No ha habido movilizaciones o campañas humanitarias para ayudar a los damnificados. Nada que se parezca, por ejemplo, a lo que suele suceder cuando un huracán arrasa con alguna zona o una inundación provoca destrucción y desabasto. Como si la contaminación fuera un problema menor. Como si el criminal derramamiento de sustancias químicas en los dos ríos fuese algo sin importancia.
Para colmo, el asunto se ha empezado a politizar, en especial por la discutible sensibilidad del gobernador panista Guillermo Padrés, quien ha comenzado a pelear con el gobierno federal y sus representantes, más preocupado al parecer por el destino de la “pequeña” presa que levantó en terrenos de su propiedad que de la suerte de sus conciudadanos. El funcionario mantiene grandes cantidades de agua retenidas en el embalse, mientras que miles de personas carecen del líquido en sus casas y en sus tierras de cultivo.
Por suerte, ese mismo gobierno federal ya entró al quite y entre otras cosas ha logrado que Grupo México, propietario de la mina Buenavista, donde sucedió el derrame de ácido sobre las aguas de los ríos afectados, aporte dos mil millones de pesos para resarcir los daños. Ahora va sobre la presa.
Urge que en la sociedad mexicana exista una mayor conciencia ecológica y que tragedias como ésta no queden como meras anécdotas. De otro modo, seguirán aconteciendo sin remedio.
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A raíz de la catástrofe ambiental en Sonora, se está usando por todas partes el terminajo “remediación”. ¿De dónde lo sacaron? Esa palabra no existe en español. No añadamos, al desastre ambiental, la contaminación de nuestro idioma.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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