En los viejos tiempos del priismo a ultranza, aquello no habría pasado de ser una anécdota más de la picaresca política. Que un presidente municipal, arriba de un entarimado, bailara con una guapa muchacha y a la vista de todos le levantara la falda por detrás, hubiese sido nada más que la intrascendente travesura de un alcalde que demostraba su poder hasta en las gracejadas y las ocurrencias.
Hoy al parecer son otros tiempos y las cosas han cambiado. Existen los teléfonos celulares que todo lo graban y las redes sociales que todo lo reproducen y todo lo cuestionan. Existe una corrección política impoluta que, convertida en nuevo tribunal del Santo Oficio, no perdona el menor desliz y condena a diestra y siniestra. Ya nada escapa del ojo vigilante y purificador de los neoinquisidores.
Frente a este poder de lo que algunos llaman una sociedad civil atenta y vigilante, hechos tan vergonzosos como el protagonizado por el presidente del municipio de San Blas, en Nayarit, Hilario Ramírez Villanueva, y la infortunada joven que accedió a bailar con él, ya no deberían producirse. Lo mismo que los diversos escándalos de sexo, alcohol y desmadre en que se han visto inmiscuidos personeros de prácticamente todos los partidos políticos. Pero ahí siguen y ahí seguirán. ¿Por qué? Pues (como dice Chumel Torres) porque chingue su madre.
A pesar de cambios constitucionales, apertura democrática, una supuesta mayor conciencia ciudadana y notables avances tecnológicos, la vieja cultura priista (que permea a propios y extraños dentro de nuestro singular sistema, incluso a quienes reniegan de ella) persiste impertérrita. Cierto que desde 1997 se ha ido acotando el poder antes omnímodo de la presidencia de la república, pero ese mismo poder omnímodo sigue tan campante entre los gobernadores de los estados y los munícipes y delegados políticos del país entero, convertidos en verdaderos señores feudales que lo mismo se asocian con el crimen organizado que roban “poquito” o levantan las faldas de las damas.
Lo que opinemos les hace lo que el viento a Juárez y, contra ese valemadrismo, no hay fuerza tuitera que pueda.
O sea, el puro folclor nacional.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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