Raymond Chandler, Dashiel Hammett y James M. Cain fueron escritores duros, secos, oscuros, contundentes. Sus relatos y novelas, todos ellos dentro de lo que se conoce como el género negro, son en su mayoría piezas de la mejor narrativa (Truman Capote se refería a Chandler como uno de los grandes artistas dentro de la literatura estadounidense). Sin embargo, ninguno de ello provenía realmente de los bajos fondos que retrataban y sus personajes estaban sacados más de la imaginación que de vivencias propias en el campo del delito, de sufrimientos que hubiesen padecido en carne propia.
Muy otro es el caso de un más que singular colega suyo llamado Chester Himes, gran pluma dentro de la novela negra pero con varias características que lo diferenciaban de sus similares. Porque Himes no sólo conocía los bajos fondos: él mismo había sido un delincuente y se había iniciado como escritor en el interior de las celdas que ocupó en prisión, donde permaneció recluido varios años acusado de robo. No es que hubiera caído ahí por error o siendo inocente: realmente era un ladrón y sabía de violencia y cómo ejercerla. Además era, como él mismo decía, un nigger.
El mejor escritor negro de novela negra había nacido en Jefferson City, Missouri, en 1909. Hijo de una familia de clase media, todo parecía ir bien en su vida, sobre todo cuando ingresó a la Universidad de Columbus, en Ohio, pero en 1928 se involucró en un asalto a mano armada y fue condenado a veinte años de cárcel. Fue cuando sobrevino el desencanto y se olvidó de cualquier futuro promisorio. Su único consuelo fueron la lectura y la escritura.
Gran lector de novela negra, en especial de Chandler y Hammett, pronto empezó a escribir también desde su calabozo y logró publicar sus relatos en revistas nacionales como The Bronzeman y Esquire. En 1934, logró la libertad bajo palabra y empezó a relacionarse con gente de la industria editorial. En 1940 publicó su primera novela, Si grita déjalo ir, que logró un inesperado éxito en Europa y eso lo movió a emigrar al Viejo Continente a principios de la década siguiente, donde se establecería en definitiva.
Vivió en París a lo largo de quince años y en 1969 se mudó a Moraira, al sur de España, junto con su esposa francesa, la editora Lesley Packard.
La literatura de Himes es tan dura y seca como la de sus mentores, pero desarrollada entre la población negra, especialmente la de Harlem, Nueva York. No es el suyo un estilo militante. Por el contrario, es muy crítico de los ambientes afroamericanos, a los que retrata sin concesiones y hasta con cierta crueldad, tal como se ve en novelas como La banda de los musulmanes, Todos muertos, Empieza el calor o Un ciego con una pistola, entre otras (Bruguera editó varias de ellas en español).
Sus dos personajes emblemáticos, los detectives Coffin Ed Johnson y Gravedigger Jones, son tan célebres como Philip Marlowe y Sam Spade, pero con un toque más rasposo.
Chester Himes murió en España a fines de 1984. Es tiempo de revalorarlo y leerlo.
(Publicado el pasado 31 de enero en el suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario)
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