Pero esto no fue gratuito. Más de uno hubiera podido escribir una pieza musical con el mismo tema y no por ello habría logrado el éxito de aquella. ¿Qué fue entonces lo que hizo que la canción lograra tal impacto? Son varios los factores y algunos de ellos tienen que ver con el arte de la composición.
Resulta claro que el encanto de la joven que la escribió es un gran punto a su favor. La chavita es muy linda y posee una personalidad singular, además de una gran expresividad y una gracia deliciosa. Pero no sólo eso.
Musicalmente, la obra de escasos tres minutos está perfectamente estructurada. Tocada con un ukulele, en tono de Do mayor, sus armonías son sencillas y están basadas en sólo tres acordes, como los que suele haber en la generalidad de la llamada música popular. Se inicia con una introducción que da paso al tema y a las primeras estrofas que se conectan con el coro mediante un puente simpatiquísimo, en el que la cantante exclama el ya clásico “¡Eeeeeeeeeeh, puto!”. La fórmula se repite, pero la canción finaliza con un cambio armónico de acordes secos que recuerdan a la intro y le dan un terminado más o menos circular.
El ritmo tiene algo de son veracruzano, mientras que la melodía es tan simple como pegajosa, en especial en la parte del coro.
En cuanto a la letra, es muy ingeniosa y sabe utilizar las palabras “altisonantes” con gran habilidad y simpatía. Jamás se escucha grosera a pesar de la rabia que manifiesta, a lo cual ayudan su sentido del humor y su más que saludable incorrección política.
Ya una niña holandesa quiso contestar, pero lo hizo desde una posición regañona de absoluta flojera.
Estamos pues ante una canción impecable y frente a una joven cantautora (nadie conoce su nombre) de enorme talento y prometedor futuro, si es que decide dedicarse a la música. Ojalá.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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