Ahora que al grupo Maná le ha dado por acercarse a los más altos niveles de la política (sus integrantes se han entrevistado con el presidente Felipe Calderón –de quien se dice que es su fan- y con la senadora estadounidense Hillary Clinton), vuelve a surgir la discusión sobre el papel social de los músicos y de otras personas ligadas al arte (si lo que hace Maná es arte o no, ya es harina de otro costal).
¿Debe un personaje de esos aprovechar su fama y su influencia pública para convertirse en estandarte e incluso en líder de causas como la lucha contra la pobreza, el rescate ecológico o la renegociación de la deuda de los países más subdesarrollados? La respuesta puede ser afirmativa, pero también presenta algunas aristas dudosas.
Es claro que alguien que goza de gran popularidad puede emplearla para beneficio de mucha gente. Sin embargo, el asunto se tuerce cuando las supuestas buenas intenciones y la inefable corrección política son usadas como mera cuestión de imagen, a fin de mostrar una cara que en el fondo no existe y que no sólo conlleva beneficios publicitarios sino incluso económicos.
¿Quién puede decir cuál es el grado de sinceridad y cuál el de hipocresía en individuos como Bono (de U2), Chris Martin (de Coldplay) o Fher (de Maná)? Sólo ellos y su conciencia lo saben. Pero de que sus posturas sociales, ambientalistas y/o políticas les han sido de una u otra forma redituables, es un hecho innegable.
(Editorial "Ojo de Mosca" que escribí en La Mosca en la Pared No. 115, abril de 2007)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario