Cuando el miércoles pasado, frente al Congreso de los Estados Unidos, el Papa Francisco habló contra la tentación del “reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos”, para añadir: “Permítanme usar la expresión, en justos y pecadores”, dio en el blanco en una situación que si bien no es nueva históricamente –vaya que no lo es–, sí resulta grave en el momento actual que vive el mundo en general y muchos países en particular, incluido, por supuesto, el nuestro.
El que lo haya dicho el máximo representante de la Iglesia católica, la cual a lo largo de los siglos se ha distinguido precisamente por olvidar sus preceptos originarios para abrazar un maniqueísmo a ultranza (basta con recordar al Santo Oficio y sus horrores), hace que las palabras del Pontífice adquieran una importancia aún mayor.
Fue un grande y conmovedor discurso el de este argentino que (él sí) es en verdad sencillo y carismático (quizá porque le va al San Lorenzo de Almagro y no al Boca o al River), pero que sobre todo ha mostrado un sentido común extraordinario y que tanta falta hace en todas partes, aunque en unas más que otras.
En este mundo de redes sociales virtuales, mismas que fomentan precisamente ese reduccionismo simplista del que habló el Papa Francisco, es urgente abrirnos al otro y tratar de entender sus pensamientos e ideas, antes de condenarlas a priori. México es el claro ejemplo de esto y por ello la crispación existente, de la cual sacan raja tantos políticos que navegan con bandera de buenos y resultan ladinos y siniestros.
Creerse dueño de la verdad y tratar de imponerla a los otros, al tiempo que se descalifica y se agrede al que piensa distinto, es algo que se ha vuelto cotidiano y que no conduce sino a una mayor cerrazón y a un odio rampante y peligroso. Esta tarde simplemente, en la marcha por el primer aniversario del caso Ayotzinapa, es seguro que surjan esas manifestaciones de rencor maniqueo que ojalá no se desborden como hace unos días en Guerrero.
Que no reine el reduccionismo simplista apuntado por el Papa. Amén.
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