Intensidad es el nombre del juego. Intensidad y fascinación. Intensidad, fascinación y sensualidad. Porque eso y más es La vida de Adele de Abdellatif Kechiche (2011).
La idea de ver una película de tres horas de duración puede repeler al cinéfilo más empedernido, ese que ve de todo y se aventura a todo. No es mi caso. Sin embargo, debo decir que La vie d'Adele, lejos de parecerme pesada, fluye de manera sorprendente, a pesar de no ser un filme vertiginoso o fragmentado, sino todo lo contrario: se trata de una cinta de narración más bien pausada e introspectiva, en la que el manejo de los close ups es parte fundamental para entender y, sobre todo, para sentir las emociones de los protagonistas, en especial de las dos jóvenes amantes, Adèle y Emma, interpretadas por las extraordinarias Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, respectivamente.
Amo el cine francés y obras como esta me hacen amarlo más. La historia del enamoramiento lésbico entre una muy joven estudiante y educadora y una artista plástica veinteañera jamás cae en el morbo, a pesar de la gran cantidad de escenas eróticas que contiene. Tampoco es que la dirección haga de esas escenas la típica andanada de imágenes sofisticadas y falsamente elegantes, llenas de filtros y erotismo light. No. Uno ve a las dos jóvenes hacerse el amor con naturalidad casi documental, pero sin ese mal gusto en el que luego caen algunas películas mexicanas que quieren ser muy crudas y terminan por resultar tremendamente burdas.
La cinta transcurre paso a paso, desde que la hermosa Adèle descubre que le gustan más las mujeres que los hombres, hasta que ve a Emma en la calle y terminan por conocerse en un bar. Luego viene la historia de su romance, hasta que aparecen los celos, los engaños y la ruptura, para dar paso a los meses o años que siguen, sin que la pareja regrese, pero con una final reconciliación abnegada de ambas partes.
Una gran película, quizá no del gusto de todos.
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