Se llamaba Jesús Bojalil y se hacía llamar Capitán Pijama. Lo que hacía tenía que ver con la electrónica y el rock progresivo (era un apasionado de los sintetizadores) y fue integrante de grupos setenteros y ochenteros como Pijamas A Go-Go y El Escuadrón del Ritmo. Luego abjuró de los proyectos colectivos y se convirtió en solista, labor en la cual tocó no muchas veces en concierto pero grabó muchos discos con títulos tan estrambóticos como En el purgatorio no sirven ravioles, Música para cazar mariposas o En busca del átomo relleno de chocolate.
Jamás fue invitado a presentarse en el Vive Latino y tampoco solía hacer muchas amistades entre los demás músicos. Era un crítico acérrimo del mainstream mexicano y un tipo con una imaginación desbordada.
Lo conocí a fines de los noventa, cuando se integró como colaborador a La Mosca en la Pared que yo dirigía e hicimos una amistad que se prolongó hasta el día de su muerte, aunque últimamente más por medio de facebook que de contactos personales.
Sus secciones en la revista eran un total delirio, con sus fantasías sobre agrupaciones que mezclaban los géneros más disparatados y que él inventaba de una manera tan enloquecida que causaba la risa franca de los lectores.
Su partida nos tomó desprevenidos, aunque se sabía que estaba enfermo y que tomaba medicamentos fuertes para sobrellevar sus padecimientos. A sus sesenta y tantos años, vivía casi como ermitaño, acompañado de su perrito y sus sintetizadores, mas solventaba su soledad con las muchas amistades que procuraba en las redes sociales.
Su obra merece ser rescatada y revalorada, pero qué lástima que eso suceda –si es que sucede- cuando él ya no está entre nosotros.
Un héroe del rock nacional, un verdadero personaje del underground defeño. No permitamos que su música descanse en paz.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Dario)
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