Terminé de ver las dos primeras temporadas de esta serie tan sensacional como adictiva y lo hice en menos de dos semanas. Llegué a ella de manera un tanto accidental y no me arrepiento en absoluto. La trama me agarró, literalmente, desde el primer capítulo y ya no me soltó.
Basada en una emisión danesa del mismo nombre (es decir, "El asesinato"), cuenta la historia del crimen de una jovencita cuyo cadáver aparece en la cajuela de un automóvil que es sacado del fondo de un lago en las afueras de la ciudad de Seattle. El caso es encomendado a la detective Sarah Linden (una fabulosa Mireille Enos a la que jamás había visto antes) y a quien se supone sería su reemplazante, el joven y desgarbado Stephen Holder (otro actorazo: Joel Kinnaman). Porque cuando sucede el homicidio, Linden está a punto de irse a California con su hijo adolescente, para contraer matrimonio y comenzar una nueva vida, alejada de la actividad policiaca. Pero no imagina que el caso la atrapará de tal manera que su viaje se pospone una y otra vez, al tiempo que todo se enreda en una maraña escalofriante que involucra desde las altas esferas políticas de la ciudad hasta la mafia polaca local.
No revelaré la historia, porque en verdad espero que vean la serie (los veintiséis capítulos de estas dos primeras temporadas cuentan una sola historia, así que es como si se tratase de una sola temporada). Hacía mucho que no veía tanta sabiduría en un guión como para que el final de cada capítulo provoque la necesidad de ver la continuación al instante (la primera noche me eché cinco seguidos y otros cinco a la siguiente, porque quería saber qué pasaría -ventajas que da Netflix). Las actuaciones son espléndidas, las tomas de la ciudad de Seattle espectaculares, la ambientación sobrecogedora. Una verdadera joya de la televisión y una genialidad del suspense.
... y ahora voy en pos de las otras dos temporadas, en las que se cuenta ya otro caso.
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