El pop gótico embona a la perfección con las letras depresivas de la cantante, quien en sus inicios parecía querer seguir los pasos de la enorme Kate Bush y terminó siendo, si acaso, una Adele un poco más oscurecida, aunque no por ello menos light.
Dueña de una voz imponente que sabe manejar a la perfección, pero víctima de la tentación por lo elefantiásico y lo grandote (diría Jorge Ibargüengoitia), la buena Florence y su eficiente Machine han grabado tres discos en estudio, el más reciente de los cuales, How Big, How Blue, How Beautiful (Columbia, 2015) apareció hace apenas una semana.
Luego de dos álbumes híper cargados de penas, manierismos y una fijación temática por el agua, como Lungs (2009) y Ceremonials (2011), el nuevo larga duración resulta un poco (sólo un poco) más contenido y muestra algunas diferencias con sus antecesores, como ciertos coqueteos con el pop folk a la Fleetwood Mac (como en la inicial “Ship to Wreak”) o algún lejano homenaje al góspel (como en las concluyentes y estupendas “St. Jude” y “Mother”). Estos detalles se deben tal vez a la mano del productor Markus Dravs, quien ha trabajado con Arcade Fire y Coldplay. Por otro lado, la influencia de Kate Bush no deja de aparecer, así como algunos ecos de Christine McVie, Stevie Nicks e incluso Chrissie Hynde.
No es un disco malo ni por asomo. Hay instantes de gran finura y los momentos grandilocuentes no son tantos esta vez. Un trabajo que hará felices a los seguidores del grupo y hasta a muchos que no lo sean.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario