Desnaturalizado sería aquel que no se sintiera indignado, escandalizado, atónito ante los crímenes de la terrible noche de Iguala. Desalmado sería aquel que no deseara que los 43 normalistas desaparecidos regresaran sanos y salvos y que los responsables intelectuales y materiales de los asesinatos de aquel día sean juzgados y castigados.
Pero desnaturalizado y desalmado, penosamente oportunista, es todo aquel que quiere sacar raja de la tragedia que envuelve a la ciudad de Iguala, al estado de Guerrero y a México entero. Lamentablemente, esos canallas que medran con la desgracia y que entre más mal estén las cosas mejor resulta para sus intereses políticos, ya empiezan a refocilarse y a sacar los colmillos.
Frente a lo que ha venido ocurriendo desde la noche de Iguala, una pregunta que hay que hacerse, una más junto a todas las que nos hemos hecho ya, es la de a quién le conviene y a quién no este problema. Me parece claro que a quien menos le conviene es al gobierno federal. La imagen que quiere dar, los pasos que desea emprender, los planes que piensa instrumentar se pueden ir a la coladera si el conflicto, lejos de resolverse, se complica y empieza a contaminar a otras zonas del país.
En cambio, a los interesados en que al gobierno le vaya mal, esta crisis les cae como anillo al dedo y mientras proclaman hipócritamente su dolor ante el infortunio y exigen con estridencia que todo se resuelva, al mismo tiempo complican más la situación con acciones ilegales y violentas que, lejos de ayudar a componerla, la vuelven más difícil. Lanzan el anzuelo para que pique el pez de la represión y haya más víctimas, en un remolino que todo lo arrase y todo lo destruya.
La carroña llama a los zopilotes, la sangre despierta a los tiburones. Lejos de buscar que las aguas se calmen, la apuesta es por agitarlas, aprovechando el pasmo que aún parece invadir a las autoridades y la buena fe de mucha gente escandalizada por la calamidad.
Lo que menos les importa es que retornen las personas desaparecidas. Para ellos, mejor aun si no.
Es tiempo de canallas.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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