Hay músicos con una larga trayectoria, con una obra sólida y de enorme calidad, músicos propositivos y consecuentes que sin embargo no consiguen el debido aprecio de las mayorías y permanecen en una especie de ostracismo del cual pocas veces logran salir. Algunos los llaman artistas de culto y quizá pueda ser un título de distinción, aunque muchos de ellos preferirían cambiarlo por algo más sencillo y ver que su trabajo fuera apreciado por más gente.
Ryan Adams lleva varios años ya con el sanbenito de músico de culto colgado al cuello. Lo es, sin duda. Pero indudable es también que este nacido en Jacksonville, Carolina del Norte, en 1974, tendría que ser más difundido y valorado. Discos suyos como Heartbreaker (2000), Love is Hell (2004) o Cardinology (2008) son verdaderas joyas, como lo es su más reciente grabación, un álbum homónimo al mismo tiempo contundente y de gran finura: Ryan Adams (Blue Note, 2014).
No deja de ser curioso que el decimotercer plato en estudio del estadounidense, a quien se ha querido encasillar dentro del alt-country o americana, lleve como título tan sólo su nombre propio. No es porque se trate de un volver a empezar, sino más bien parecería buscar una reafirmación en su estilo, en su sonido, en su modo de hacer canciones.
Digo que a Adams se le ha querido encuadrar dentro de los límites del alt-country, pero si uno escucha su música en general y este disco en particular, podrá darse cuenta de que va mucho más allá de ese subgénero. Cada una de las once variadas piezas que conforman a este Ryan Adams lo muestra como un autor y un intérprete eminentemente rocanrolero que incluso ha tenido momentos que podríamos denominar como proto punks, sobre todo en el álbum 1984, aparecido también este año, con doce vertiginosas mini canciones que no rebasan los dos minutos y que en su totalidad apenas duran un cuarto de hora.
El flamante larga duración inicia con la sensacional “Gimme Something Good”, un perfecto tema abridor, un rock con toda la barba, con acordes de guitarra sólidos y secos que cortan como navaja y revisten a la composición de un eficaz poderío. A partir de ahí, el disco jamás decae y tiene varios momentos de grandeza, en especial con piezas como la exultante “Kim”, la desafiante “Trouble”, la bellísima y acústica “My Wrecking Ball”, la neilyoungiana “Stay with Me”, la tersa y melancólica “Tired of Giving Up” y la sentenciosa y final “Let Go”.
Mención especial merece la muy brucespringsteeneana “I Just Might”, composición de notable intensidad que acumula una potencia contenida que a cada momento parece a punto de estallar y que finalmente nunca lo hace.
Ryan Adams es un excelente álbum, un trabajo digno y limpio de uno de los mejores músicos estadounidenses de rock (y de alt-country también, si se quiere). No es una obra maestra ciertamente –esas se dan muy de vez en vez–, pero sí uno de los mejores discos de este notable cantautor… y eso ya es decir algo.
(Publicado en la sección de reseñas del sitio de la revista Marvin)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario