Jamás lo vi en persona y sin embargo es como si lo hubiera conocido siempre, para bien o para mal. De hecho, sí: lo conocí desde que yo era niño, en la segunda mitad de los años sesenta, y mis papás ponían en la tele, cada mañana, El diario Nescafé, mientras mis hermanos y yo desayunábamos antes de irnos a la escuela. Aún tengo presentes aquellas imágenes en blanco y negro.
Luego vendría, en 1970, el omnipresente 24 horas que, otra vez para bien o para mal, todo México veía. Era el único noticiario nocturno y Jacobo Zabludovsky la imagen de un sistema incólume, poderoso, atrabiliario, absoluto. Quienes presumíamos nuestra filiación de izquierda, lo aborrecíamos.
También tenía un programa los domingos por el Canal 2, una especie de revista que se trasmitía después del fut dominical del mediodía. Fue en esa emisión que en 1971 se empezó a promover el festival de Avándaro y a mis dieciséis años me resultaba extraño que Jacobo (como todos, simpatizantes y detractores, le decíamos) de pronto fuese un promotor del rock.
El caso es que mi imagen del Zabludovsky de aquellos tiempos no es demasiado grata y se volvió más negra aún cuando sobrevino el golpe echeverrista contra el Excelsior de Julio Scherer y la manera como aquel noticiero se sumó a la infamia.
En septiembre de 1985, en cambio, no pude sino admirar la manera como salió a cubrir los horrores del terremoto que destruyó a buena parte del Distrito Federal. Es un testimonio histórico y un hito del periodismo televisivo mexicano.
Muchos años después, cuando desapareció 24 horas, le perdí la pista. Supe que tenía un noticiario en la radio que jamás escuché y que en el mismo era muy crítico del gobierno. Incluso que se volvió simpatizante de López Obrador.
Lo último que le vi fue su participación en ESPN, al lado de José Ramón Fernández, durante el Mundial de Brasil 2014, donde aparecía simpático, culto, sincero.
Ahora que murió, sus malquerientes lo han llenado de improperios en las redes sociales, cual soeces aves de rapiña. Yo no lo haré. A fin de cuentas, Jacobo Zabludovsky fue un gran periodista. Para bien y para mal.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)
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