Jack White ha intitulado así a su segundo trabajo discográfico como solista (el primero, Blunderbuss, aparecido en 2012, es una obra impactante e imperecedera; ver Nexos No. 417). Lazaretto es pues el nombre de la nueva entrega y nos encontramos ante un álbum fascinante, en el que White lleva a los máximos extremos su propuesta artística y musical y no me refiero a su propuesta en solitario, sino a la que ha ofrecido desde que grabó su primer disco con The White Stripes, en el ya un tanto lejano año de 1999.
Tres lustros en el camino. Quince años de trabajo incansable como guitarrista, cantante, arreglista, compositor, productor y difusor musical. Jack White vive en una incesante neurosis creativa, esa neurosis ansiosa y urgente que lo hace no sólo crear sino concebir un sinfín (y empleo la palabra sinfín con toda intención) de proyectos unidos por una sola causa: el amor por la música.
De los mencionados White Stripes (al lado de Meg White) a The Raconteurs y The Dead Weather, pasando por su participación como productor, colaborador o impulsor de gente como Karen Elson, Loreta Lynn, The Greenhornes, Conan O’Brien, Mildred and the Mice, The Black Belles, Laura Marling y varios más, White (cuyo verdadero nombre es John Anthony Gillis, nacido en Detroit el 9 de julio de 1975 –acaba de cumplir treinta y nueve años de edad) ha recorrido la milla y se ha dado también el lujo de fundar su propia disquera (Third Man Records) y de reeditar en vinil varias series de álbumes antiguos que se habían perdido en el tiempo o eran de muy difícil adquisición, entre ellos algunas grabaciones de pioneros del blues como Charley Patton, Blind Willie McTell y The Mississippi Sheiks.
Pero entremos de lleno al tema central del presente artículo. Editado por Third Man, Lazaretto es una obra tan excéntrica como impecable. Se trata de una colección de once canciones magníficas con las que lleva más allá esa extraña mezcla de dureza y dulzura, de acidez y ternura, de fuerza y suavidad que había mostrado en Blunderbuss. Esto queda muy bien ejemplificado con el tema abridor del disco: el genial “Three Women”. Aparte de la irónica letra, es en la asombrosa construcción musical, en la intrincada estructura de la pieza, que descubrimos el talento del músico para edificar una maravilla de escasos cuatro minutos, en los cuales nos muestra todos y cada uno de sus recursos actuales como autor, arreglista y ejecutante.
Lo mismo puede decirse de los otros cortes, como el homónimo “Lazaretto” (una rareza un tanto enferma, cuyas extrañas palabras en español -“Yo trabajo duro como en madera y yeso”- rápidamente se han convertido en frase repetida por los seguidores del buen Jack), el precioso “Alone in My Home” (una balada vivaz, enérgica y perfecta a dos voces, con Ruby Amanfu haciendo segunda: “I’m alone in my home, nobody can touch me”), el provocativo “Just One Drink” (con mucho de los Rolling Stones, Lou Reed y una clara paráfrasis de la célebre línea de Howlin’ Wolf cuando dice “You drink water, I drink gasoline”), el apacible “Entitlement” (con su deliciosa guitarra slide), el desquiciado “That Black Bat Licorice” (un delirio absolutamente inenarrable), el pantanoso “I Think I Found the Culprit” (con sus aires oscuros que remontan a las zonas más escalofriantes del delta del río Mississippi), el bucólico “Temporary Ground” (Ruby Amanfu vuelve a decir presente con su espléndida segunda voz), el melancólico y final “Want and Able” (con sus graznidos de cuervo introductorios a esta concluyente y hermosa melodía que clama “Who is the who, telling who what to do? ”) o el seductor y poderoso “Would You Fight for My Love?” (todo un delicioso melodrama de enrarecidos aires sureños).
Lazaretto tiene algo de conceptual, ya que las canciones están unidas por una vieja y casi literaria idea de White pergeñada en su adolescencia y mantiene cierta relación gótica y hasta diabólica con el Get Behind Me Satan que los White Stripes grabaron en 2005. Algunas de sus canciones podrían formar parte de las bandas sonoras de series televisivas como True Blood o True Detective.
Jack White se mantiene incontenible y en absoluta forma creativa. Su fabuloso hospital de leprosos es la prueba más contundente de ello.
(Publicado este mes en la revista Nexos No. 440)
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