No, no estoy hablando de Artemio de Valle Arizpe o de Salvador Novo, tampoco de Guillermo Tovar de Teresa o de Carlos Monsiváis. Mi recuerdo va al gran Raúl Prieto Río de la Loza (mejor conocido como Nikito Nipongo) y al no menos grande Salvador Chava Flores, ínclitos ciudadanos de esta muy noble y leal ciudad capital de México.
En su legendaria columna “Perlas Japonesas”, Nikito insistió muchas veces en la tontería de llamar Ciudad de México a lo que oficial y constitucionalmente era el Distrito Federal. Por supuesto que nadie le hizo caso, pero nunca quitó el dedo del renglón.
En mis épocas de militancia izquierdista, por allá de los años setenta y ochenta, una de las reivindicaciones principales era la de que el DF se convirtiera en entidad federativa y uno de los nombres que se proponía era el de Estado del Valle de México. También Nikito se cansó de decir que nuestra gran ciudad no se encuentra asentada en un valle, sino en una cuenca: la cuenca de México. Ahora, la nueva reforma propone que en lugar de Distrito Federal, todo el territorio que ocupa se denomine Ciudad de México (¿un estado que se llame ciudad?) y que las delegaciones pasen a ser alcaldías (¿y por qué no municipios, como en el resto del país?).
Sobre Chava Flores, uno no puede dejar de rememorar sus maravillosas composiciones, sobre todo esa que –ya que andamos de reformistas– debería instituirse como el himno oficial de nuestra amada y aborrecida, celebrada y vilipendiada megaurbe: la enorme “Sábado, Distrito Federal”.
Ahí les dejo la propuesta a nuestros legisladores, tan proclives a generar ideas, ideítas e ideotas.
PD: También sería bueno que se editaran y se vendieran (o de plano se repartieran) millones de ejemplares del flamante libro Ciudad, sueño y memoria de Rafael Pérez Gay, Héctor de Mauleón y Carlos Villasana. Que sea texto obligatorio para los defeños (o el gentilicio que ahora nos endilguen).
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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