México es el único país del mundo donde los patos le tiran a las escopetas. El síndrome del 68 es un trauma tan grande que paraliza a los gobiernos y hace que su obligación de guardar el orden y la paz se olvide, en aras del derecho que tenemos los ciudadanos para protestar y manifestarnos… y de paso para tundirles a los policías y demás fuerzas “represoras”.
Esto quedó más que claro a partir del 1 de diciembre del año antepasado, cuando grupos de enmascarados atacaron a los granaderos de la capital con piedras, palos y bombas molotov, y llegó a su clímax en estos días en Guerrero, cuando so pretexto del crimen de Ayotzinapa, profesores pertenecientes a la CETEG se lanzaron abiertamente a las calles para incendiar edificios públicos, destrozar bienes, incendiar vehículos y, en el extremo del delirio y la iracundia, golpear policías, vejar funcionarios, humillar periodistas y atropellar (y no es metáfora) a agentes federales.
Convertida en una especie de réplica región 4 del Estado Islámico, la CETEG actúa con ciego fanatismo y arrasa a todos aquellos que no están con ella. Se arroga incluso el derecho a decidir quién puede y quién no puede celebrar algo, bajo su dicho de que “estamos de luto”, y en consecuencia sus hordas actúan violenta y arbitrariamente. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que linchen a alguien o de plano empiecen a “ajusticiar” a “enemigos del pueblo” por motivos “revolucionarios”? Mientras tanto, el gobierno estatal brilla por su ausencia.
Al recibir la medalla Belisario Domínguez hace unos días, el escritor Eraclio Zepeda, un hombre de intachable trayectoria de izquierda, dijo que “por grande que sea el dolor, el crimen no se combate con más crimen. La arbitrariedad, la violencia, la destrucción de instituciones y propiedades de particulares y el acoso de los trabajadores y la ley, al grado de poner en peligro su propia integridad, es inaceptable”.
La mala imitación del EI en Guerrero no puede continuar con semejante impunidad. Navegar con patente de progresista no otorga licencia para vandalizar, para delinquir, para agredir o –esperemos que no ocurra– para matar.
(Aun así: feliz Navidad, estimado lector).
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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