Terminé de ver la quinta temporada de esta excepcional serie inglesa y no sé si con ello terminé de verla toda, pues al parecer no habrá sexta parte.
Cinco temporadas completas metido en esa mansión campestre cercana a Londres (aunque había que viajar en tren), involucrado con los avatares, las tragedias, los dramas, las alegrías, los cambios, las evoluciones y las involuciones, las dichas y desdichas de la familia aristocrática que la habita (los Crawley) y la servidumbre que los atiende. Dos microuniversos que se entrecruzan cotidiana y fatalmente para construir un mosaico multicolor y multisocial dentro del entorno histórico de la Inglaterra de principios del siglo pasado: de 1912, cuando se inicia la serie, a 1924, en que temina esta quinta y magnífica temporada.
Uno termina por encariñarse con todos y cada uno de los muchos personajes de Downton Abbey, incluido el emocionalmente torpe Lord Robert Crawley (Hugh Bonneville), jefe de la familia. Son tantos los personajes que sería largo y difícil irlos mencionando a todos, pero yo destacaría al espléndido señor Carson (Jim Carter), jefe de la servidumbre; a la señora Baxter (Raquel Cassidy); a Mary (Michell Dockery), Edith (Laura Carmichael) y Sybil (Jessica Brown Findley), las tres hijas Crawley, aunque esta última fallece de manera injusta (al menos para mí, como espectador); a Tom Branson (Allen Leech), el chofer que enamora y se casa con Sybil, en un acto de desafío de clase ejemplar; a Anna (Joanne Froggatt) y al señor Bates (Brendan Coyle), maravillosa pareja; al villanesco, ojete pero fascinante Thomas Barrow (Rob James-Collier) y, muy especialmente a la señora Violet Crawley, interpretada por esa actriz monumental que es la gran Maggie Smith, un personaje de rancio linaje y rancia mentalidad, con un divertidísimo sentido del sarcasmo (sus comentarios contra la modernidad y los cambios son fascinantemente incorrectos, aunque sabe adaptarse a los mismos).
Producida por la BBC, Downton Abbey es una de las grande series de todos los tiempos, por su calidad artística, su producción, sus personajes, sus guiones, su recreación histórica. Me recuerda mucho a una serie que Rosa y yo no nos perdíamos a fines de los años setenta: Los de arriba y los de abajo y que trasmitía Canal Once.
Downton Abbey, una maravilla.
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