Música de minorías. Eso es el metal, en todas sus variantes, hoy día. Si durante los setenta y parte de los ochenta fue uno de los géneros dominantes y en los noventa tuvo un par de resurgimientos a nivel masivo, puede decirse que en estos primeros años del nuevo siglo las cosas no han sido tan fáciles para los grupos metaleros. En una época dominada por el pop, el hip hop, los sonidos electrónicos bailables y el rock más comercial (llámese happy punk, rock pop o incluso nü metal), el heavy metal o rock pesado no tiene ya la aceptación popular de otros días e incluso celebraciones como el Ozz Fest viven una total decadencia. Bandas como Metallica que en un momento dado pudieron ostentarse como herederas de Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath, Iron Maiden o incluso Kiss, terminaron doblegadas ante el brillo del oro y la plata e ingresaron al llamado mainstream con una facilidad pasmosa. El metal se refugió entonces en las catacumbas y ahí permanece, tal vez para resurgir en un momento más propicio, tal vez para quedarse en esos oscuros y húmedos parajes para siempre. Sin embargo, la historia de este género puede presumir de un gran linaje y de haber dado al rock algunas de sus páginas más memorables y hasta gloriosas. Desde la frase “heavy metal thunder” de William Burroughs incluida en “Born to Be Wild”, el riff de “Smoke on the Water” y la majestuosidad eterna de “Stairway to Heaven” (acabo de escucharla con todos los sentidos atentos, con toda la percepción abierta, a un lado del estéreo a todo volumen, sintiendo en el cuerpo las vibraciones de las guitarras suntuosas de Jimmy Page, los bajos precisos de John Paul Jones, la batería estruendosa y exacta de John Bonham y la voz celestial de Robert Plant y me ha hecho llorar sin remordimientos), hasta la actitud inquebrantable de agrupaciones como Slayer, Motörhead, Napalm Death o Entombed, el alguna vez llamado rock pesado tiene de qué enorgullecerse y por qué seguir con vida, no importa si su público actual resulta minoritario. A final de cuentas, la calidad muy pocas veces posee una relación directa con la cantidad y eso vale para todos los órdenes de la vida: para la literatura, para la política, para las relaciones humanas, para el amor y, por supuesto, para la música.
(Publicado en mi editorial "Ojo de mosca" de La Mosca en la Pared No. 76, noviembre de 2003).
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