Barry Levinson es uno de esos directores a los que los críticos exquisitos suelen denominar como "artesanos". Tal vez lo sea, pero no tengo duda de que es un excelente artesano cinematográfico, según lo prueban algunas cintas suyas como la controvertida Rain Man (1988), la finísima Avalon (1990) y las sensacionales y agridulces comedias Tin Man y Good Morning, Vietnam, ambas de 1987.
Voví a ver esta última y tengo que decir que ha soportado el paso del tiempo y que sigue siendo un gran filme. Aunque la figura central es Robin Williams (un Williams perfectamente dirigido por Levinson, lo cual le permitió realizar la que tal vez sea la mejor actuación de su vida), Buenos días, Vietnam es mucho más que ese extraordinario personaje llamado Adrian Cronauer.
La historia está basada en hechos reales. Cronauer existió y durante la guerra de Vietnam fue un disc jockey radiofónico que puso en jaque a las autoridades militares estadounidenses, debido a su estilo desenfadado e irreverente, a su rebeldía y a que en sus programas ponía rock, soul y blues, lo cual encantaba a los soldados que lo escuchaban en el frente de batalla. Robin Williams encarna a la perfección al locutor y lo hace gracias a sus tremendas habilidades para la stand up comedy. Sus monólogos críticos y sardónicos son de antología y no dejan títere con cabeza, ya sea el presidente Lyndon B. Johnson y el vicepresidente Richard Nixon o personajes como el Papa Paulo VI o la Reina de Inglaterra.
Pero la película es más que eso. Es el contexto de la terrible guerra de Vietnam (hay excenas muy duras, como la del atentado terrorista). Es el resto de los personajes (desde los compañeros de Cronauer, como el estupendo Edward Garlick que interpreta un muy joven Forrest Whitaker, hasta sus enemigos dentro del ejército, en especial el ridículo sargento Dickerson que maneja a su antojo el sensacional Bruno Kirby, sin olvidar a los actores orientales, todos ellos fantásticos, con mención especial para la bellísima actriz tailandesa Chintara Sukapatana, como el amor imposible de Cronauer). Es la perfecta recreación de época y de lugar. Es la fuerza de la realización. Es la estupenda música. En fin.
Una cinta magnífica que vale la pena volver a ver y que sitúa a Robin Williams como un gran actor, lejos de las exageraciones histriónicas a las que era tan afecto.
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