Para Adolfo Cantú, por su gran amor a los mexicanos.
Pues sí, gracias a la devaluación de Mister Peso no pude salir de vacaciones. Había planeado con mis hijos ir a conocer la nueva autopista a Oaxaca y, en una de esas, seguirnos hasta Chiapas (concretamente hasta San Cristobal de las Casas para ver qué onda). Pero hicimos números y nos dimos cuenta de que apenas nos alcanzaba para llegar a San Martín Texmelucan o Río Frío. Así pues, decidimos quedarnos en el DF y visitar el nuevo zoológico de Chapultepec. ¡Craso error!
Acudimos al feudo de María Elena Hoyos el pasado viernes, con toda la ingenuidad y candidez del universo. “Como todo mundo anda fuera, no creo que haya mucha gente”, les dije a mis chavos. ¿Qué no? ¡Uta, parecía romería! Hicimos una cola enorme para entrar y una vez dentro fue casi imposible ver a los pobres animales que, aparte de estar enjaulados, tienen que soportar las miradas de miles de seres verdaderamente patéticos. Como no logramos observar a las jirafas, los elefantes, los papiones sagrados o los pandas, nos dedicamos a examinar y a clasificar a esa otra fauna: la que deambula por los pasillos como quienes están en su casa y hacen lo que se les viene en gana. He aquí el resultado de nuestra investigación de campo, con la descripción de algunos ejemplares notables:
El sabio empírico (Opinatus pontificius). Se trata de una bestia vestida de pantalón corto, sandalias y camiseta de rayas horizontales que ante la jaula de los bisontes dice “¡Miren, unos búfalos!”, ante la del guanaco exclama “¡Una llama!” y ante los pecaríes asegura ver jabalíes. Nada tiene de malo equivocarse tan rotundamente, pero esta clase de individuo insiste en confundir a los animales y grita para que todos lo escuchen.
La enajenada disneyana (Videocentrus asidum). Es madre de siete chamacos que a duras penas logra controlar. A todos los retaca de papas fritas y chatarras y los ayuda a hacer pipí cuando no hay guardias cerca. Ante la jaula de los leones, grita a su descendencia: “¡Vean, son Simba y Nala!”, lo que significa que ha visto El Rey León hasta la saciedad. Por supuesto, los venados serán “bambis” y los elefantes “dumbos”, etcétera.
Los vándalos bandosos (Bibisandbotjed vulgaris). De comportamiento impredecible, estos seres suelen ir en grupos de vestir todos igual: mezclilla, tenis, camisetas con leyendas jevimetaleras, peinados seudopunks. Al llegar junto a las jaulas se empujan botados de la risa y empujan a los demás, sin importarles mayor cosa. Avientan cosas para ver a quién le caen en la cabeza. Entre las palabras de su escaso lenguaje sobresalen los términos “chale”, “órale”, “hijo” y “¿ya vistes carnal?”. Ríen con un extraño sonido gutural.
Los consumidores compulsivos (McDonaldus aferratus). Al zoológico no dejan meter comida, pero adentro hay una jugosa concesión al McDonalds y es ahí donde gran cantidad de ejemplares gustan pasar el tiempo, tomando el sol y devorando hamburguesas, malteadas y demás antojitos mexicanos. Los hábitos de esta rama zoo(i)lógica son muy peculiares a la hora de comer, pues lo hacen de dos bocados y luego se tiran de panza para reposar los alimentos. Un espectáculo conmovedor.
(Publicado en mi columna "Bajo presupuesto" de la sección cultural del diario El Financiero, el viernes 6 de enero de 1995)
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