Todos y cada uno de los habitantes del Distrito Federal que sufrimos el sismo del 19 de septiembre de 1985 tenemos algo que contar sobre cómo lo vivimos. En mi caso, al principio no fue la gran cosa: mi entonces esposa y yo nos levantamos al grito de “¡Está temblando!”, pero nos pareció un temblor como muchos otros que ya habíamos sentido a lo largo de los años. De hecho, a mí ese tipo de fenómenos nunca me habían dado miedo. Quizá porque en el pueblo de Tlalpan, donde vivíamos, los temblores solían sentirse más leves que en el resto de la ciudad, asentada no sobre la dureza del suelo de las inmediaciones del Ajusco, sino sobre lo que fueran los lagos de la antigua Tenochtitlan. Recuerdo que cargamos a mi hijo Alain, entonces de tres años de edad, y nos colocamos bajo el quicio de la puerta de la recámara (eso recomendaban los expertos en aquellos tiempos –sí, ya había “expertos” –; ahora sabemos que es una ingenuidad), mientras se calmaba la situación. “Estuvo duro”, nos dijimos, pero seguimos la rutina del día que apenas comenzaba.
Fue hasta horas más tarde que por las noticias nos fuimos enterando de la magnitud del movimiento telúrico y de los destrozos ocurridos en el Centro histórico, la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, el Centro Médico, las colonias Roma y Condesa, San Antonio Abad, la colonia Doctores, la zona de Calzada de Tlalpan y Taxqueña y algunos otros puntos de la urbe. Los reportes de Jacobo Zabludovsky fueron dando una imagen más clara del desastre.
Se dice que de lo malo casi siempre suele surgir algo bueno y que del terremoto de hace treinta años nació la redundantemente llamada sociedad civil (¿cuál sería su contraparte, la sociedad incivil?). El problema es que parte de esa sociedad civil no tardó en convertirse en vil, mediante el surgimiento –como bien apuntaba el jueves pasado en su columna de Milenio Diario Rafael Pérez Gay– de una serie de organizaciones que representaban a muy dudosos intereses, como los Panchos Villa o los grupos de presión encabezados por gente como René Bejarano y Dolores Padierna.
Siniestros rescoldos de aquel 19 de septiembre.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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