miércoles, 15 de abril de 2020

Los silencios vivos de Nach

Los raperos juegan con el ritmo y las palabras, con el ritmo de las palabras. Hacen rimas que se ajustan a un beat y esa es una regla que deben seguir, es parte del juego. Se trata de una manera de hacer poesía, pero no es exactamente poesía, no en el sentido más estricto ortodoxo y tradicional del término. De hecho, la poesía rimada no es, desde hace mucho tiempo, lo más usual entre los poetas.
  Para un letrista de hip-hop, en cualquier idioma pero en este caso en español, no es lo mismo escribir las kilométricas líneas que componen un rap, con ese uso ya mencionado de las rimas, que intentar hacer poesía contemporánea, de verso libre. No todos los hip-hoperos podrían lograrlo. Incluso me atrevería a decir que sólo una muy estrecha minoría lo conseguiría. Porque se trata de dos sensibilidades diferentes; no contrapuestas, quizá, pero sí diferentes y cada una en busca de cosas distintas.
  Con Silencios vivos (Planeta, 2019), su segundo libro de poemas, el rapero y poeta español Ignacio Fornés (Albacete, España, 1974), mejor conocido con el sobrenombre artístico de Nach, muestra con creces que él sí pertenece a esa minoría. Es más que reconocido dentro del mundo del hip-hop en castellano (ha grabado doce discos desde 1994 hasta 2018) pero también se introduce por merecimiento propio en el espacio de los poetas hechos y derechos, como ya lo había demostrado en su libro anterior, Hambriento, de 2017.
  Más que tratar de explicar su poesía, dejemos que un par de poemas suyos sean los que hablen por sí mismos y por su autor.



Almanaque
Aquí los meses caen como hojas moribundas.
Yo sigo preguntándome cuál es mi ancla,
a la vez que vuelvo a palpar esta carne tan volátil.
Detesto mis fotos antiguas,
odio las efemérides,
lloro si escucho las canciones de mi niñez.
Aquí los años caen como suicidios en rascacielos
y cada mañana debo aprender a sonreír.
Tengo la intranquila certeza de que nada me pertenece,
de que no pertenezco a nadie.
Siento mis manos vacías de incendios.
Soy un pájaro con miedo a aterrizar.
Aquí las décadas caen como un barco agrietado
y se hunden pecado a pecado.
Yo miro al resto hablando,
caminando,
conquistando.
No necesitan esconderse.
Es como si no les importara
que el almanaque sea el asesino
mas silencioso del universo.

En construcción
Viviste en una época en construcción
que deseaba salir de un túnel
sin estar seguro de cuan lejos estaba la luz.
Dios no te dejó saborear más camino
y te convirtió en raíz de blancos y negros
demasiado pronto,
demasiado joven.
España estaba aún sin pintar,
no se podía ver más allá
del andamio de la duda,
de la toga de la religión,
del escombro de una dictadura.
Siento en el alma, Antonio,
que no vieras a ese hombre pisar la luna
ni admirar a esa mujer que usaba minifalda
o sentir como Hey Jude te decoraba el alma
o saber qué pasaría con el sueño de Martin.
Siento que no pudieras sonreír
Cuando este país comenzó a abrir sus negros portones
y la palabra “libertad” encendía hogueras en las calles.
Quisiera que hubieses visto Blade Runner en Betamax
o que hubieras escuchado Stairway to Heaven.
¿Quién te iba a decir que se legalizaría el aborto?
¿O que las computadoras entrarían en las casas?
¿O que el mundo llegaría a vivir conectado
a través de una pantalla minúscula?
No conociste la música punk
ni el poder de unos caballeros llamados Jedi.
No viste caer el muro de Berlín
ni tampoco cómo clonaban a una oveja.
Ojalá hubieras podido vestir con colores brillantes
y hubieras visto ser presidente de un país
a aquel hombre que poco antes fue su prisionero.
Demasiadas cosas
que no pudiste ver
que no pudiste celebrar.
Algo tan injusto
como nacer en 1945
y morir en 1963.
Siento en el alma, Antonio,
que sólo pudieras vivir
una época en construcción.

(Texto que me publicó el día de hoy "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

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