En 1926, a sus escasos veintiún años, ya era una figura muy popular en el jazz. En Nueva York era una estrella y en esos días, él y su orquesta realizaban una serie de presentaciones en el hotel Sherman de Chicago. Todo parecía ir sobre ruedas, hasta que al terminar una presentación, fue interceptado en los camerinos por unos matones que lo encañonaron amenazantes. Si les debía algo, no podía saberlo y tampoco se lo informaron. Le cubrieron la cara con un trapo, lo sacaron por la parte trasera del teatro, lo subieron a un coche y arrancaron con rumbo desconocido. No lo llevaron sin embargo a algún descampado para ejecutarlo. Cuando llegaron a su destino, lo metieron en el suntuoso centro nocturno East Cicero, le quitaron el trapo de la testa y en un vestuario le ordenaron que se acicalara. Tembloroso aún por los nervios, acató la instrucción y una vez listo, fue llevado al salón principal para que tomara asiento frente a un brillante piano e hiciera lo que sabía hacer. Todo era barullo en el lugar, hasta que puso sus manos sobre el teclado y comenzó a tocar un rítmico swing. Cuando su voz surgió, todos se volvieron a verlo y a aplaudirle. Se sintió aliviado y sonrío a sus anchas para cantar como sólo él sabía hacerlo, con esa alegría contagiosa que lo caracterizaba. Fue entonces que vio en la mesa más cercana a un sujeto bajito, con tipo de italiano, quien champaña en mano era el que más le aplaudía. Lo había visto en algunas fotografías de prensa y lo reconoció de inmediato. Un nuevo escalofrío lo recorrió de pies a cabeza, pero no permitió que se le notara. Aquel hombre de cabello envaselinado e impecable smoking blanco era nada menos que el capo mayor de la mafia de Chicago, a pesar de tener tan sólo veintisiete años de edad.
Cuando el espectáculo terminó, el regordete músico de raza negra fue presentado al gangster, quien lo invitó a quedarse en la fiesta, misma que duraría tres días completos. Al final, recibió un fajo de dólares equivalente a lo que ganaba en un mes y fue conducido de regreso a su hotel. Fats Waller acababa de ser el regalo de cumpleaños de Al Capone.
Nacido en 1904, en la ciudad de Nueva York, Thomas Wright Waller fue uno de los músicos más influyentes de los primeros años del jazz. Con un estilo jubiloso y lleno de gracia para escribir e interpretar sus composiciones, unido ello a la simpatía que le daba su gordura, el tipo no sólo era popular entre el público sino también entre las mujeres. En sus dos décadas de carrera, se presentó en todo el territorio norteamericano y en Europa, realizó muchas grabaciones e incluso participó en algunas cintas del naciente cine hablado. Es uno de los músicos favoritos de Woody Allen (temas suyos aparecen en las películas Interiores de 1978 y Zelig de 1983). Entre sus composiciones más conocidas destacan “Lenox Avenue Blues” y la clásica “Ain’t Misbehavin”.
Fats Waller falleció muy joven, en 1943, en Kansas City, Misuri. Una neumonía se lo llevó a los treinta y nueve años, mientras viajaba en un tren. Una manera muy rítmica de morir.
(Publicado el día de ayer en el suplemento Laberinto de Milenio Diario)
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