No nos habíamos repuesto de la muerte de Percy Sledge, ocurrida apenas el pasado 14 de abril, cuando la semana pasado amanecimos con la mala noticia del fallecimiento de otra gloria de la música soul: el gran Ben E. King.
Es natural que suceda, la edad ha alcanzado a la mayoría de los grandes intérpretes souleros, casi todos surgidos como estrellas en la década de los años sesenta.
Aún tenemos fresca en la memoria la trágica desaparición del que quizá sea el más grande de todos: el legendario Otis Redding, víctima de un accidente de aviación en el lejano año de 1967, cuando se encontraba en la plenitud de su carrera, y antes se había ido Sam Cooke. Luego irían partiendo otros pilares del género: Marvin Gaye, Ray Charles, Jackie Wilson, Wilson Pickett, Curtis Mayfield, Donny Hathaway, Isaac Hayes, Luther Vandross, Salomon Burke y el año pasado uno más: Bobby Womack. Sin embargo, aún contamos con músicos de esa generación con los tamaños de Stevie Wonder, Al Green, Jerry Butler, Sly Stone y Smokey Robinson.
De las grandes mujeres del soul sesentero, en cambio, la mayoría aún vive por fortuna. Cierto que ya no están le enorme Etta James y las menos conocidas Mary Wells y Tammi Terrell, pero siguen con nosotros (unas en activo, otras ya retiradas) divas como Diana Ross, Tina Turner, Mavis Staples, Martha Reeves y la gran reina de todas: la inmortal Aretha Franklin.
La música soul de hoy –pasteurizada, procesada y ultracomercializada– muy poco tiene que ver por desgracia con la que hace medio siglo se producía en las míticas disqueras Stax y Motown. Con la muerte de Ben E. King (ex integrante de The Drifters y creador de la clásica “Stand by Me”) se despide una más de sus grandes figuras.
Volvamos a escuchar esa música del alma negra, del alma profunda, del alma humana toda.
(Publicado el martes pasado en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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