Atrás quedaban de pronto los discos de vinil o de acetato, de 33 y 45 revoluciones por minuto, y las tornamesas para ponerlos, así como los prácticos cassettes que podían reproducirse por muy diversos medios, incluidos los autoestéreos en los automóviles. El futuro nos había alcanzado. Por ningún lado se veía que algo pudiese superar y reemplazar a los pequeños y brillantes compact discs.
Para quienes poseíamos colecciones de viniles o cassettes, aquello nos enfrentó al dilema de si debíamos conservarlos o deshacernos de ellos. Muchos abarataron y vendieron por precios irrisorios aquellas colecciones; otros de plano las echaron, literalmente, a la basura. Sólo unos pocos decidimos quedarnos con ellas, más por amor y por apego que por real convencimiento… y empezamos a adquirir aquellos minúsculos cedés y los aparatos para escucharlos.
Quien iba a decir que apenas en esta segunda década del nuevo siglo, el CD se volvería tanto o más obsoleto que los elepés de vinil o incluso que los mismísimos cassettes. Todo por culpa de la música digitalizada.
Los coleccionistas de discos vivimos una disyuntiva idéntica a la de hace treinta años, sólo que ahora con los “irremplazables” CD. El dilema, pues, se repite: ¿venderlos, regalarlos, tirarlos? Quizá sea aún demasiado pronto para saberlo. El tiempo gira en espiral y resulta que hoy los discos de acetato se han revalorado y se han convertido en preciado tesoro. Todavía hace un lustro, uno podía conseguirlos en puestos callejeros a 20 o 25 pesos; hoy, se cotizan de 300 pesos para arriba. El Freak Out de Frank Zappa, por ejemplo, cuesta 750 pesos en una afamada librería de la avenida Álvaro Obregón, en la defeña Colonia Roma, y así por el estilo.
Por su parte, los tan vilipendiados cassettes se convirtieron de la noche a la mañana en apreciados objetos del deseo hípster y hay algunos grupos de los llamados indie que empiezan a sacar sus grabaciones en ese frágil pero entrañable formato.
¿Pero y los cedes? Si uno entra a alguna de las tiendas de la hasta hace poco dominante cadena de discos, verá que el departamento de compactos musicales es cada vez más reducido y si averigua algunos datos elementales, descubrirá que las ventas de los mismos han bajado dramáticamente y que las propias empresas disqueras empiezan a mudar sus intereses hacia la oferta de música digital. Ese es el futuro, se nos dice ahora, como se decía de los CD hace tres décadas: el mp3 es lo de hoy. ¿Por cuánto tiempo? A saber.
Afirman los especialistas que los compactos jamás lograron igualar la calidad de sonido de los viniles, a pesar de que evitaban el famoso –y hoy hasta conmovedor– scratch, y que el mp3 posee una calidad aún más baja. Incluso gente como el cantautor canadiense Neil Young, quien siempre fue un crítico acérrimo del CD, apoyó a los inventores de un nuevo sistema llamado Pono, el cual reproduce la música digitalmente, pero con la calidad que tenía en los años setenta, antes del advenimiento del disco compacto. Sin embargo, aún se encuentra en fase experimental y no parece prometer mucho a nivel masivo.
Hoy que no sólo la música sino también el cine y hasta las series de televisión empiezan a escucharse y/o a verse mucho más en plataformas de internet como Spotify o Netflix que en los medios tradicionales, tanto los compact discs como los DVD y hasta los blue rays parecen volverse obsoletos e irrelevantes a pasos tan acelerados como alarmantes.
¿Qué hacer entonces ante esto? ¿Correrán los cedés la suerte de los horrendos cartuchos de 8 tracks o en cierto tiempo tendrán la misma suerte de los viniles y podrán resurgir de alguna manera? (algo similar se puede cuestionar respecto al DVD y el blue ray: ¿les sucederá lo que a los laser discs y a los cassettes de Beta y VHS, hoy en definitiva desaparecidos?).
¿iPod o no iPod?, he ahí el dilema. En una sociedad que privilegia lo desechable y con la rapidez de las innovaciones tecnológicas, es imposible vaticinar si incluso la música digital será más temprano que tarde reemplazada por otra nueva manera de reproducción y escucha, más práctica y sofisticada.
La respuesta –diría Bob Dylan desde un rayado LP en una vieja tormanesa– está en el viento.
(Publicado este mes en el No. 453 de la revista Nexos).
1 comentario:
Yo no pienso tirar mi cedes, mi trabajo y dinero me costó hacer esa colección, y sigo comprando, es mi formato favorito. Mi discman o el estereo de mi auto son mi forma favorita de estrenar un cd. Aún conservo mi colección de cassettes, y solo en ocasiones especiales he comprado música en formato digital (jamás he descargado en forma gratuita) siento que hay algo antinatural en eso.
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