viernes, 11 de junio de 2021

Los seis discos fundamentales de Nirvana, revisitados y reseñados

Nirvana es uno de esos grupos emblemáticos de una época, una de esas entidades que marcan un cambio y una ruptura radicales. Parte de un movimiento no sólo musical sino social, cultural y hasta político, el trío lidereado por el compositor, vocalista y guitarrista Kurt Cobain pronto se convirtió –posiblemente de manera involuntaria– en cabeza de ese mismo movimiento al que pronto se le dio el nombre de grunge y que determinaría la historia del rock durante los últimos años de la década de los ochenta y, sobre todo, los primeros de los noventa. Con un sonido que combinaba la pesadez y la dureza del heavy metal con la aspereza y la austeridad del punk, con letras que mostraban el desencanto, la rabia, la tristeza, la impotencia, la apatía de toda una generación, el grunge –cuyo origen geográfico se situó para fines prácticos en la lluviosa ciudad de Seattle, al noroeste de los Estados Unidos– pronto cundió en todo el mundo y agrupaciones como Green River, Mudhoney, Mother Love Bone, Soundgarden, Alice in Chains, Tad, Screaming Trees, Pearl Jam, Temple of the Dog, Candlebox, Hole y muchas otras surgieron para revolucionar una música que siempre se ha negado a estancarse.
  Dentro de ese panorama, Nirvana fue quizá la banda más significativa, no sólo desde un plano artístico sino, sobre todo, por su actitud e inteligencia. Kurt Cobain, el bajista Chris Novoselic y el baterista Dave Grohl conformaron un proyecto cuya propuesta permeó las mentes y las conciencias de millones de jóvenes, mismos que, paradójicamente, terminaron por elevar al trío a un estrellato que, en especial Cobain, rechazaba y repudiaba. Esta súbita fama, aunada al uso y abuso de drogas y al vertiginoso ritmo de vida impuesto por el star system, hizo que las cosas se volvieran inmanejables y que el sueño se transformara en pesadilla, una pesadilla que culminaría en tragedia y muerte. La de Nirvana es, pues, una historia que de rosa nada tiene, pero que dejó un legado musical que ha trascendido y que permanecerá por siempre.
  Aquí, las seis obras discográficas imprescindibles del grupo, cuatro en estudio y dos en concierto.

Bleach (Sub Pop, 1989)
Cuando Nirvana grabó este disco para Sub Pop, nadie pudo imaginar el impacto que el grupo de la pequeña y lluviosa ciudad de Aberdeen, en el noroccidental estado de Washington, tendría un par de años después. Se trata de un trabajo poco consistente, realizado antes de la irrupción del movimiento grunge. Producido por Jack Endino y grabado en unos cuantos días, con un costo ridículo de seiscientos dólares, Bleach presenta algunas canciones interesantes y otras que sólo para los seguidores más aferrados del grupo no pasaron al olvido. Es lógico que así sea. Nirvana era un grupo en formación y ni siquiera se trataba del trío que dos años después irrumpiría para cambiar el curso de la historia del rock. Dave Grohl aún no estaba en la agrupación y otros dos bateristas –Dale Crover y Chad Channing- compartieron los diferentes cortes del álbum. En los créditos aparece el guitarrista Jason Everman; sin embargo, el tipo no tocó una sola nota en la grabación. ¿Por qué se le incluyó entonces? Porque fue él quien puso los seis billetes de cien dólares que costó hacer el disco. Bleach es una obra densa, agresiva, confusa; las letras de Kurt Cobain son a su vez oscuras y difíciles de descifrar. Musicalmente hay una gran influencia de Black Flag por un lado y de Black Sabbath y los Melvins por el otro, lo cual se nota en los pesados riffs de la guitarra y el bajo y en la rítmica post punk de varios temas. Sin embargo, hay aquí un par de canciones que habrían de trascender con los años: la muy conocida “About a Girl” –escrita por Cobain para Tracy Marander, su novia de aquellos días y con quien acababa de terminar, por lo que la letra es una mezcla de sentimientos encontrados de amor y desamor– y la potente y enigmática “Blew”. También destacan la pre grungera “Negative Creep”, la desesperada “Paper Cuts” y una curiosidad: el cover a “Love Buzz”, composición de Robbie Van Leeuween, integrante del sesentero grupo holandés de pop Shocking Blue. Lo demás no es precisamente un material imperecedero. O como diría el crítico norteamericano Stephen Thomas Erlewine: “Bleach es más que una curiosidad histórica, dado que contiene algunas grandes canciones, pero no se trata de un clásico perdido… Es el debut de una banda que muestra potencial, pero que no lo ha desarrollado todavía”.

Nevermind (DGC, 1991)
¿Sabían Kurt Cobain, Krist Novoselic y Dave Grohl que su segundo álbum habría de revolucionar al mundo de la música, al irrumpir con fuerza brutal y sacudir el anquilosamiento discográfico de principios de los noventa, provocando el surgimiento de lo que se conocería como rock alternativo? Lo más seguro es que no. Sin embargo, estos tres músicos propusieron todos los ingredientes para que así fuera. El arribo de Grohl a la batería resultó fundamental. Con su poderío sobrehumano y su precisión técnica, dio al grupo la base rítmica perfecta para que las composiciones de Nevermind –todas ellas, sin excepción– resultaran joyas musicalmente impecables. Pero no sólo fue eso. El disco es un reflejo exacto de la angustia existencial de la juventud de aquella época, sumergida en la desesperanza, el desempleo, la falta de oportunidades, el consumismo, el alcoholismo y la adicción a las drogas. Desde la inicial “Smells Like Teen Spirit” que a pesar de la ironía de su título se convirtió en un himno automático de los jóvenes de todo el planeta, Nevermind es una colección de doce composiciones de impecable estructura, con todos los elementos clásicos de la canción popular, pero sin una intención comercial preestablecida. Otro elemento básico está en la producción de Butch Vig, quien supo explotar los talentos del trío y construir un edificio sin fisuras aunque bien iluminado y aireado (y airado también, por supuesto). Difícil resulta destacar alguno de los cortes, dado el nivel de cada uno. ¿Cómo decir que “In Bloom” es mejor que “On a Plain”, que “Come As You Are” supera a “Breed” o que “Polly” deja atrás a “Something in the Way”. Imposible. Sería altamente injusto. Disco catártico y salvaje pero armónico y melodioso, sus contradicciones lejos de oponerse se complementan de manera magistral. Testimonio de un momento histórico, Nevermind es el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los noventa y no hay exageración al afirmarlo. Se trata de una obra maestra, revolucionaria, que combina los mejores componentes del rock y del pop y que posee una actitud rebelde y anticonvencional que ha trascendido con el tiempo hasta alcanzar una estatura mítica. Y aunque visto sin apasionamientos podría ser algo tan simple como un gran disco de punk, la verdad es que el arte implícito y explícito que hay en él lo convierte, a todas luces y a 30 años de haber aparecido, en un hito para la posteridad.

Incesticide (DGC, 1992)
Cuando muchos esperaban que después de Nevermind Nirvana reapareciera con otro álbum fuera de serie, Kurt Cobain y compañía lo hicieron…, pero a su modo. Incesticide, su tercer trabajo discográfico, no fue con toda probabilidad lo que su público y su casa disquera esperaban precisamente. Lejos de salir con una nueva serie de temas producidos por Butch Vig, el grupo prefirió sacar una colección de demos, lados B, covers, cortes guardados y grabaciones para la BBC. Se trata de un disco que compila rarezas y a 29 años de distancia eso es lo que le da su mayor encanto y valor. Si en su momento algunos criticaron a Incesticide por ser una obra oportunista que trató de aprovechar el éxito de su predecesor con piezas de relleno, la distancia permite evaluar las cosas y contemplarlas en su justa proporción. Es por ello que hoy podemos decir que se trata de un álbum interesantísimo justamente por su desproporción y falta de unidad conceptual. He aquí al Nirvana anterior a Nevermind, con un sonido más parecido al de Bleach, aunque menos oscuro y con mayor orientación al rock pop. En Incesticide pueden conocerse también las raíces setenteras del trío, su amor tanto por el metal de Alice Cooper como por el punk garage de los Stooges, el rock pop de The Vaselines y el indie rock de Sebadoh. He aquí el espíritu alternativo de Nirvana en su máxima expresión caótica y anticonvencional. Hay temas que pueden considerarse esenciales, como “Dive” –el único producido por Vig–, “Sliver” y la extraordinaria “Aneurysm”, pero también joyas desconocidas como “Beeswax”, “Downer”, “Mexican Seafood” (sic), la cruda “Aero Zeppelin”, la bizarrísima “Hairspray Queen” y su preciosa versión a “Molly’s Lips” de The Vaselines. Sin duda se trata de un disco que debe ser revalorado.

In Utero (DGC, 1993)
He aquí el que puede considerarse como el testamento musical de Nirvana. Producido por Steve Albini, de antecedentes que lo relacionaban con los Pixies, se dice que los tres integrantes del grupo pretendían realizar con su cuarto disco algo semejante al Surfer Rosa del grupo de Black Francis. Sin embargo, no sería por eso que In Utero alcanzaría la categoría de mito, sino porque en el mismo muchos vieron algo así como la carta de despedida de Cobain antes de suicidarse. Algunos incluso presumieron que el hecho ya se veía venir al escuchar las letras altamente nihilistas y depresivas de los temas que conformaron el disco. Se trata de un trabajo tosco, áspero, difícil y a ello contribuyó de gran manera Steve Albini, quien no sólo había producido a los Pixies, a Helmet, a The Jesus Lizard y a PJ Harvey, sino que también había sido un músico punk con los grupos Big Black y Rapeman, de los cuales Cobain fuera gran admirador. De ahí el sonido punk del disco, grabado prácticamente en directo, con muy pocas sobregrabaciones o trucos de estudio. El álbum se hizo en escasas dos semanas, sin intervención alguna de gente de la disquera. Todo parecía perfecto, hasta que el resultado final llegó a manos de los directivos de Geffen, quienes se negaron a aceptarlo y tras largas discusiones que enfrentaron a la compañía, el productor y el grupo –todos contra todos–, este último aceptó otorgar algunas concesiones, como volver a producir “Heart-Shaped Box” y “All Apologies” (el encargado de ello fue Scott Litt, quien había trabajado con REM) y regrabar partes del bajo y la voz a lo largo del disco. Albini quedó muy decepcionado con los cambios en In Utero, a pesar de su éxito inmediato. Con todo, el último álbum en estudio de Nirvana –que en un principio iba a llamarse I Hate Myself and Want to Die y luego Verse Chorus Verse, ambos títulos de composiciones que al final no fueron incluidas– contiene temas clásicos como los dos mencionados líneas atrás, además de la provocadora “Rape Me”, la iconoclasta “Milk It”  y la felizmente irónica “Dumb”.

MTV Unplugged in New York (DGC, 1994)
Si algo demuestra este disco es que detrás del estruendo, la sobreamplificación y la distorsión que solía emplear Nirvana en sus conciertos, había canciones perfectamente construidas, las cuales, al ser desprovistas de sus ruidosos arreglos eléctricos y arregladas con elementos acústicos, brillaban por lo que eran en esencia: melodías escritas con sutileza y sensibilidad. Esto parecía un contrasentido tratándose del grupo emblemático del grunge, pero no lo era. MTV Unplugged in New York es, por tanto, una sobria demostración del talento de Kurt Cobain como compositor y del de los integrantes del grupo como ejecutantes de sus respectivos instrumentos. Grabado en vivo para el célebre programa de la televisora MTV, este disco contiene una perfecta selección de temas, entre originales de la banda y algunos covers. Desnudo, desgarrado, sincero, en ocasiones escalofriante, el estilo de Nirvana en este álbum nos lleva por parajes musicales que van de la recreación de piezas propias como “All Apologies”, “About a Girl”, “Come as You Are” y “Polly” a versiones de temas de David Bowie (la genial “ The Man Who Sold the World”), el viejo bluesero folk Leadbelly (“Where Did You Sleep Last Night? ”), las Vaselines (“Jesus Doesn't Want Me for a Sunbeam ”) y tres temas de Meat Puppets, héroes musicales y amigos personales de Kurt Cobain.

From the Muddy Banks of the Wishkah (DGC, 1996)
Contraparte sonora del Unplugged in New York, From the Muddy Banks of the Wishkah muestra a Nirvana en todo su potencial rocanrolero. La intención de este segundo disco posterior a la muerte de Cobain y a la desaparición de Nirvana fue la de mostrar lo que era el trío en el escenario, cómo sonaba en vivo, cómo se comportaba, cómo variaba las versiones de los temas grabados originalmente en estudio. Con pocas composiciones famosas –si acaso “Smells Like Teen Spirit”, “Lithium”, “Sliver”, “Heart-Shaped Box” y “Polly”–, el álbum se inclina por cortes oscuros pero no menos buenos, como “School”, “Drain You”, “Been a Son”, “Spank Thru”, “Scentless Aprentice” y “tourette’s”, entre otros. No se trata de un solo concierto, sino de tomas realizadas en distintas presentaciones de Nirvana, algunas grabadas con medios limitados, pero que por lo mismo dan al disco un gran valor y lo convierten no sólo en un testimonio de lo que fue el grupo en escena sino en una obra absolutamente disfrutable.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes, el sitio de música de la revista Nexos)

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