que narra sobre aquellas alejadas y miserables zonas de la U.R.S.S. resulta impresionante y más lo es el modo como las autoridades soviéticas mantenían un férreo control para manipular la percepción de la realidad y hacer creer que todo era jauja y felicidad en un entorno que era justo lo contrario. Todo estaba supervisado por organismos represivos que no permitían la mínima disidencia. Lo más impactante es contrastar lo que se vivía hace poco más de ochenta años en la Unión Soviética con lo que se vive hoy en Cuba y Venezuela y que podría sucedernos en México si en julio gana la presidencia López Obrador. Escalofriante.
  Las anécdotas narradas son muchas y muy significativas y Koestler las escribe con gran amenidad y al mismo tiempo con profundidad, inteligencia e ironía. Euforia y utopía, se intitula el libro y eso es lo que nos cuenta: la euforía que el escritor tenía en aquellos días (días rojos, como llamó al libro que escribió durante su visita) por la aún reciente revolución y la utopía en la que él creía y que poco a poco se iría disipando ante sus ojos y ante los ojos del mundo.
  Un gran libro. Ahora a seguir con el cuarto tomo.

miércoles, 9 de mayo de 2018

On the Beach

Aunque grabado un año después que Tonight’s the Night, por imposiciones de la compañía disquera On the Beach (1974) apareció algunos meses antes que aquél (cosas de las corporaciones, normalmente tan poco consideradas con sus músicos, a pesar de ser éstos quienes les dan sustento y capital). Por fortuna, se trata de un trabajo tan bueno que no influyó negativamente en la carrera de Neil Young y vino a reforzarla de la mejor manera.
  Estamos ante otro álbum de proporciones mayores. Aparecido después del extraordinario y controvertido LP en concierto Time Fades Away, este En la playa está lleno de sarcasmo, desparpajo y un muy filoso buen humor, lo cual se refleja en el tono de las canciones, todas ellas estupendas.
  El álbum arranca con “Move On” –la respuesta cantada de Young a los intregrantes del más tarde malogrado grupo Lynyrd Skynyrd, quienes odiaron al canadiense cuando éste criticó el racismo de muchos sureños en los temas “Southern Man” y “Alabama”– y prosigue con piezas tan buenas como la evocadora “See the Sky About to Rain”, la aterradora y estructuralmente dylaniana “Revolution Blues” (dedicada a… ¡Charles Manson!), la desgarrada e indefinible “For the Turnstiles” (ese banjo, ese banjo), la sensacional “Vampire Blues” (“I’m a vampire, babe / Sucking blood everyday”), la sensual y enigmática (y homónima) “On the Beach”, la sutil y sensible “Motion Pictures” y la híper crítica y fabulosa “Ambulance Blues”, hoy un clásico del folk aunque musicalmente nada tiene que ver con el blues.
  On the Beach es uno de los álbumes más subestimados de Young a pesar de su enorme calidad y urge que sea revalorado.

(Reseña que escribí originalmente para el "Especial" No. 35 de La Mosca en la Pared, publicado en noviembre de 2006)

martes, 8 de mayo de 2018

López Obrador, Saúl Hernández y el rockcito

Me doy cuenta de que mucho del público que sigue al rock hecho en México y la gran mayoría de los músicos que lo interpretan son fans fatales de Andrés Manuel López Obrador, sin importarles que su propuesta represente un regreso a los tiempos en que el PRI era el partido absolutista y omnipotente que todo lo controlaba y el presidente de la república el jefe máximo sin cuya voluntad en el país no se movía una hoja. Esos tiempo en los que en México el rock estaba prácticamente proscrito.
  Hace unos días me topé con un artículo que escribí para El Financiero en septiembre de 1996, hace 22 años, y del cual quiero compartir un fragmento. Quizá su lectura explique algo de la posición de los actuales roqueros obradoristas:
  “Quien esto escribe estuvo en la tocada de Jaguares del pasado viernes 13, en el Auditorio Nacional  y pudo atestiguar que la gente venera a Saúl Hernández de una manera que rebasa la razón y penetra en campos reservados a la fe piadosa. Una palabra, un gesto, cualquier actitud del cantante produce una reacción inmediata de la masa. Si Alejandro Lora sabe manejar al público mediante palabras altisonantes o su sempiterna vociferación ‘¡Que viva el rocanrol!’, Hernández emplea un lenguaje mesiánico y cuasi sacerdotal, con referencias místico-indigenistas que actúan de manera extraña en la mente de sus fanáticos, dispuestos a absorber acrítica y ciegamente un dogma confuso y metafórico. Por eso, cuando el líder de los Jaguares dice algo así como ‘estamos otra vez aquí para seguir haciendo la historia del rock en México’, el rugido de la audiencia es un clamor aprobatorio que no cuestiona ni por asomo la evidente y pretenciosa exageración de la frase. E igual acepta al desafortunado grupo de danzantes autóctonos que abrió el espectáculo, en un lamentable intento coreográfico. Lejos de sentir pena ajena por los pobres compas, la gente rugió su típico y autocompensatorio grito de ‘¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!’.
  Llámenme exagerado pero, ¿acaso en el subconsciente de muchos AMLO es como un nuevo Saúl Hernández? Es pregunta.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 7 de mayo de 2018

Con el talentoso Bernardo Espadas

Lo conocí hace ocho años, cuando era él ya un talentoso músico, un magnífico pianista. Me lo presentó Denisse. En aquel tiempo Bernardo tenía 20 años y se integró a mi efimero proyecto musical Gatos de Arrabal (alterno a Los Pechos Privilegiados). Éramos una agrupación mixta con un pianista (el propio Bernardo), contrabajo (el buen Jorge González), clarinete (no recuerdo el nombre del ejecutante), batería (tampoco lo recuerdo), coros femeninos (Nancy Zahmer y otras dos chavas cuyos nombres he olvidado) y yo en la guitarra y la voz principal. Sonábamos bastante bien, pero por angas o por mangas sólo tocamos una noche, en el Ruta 61 (ni fotos tenemos), y aunque nos fue bastante bien, el proyecto se desinfló. Esto fue en 2009 o 2010.
  Por fortuna, nos mantuvimos como amigos en Facebook y aun cuando casi no teníamos comunicación, la amistad no se rompió. Ahora Bernardo se intregró a mi disco como tecladista en tres de las canciones del mismo. Hoy en la tardecita estuve con él en su estudio y grabamos un piano Rhodes y un órgano Hammond para "Falta de inspiración" y un maravilloso piano híper bluesero para "Regresaste" (la voz se la pondré este lunes en el estudio de Iris y Jehová). Fue una sesión esplendorosa en verdad.

sábado, 5 de mayo de 2018

De fusilamientos y el síndrome de Celia Cruz

El triunfalismo invade a los simpatizantes lopezobradoristas y la soberbia, por lo que consideran un triunfo seguro en las próximas elecciones presidenciales, los hace hincharse como pavorreales (aseguran ellos en las redes que la presencia de Andrés –así le dicen ahora– en un muy cómodo Tercer Grado fue su consagración definitiva y que ya nada ni nadie lo paran).
  Sin embargo, frente a estas percepciones las cosas en Morena no parecen tan calmas. Quizá se deba precisamente a que ya palpan la victoria y eso los llena de ambición, les embota el entendimiento, los hace salivar antes de tiempo y empezar a ver feo a sus congéneres. Cuando menos en los altos niveles del partido.
  Así, el inefable Paco Ignacio Taibo II, además de prometer expropiaciones y fusilamientos en el Cerro de las Campanas, critica acremente al empresario consentido de AMLO, Alfonso Romo, mientras que en una conferencia ante los Rotarios, Alfredo Jalife le pide al propio Andrés Manuel que expulse de Morena a Taibo y al dominicano y muy bolivariano Héctor Díaz Polanco, en tanto un youtuber híper pejista que tiene un canal al parecer muy visto (“El chapucero”) acusa a Tatiana Clouthier y Yeidckol Polevnsky de dejarse deslumbrar por el glamour de la televisión y de hacerle el juego a Televisa, al asistir un día sí y otro también a sus mesas de debate. Dentro de Morena están duros los chingadazos (John Ackerman dixit) y apenas empiezan. No olvidemos que una máxima de la izquierda mexicana es aquella que reza: “pocos pero sectarios” y que las tribus ex perredistas y hoy morenistas suelen terminar en purgas y devorándose entre ellas.
  No sé si el primero de julio gane López Obrador, como hasta ahora indican las encuestas, o si se repita el fenómeno de 2006 y el hoy orondo tabasqueño pierda por una nariz. Lo que sí veo es que tal vez el nuevo himno de ese partido muy pronto será aquel que dice: “Songo le dio a Borondongo / Borondongo le dio a Bernabé / Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó a Burundanga / le jinchan los pies”. ¡Azúcar!
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 4 de mayo de 2018

Para dártelas de entendido en rock (59)

"Smoke on the Water", el popularísimo tema de Deep Purple, con uno de los riffs más conocidos de la historia (en este momento debe haber en el mundo cuando menos diez mil guitarristas tratando de tocarlo), habla en su letra acerca de la ocasión en que Frank Zappa se presentó en el festival de Montreux, Suiza, el 4 de diciembre de 1971, y mientras tocaba su composición "King Kong", alguien lanzó una bengala e "incendió el lugar desde el suelo", es decir, provocó que se incendiara el casino donde Zappa y su grupo se presentaban. Por fortuna, todos salieron ilesos.

jueves, 3 de mayo de 2018

(Des)vergüenza ajena

Asisto a la conferencia de prensa en la que se presenta el primer álbum como solista del ex caifán Sabo Romo (sss, BMG Ariola, 1996). Llego un poco tarde y ya todos los lugares están ocupados por numerosos reporteros de la llamada fuente roquera. Al centro, presidiendo el asunto, Romo habla con sonrisa de autosuficiencia, como aquel que vive en las alturas y desciende generoso a repartir algunas migajas de su inconmensurable talento. Es un monólogo en extremo aburrido, pero al ver los rostros de los demás colegas, noto que casi todos contemplan al músico con ojos de beatífica adoración. Mientras devoran las viandas colocadas ex profeso en una amplia mesa, ríen estruendosos ante cada una de los bromas del susodicho, las celebran con carcajadas que buscan ser notadas por él, por el semidiós que los mira benevolente.
  Cerca de una hora después de aquel tormento (que de manera estoica soporto de pie) y de preguntarme en repetidas ocasiones qué carajos estoy haciendo ahí, llega la sesión de preguntas. Por Dios, qué interrogantes más complacientes, dispuestas todas en bandeja de plata para que Romo se luzca (es un decir) con varias más de sus ingeniosidades. Y cuando el bajista contesta a alguno de sus súbditos y lo llama por su nombre, éste no puede menos que esponjar el plumaje y voltear con sonrisa presuntuosa hacia los envidiosos que no tuvieron la fortuna, ¡ay!, de tamaña distinción.
  ¡Ah, pero aún falta el momento culminante! Uno de los decanos de la fuente toma la palabra y habla de su “entrañable amistad con Sabo”. Este responde y comienza a ensalzar a su interlocutor, colocándolo de plano en el cielo mismo de los inmortales. El otro entonces regresa las loas, los ditirambos, las lisonjas, en un tenístico torneo de elogios mutuos que sonrojaría a cualquiera, menos a la mayoría de los ahí presentes.
  No puedo más y busco la salida, el aire puro, el alejamiento de la estulticia. Así está nuestro periodismo roquero, en el subdesarrollo absoluto. (Acerca del disco, sólo diré que el título es en sí mismo una gigantesca falta de ortografía; en lugar de sss, debió llamarse zzz).

(Crónica que escribí para mi columna "Bajo presupuesto", de la sección cultural del diario El Financiero, y que se publicó el 14 de febrero de 1997)

miércoles, 2 de mayo de 2018

4 3 2 1

Terminé, luego de más de tres meses de estar sumido en sus páginas todos los días (páginas electrónicas, porque lo leí como e-book), la monumental y más reciente novela (que algunos dicen será la última) del escritor neoyoquino Paul Auster.
  Nunca había leído a Auster y debo decir que el libro me atrajo de tal forma que su personaje principal, Archibald Ferguson, se convirtió en un miembro más de mi familia a lo largo de unos cien días. 4 3 2 1 narra la vida de Ferguson, desde la infancia hasta los 21 años, pero en realidad lo que leemos es la vida de cuatro Ferguson, cada uno con un mismo origen familiar (su abuelo judío llegó a los Estados Unidos, desde Rusia, a principios del siglo pasado y al registrarse quiso cambiar de apellido y ponerse Rockefeller, pero una confusión burocrática hizo que lo llamaran oficialmente Ferguson), aunque con una vida que toma diferentes derroteros, distintos destinos.
  La tesis de Auster (que comparto) es que cada cosa que nos sucede cada día, cada decisión que tomamos en la rutina diaria, hace que el camino de nuestra vida se vaya bifurcando por distintas rutas y que lo que somos hoy, pudo ser de muy otra manera. De cuatro maneras, en el caso de Archie Ferguson. Eso es lo que vuelve fascinante a esta novela, a pesar de que lo que nos narra nada tiene de épico o de aventurero. No es como un relato de Jack London o Ernest Hemingway. Tiene mucho más que ver con Philip Roth, por ejemplo, aunque más cotidiano aún. Lo que vamos conociendo en paralelo, en cuatro planos, es como la vida común del personaje principal (seguramente un alter ego del propio Auster) se desarrolla. Sus estudios, sus intereses vitales (la literatura, la música, el cine, el beisbol, el basquetbol, la familia, los enamoramientos, el sexo -al menos dos de los Ferguson son bisexuales-, los viajes -París y Nueva York, sobre todo-, la política, etcétera).
  La novela es también un fresco sobre la historia de los Estados Unidos en los años cincuenta y sobre todo en los sesenta del siglo pasado y eso le da un contexto que la hace más interesante (aunque al final se centra demasiado en las protestas estudiantiles dentro de la universidad de Columbia).
  ¿Qué pudo ser un poco más corta? Es cierto. ¿Qué el final se siente precipitado? También. Sin embargo, el balance es que se trata de una gran novela y que a pesar de su longitud (¡900 páginas!), nunca se vuelve pesada o aburrida. Gran libro 4 3 2 1. En todos los sentidos.

martes, 1 de mayo de 2018

La computadora sucia de Janelle Monáe

Es apenas su tercer disco a lo largo de ocho años, luego de su más que extraordinario y explosivo debut con The ArchAndroid de 2010 y el excelente The Electric Lady de 2013. Un lustro más tarde, esa fantástica creadora de imaginación musical inagotable que es Janelle Monáe regresa con Dirty Computer, para dejarnos boquiabiertos una vez más.
  Nuevamente al lado de sus fieles aliados musicales, The Wondaland, Monáe nos entrega una grabación impecablemente producida, pero alejada de cualquier frialdad tecnológica. Esta vez no hay tantas alusiones a la ficción científica (su amada sci-fi), pero sí muchas de sus fantasías transformadas en composiciones de una riqueza fastuosa. Color y calor. Sensibilidad e inteligencia. Pasión y ternura. Todo eso existe en este brillante trabajo que demuestra que el calificativo de genial encaja sin problema con la obra de esta joven cantante y autora, nacida hace apenas 32 años en la musicalmente  mítica ciudad de Kansas.
  Si con alguien podríamos comparar a Janelle Monáe (aunque de manera relativa y con matices) es con Prince y en el octavo corte del álbum, el sensacional tema funky “Make Me Feel”, la presencia del propio artista de Minnesota está más que presente.
  No se crea sin embargo que estamos ante un clon femenino del creador de “Purple Rain” y “Cream”. Monáe va mucho más allá, con un estilo propio que no ha perdido desde que sorprendiera al mundo de la música con su disco debut. De ahí la grandeza de composiciones de este nuevo opus, como “Take a Byte”, “Django Jane”, “PYNK”, “So Afraid” o “Americans”.
  El disco cuenta con algunos músicos invitados, entre quienes destacan Zoë Kravitz, Grimes, Pharrell Williams y nada menos que Brian Wilson, con quien interpreta la muy beachboyana, breve (apenas dos minutos) y homónima “Dirty Computer” con la que abre el larga duración.
  Janelle Monáe es poco conocida en México. Los medios no le han dado a su música la importancia que tiene. Búsquela y disfrútela, estimado lector. Puedo asegurarle que no se arrepentirá.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)