Conocí su nombre desde que era yo un niño y leía los ejemplares de Memín Pinguín (al que todos le decíamos Pingüín), la historieta en sepia que publicaba editorial Argumentos y que cada semana compraba mi prima Dora.
Escrita por Yolanda Vargas Dulché y dibujada por Sixto Valencia, aquella revista formó parte esencial de mi educación sentimental, al lado de Chanoc, Los Supersabios, La Familia Burrón, Tawa y, claro, las historietas ("cuentos", se les llamaba en los años sesenta) de la editorial Novaro. ¿Cómo haber imaginado en ese tiempo que veinte años más tarde sería yo guionista de aquel tipo de publicaciones y que trabajaría directamente con doña Yolanda y me tocaría toparme muchas veces con Sixto, en las oficinas de la editorial Vid, en la colonia Narvarte?
Recuerdo a Sixto Valencia como un hombre muy serio y poco comunicativo, de muy pocas palabras. En los ochenta era casi inaccesible y en los noventa, ya en la editorial Toukán, me acuerdo de él como un señor de escaso cabello y gran bigote, igualmente serio y hasta un tanto huraño y malhumorado. Nunca hice amistad con él, como sí la hice con otros dibujantes y argumentistas de leyenda, como el gran Ángel Mora (Chanoc) o el ingeniosísimo Daniel Muñoz (El Pantera), entre otros.
Como sea, Sixto es una leyenda de la historieta mexicana y al enterarme hoy de su fallecimiento, a los 81 años de edad, no puedo más que lamentarlo.
Memín debe estarlo llorando.
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