Soy de una generación para la cual los castigos físicos en las escuelas no eran cosa extraña. Cursé primaria y secundaria entre 1961 y 1969 y en aquellos años resultaba común que maestros y prefectos tuvieran manga ancha para aplicarnos lo que algunos llamaban violencia correctiva. “La letra con sangre entra” era frase común entre los docentes de aquel tiempo. En el colegio salesiano de Tlalpan donde cursé quinto y sexto de primaria, el maestro Pascual tenía un cable de la luz que usaba a manera de pequeño látigo contra nuestras piernas y el anciano maestro Calderón amenazaba con el puño cerrado, mientras miraba con ojos encendidos al alumno infractor y le espetaba un “¡Te voy a trompear!”. Otros castigos comunes: colocar a los estudiantes mal portados en el patio, a pleno rayo del sol, de rodillas y con los brazos abiertos, mientras sostenían sendos ladrillos o el más “inocente” de colocar la mano con los dedos juntos para recibir un golpe de borrador que dejaba las uñas adoloridas.
Todo esto vino a mi mente luego de leer la entrevista que León Krauze le hizo a la famosa “Mamá Rosa” para Univisión. “Yo era muy buena para el soplamocos, para el sopapo”, dice ella muy oronda y justifica los golpes con un rotundo “si no pegas, no quieres”.
La octogenaria dama me hizo recordar a un personaje de historieta de aquellos años sesenta: doña Eufrosina, la “Ma linda” de Memín Pinguín, quien solía castigar a su hijo con la temible “tabla con clavo” que dejaba caer sobre sus oscuras nalguitas… ¡y uno se reía de ello!
Hoy las cosas han cambiado por fortuna y en las escuelas están prohibidos los castigos físicos. Sin embargo, en la casa de La Gran Familia, “Mamá Rosa” ejercía una serie de temibles puniciones sobre sus “hijos”. Ella creía (y aún cree, según se lee en la entrevista) que eso era lo correcto.
No sé qué piensen ahora los intelectuales abajofirmantes que en un principio protestaron por el trato que se dio a esta versión femenina de Gabriel Lima (el personaje que interpreta Claudio Brook en El castillo de la pureza de Arturo Ripstein), pero no creo que sus iniciales simpatías se mantengan. Al menos eso espero.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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