miércoles, 13 de noviembre de 2019

Fernanda Solórzano y los misterios de la sala oscura

Fernanda Solórzano se encuentra, desde hace varios años, entre los cinco mejores críticos de cine del país. Acuciosa, informada y amena, su impecable prosa es seguida por miles de lectores cinéfilos que la buscan cada mes en las páginas de la revista Letras libres, así como cada semana en sus video reseñas para el sitio de la misma revista; antes llegó a colaborar en medios ya desaparecidos como Viceversa, Cambio y La Mosca en la Pared, además de haber sido conductora de programas de televisión como Filmoteca 40, Confabulario, El Foco, Encuadre y Entrelíneas. Licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana, acaba de publicar su primer libro, Misterios de la sala oscura (Taurus). Sobre esta estupenda obra y otros temas es nuestra entrevista con ella.

Mi primera y más que obvia pero necesaria pregunta: ¿cómo surgió la idea de escribir Misterios de la sala oscura?
Surgió de la sensación de que me gusta mucho lo que hago –los ensayos, las críticas semanales–, pero que eso está atado a la coyuntura y a las limitaciones de escribir sobre lo que se estrena y sobre todo lo actual. También tienes que sujetarte a las exigencias del medio en el que publicas, el número de caracteres, una exposición mucho más clara de lo que estás queriendo decir, etcétera. Por más que quieras, no puedes escapar de estas limitantes y a mí se me antojaba romper con todas esas reglas, con todos esos esquemas, hablar de algo que no pareciera “relevante”, hacer asociaciones de ideas que no tuvieran que tener una conclusión única, jugar incluso con la manera como yo veo el cine. Quería dejar de hacer una crítica tradicional, en la que debes plantear muy bien tu hipótesis y llegar a una conclusión muy clara, y aventurarme más en la idea del ensayo literario, en la que conforme escribes vas descubriendo lo que quieres decir. Esa era la idea básica. Porque tampoco quería que mi primer libro fuera una recopilación de notas ya publicadas, lo cual hubiese sido mucho más sencillo. Eso habría tenido más sentido en los tiempos en que no existía internet, ya que hoy casi todo está a la mano de cualquiera que lo busque. En conclusión, quise que el libro rompiera el esquema de trabajo que yo había tenido normalmente hasta entonces y marcar el inicio de una nueva etapa en ese mismo trabajo.

¿Cómo diseñaste la estructura de los nueve ensayos que conforman el libro –ensayos que contextualizan varios temas alrededor de cada película– y por qué elegiste cada una de las cintas?
Quería escribir de algo más que de películas…, a partir de las propias películas. Para ello pensé en cintas que me dieran pie para hablar de temas que quería abordar y que me interesaban. Temas como la violencia en grupo, la violencia individual, las relaciones entre mujeres y hombres; cosas que están todos los días sin importar el momento y cómo algunas películas se han convertido en paradigmas de esas y otras temáticas que abordo en el libro. Va a sonar un poco pretensioso, pero fue como pensar en un poliedro cuyas distintas partes se conjuntaran y convergieran. Ahora, sí hay en el libro una inclinación hacia una época específica, la del nuevo Hollywood, porque es la época que más me gusta, la que renovó la forma de hacer cine y sigue influyendo en el mejor cine que se hace actualmente. El cine de autor que viene de esa época sigue siendo de interés para muchos. Se colaron una o dos películas que tal vez yo no incluiría entre mis preferidas, caso de Forrest Gump, pero que me permitieron ejemplificar un tipo de cine que me dejaba hablar de ciertos temas. También quería que todas las cintas hubieran pasado cierta prueba del tiempo (por eso la más reciente, The Matrix, es de 1999) y tuvieran ya cierto espacio en el imaginario colectivo; no nada más en el cine, sino fuera de éste. Porque a veces la gente se refiere a ciertos personajes como Vito Corleone, de El Padrino, con gran familiaridad, como si estuvieran entre nosotros, incluso aunque no se haya visto la película. Me pasó con muchos chavitos que no han visto Tiburón, pero reconocen el póster de la cinta.

¿Cuál es el hilo conductor entre todas las películas y por ende, entre todos los capítulos del libro?
Te apuesto a que las nueve películas tendrían un equivalente contemporáneo, aunque no sea tan popular. Con esto quiero decir que todas las películas tocan fibras y tocan problemas que no hemos resuelto. Porque no tienen solución. ¿Cómo solucionas la violencia? Muchas cosas están en la naturaleza humana. De la misma manera, las nueve películas tocan temas que no se agotan y que siguen interesando, preocupando, agobiando. Por ejemplo, existen muchas películas que podrían funcionar alrededor del debate feminista que generó a principios de los años setenta El último tango en París, más allá de que se trata de una película que por su temática hoy día quizá no se podría filmar. Cuando murió su director, Bernardo Bertolucci, en noviembre del año pasado, se reinició ese debate, otra vez con las mismas peleas de hace casi medio siglo. Lo que intento mostrar en el ensayo es que dependiendo desde dónde la vieras, podría resultar contraria al movimiento feminista actual, aun cuando en su época una tendencia del feminismo la veía como una cinta absolutamente liberadora y el propio Bertolucci creó un personaje femenino que no se había creado en el cine hasta ese momento. Pero es lo mismo de toda la vida: si sacas de contexto una película y sólo quieres ver lo que quieres ver, entonces siempre vas a tener este anteojo selectivo. De cada filme se puede derivar una lectura ideológica; pero si le pones por delante otra lente, ya dejas de verla más allá del prejuicio. Otro caso que puede servir para ejemplificar esto es el de Taxi Driver, de Martin Scorsese. Cada vez que veo esos casos de asesinatos en masa que se dan en los Estados Unidos, no puedo sino recordarla. El perfil del personaje principal es como el de los actuales asesinos: el hombre desposeído que siente que le han robado sus privilegios, un hombre que conoce el manejo de armas y que se encuentra convencido de que lo que hace está bien… Es algo que sigue sucediendo. El personaje de Robert de Niro podría ser ahorita un votante de Donald Trump. ¿Cuál es entonces el hilo conductor entre los nueve filmes que trato en mi libro? Que todos abordan temas que podrían tener su contraparte, tanto en la realidad presente como en el cine presente.

¿Cuál fue tu método de trabajo y cuánto tiempo te llevó hacer el libro?
Muchísimo tiempo, casi ocho años. Pero no trabajé en él ininterrumpidamente. Cómo pasa siempre: lo dejas para el final de tu día de trabajo, al final de tus ocupaciones remuneradas; había meses en que no me ocupaba de él; luego vino la enfermedad y la muerte de mi madre… Cosas. Fue mucho tiempo porque lo dejaba y lo retomaba. Pero ya que me encarrilaba con una película, lo primero era verla una y otra vez, más allá de que ya la hubiera visto con anterioridad, pero verla ahora con un nuevo filtro. Dentro de la estructura de cada ensayo hay tres hilos que se entrecruzan. Uno es la biografía tanto del director como del guionista o incluso del actor principal, si es que este tuvo una participación casi de coautor. Dos, conocer cómo fue recibida en su momento la película, porque ahí empezaba el debate. No quise citar reseñas recientes, sino aquellas que hubiesen sido publicadas cerca del estreno. Ver qué decía la película que no se hubiese dicho ya. Esto era un reto, porque de cada una de ellas se ha escrito muchísimo y yo no quería caer en repetir lo ya dicho, tampoco en lo obvio. Busqué todo aquello que me permitiera darles una lectura más fresca. Por cada ensayo, fue un 80 por ciento de tiempo de investigación y lecturas y sólo un 20 de escritura. Pero sobre todo traté de disfrutar el proceso. Y aquí le quiero dar un crédito a Fernando García Ramírez, una persona a la que yo aprecio mucho, como amigo pero más como colega. Fernando fue crucial en animarme a escribir un libro. Yo le dije una vez que quería hacerlo y él no me dejó ir. Fue como una especie de editor sin nada visible a cambio, fue pura generosidad. Todo el tiempo me retroalimentaba con ideas, observaciones y comentarios. Es muy cinéfilo y me recomendaba bibliografía sobre los temas, más allá de lo estrictamente cinematográfico. Me abrió muchísimas puertas. También fue un acicate que valoro mucho. Sin su apoyo y su ánimo, creo que varias veces hubiera dejado por la paz la escritura del libro.
¿De dónde viene tu afición por el cine?
Llegué al cine quizá más tarde que la generalidad de los críticos y cinéfilos. Fue como una extensión de mi amor por la lectura. Lo que más me gusta en la vida es leer. Eso me vino de mi madre. Yo la veía ponerse a leer y perderse en ello durante tardes enteras. Se olvidaba de mí, de mi papá y de todo lo que la rodeaba. Me fascinaba verla y me preguntaba qué era lo que la mantenía en esa especie de trance. Esa curiosidad me hizo acercarme a los libros, a sus libros, que tal vez algunos no eran apropiados para una niña. Mi mamá leía ficción sobre todo, pero también le gustaba mucho la historia. Entre los primeros libros que leí había algunos que ni siquiera entendía del todo. Recuerdo entre ellos Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa; también leí a Luis Spota, cuyos libros eran un laberinto político que tampoco entendía, pero yo creo que no me hizo daño. Mi amor por la lectura tiene que ver también conque soy muy introvertida y solitaria. Soy hija única y a veces cumplo con los clichés de los hijos únicos. Me agobian las fiestas, me agobia el ruido. Te acostumbras a ser tu propia compañía. Entonces los libros y el cine se convierten en ese amigo que no interfiere en tu vida y que hace lo que tú quieres.

Empezaste con la lectura y eso te llevó al cine, ¿cómo se dio ese paso?

Antes, para ver cine tenías que ir al cine. No era como hoy, en que muchos chavos comienzan a ver cine porque tienen a su disposición diversas plataformas. Por lo tanto, tuvo que ser hasta que me volví más independiente y pude empezar a salir sola de mi casa y manejar el carro que comencé a ir, por ejemplo, a la famosa Muestra Anual de Cine. En esos años, si no veías las películas durante la Muestra, ya no las veías nunca. Me iba a los ciclos en el Centro Cultural Universitario. Era mi forma de salirme de la casa. Primero me llegó la necesidad de encontrar algo que fuera una extensión de la literatura, encontrar otros mundos, otros ambientes, y así me fui formando un gusto como cinéfila. Descubrí el placer de estar sola en una sala oscura, frente a una gran pantalla.



¿Y en qué momento decidiste empezar a escribir de cine?
Fue algo muy curioso. Estudié Letras Latinoamericanas en la Universidad Iberoamericana, sin saber que iba a dedicarme a escribir. Todavía estaba en la escuela cuando entré a trabajar en la revista Viceversa. Ya me gustaba escribir, sobre todo ensayos; nunca me interesó escribir ficción. De pronto descubrí que escribir sobre las películas que me gustaban era algo que encajaba con dos cosas que me interesaban: ver cine y hacer textos sobre lo que veía.

Entonces no te volviste crítica por ser una cineasta frustrada, como dicen los que odian a los críticos.
¡No, jamás! Sólo de imaginarme en el centro de un rodaje me parece la peor pesadilla. Tener que coordinar todo, resolver problemas logísticos, lidiar con los actores. ¡Qué horror! A mí me gusta ver películas y contagiar mi entusiasmo o mi irritación o lo que sea. La posibilidad de escribir de cine surgió cuando Naief Yehya, el crítico cinematográfico del suplemento “Sábado”, del diario unomásuno, suplemento que dirigía Huberto Batis, se fue a vivir a Nueva York. Entonces Mónica Braun me dijo que por qué no le proponía a Huberto ocuparme de esa sección. Yo dudé, porque nunca había reseñado películas de manera profesional; además, no me sentía como para llenar los zapatos de Naief y aparte estaba la “leyenda negra” de Batis. Mónica me dijo que nada se perdía llevándole un texto y ella misma me acompañó a verlo. Le llevé un ensayo, se lo dejé, lo publicó y como obtuvo buena respuesta, me propuso que me quedara con la sección de cine. Como ya iba a tener un espacio semanal, entendí que debía profesionalizarme y empecé a hacer una especie de carrera autodidacta en la que me puse a estudiar teoría, géneros, historia del cine. Por suerte, desde entonces ya nunca dejé de escribir. Estuve en “Sábado” casi cuatro años; después pasé al suplemento “Confabulario”, de El Universal, que coordinaba Héctor de Mauleón; estuve en el experimento de revista que fue Cambio, que era la versión mexicana de la publicación colombiana del mismo nombre que dirigió Gabriel García Márquez; y también fui por algunos años la crítica de cine de La Mosca en la Pared que dirigías tú.

¿Cómo aprecian el cine las nuevas generaciones, en estos tiempos de plataformas digitales en los que puedes ver una película en un teléfono celular?
Es claro que la apreciación de las películas ha cambiado mucho. No quiero sonar anticuada o decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero las plataformas no necesariamente hacen un buen trabajo de curaduría. Finalmente, necesitas una guía que a veces el internet, con toda la sobreoferta que tiene, no te da. Hay tanto que ver todo el tiempo que la gente se pierde. Aparte, no necesariamente las mejores películas llegan a la cartelera. Pero es un problema que no se limita al cine, sino que lo abarca todo y a veces resulta paralizante. Por ejemplo, con la música: antes esperábamos con ansiedad que saliera tal disco y ahora lo tienes enseguida y casi gratuitamente. Por supuesto que hay una parte increíble en eso, pero da una sensación de no poder abarcarlo todo que llega a ser desesperante. En cuanto a las nuevas generaciones, no quiero demonizar a los millennials ni mucho menos, pero siento que como hoy todo está disponible, existe menos interés por conocer otras cosas. Por ejemplo, ahora que se estrenó la nueva película de Quentin Tarantino, leí varias reseñas de críticos estadounidenses que hacían berrinche porque muchas personas no habían entendido la cinta, pues no tenían idea de quiénes eran Charles Manson, Sharon Tate o Roman Polanski. Y eso sí afecta en otro nivel: ya no nada más en qué eliges ver, sino en cómo lo ves. Estamos ante una revolución digital que tiene muchas ventajas pero que a la vez todavía no acabamos de entender.

¿A dónde va el cine entonces, a dónde van los misterios de la sala oscura?

La pregunta de los mil millones. Desde el punto de vista de la exhibición y la distribución, el dilema es si las plataformas o las salas. Esa es la discusión, porque es algo que pone en jaque a la producción misma. Hay directores como Martin Scorsese que ya prefirió que su más reciente película fuera para Netflix. Debo confesar que a mí cada día me cuesta más ir a una sala de cine, en donde todo el mundo está viendo el celular. Persiste esta idea romántica de la pantalla gigante, la sala oscura… y estaría muy bien, si solamente fuera eso. Pero ahora hasta en las funciones de prensa de los festivales, donde se supondría que todos los asistentes están ahí por el interés en los filmes, la gente está comiendo o atendiendo sus teléfonos. Cada vez es más difícil esa experiencia ideal. Sería entonces muy hipócrita si dijera que las plataformas y las pantallas chicas están matando al cine, cuando yo misma las uso con tal de ver una película con tranquilidad y en silencio. No creo que se acaben las salas de cine, ya que proporcionan una vivencia distinta. Lo que sí sería mortal es que se apueste siempre por las cintas calculadas para recuperar la taquilla: las franquicias, el cine de superhéroes, las comedias románticas… Que existan, pero que exista también el cine de búsqueda. Aunque es más un deseo que una predicción.

(Entrevista que me publicó el día de hoy la versión en español de Los Angeles Times)

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