En Le Week-End, los esposos Nick y Meg Burrogs viajan a la capital de Francia treinta años después de haber celebrado ahí su luna de miel. Ahora son un matrimonio lleno de problemas y diferencias que al acudir a la ciudad en donde de algún modo coronaron su amor tres décadas atrás, intentan recuperarlo. Sin embargo, las cosas no funcionan como hubiesen querido. Las discusiones son continuas, las disputas -ya sea por nimiedades o por cosas importantes- resultan agrias y más que el cariño lo que asoma es el rencor y las viejas cuentas pendientes. Todo ello a pesar del maravilloso ambiente que les brinda París, con toda su belleza y su luz, con todo su colorido y su exquisito entorno.
Interpretada por los magníficos Jim Broadbent y Lindsay Duncan, la singular pareja es tan encantadora como irritante. Pero no se trata del típico matrimonio de turistas clasemedieros. Ambos son académicos (él, un brillante profesor de filosofía) y gustan de visitar museos y galerías, así como acudir a los mejores restaurantes. Si realmente no disfrutan de París es por sus problemas íntimos y todo lo que se ha ido deteriorando entre ellos a lo largo de tantos años de convivencia.
Hay una vuelta de tuerca, sin embargo, cuando se topan por casualidad con un viejo amigo estadounidense de Nick (Morgan, interpretado por el gran Jeff Goldblum) y las cosas empiezan a dar un giro que parece precipitar un final amargo y doloroso. La secuencia final, la de la cena en casa de Morgan, es una maravilla y el punto clave de la película, el lugar en el que los caminos se bifurcan o vuelven a encontrarse. Llego hasta aquí, para que la vean y descubran por sí mismos el excelente final.
Una magnífica cinta, una comedia agridulce de muy alta calidad.
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