Nada he mencionado aquí sobre la muerte de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, acaecida el pasado 28 de noviembre. No tengo mucho que decir, más allá de lo lamentable que es casi toda muerte. Su humor nunca me gustó (aunque mi hermana Myrna me recordó hace poco que yo solía reír mucho con sus intervenciones en el programa Cómicos y canciones, con Viruta y Capulina, que veíamos a mediados de los años sesenta en el canal 2, en glorioso blanco y negro. Chespirito era el libretista del programa y aparecía de vez en cuando como actor de reparto. Su mayor gracia era recibir algún golpe en la cabeza y caer de espaldas, recto como una regla, sin mover un músculo. Esa caída era realmente desternillante ante mis ojos infantiles).
Sin embargo, ya como Chapulín Colorado o Chavo del Ocho (porque empezó en el canal 8 de Televisión Independiente de México, antes de que Telesistema Mexicano absorbiera a esa televisora para transformarse en la actual Televisa) nunca me gustó realmente. No diré que jamás vi sus programas, porque mentiría. Tampoco que logré escapar de sus repetidísimas frases que todos conocemos. Pero creo que escasas veces me hizo reír realmente. Siempre lo encontré demasiado bobo y ramplón.
Aun así, tengo una anécdota simpática de él: Gómez Bolaños vivía en Tlalpan cuando yo era adolescente y a su hija, más o menos de mi edad, la conocíamos como La Chéspira. La chava le gustaba a mi primo Arturo. No recuerdo si estaba bonita o no. Quién sabe qué habrá sido de ella, de la famosa Chéspira.
Sirva todo lo anterior para justificar la estupenda y muy gráfica ilustración del gran Ricardo Sandoval que acompaña a esta entrada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario